Problemas de identidad

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Por Segundo, 11.01.2010


El Opus Dei es difícil de entender. Dotado de una historia trucada, lleno de disimulo y dobles mensajes la institución y su carisma no se pueden explicar en cinco minutos. De allí que, para intentar una aproximación, es necesario distinguir entre lo que el Opus Dei dice o cree de sí mismo y de aquello que resulta según la experiencia histórica. Doy dos ejemplos al azar.

El Opus Dei se autoproclama como institución que nace de una revelación particular que recibió Escrivá, de allí que sus miembros repitan que es la “Obra es de Dios”. Si bien se puede creer que Escrivá “vió” la Obra, sin embargo, no se sabe que “vió”. El carisma es opaco, confuso, con notables contradicciones. La pesquisa sobre lo que internamente se designa con el término “espíritu” (en realidad, un conjunto de reglas que reclaman obediencia) es una tarea que requiere dones superlativos; basta que se afirme algo para que aquello sea inmediatamente contradicho por la crítica racional; la incoherencia es una nota distintiva.

Veamos un segundo caso. La Obra se ve a sí misma como una institución pionera proclamando que llegó a la Iglesia con un “siglo de anticipación”. Sin embargo, en su conformación histórica, el Opus Dei luce como una institución conservadora, refractaria a la opción por los pobres, alejada de los planteamientos del Concilio Vaticano II y, lo que es más grave, como una organización atrincherada en sus propias reglas a las que coloca por encima de las normas de la propia Iglesia.

Muchas veces se ha señalado en esta web que la mayoría de los numerarios actualmente se dedican a tareas de educación al igual que lo realizan instituciones de la Iglesia como los jesuitas o los humildes salesianos. Quien hubiera dicho que los pioneros del laicado hubieran terminado en los mismos quehaceres apostólicos que los religiosos.

Finalmente, la Obra padece de obsesiones de prestigio. Mientras que la Iglesia y sus organizaciones sufren escándalos, defecciones, reacomodamientos, el Opus se percibe a sí mismo, en palabras de su Fundador, “firme, compacto, seguro”, en pocas palabras, impecable, magnífico. Lamentablemente, los hechos se empecinan con el Opus. Es de conocimiento público la huída en masa de numerarios con décadas de fidelidad; irónicamente, muchos de ellos descubrieron su verdadera vocación cristiana plenamente laical – ahora en serio – al alejarse del Opus Dei, encontrándose tan felices y libres como quien abandona una prótesis molesta.

El Opus Dei, al igual que Dorian Grey, detesta la imagen que el espejo de la historia con tozudez le muestra una y otra vez. Al revés que el personaje de Wilde prefiere permanecer ciego. Esa es su soberbia y su desdicha.



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