San Josemaría y el concilio Vaticano II

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Por Juan, 12.12.2009


Es frecuente leer en esta web que San Josemaría –y sus dos sucesores añade otro- estuvo en contra del Concilio Vaticano II. Como es algo fácil de refutar vamos a ello:

  1. Yo he escuchado decir a San Josemaría que el Concilio Vaticano II no había aportado nada a la Teología. “En el archivo general –añadió- están los borradores de todos los documentos conciliares; con el tiempo se podrán hacer buenas tesis en Derecho Canónico, pero no en Teología”. Más gráficamente añadía: “Es como un congreso de médicos de pueblo; cada uno es muy válido para atender a sus enfermos, pero en un Congreso son capaces de decir que el hígado está debajo de la nariz”. Por si fuera poco desvelaba su fuente, el Cardenal Larraona. Es evidente que en ese momento estaba enfadado.
  2. Sin embargo todos saben que la mano derecha del Fundador del Opus Dei, Monseñor Álvaro del Portillo, era Secretario de una de las ocho Comisiones que se formaron para discutir y aprobar los documentos conciliares; algunos de estos documentos, especialmente el Decreto Presbiterorum Ordinis, sobre el Orden de los Presbíteros, se trabajaron y estudiaron entre las paredes de Bruno Buozzi y, por último, la parte referente al laicado y a la vocación universal a la santidad de la Constitución “Lumen Gentium”, recoge punto por punto la doctrina del fundador del Opus Dei. En conclusión, no cabe afirmar que el Fundador del Opus Dei rechazase la doctrina del Concilio dado que su hijo predilecto, Don Álvaro, trabajó en ella; parte de este trabajo se hizo en la Sede Central del Opus Dei y, por último, recoge las enseñanzas del mismo San Josemaría.
  3. En una ocasión, ya de mejor humor, San Josemaría hablaba del Concilio de Jerusalén y explicó: “Fue como en este último Concilio, ¿os acordáis?, al principio pelearon un poco y después se pusieron de acuerdo para decir: Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros…”. Lo cual confirma lo que he dicho antes. ¿Qué fue entonces lo que suscitó su rechazo?
  4. El Concilio vaticano II fue dos cosas:
    1. Una Asamblea universal de los Obispos para emanar unos documentos que, una vez aprobados por el Papa, gozan de indefectibilidad.
    2. Un cambio de orientación en la Iglesia, el célebre aggiornamento, que se realizó de cualquier manera, a cualquier nivel y fuera del aula conciliar.
      No es necesario recordar los errores prácticos cometidos y que fueron denunciados por todos los Pontífices, desde Pablo VI a Benedicto XVI. Contra estos se posicionó San Josemaría y no contra los documentos conciliares. Como dice San Pablo: “La ley es santa y buena, pero a mí me indujo al pecado”. Pues algo parecido.
  5. Últimamente oigo decir de San Josemaría algo que no me gusta nada; que hay que comprender las posturas que adoptó porque “era un hombre de su tiempo”. Algo así como disculpar ciertos posicionamientos que, con el tiempo, se demostraron erróneos o exagerados; por poner un ejemplo, sobre el diálogo ecuménico. Pues bien hay que tener en cuenta:
    1. Que San Josemaría tenía la gracia fundacional para construir el Opus Dei, no para juzgar la Iglesia. En este punto contaba con su experiencia, su sentido común y con su propio juicio, que podía estar equivocado o resultar exagerado.
    2. Hay que considerar igualmente que San Josemaría era el paño de lágrimas de todos aquellos Obispos, curiales, etc…, que no entendían lo que estaba pasando y no sabían a quién acudir. A uno de ellos le dijo: “Ha hecho usted lo peor que podía hacer por mi alma, me ha quitado la alegría”. Cuando llegó Juan Pablo II –siento decir esto, pero es verdad- volvió a haber un punto de referencia en la Iglesia. Juan Pablo II apostó por el ecumenismo como uno de los objetivos principales de su pontificado, mantuvo la liturgia introducida durante el Concilio y todos supimos a qué atenernos.


Pongo un ejemplo y termino: En una ocasión estaba yo en Misa en una Parroquia y algo más allá, en el mismo banco, estaba un supernumerario al que conocía. Cuando dijeron: “Daos fraternalmente la paz” me acerqué a darle la mano y él puso cara de disgusto al dármela. Me encanta dar la paz en Misa porque es un signo de cariño y de unidad. Hoy está claro que todas estas cosas no son más que accidentes que no afectan a la sustancia. Citaría aquí a Don Pedro Lombardía en el mismo sentido, pero no quiero extenderme más.

Desearía que si alguien lee esto pueda estar de acuerdo conmigo.

Con afecto a todos.

JUAN