Retrospectiva

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Por Fantasioso1, 26/05/2021


La mía es una historia entre mil. Solicité la admisión a los 16 años pensando que estaba haciendo lo mejor, salvar al mundo, ser santos y ser feliz. No era de una familia destacada, así que fui de esos que tuvo que tocar la puerta para entrar. Hay que decir que yo me lo busqué; aunque hoy día me parece más bien fruto situaciones de laboratorio ensayadas. Estaba dispuesto a todo. Ilusionado. Nadie de mi familia entendió lo que hice. Tuve que enfrentar obstáculos que resultaron en desgaste, incomprensión y rompimiento. Así llegué al centro de estudios…

El centro de estudios hizo lo suyo y me la pasé bien. Me insufló el espíritu de la obra y quedé institucionalizado. Un programa de formación intenso que te programa con los códigos de conducta, pensamiento y hasta lo afectivo. Al finalizar, me destinaron dos años a la residencia universitaria como secretario del consejo local. Regresé al centro de estudios como subdirector. Director de centros por años, y hasta vocal en la comisión, nombramiento que me extrañó demasiado. Y juntas directivas de asociaciones. Cargos que alcancé por el mérito de ser de la obra. Quizá también porque era uno de esos talentos medio con los que se saca la obra adelante. Debo confesar que mi experiencia profesional de esos años trato de ocultarlas en el currículo. Mi participación en cargos de gobierno de la obra en realidad no sumó experiencia profesional para desempeñar trabajos en medio del mundo. En cambio, sí creo que sumó a la realización de las agendas personales de los directores a los que obedecía, cuyos encargos no se ajustaban a los anhelos y naturales aspiraciones profesionales de una persona que supuestamente está en medio del mundo, pero que en realidad está fuera de él. Gracias a Dios he logrado acreditar experiencia real que permite mantenerme y aportar a la familia y la sociedad.

Fui todo un numerario de manual. Normas, costumbres, criterios, formas de comportarse, pensar y reaccionar; por supuesto, con mis debilidades, pecados y defectos. El corazón sujeto con los afectos encerrados bajo siete cerrojos. Disponibilidad total y lo que pidieran. Escribí la carta con la disposición a ordenarme sacerdote si el prelado lo requería. Si notaba algo contradictorio siempre había alguna razón. Lo que se conoce como fe y visión sobrenatural unido al culto y adoración al espíritu de la obra te llevaban a justificar contradicciones que la mayoría de las veces resultaban imperceptibles. Todo esto lo hacía por Dios. Creo que tenía rectitud de intención. Leía todas las publicaciones y cartas además de la literatura cercana permitida. Disfrutaba la vida en familia y las tertulias. Me encantaban las anécdotas de casa. Las canciones. La historia de la obra y su fundador. Me la llegué a saber casi de memoria el Vázquez de Prada. Visité varias veces con devoción los lugares sagrados en Roma y Madrid. Era un buen hijo del padre, o por lo menos eso creía. Ahora entiendo que tenía un comportamiento medio infantil. Hoy por hoy me da grima.

Debo decir que la corrección fraterna no se me daba. Nunca la aprecié. Si la autorizaba, era por inercia. Si la hice alguna vez era porque insistían. Siempre cosas de forma. Nunca me hicieron una corrección fraterna que fraternalmente me ayudara. En cambio, si recibí correcciones que me humillaron al extremo, incluso hasta maltrato verbal, en situaciones desiguales de abuso de autoridad. El apostolado era algo que hacía y promovía, más si las personas libremente daban pasos hacia Cristo. Aunque traté de practicarlo, el proselitismo no se me daba. Era cuesta arriba y siempre forzado. Alguna vez me tocaba forzar a mí a otros por aquello de las estadísticas. Pido perdón por hacer proselitismo. Hoy me parece aberrante. Cuando alguien no perseveraba me daba mucha pena. Le pedía a Dios la muerte antes de que se me ocurriera no perseverar. Gente muy querida desaparecía sin dejar rastro, ni decir adiós; y después no se comentaba ni se sabía nada. Como si no hubieran existido. Vi generaciones enteras de numerarios irse de baja. Me tocó acompañar a varios en su salida. Y había de todo tipo de casos y situaciones. Uno no dejaba de sorprenderse. Yo era de los que pensaba que no había que forzar a nadie a estar.

Recuerdo algún regaño por ser permisivo en la salida de alguno, o por apoyar sus planes profesionales o de estudios cuando eso implicaba una menor dedicación al opus dei. Debo decir que también vi gente muy heroica perseverar hasta el final. Me tocó asistir a varios en sus últimos momentos y traté de hacerlo con cariño. Dios los tenga en su gloria.

