Ultraje a la inocencia

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Por Hypatia, 24/02/2023


Parafraseando a Íbera en su excelente escrito “Nihil novum sub sole”: “A estas alturas no voy a aportar nada nuevo, creo que todo está dicho... Pienso que hay tantos testimonios que uno más de poco va a servir. Pero allá voy, por si estoy equivocada y si vale a alguien”.

Quiero poner el foco en la incorporación compulsiva de menores de edad a esta peculiar prelatura de la Iglesia católica. Hoy, nos encontramos con miles de personas dispersas por todo el planisferio, que han sufrido este atropello. Muchos de ellos plasmaron sus testimonios a través de los medios de comunicación, redes y, por supuesto, de OpusLibros.

Brevemente, mi experiencia en este “tema”...

Siendo menor de edad, he sido testigo directo del manejo de la prelatura en el afán de incorporar niñas a su tropa. Ese despliegue astuto y artero de “encantar” de ir envolviendo a su “presa”, reformateando su mente, su sensibilidad, su conciencia, para lograr que a partir de los 14 años y medio pudieran dar el SÍ para siempre y “sin retorno” a esta institución de la Iglesia. La mayoría que ingenuamente cayó, pasado el tiempo abrió los ojos y se marchó.

Pero no quiero hablar de las demás. ¡Hay tantos testimonios! Voy a ser breve con mi historia.

Caí en un centro del opus a mis 15 años. Me había invitado una compañera del colegio cuyos padres eran supernumerarios. Mi familia estaba lejos de las prácticas religiosas de la Iglesia. No obstante, para no amargar a mis abuelas -muy devotas ellas- me bautizaron y enviaron a un colegio de monjas. Así que allí me familiaricé con la formación católica. Dado que el colegio al que asistía no era estricto ni conservador, con monjas y curas comprensivos y tolerantes, nunca me sentí encorsetada por la religión. De hecho, no iba a misa los domingos ni tampoco las fiestas “de guardar”. Jamás recibí reproches por ello.

La mencionada compañera de curso, hija de supernumerarios, nos invitaba siempre -a una de mis amigas más cercanas y a mí- al centro de mujeres que había en la ciudad. Nos hablaba de ir a ver obras de teatro (que se montaban en el centro mismo), a escalar montañas, a tocar la guitarra e ir a visitar asilos de ancianos… ¡Todo eso realmente me entusiasmaba!

Y un día, mi amiga y yo decidimos ir. La obra de teatro era divertida, tras cartón nos invitan a escalar las montañas. Eran excursiones amenas, ¡pura aventura! Mientras tanto…, en los viajes rezábamos el rosario, leían algún pasaje del Evangelio.

En el centro seguían las guitarreadas, pedirte ayuda para barrer el oratorio, poner la mesita de las meditaciones, encender las velas, escuchar las charlas del sacerdote y todo en medio de un clima alegre, distendido. Los curas haciéndose los simpáticos en las meditaciones, contando chistes bobos. Y todas riendo como preescolares.

Hasta que, sólo pasados dos meses… Sí, sólo 2 meses… La numeraria que nos “trataba” a mi amiga y a mí, -era nuestra supuesta compinche (tenía 21 años)-, nos agarró por separado y nos planteó exactamente lo mismo. Sintetizo los conceptos principales:

“Hemos visto en la oración, que tienes vocación de numeraria. Dios te ha elegido desde toda la eternidad para que ingreses al Opus Dei. Muy pocas personas en este mundo tienen la dicha de ingresar a la Obra. ¡Es un privilegio! Una oportunidad única que no puedes desperdiciar. Sería muy triste que le dijeras que NO al Señor y a su Madre, que tanto te aman. Has nacido para estar aquí. De no hacerlo, no serás feliz en esta vida. Serás como la tuerca que no enrosca en ningún tornillo”, bla, bla, bla.

