Soltar el sapo

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Por Alatrixte, 26 de agosto de 2005


Hace una semana que descubrí esta página. No diré que fue por casualidad mientras buscaba los índices de crecimiento del helecho macho. No. Quería encontrar páginas relacionadas con los colegios de Fomento y similares, y entre otros, aparecieron los escritos de Satur. El resto de la historia es muy similar a la de muchos de vosotros: siete días devorando todo, todo, todo, hasta el copyright©. Incluso he conocido “personalmente” a varios en el chat (nachof: muchas gracias por tus gestiones, y carr gracias por “escucharme”) donde hemos podido hablar de conocidos y lugares comunes (al final el mundo es un verdadero pañuelo lleno de moquillos por todas partes).

Pero al llegar nuevo a un sitio, creo que la educación me obliga a una breve presentación aunque no tenga nada especial: trece años en el Opus Dei (el primero como agregado y después como numerario) desde los 15 a los 28 años. A los 18 traslado a otra ciudad lejos para hacer el centro de estudios, del que sólo hago el primer año pues paso a formar parte del cl del mismo. Diversas labores de dirección, y acabada la carrera unos cuantos años de trabajo en un colegio de los que son, pero no lo son, pero parece que son, aunque se pretende que, según quién, parezca que sean o que no lo sean.

Dentro de la clasificación de Flanpan, pertenecería a la clase de numerario pobre (los que limpian el jardín mientras los demás se bañan en la piscina) con ciertas notas de numerario progre. Eso sí, siempre cumplidor, dispuesto (siempre hay un “huerto” del que nadie se quiere encargar) y con una hoja de servicios inmaculada, salvo el último borrón: irme.

De esto han pasado ya 14 años y la verdad es que no he estado especialmente”rebotado”, ni lo contrario. Había hecho una especie de abstracción mental sobre esta etapa de mi vida. En estos tres, cuatro últimos años algún contacto por el tema hijos-colegios (ya contaré anécdotas muy divertidas en otro escrito), pero poco más. Y al leer estas páginas he recordado, y sonreído (y reído!) y llorado. Y empiezo a comprender todos esos testimonios tremendos. Yo no pasé, afortunadamente del nivel 2 de medicación (Almax y pastillas para dormir) pero ahora al leer, empiezo a poner caras, nombres, situaciones similares. También entiendo de alguna forma, que en otros testimonios nos cuenten que un coro de numerarios cantó el “Tan buen ganadico” en su boda, o que el Consiliario les enviase como regalo por su matrimonio una edición de lujo de la “GER” dedicada por el Prelado... Como la vida misma, cada uno tiene su historia. Seguro que todos conocemos casos de parejas que al separarse lo han hecho de forma sosegada, incluso amistosamente. En otros casos la separación ha sido traumática, a cara de perro, con disposiciones judiciales por medio incluso. Por otro lado también me han llamado gratamente la impresión los escritos con tan elevado nivel teológico, jurídico y filosófico. Desde luego se nota que por estas páginas la “aristocracia de la inteligencia” está presente.

En fin, y ¿qué pasa con el sapo?

Supongo que todos os acordáis de la figura del sapo. Ese sapo gordo que todos deberíamos soltar. Y para ello había ocasiones señaladas: el primer curso de retiro después de pitar, el primer curso de retiro al llegar al centro de estudios (de hecho en el cl lo llamábamos “operación batracio” con toda una estrategia montada), otros cursos de retiro más adelante, al empezar la vida profesional...

Pues, yo desde hace 14 años tengo un sapo. Mejor dicho, un sapo grande, gordo, vamos un sapazo, y otro más pequeño, hermano menor del anterior: pizpireto, simpaticón, es decir, un sapito. Y los llevo porque nunca he visto la oportunidad de soltarlos, ni a quién. Hasta que he descubierto esta página y, lo siento, pero el menda os va a soltar los dos sapos. Por mis niños todos que los suelto!

Ambos tienen su origen en mi proceso de salida. Y empezaré por el sapazo, por el gordo y feo, que es el que más me cuesta.