La convivencia o “vida de familia” la disfrutaba. Como director trataba de que la gente se la pasara a gusto en casa, en su casa. Me gustaba estar en el centro. Trataba de respetar la libertad con flexibilidad. Quizá al principio era rígido aplicando criterios; pero el sentido común y la verdadera convivencia con tus hermanos te lleva a la comprensión y la flexibilidad. Conviví con personas muy buenas que son críticas con los directores, siempre salvando a la institución por la fe que tienen en ella, pero que se encuentran marginados siendo calificados de murmuradores en “mal plan”. Otros están amargados, quizá porque se encuentran atrapados y no son libres para continuar por otro lado. Cada quien en lo suyo.


¿Fui feliz en el opus dei? Sí. En mis veintitantos años en la obra tuve la suerte de convivir con gente querida con las que traté de hacer cosas buenas: acercar a personas a Dios, emprendimientos sociales, campos de trabajo, cursos de verano, congresos, etc. Con buena intención, uno vivía una dinámica de entrega incondicional. La formación y el discurso estaba dirigido a que lo dieras todo. En eso la obra es transparente. Te lo pedía todo. Ser y hacer el opus dei. Esa era la meta. Retrospectivamente, era un voluntarismo vanidoso animado por la consigna de ser santo de altar con el que sólo Jesús se luzca. Fachada y manipulación. Lo cierto es que se luce alguien haciéndote pensar que es la obra de Dios.

Momento de claridad. En mi caso la perseverancia en la obra no era sostenible. En los primeros años acumulé un combustible que logró inercia. A medida que fueron pasando los años había algunas cosas en la teoría del espíritu de la obra que no se me permitía llevarlas a la práctica y que fueron restándole impulso a la inercia, y me tenía incómodo. Retrospectivamente identifico tres causas que me llevó a bajarme del barco, es decir, me causó un problema afectivo sin solución dentro de la obra.


La primera fue empezar a entender que en realidad no era un cristiano corriente en medio del mundo. La sistemática asignación a las tareas internas era una prueba de que estaba institucionalizado. Siempre trataba de trabajar en la calle, en medio del mundo, pero los directores, que dicen conocer la voluntad de Dios, me hacían decidir sistemáticamente por los trabajos internos. Decían que tuviera fe y visión sobrenatural. Y aunque siempre simulaban que la decisión era de uno, decidir por lo propio no era de “buen espíritu” y por lo tanto mal visto. Lograr hacer algo por fuera era una proeza que implicaba forzar situaciones que rayaban en la desobediencia.

Lo segundo eran los temas opinables. En realidad, en la obra uno no puede opinar en lo opinable. Y cuando los directores mayores, o cualquier “mayor” tienen una posición de poder, opinar puede constituir en un acto de soberbia, desobediencia e irrespeto. La de golpes que me llevé opinando en cosas opinables y recibiendo juicios y sentencias de que eso no era el espíritu de opus dei. Salvando las distancias, en la obra hay más “ayatolás” que en el país de los “ayatolás”. Opté por no opinar y decir nada. Hoy lamento haberme quedado callado la mayoría de las veces. Debí ser contestatario. Lamento esta omisión.

El tercer factor es el clericalismo. En la obra el clericalismo es sustantivo. Hasta la mentalidad laical enunciada es clericalismo al extremo. Un asfixie que empezaba con el tomo de meditación, y con el desayuno las noticias y comentarios sobre el Papa, los obispos, el prelado de turno. Luego el almuerzo y tertulia con la última noticia sobre el Papa, los obispos y el prelado. Los detalles más mínimos. Los viajes del padre. Consignas. Videos. Películas. Documentales. Y en la comida otra vez. Y en todas las tertulias. Y de lunes a domingo. Todas las semanas. Todos los meses. Todos los años. Empecé a hastiarme. ¿Así iba a ser mi vida? ¿Labores internas, hablar de la iglesia y de la obra todos los días? ¿Es eso lo que hacen los cristianos corrientes todos los días? ¿Y el medio del mundo? ¿Dónde estaba? Aunque no todos eran iguales, ¿quería de verdad convivir con personas acomodadas que se creen superiores? No sabía que me encontraba acomodado y/o atrapado. Para los fines es lo mismo. Darme cuenta fue un proceso agotador por la resistencia que yo mismo me auto-infligía. Y ser sincero con Dios y conmigo fue costoso en extremo. El hastío degeneró en tristeza, y hoy en día creo que en depresión. Con algo de inteligencia emocional, porque en eso estaba totalmente sólo, comencé un proceso de auto liberación. Empecé a tomar decisiones autónomas. En la obra lo llaman desobedecer.


