La falta de confianza que se respira en la Obra

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Por Chispita, 12.II. 2007.


Uno de los principales motivos que me impulsan a escribir en esta web, es el deseo de ayudar a las personas que, como yo, han sido afectadas por el trato de las personas que dirigen la Obra, y por la estructura dañina que ésta presenta en la actualidad. Por eso hoy quiero hablarles de la falta de confianza que se respira en la Obra que nos afecta. Uno empieza a darse cuenta de que hay cosas que no funcionan. Fablamos con sencillez. En ese caso, fuimos escuchados con paciencia y luego amenazados de expulsión. Luego notamos que se nos trataba cada vez con más exigencia y más desconfianza, y que ya no “éramos” de confianza. Creo que eso apareció una vez citado en esta web, no se si en un artículo de nuestro inefable y brillantísimo SATUR, cuando al parecer un director de Delegación le dijo al Consejo Local de un Centro si tal miembro era o no de confianza...

Necesidad de confianza

Cada persona, cada ser humano, necesita que confíen en ella. Una de las claves de la teoría de empresa norteamericana es la facilidad que se debe dar a los trabajadores para que con sencillez expresen sus discrepancias y hagan llegar sus razonamientos, y también el interés con que estos razonamientos y aportaciones deben ser acogidos por los directores de la empresa. Uno de los graves problemas que no pocos Directores de la Prelatura del Opus Dei manifiestan es la falta de confianza en sus miembros, aunque, paradójicamente estén hablando continuamente de que se fían a tope de cada uno de ellos, y de que el Fundador dijera en una ocasión que estaba más dispuesto a dar más crédito a uno de sus hijos que a cien notarios unánimes. Es otra de las innumerables contradicciones que reinan en esta vieja estructura. Y esa grave falta de confianza se muestra en el deseo de querer controlarlo todo. Mi oráculo particular, el benedictino Anselm Grün, afirma[1] que “quien observa siempre con sospecha a sus empleados y ve detrás de cada comportamiento motivaciones egoístas y actos de sabotaje, nunca vive tranquilo. Quiere controlarlo todo, pero con su control suscita tanta oposición que la atmósfera se envenena inmediatamente. Y en un clima tan venenoso los instrumentos de control, aunque sean excelentes, sirven de poco. Es mejor la confianza”. Y yo añadiría que es la persona la que empieza a envenenarse. El proceso empieza por la observación de la vida cotidiana en los centros: La falta de confianza, el recelo, manifestada en cosas como cerrar con llave televisiones y ordenadores, copia de discos duros, consultas continuas de proyectos y actividades, a donde vas, con quien has estado, de donde vienes, que me voy, que vengo, a ver la carta que te han escrito, a ver la carta que has escrito, seguido de un largo etcétera, se complementa con el tremendo proceso de comentario de lo manifestado en la dirección espiritual, y sobre todo al comprobar que otros tienen datos de tu vida. Y el tercer paso es cuando compruebas que lo único que les interesa de ti es tu labor externa, pero no tus problemas o tus angustias, que quedan disminuidas ante el fin de la Institución que es lo importante.

Rezar por los demás.

En lugar de eso, Änselm Grün anima a los directivos a “presentarse ante Dios (…) pidiendo que extienda Su mano protectora sobre él y sobre la empresa”. Y continúa: “Confío los empleados y la empresa a Dios, a su protección y a Su bendición”. Si se dice que se confía en las personas y luego se toman medidas para controlar lo que hacen o dicen las personas, entonces es que sencillamente no se confía en las personas, porque se las ve como niños adolescentes e irresponsables a los que hay que controlar. Pero tanto control hace que la persona se rebele y acabe todo en enfrentamientos. Si gran parte de la tarea de la Obra es de tipo formativo y se dirige a crear personas con criterios y criterios de conducta cristiana, ¿por qué se controla? Porque no se cree en la eficacia de la formación ni en las personas que viven contigo. La actitud más cristiana es sembrar y orar. Orar para que las personas sean consecuentes con la formación que se les da. Confío en que Dios les dará gracia abundante para que sepan eludir una página de mal gusto o un Chat inconveniente. Luego confío en la persona y no cierro Internet con llave, ni cierro la tv. con llave, ni instalo sirenas en la televisión para que si abro el armario de la tv por la noche una sirena que despierte a todos los del centro. Corro el riesgo de que una persona vea a solas y en silencio una película pornográfica por ejemplo. Y confío en que si eso sucede esa persona se dará cuenta, pedirá perdón en el Santo Sacramento, y no volverá a hacer eso. Entonces es cuando se madura, cuando se vive responsablemente y sin manipulaciones la propia libertad. Pues se forma para la madurez, para que una persona sea capaz de reaccionar con criterio cristiano ante la presión anticristiana medioambiental. Pero si no reacciona y se deja llevar, hay que tener paciencia, considerar que ha sido mi falta de oración y de atención desinteresada al hermano, mi compulsiva obsesión controladora, mi desordenada obsesión apostólica con olvido de los de dentro, lo que ha hecho que un hermano se apartara de Cristo. Volver a rezar, volver a sacrificarse por esa persona, volver a enseñar, volver a insistir, pero siempre dejando en libertad, porque Dios no quiere esclavos ni la fidelidad del condenado a galeras, que permanece en su puesto porque tiene grilletes. Un problema teologal En el fondo de esta falta de confianza, hay un problema teologal: no ver a Cristo en cada ser humano[2]. A este respecto Grün señala que esa actitud no pasa por el inocentismo o buenismo de ignorar las cosas negativas del hermano. Hay que ver las cosas negativas, su posible maldad incluso, pero sin detenerse ahí. Por el contrario hay que pensar que cada ser humano quiere lo mejor, quiere el bien, quiere mejorar. Si se ve a los subordinados así, la perspectiva cambia. Se trata de esperar en que Nuestro Señor dará luces nuevas, dará Su Gracia para el cambio, moverá a la gente. Se trata, pues, de formar para la Libertad. Cada uno recibe una formación, y hace con ella lo que quiere: tenerla en cuenta, meterla en el baúl de los recuerdos o tirarla por la ventana. Pero de ninguna manera es lícito querer hacer buenas a las personas y tallarlas según nuestros patrones e imponerles lo que según nosotros es bueno. Porque con esa actitud se ponen trabas a la acción singularísima del Espíritu Santo en un alma. Y puede que el Espíritu Santo desee que una persona cambie un hábito al comprobar que una determinada costumbre le hace daño o hace daño a los demás. Pero si se encarrila la propia vida y las vidas ajenas entonces no hay libertad. Entonces lo que hay es inmadurez, Entonces ¿Dónde está la famosa liberad de los hijos de Dios? Porque yo no la veo por parte alguna.

