Una decisión difícil

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Autor: R. A., ex numerario sacerdote, el 19 de septiembre 2003


Para comenzar estas reflexiones, transcribo un texto de Ortega y Gasset que expresa un pensamiento profundo y adecuado para lo que deseo expresar en estas líneas: "Una vida humana no es nunca una sarta de acontecimientos, de cosas que pasan, sino que tiene una trayectoria con dinámica tensión, como la de un drama. Toda vida incluye un argumento. Y este argumento consiste en que, algo en nosotros, pugna por realizarse y choca con el contorno a fin de que éste lo deje ser. Las vicisitudes que esto trae consigo constituyen una vida humana. Aquel "algo" es lo que cada cual nombra cuando dice a toda hora: yo".

Toda vida humana tiene una trayectoria con dinámica tensión: la vida humana no es estática; está determinada por el dinamismo que fluye a nuestro alrededor y por el dinamismo que requiere nuestra propia realización como personas libres y autónomas. Toda vida incluye un argumento: cada ser humano desarrolla y vive su propia historia, que es irrepetible y única. En cada uno de nosotros hay un algo que pugna por realizarse y choca con el entorno: la vida humana incluye vencer los obstáculos exteriores e interiores que nos impiden ser nosotros mismos. Tomar la decisión de desvincularse de una institución eclesiástica, a la que se ha pertenecido por muchos años con el convencimiento que sería el camino para realizarse como ser humano y como cristiano, y después de haber asumido compromisos jurídicos que lo obligan a guardar "fidelidad" a la institución, puede resultar dificultosa, inquietante y arriesgada por varias razones. En este escrito no pretendo agotarlas todas, sino señalar dos que considero decisivas.

La primera de ellas es que esa decisión puede interpretarse como una deslealtad, una traición, un abandono irracional de una vocación que se considera divina, una locura. En el caso del Opus Dei, se añade, porque así lo expresan los directores en los diversos documentos internos y en los medios de formación, que ese abandono pondría en peligro la salvación eterna de la persona. Esta doctrina está en franca contradicción con la realidad del mundo en que vivimos y nos realizamos y con la doctrina de la Iglesia, para quien la caridad, la misericordia, el perdón y la comprensión son elementos vitales. La vida humana está sujeta a cambios y transformaciones de toda índole, tanto en lo personal como en lo social. Pretender que una decisión de entrega incondicional por una supuesta vocación divina, especialmente cuando la persona en concreto la ha tomado sin tener la madurez necesaria y sin conocer a fondo todas las obligaciones que surgen de ella, se catalogue como "eterna", en el sentido de que debe perdurar para siempre, cueste lo que cueste, no deja de ser una falsedad y un absurdo, tanto a nivel teórico como práctico.

La Iglesia ha establecido procedimientos para que las personas que deciden cambiar el rumbo de su vida, en el caso de que hayan asumido obligaciones jurídicas concretas como clérigos o en alguna institución eclesiástica, puedan reorientar su existencia: los sacerdotes pueden pedir -y se les concede habitualmente- las dispensas necesarias para desvincularse de sus obligaciones sacerdotales y cambiar de estado. Los religiosos también pueden pedir y recibir las dispensas de los votos o consejos evangélicos. En estos casos, sería injusto e injustificable pensar que esas personas que toman la decisión de cambiar el rumbo de sus vidas puedan catalogarse de infieles, traidores, desequilibrados, locos, futuros condenados... Conozco muchos casos en los cuales los interesados han continuado su vida siendo muy fieles a la doctrina cristiana y procurando, en su nueva realidad, identificarse y vivir con Dios en todo momento. ¿Por qué en el Opus Dei resulta tan difícil desvincularse de la institución, tanto en el fuero interno como en el externo? ¿Por qué los directores del Opus Dei están convencidos de que ellos son los que tienen la autoridad para juzgar la conciencia de cada uno? ¿Por qué desprecian la conciencia personal y la autodeterminación, que es la primera y fundamental dimensión de la libertad humana? En sus praxis jurídica y pastoral, la Iglesia ha entendido siempre que cada historia personal es única e irrepetible, y que cada ser humano, cada bautizado, tiene una relación única con Dios; por ello, establece los cauces para respetar y facilitar las decisiones que cada uno tome en conciencia. Obrar de otra manera, además de irrespetar el derecho a la autonomía personal, demostraría que esa postura es ilícitamente autoritaria, impositiva, manipuladora e inmoral. Cuando una persona decide libremente, por el motivo que sea, cambiar el modo de transitar el sendero que le lleva a Dios, puede tener la seguridad de que está obrando bien y de que Dios estará a su lado acompañándole y sonriéndole.