Decisión. Meses antes de tomar la decisión de irme, incluso años, ni se me pasaba por la cabeza dejar la obra. Eso jamás. Sin embargo, venía diciendo en la charla que estaba agotado. Que veía lo feliz que eran los demás hablando con ilusión del apostolado, el Papa, los obispos, el prelado de turno, y el proselitismo; en cambio yo no tenía ninguna ilusión. Yo lo que quería era tener una vida corriente, trabajar y esas cosas. Mientras tanto, venga, a tener más fe y visión sobrenatural. Y con la misma, venga atiende este retiro, y esta convivencia. Y da este círculo. Y lleva estas charlas de supernumerarios. Y encárgate de estos asuntos del centro. Y haz que los de casa sean más generosos y que estén contentos, que pisen blando. ¿Y también vas a trabajar mañana? Pues, anda, que le estás quitando tiempo a la labor. Y ánimo, visión sobrenatural y fe. Lo primero de ser sincero es ser sincero. Pero es un proceso.

Le dije a Dios de frente, mientras caminaba por las calles, que no quería estar en la obra y que quería recomenzar una vida nueva. Le pedí su ayuda. Lo segundo fue decírselo al director de mi centro, y que no quería un proceso largo de desvinculación: le dije que tenía un problema afectivo que la obra no podía solucionarlo, y que por lo tanto había decidido no continuar. Más aún, le dije que me mudaba la semana siguiente, pero tuve que desistir y esperar un poco más de un semestre. Debo decir que el director de turno, además de amigo y hermano, me trató bien y fue delicado; sin embargo, debía seguir las directrices corporativas estipuladas en el espíritu y las costumbres. Por último, seguir un proceso que los que lo han seguido, saben que es traumático, y que aunque se justifique con motivos de caridad, no tiene justificación alguna, ya que la caridad brilla por su ausencia, aunque algunos traten de facilitar el proceso. Pienso que la prolongación innecesaria de esos procesos de salida es de las cosas que hacen más daño. Es agotador, agobiante. Podría evitarse. Lo anterior unido a que uno siente que está haciendo mal introduce trauma en las personas que se van. Sonaba en mis oídos la palabra ¡traidor! Esa es la palabra que usaba el fundador para los que se iban. Los que se van de la obra son unos traidores. Sólo hay una barca. La de la obra. Si te sales te ahogas. Es una mentalidad que se construye con años de “formación” o deformación que llega a modificar el ADN de la persona.

Muchos parecen perseverar felices; otros amargados. La obra te prepara para perseverar. Y también, para que no puedas ni se te ocurra no perseverar. Mejor dicho, aunque “la puerta está siempre abierta”, los obstáculos son inmensos. Recibir mensajes del prelado, visitas de la comisión e incluso del consejo general, de la delegación, las entre miradas en tertulias forzadas, el “cariño” de los enterados del centro y seguir el régimen de vida en medio de ese proceso es desgastante para ambas partes. Y más si incluso nadie se acuerda de ti al día siguiente que te vas.

Los que se quedan, están programados para olvidarte de inmediato y ocultar en su memoria que uno fue su hermano y que compartió y aportó tanto o más. El que se va, tiene una pena profunda y no sabe dónde poner la cara. Es muy injusto. El que se va lo que le importa es poder comenzar de nuevo; y recomenzar sin nada. Es un divorcio con derechos desiguales. Uno se va sin nada. Sin preguntarte si necesitas algo. Más aún, haciéndote saber que si te vas estás de tu cuenta, y que más bien dejas un pasivo por el que debes reparar. Hoy día me doy cuenta que es al revés, la obra me debe muchos años que hoy son no reconocidos y si olvidados (hasta mi nombramiento de vocal en Romana es imposible conseguir en la web).

Recuerdo que cuando me comunicaron la dispensa me dijeron que el prelado me agradecía los años de servicio. Palabras vacías. Hasta el cheque con el finiquito de uno de los trabajos que mantenía con una obra corporativa llegó con una carta para que lo donara a esa misma corporación. Lo firmé sin dudarlo y les doné mi trabajo. Quería recomenzar yo sólo, con la ayuda de Dios, sin seguir a la sombra de nada ni de nadie.