Sobre todo el control fomenta la doble vida y la hipocresía. Uno se hace el buenecito en el centro o en el colegio, pero luego con sus amigos critica y eso le aparta de Cristo. Bueno, ¿qué va a hacer el pobre si no le dejan exponer lo que no va? Bueno, exponerlo sin consecuencias, claro. Yo apuesto por la Libertad. Por la Libertad que Cristo nos ha ganado en la Cruz que incluye la Libertad de apartarnos de El. Pero Cristo no quiere amores a la fuerza. Con El se está por Amor, pero sin cadenas pues las Cadenas de la Ley ya fueron abolidas en el Calvario. El precio fue el precioso Cuerpo y la Sangre preciosísima de Cristo. El viejo pedagogo, las cadenas de la Ley de Moisés fueron abolidas y también la larga lista de prescripciones farisaicas. Ahora solo está la Ley del Amor, que nos anima a hacer las cosas con libertad y sin temor. Muchos hablan de esa Ley del Amor y luego amordazan a las almas con amenazas y cadenas de prescripciones tan agobiantes que empachan y llenan de tinieblas y tristeza el alma. Entonces se comprende que no se está a gusto porque no hay la libertad en la que yo, como persona, como Hijo de Dios, decido libremente y me autodetermino por Cristo, autónomamente no heterónomamente, por seguir la terminología kantiana. Pero mi decisión de autodeterminarme por Cristo es fruto de mi libertad y de mi libérrima correspondencia a una Gracia que se nos da, pero no se nos impone. En cambio en muchas estructuras se quiere forzar y se manipula. Entonces es cuando se desea secretamente desobedecer la Ley de Dios que se me impone bárbaramente, como fruto de un esquema previo, compulsor, y desconfiado. Luego si yo peco, he pecado inducidamente. Son otros también los responsables de mi pecado porque me han creado un ambiente de angustia interior que me lleva al pecado. Y en el fondo porque no me han dejado formarme como persona, crecer y ser yo mismo, formarme al calor de la Gracia de Dios y de mi ser yo mismo, con mis virtudes y mis defectos. No me han dejado a darme cuenta, a aprender, a pedir perdón a Dios por el mal uso de mi Libertad que contraría la Ternura de su Amor. No. Me imponen a machamartillo una conducta y unas costumbres que violan los Derechos Humanos y me despersonalizan, me obligan a actuar sin conciencia de lo que hago, simplemente por la fuerza de la rutina y de la coacción.

Entonces se cosifica la existencia. El Hijo de Dios es ahora instrumentalizado y oprimido por una estructura. Así, crece la vida interior raquítica, con todo tipo de controles mezquinos. Y a la menor oportunidad, cuando el director controlador desaparece, y aparece la posibilidad de ofender a Dios, entonces surge rabiosamente la naturaleza con toda su rebeldía que se autodetermina por lo que no es Dios. Entonces ¿de que ha servido tanto control? De nada, puesto que en condiciones naturales, se peca. Entonces hay que poner en cuestión toda la formación que da la Prelatura. Y vuelvo a repetir: en el Calvario quedaron abolidos los preceptos de los fariseos. Pero hay algunos que son mas fariseos que los mismos fariseos.




  1. Vida y Trabajo. Un desafío espiritual. Sal Terrae, Santander, 2007, p.115.
  2. Ibíd.,p. 116.



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