La segunda razón hace referencia a otra dificultad más mundana, si se quiere. Cuando la decisión de desvincularse de una institución eclesiástica se toma después de muchos años de dedicación a la misma, y después de haber entregado todo: ilusiones y ambiciones, profesión u oficio, trabajo, familia, amistades y hasta el futuro, se torna arriesgada; podría catalogarse incluso como un salto al vacío. ¿Por qué? Porque la persona en concreto, y ahora me refiero a los que abandonan el Opus Dei, sobre todo si son numerarios y agregados, sean seglares o sacerdotes, al dejar la institución tienen que empezar de nuevo su vida y muchas veces desde cero. ¿Qué significa desde cero? Depende de los casos; ahora quisiera referirme específicamente sólo a uno de ellos, porque lo conozco de un modo singular: el de los sacerdotes numerarios que se ordenaron muy jóvenes, sin ejercer la profesión civil o la ejercieron poco tiempo antes de ordenarse y piden su desvinculación del Opus Dei y las dispensas del sacerdocio. Al desvincularse de la Prelatura y del sacerdocio están completamente desubicados, profesional y socialmente, sin un currículo actualizado que les ayude a recomenzar su vida profesional; no tienen medios materiales (económicos) para poder desarrollar una actividad que les pueda ayudar a sostenerse y sostener a una familia, si ese fuese su deseo. ¿Qué puede ofrecer un ex sacerdote en estas condiciones a su futura esposa y a su futura familia? Nada, simplemente sus buenas intenciones que, como es de suponer, no resuelven su situación. Esto se agrava todavía más en el caso de aquellos sacerdotes numerarios que trabajaron en países distintos al propio por necesidades apostólicas.

Lo más grave es que la Prelatura no les reconoce ningún tipo de prestación económica o social: no tienen seguros de enfermedad o de vejez, no tienen jubilación por su trabajo, no tienen bienes ni medios (vivienda, material para realizar su profesión...) para salir adelante. Y como no realizaron ninguna actividad civil, tampoco tienen los seguros y jubilaciones que cualquier trabajador tiene en todas partes. Total: debe comenzar de cero (¡no tiene ni ropa que ponerse, porque las sotanas ya lo le sirven!) El Opus Dei ha establecido que las personas que se incorporan a ella no tienen derecho a exigir ningún tipo de prestación en caso de abandonar la institución. Es importante aclarar que este criterio también se aplica a los religiosos, cuestión que, por cierto, la Iglesia debería revisar si realmente desea adecuarse a la realidad actual de la sociedad humana y si desea ser coherente con la doctrina de Jesucristo. El Código de Derecho Canónico establece en el c. 702, parágrafo 1, que "quienes legítimamente salgan de un instituto religioso o hayan sido expulsados de él, no tienen derecho a exigir nada por cualquier tipo de prestación realizada en él". Sin embargo, y deseo resaltar lo que sigue, en el parágrafo 2 añade: "SIN EMBARGO, EL INSTITUTO DEBE OBSERVAR LA EQUIDAD Y LA CARIDAD EVANGÉLICA CON EL MIEMBRO QUE SE SEPARE DE ÉL". ¿En el Opus Dei tienen en cuenta esta acotación? Mi experiencia me enseña que no, pues habiendo pertenecido al Opus Dei durante más de treinta años (24 como sacerdote), no recibí ninguna ayuda al desvincularme: ¿este modo de proceder es manifestación de caridad y de equidad?. Este segundo parágrafo no está contemplado en los estatutos o Código particular de la Prelatura, sino sólo el primero con otra redacción. ¿Qué curioso, verdad?

Como puede apreciarse, tomar la decisión de desvincularse del Opus Dei supone un riesgo considerable, una auténtica aventura. Hace unos días leí el testimonio de Mr. M. Titulado El viaje del héroe que describe el itinerario de los que con valentía y decisión, deciden redefinir su "proyecto de vida", después de haber vivido en el Opus Dei. Gracias amigo, porque tu escrito ayudará a muchos que tienen miedo de dar el salto. Añado, a lo dicho por Mr. M., que quien tenga la intención de rehacer su vida fuera del Opus Dei, debe confiar en sí mismo y, sobre todo, en Dios, infinitamente amoroso y justo.