Os pongo en situación: yo ya había manifestado mi decisión firme de marcharme, y tras muchas vistas y entrevistas, quedaron en que pasase el verano y que después si lo seguía viendo, escribiese la carta. Me daba igual. Podía esperar al formalismo. Mi mente y mi corazón ya habían cambiado. Pues durante esos dos meses, un director de la comisión (con nombre y apellidos prelatúricos) que estaba de paso y que me conoció en otra etapa anterior en la delegación a la que yo pertenecía, quiso hablar conmigo. Pues hablemos. Supongo que como muchos de vosotros, en otras ocasiones habríais vivido esa situación pero con el papel cambiado: erais los que intentaban convencer al traidor. Por eso sabía que en esas conversaciones lo peor era entrar al trapo de la discusión: si empezabas a contra argumentar estabas perdido. Lo mejor era poner cara de póquer, decir a todo que sí, e incluso que tenían razón.

- Y tú eres consciente de...
- Pues si, lo soy.
- Y lo has llevado a la oración...
- Pues si, lo he llevado.
- Y además...
- Pues sí, además.

Acabados los argumentos sobrenaturales, (y poco a poco la paciencia) se empezaban con los más terrenales: me encargaré de que no sigas en el colegio (como ocurrió efectivamente a los dos días), etc.

Y agotados estos y su paciencia, (yo seguía con cara de esfinge) llega la traca final: la frase que nunca he contado a nadie. Mi sapo:

- “Pues Alatrixte, que sepas que vas a ser un desgraciado en la vida. Y un cabrón, pues si te casas, tu mujer te pondrá los cuernos

Uffffff!!! Lo solté. Es textual en todas y cada una de sus palabras. Como comprenderéis a mi mujer nunca se lo he contado, vaya que me diga: “Oye, anda, llama al numerario ese y que te diga la combinación que va a salir en los euromillones, que el tío de profecías sabe un rato....”

Ahora le toca al sapillo. La situación es la misma, pero esta vez el interlocutor era un residente con el que hacía buenas migas, vamos, una amistad particular. La conversación no fue tan elevada como la anterior, y él quiso ir directamente al grano, recurriendo a argumentos de alto nivel escatológico. Pido disculpas de antemano a las mujeres que estéis leyendo, y advierto que puede herir sensibilidades:

- Tío, pero... tú te ves casado?
- Pues mira Bartolillo, ahora mismo no me veo de ninguna forma. Me veo fuera de la Obra y punto... (de hecho, entonces no conocía, ni salía con chicas,.. bastante tenía con buscar un sitio digno para dormir, cocinar, lavarme la ropa...pues seguía viviendo en una ciudad diferente a la de mi “familia de sangre”)
- Y tu.... “te imaginas lo feo que es una tía cagando”
- Pues, la verdad es que... vamos, me puedo imaginar a una mujer de otras formas, que no lo voy a hacer, pero así.... en fin, todo es cuestión de ponerse....

No está mal, eh?. Como también comprenderéis, tampoco se lo he podido contar nunca a mi mujer, vaya que se crea que tengo tendencias coprófilas...

Pues nada, ya he contado mis sapos. Y ahora que acaban las vacaciones y con el trabajo tendré más tiempo libre, os prometo una serie que se llamará “Álbum antiguo”.

Un abrazo a todos,

Alatrixte

Sapo de la noche... sapo cancionero,
que vives soñando junto a tu laguna,
tenor de los charcos grotesco trovero,
estás embrujado de amor por la luna;
tenor de los charcos grotesco trovero,
estás embrujado de amor por la luna.
Yo sé de tu vida... sin gloria ninguna,
sé de la tragedia de tu alma inquieta,
y ésa tu locura de adorar la luna,
es locura eterna de todo poeta;
y ésa tu locura de adorar la luna,
es locura eterna de todo poeta.
Sapo cancionero...
canta tu canción,
que la vida es triste
si no la vivimos con una ilusión...
que la vida es triste
si no la vivimos con una ilusión.
Tú te sabes feo..., feo y contrahecho,
por eso de día tu fealdad ocultas,
y de noche cantas tu melancolía
y suena tu canto como letanía;
y de noche cantas tu melancolía
y suena tu canto como letanía.
..............

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