A los quince años, los sentimientos, las emociones, el vértigo de lo diferente, sobrepasan por lejos la razón. Yo quería seguir cantando, escalando montañas, sorteando ríos, visitando ancianos, riendo en las meditaciones… ¿Qué cosa mala podría venir de allí?

Por supuesto, dije SÍ. Ese mismo día, mi amiga también dio el SÍ. Ambas estábamos contentísimas, fascinadas con este mundo nuevo que se nos abría a los quince años de edad. “Elegidas desde toda la eternidad para servir al Señor y Cambiar el Mundo”. ¡Menuda propuesta para el idealismo infantiloide de dos cabecitas inmaduras!…

Escribimos la carta para el “Padre”, pidiendo la admisión. A la semana de haberlo hecho… ¡Abracadabra! El hechizo desapareció.

Nos llenaron la cabeza con decenas de rezos, las famosas “normas”. Empezaron a darnos cátedra sobre el Infierno, nos presentaron el cilicio y las disciplinas. La directora ya no sonreía, nos seguía con cara temible soltando gritos cada vez que queríamos seguir tocando la guitarra, cantar, corretear por pasillos y jardines. Ni que hablar del cura, ya no era el gracioso payaso de las meditaciones vestido de negro. Todo lo que no les cuadraba era pecado.

Ya no podíamos asistir a reuniones familiares, ni hablar de leer un libro sin pedir autorización, prohibido todo contacto con varones, ¡aunque fueran nuestros primos!

Y lo PEOR, lo MAS GRAVE de todo: Teníamos PROHIBIDO HABLAR DE NUESTRA “Vocación” CON NUESTROS PADRES.

¿Por qué?

Porque ellos nos alejarían del Opus de inmediato (lógicamente, nuestros padres eran personas sanas y cabales) y su reacción haría que tiráramos la “vocación” por la ventana. Condenándonos para SIEMPRE en la hoguera del Infierno a nosotras y también a nuestros padres, incluyendo la cadena familiar que estuviera en contra del Opus. O sea, Todos: Hermanos, Abuelos, Primos, etc.

Claro, leer esto hoy, con la mentalidad actual, parece una tragicomedia. Nadie con medio dedo de frente permanecería más de dos días en una "institución" así. Pero en los años 80/90 y supongo que en cualquier década, porque el Opus no ha cambia de táctica, y, sobre todo a nuestra edad, lo creíamos a pies juntillas.

Nosotras, nuestras familias y amistades, sufrimos horrores. MUCHO. ¡DEMASIADO!

Mi amiga tuvo el coraje de irse a los dos años (aunque tardó más de un lustro en quitar de su mente el veneno inoculado).

Yo, muy cobarde, me quedé ocho años más bajo el influjo de su manipulación siniestra hasta que me importó un bledo el infierno (junto con todas las desgracias que lanzaban a los “traidores”) y me dejaron ir. Creo que aflojaron ya hartos de mi “indisciplina” que incomodaba el “clima” del centro. Me pude salir, después de haberlo solicitado, al menos unas 20 veces a las directoras correspondientes y sacerdotes de turno.

Pensar que el fundador decía “las puertas están cerradas para entrar y abiertas, de par en par, para irse”. ¡Por favor! ¡Si ha sido todo lo contrario!

Ahora dicen que van a "cambiar"... Será en insignificancias porque no conocen otra manera de atraer a niños y adolescentes. Si las conocieran no podrían ponerlas en práctica porque traicionarían lo escrito por el fundador en su “Instrucción sobre el modo de hacer proselitismo”. El Opus obligó a retirar esta instrucción junto a otras “joyas”, de esta web. ¿Por qué sería?

Cuando dejen de amenazar con el infierno y las diez plagas de Egipto a quienes se marchen, cuando los abracen de corazón y los feliciten o al menos los entiendan por tomar nuevos rumbos, cuando respeten a los salientes, cuando no los condenen a la muerte civil… Ahí, sí, tal vez podré creer que están empezando a cambiar.



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