El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene la capacidad de reencontrar el sentido de su vida y de resolver los problemas que ello comporte. Al principio, el horizonte se torna oscuro, pero luego, con el tiempo, empieza a iluminarse, como consecuencia del esfuerzo personal y de la ayuda de Dios. Quizá resultará difícil dejar de pensar en la "injusticia de los justos" que se refleja en el desprecio de quien se va por su propia decisión y en lo señalado en relación a las prestaciones, pero después uno se siente más fuerte, más libre, más feliz. Sobre todo, la vida adquiere un nuevo sentido, un nuevo enfoque que favorece tu realización como ser humano libre, como verdadero hijo de Dios. Tu mente y tu corazón se abrirán a toda la humanidad, sin excepción; tendrás un nuevo modo de ver la realidad, "la verdadera realidad"; podrás desarrollar con originalidad tus cualidades y tu creatividad; podrás compartir con los demás sus inquietudes y ayudarles en sus necesidades con un cariño auténtico, sin intereses "proselitistas" ni económicos; podrás convivir con naturalidad y ser, de verdad, un cristiano normal y corriente; podrás ver la humanidad con toda su hermosura; podrás liberarte de los criterios que otros inventaron para controlarte; podrás actuar como un ser pensante, amante de la verdad y no estarás sometido a la lectura que otros hacen de la filosofía, de la ciencia, del arte, de la cultura, del amor, de la realidad...; podrás alcanzar la autenticidad, que es la característica más definitoria de la libertad humana; y, lo más importante, descubrirás que Dios no es un ser ajeno a tus inquietudes, ni está limitado por un supuesto "espíritu" que ahoga a las personas, sino un padre-madre que te quiere, te comprende, te perdona y te ayuda, sin distingos de ninguna especie. Nunca es tarde para rehacer la propia vida, para luchar por alcanzar la felicidad, para redescubrir el verdadero sentido de la vida. Si por una supuesta "lealtad", una persona permaneciera en un camino que no es el suyo, terminaría perdiendo el sentido de su vida, y después la razón. V. Frankl, fundador de la Logoterapia, enseñó que las enfermedades mentales surgen, con bastante frecuencia, cuando las personas pierden el norte (el sentido) de su existencia. Ya Mr. M. nos recordó con extensión el pensamiento de este psiquiatra judío. Por tanto, nunca es tarde, aunque sólo nos queden días u horas de existencia en la tierra. La vida hay que afrontarla con la cabeza en alto, con alegría, con autenticidad...

Soy consciente de que no bastan las palabras; es necesario pensar en quienes vienen detrás de nosotros y pueden sufrir las consecuencias de una decisión como la descrita. La presión comunicacional y jurídica debe crecer para lograr que la Iglesia y las instituciones que a ella pertenecen, entiendan de una vez por todas que cuando una persona decide desvincularse de esos compromisos, por el motivo que sea, debe ser respetada y se le deben proporcionar las prestaciones que le correspondan, como en cualquier estado, porque son justas y forman parte de un derecho fundamental del ser humano. Por ahora, me limito a sugerir que la situación antes señalada - lo referente a las prestaciones especialmente -, debería ser llevada y considerada en algún organismo internacional para que se haga justicia. La Jerarquía de la Iglesia debería reflexionar sobre ello y dejar a un lado esa postura contradictoria que todavía mantiene; y los directores del Opus Dei deberían tener en cuenta, cuestión que recalcan frecuentemente en los medios de formación de la Prelatura, que al final Dios juzgará con justicia y equidad: Dios nos pedirá cuenta de todos nuestros actos y sus consecuencias: no bastan las buenas intenciones, ni el escudarse en los "criterios establecidos" y en "razones sobrenaturales"; a quienes intervienen en las decisiones de gobierno les pedirá cuenta, y muy estricta, de la caridad, la justicia y la equidad, que no lo olviden, pues a lo mejor son ellos los que se van a condenar -no lo deseo- por atropellar los derechos humanos de los miembros y ex-miembros del Opus Dei.

Termino con una poesía que Dios me puso por delante, sin buscarlo, cuando más inquieto estaba mi corazón en el trance difícil de la decisión de reorientar mi vida:

No puedo seguir caminando sobre los escombros de un pasado que ya olvidé.
De aquella experiencia mutilada por la angustia emergieron ramas verdes con frutos dorados.
Después destruí el hito de la noche con el preludio de mil auroras.
Ahora los caminos son puertas abiertas para entrar al sol.
Y por esa ventana de mirar al cielo le dije adiós a la incertidumbre.

(Juan Villaquirán, Extraño y sin nombre).

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