Debo decir que en la obra hay gente con buenas intenciones, y actualmente hay gente que me importa. Decir que sigo en contacto con la obra es impersonal. No. No sigo en contacto con la obra. Mi proceso de desinstitucionalización me ha ayudado a pensar en las personas. A la obra no la veo igual. No es madre. Con algunos pocos sigo en contacto ocasional por iniciativa mía. Me sorprende la frialdad con que me corresponden el saludo alguno con los que compartí momentos que considero memorables para todos, incluso para la institución. Les deseo bien a los que se llamaron mis hermanos; algunos de ellos siguen siendo mis hermanos de corazón. Me da tristeza que no lo saben y que no tenemos un espacio para seguir compartiendo la amistad. Con alguna excepción, sólo se sienten libres de reconectar los que se van.

Reflexión y reclamo. Estas líneas que escribo son más pura terapia personal de un proceso postraumático en el que uno cae en cuenta de que fue usado para hacer el opus dei. Yo no contaba para nada: mis planes, mis ilusiones, mis iniciativas, no formaban parte del querer institucional, que es el “querer de Dios”, que es el criterio de los directores fundamentado en una supuesta gracia de estado que uno creía con fe. Años después que caigo en la cuenta de que fui abusado, y que formé parte de un entramado que se prestó para eso. Esto último es delicado, porque lo cierto es que uno es mayor de edad durante todo ese proceso, así que mea culpa.

Si sirve de algo, me gustaría reclamar. Reclamo la mala práctica institucional de usar a personas institucionalizadas para institucionalizar a otras, y condicionar la voluntad posicionando ideas de fracaso y culpa en la mente de las personas si es que se les ocurre tomar o retomar el control de sus vidas. A eso se llama manipulación de conciencia. El “buen espíritu de la obra” impide apreciar esta inconsistencia, y la endogamia corporativa intelectual y espiritual reinante previene de cualquier oxígeno que habilite alguna depuración. Vemos hoy en día procesos de revisión institucional de grandes instituciones que hacen declaraciones de redirección, rectificación, y hasta de perdón. Pienso que el foro de opuslibros, y de otros como ODAN, son medios que eventualmente lograrán, y han logrado ya, ciertos cambios de forma, de lenguaje y revisión de algunas malas prácticas institucionales que yo mismo vi expresarse en avisos, cambios de nomenclatura, y reediciones de vademécums y catecismos.

El terror interno a la revisión, y comunicar internamente que debe haber algunas rectificaciones, quizá sólo pueda ser superado por una intervención exógena, y más si es verdad que la obra es de Dios. Si es de Dios cambiará, si es de José María, no me atrevo a hacer ningún pronóstico. El abuso no es tolerado, incluso bajo intenciones motivadas por la “promoción social”. Hay que abandonar ese discurso ya.

Despedida. Al momento de irme, sólo pensaba en mi felicidad. Hoy, casi una década después, al ver el tema de los abusos sexuales y de poder en la iglesia, abusos espirituales de diversas instituciones aprobadas por la iglesia, de instituciones civiles y naturales, los encubrimientos, el uso y manipulación de personas, la poca transparencia, la opacidad y negligencia en el actuar de los que detentan cargos de responsabilidad y liderazgo, sólo espero que estos foros de ayuda y de denuncia consigan un espacio que permita darle un mejor futuro a los que quedan atrapados, y a los que con buena voluntad forman parte de mecanismos de abusos. Que puedan conseguir un camino de verdadero aporte al bien común, y para los que son creyentes, la comunión de todos en el cuerpo místico de Cristo. Para los no creyentes, la paz social y comunitaria. Me dio mucha pena irme de la obra, pero me daba más pena quedarme. Hoy compruebo que fue lo mejor para mí y para ellos. ¿Me llevé cosas buenas de la institucionalización? Sí. Y me las quedo. Las agradezco a la Providencia y a las buenas personas que me enseñaron y convivieron conmigo. ¿Y cosas malas? Darte cuenta que fuiste un objeto que se usó para fines institucionales que hace lo contrario a lo que se dice, sacar a las personas de su sitio para ponerlas al servicio de una agenda institucional desvinculada de las aspiraciones de una persona corriente del medio del mundo, es algo me pesará por el resto de mis días. Por eso, para los que se fueron antes que yo o después o sigan dentro, espero que estén bien, y pido perdón por si afecté a alguien. Mi más sincera disculpa. No juzgo a nadie por estar en la obra, pero sí a la obra y sus agentes por manipular a otras personas, y por poner a otras personas en eso. No está bien. El bien de la obra no está por encima de las personas y de la dignidad humana. Poner a la institución de primero no es dei.



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