La esclavitud no estaba tan lejos

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Por Tuces, 13.06.2022


Por los comentarios en opuslibros, veo que la mayoría están a full con las últimas series. Los imagino haciendo "Ta Te Ti" en las distintas plataformas digitales. ¡Me parece genial! ¡Cuántas veces hemos querido ver algo en la televisión y estaba guardada dentro de un armario en el cuarto de estar! Solo podíamos ver una película cuando el consejo local lo decidía, obvio sin consultarnos ni poder elegir. Llegabas al living con ilusión después de correr un poco más para terminar el turno y estar puntual para la tan esperada película y al final desilusionarte o, en el mejor de los casos, dormir un rato aprovechando la poca luz, el silencio acompañado de las voces y música de la película...

Porque además, la película la veíamos en el horario de la tertulia de la noche. Pocas veces vi una que realmente me gustara. Recuerdo una seguidilla de "Sissi Emperatriz"… otra de Jean Claude Van Damme, o de vaqueros, pero las románticas estaban censuradas. Siempre había alguna muy atenta que se levantaba rápidamente a cerrar la puerta del armario para evitarnos ver una escena subida de tono. ¡Lo hacían para cuidarnos! ¡Madre mía cuánto escrúpulo! Nunca entendí qué criterio usaba el consejo local para decidir qué película ver.

En estos días recordé una novela de hace muchos años que mis padres veían cuando, alguna vez, estando todavía en la obra, iba a verlos. Eran escenas muy fuertes de sufrimiento, maltrato y discriminación, bajo un claro y espantoso racismo. De eso trata la novela, de esclavitud, de actos concretos de servidumbre como si ser esclavo no fuera suficiente. Los poderosos haciendo como casi siempre abuso de poder. La protagonista es una mujer de color que, a pesar de tantos sufrimientos y por su inmensa capacidad de superación, logra niveles insospechados de bienestar para ella y su familia, convirtiéndose en toda una leyenda.

Pero no es sobre la novela que quiero escribir hoy sino sobre lo vivido en mi primer verano en Roma. La "ambientación" entre la de la novela y la vida real que estaba viviendo eran casi idénticas, a pesar de los años. La novela estaba ambientada en el siglo XVlll en Brasil y mi realidad estaba en Roma, verano de 1987.

Un grupo como de treinta personas abandona Cavabianca para ir a cursos anuales o descanso en busca de aire un poco más fresco. Se instalan el resto de residentes en los distintos pisos dejando libre uno de ellos. Serían unas treinta habitaciones incluidos los placares. Se iba rotando hasta limpiar todos los pisos o, mejor dicho, las distintas casitas que comprende Cavabianca. La directora nos dice que al día siguiente empieza el "zafarrancho" en la residencia, que las nuevas ya veríamos de qué se trataba. Así le llamaban a la limpieza anual realizada en las habitaciones de la residencia.

La obra es universal, te decían desde el primer día. En Roma, por ejemplo, podés llegar a convivir con personas de los cinco continentes, pero sus costumbres, las de la obra, en lo que se refiere a los trabajos de la administración eran, la mayoría, netamente españolas, muchas adoptadas en la post guerra y sustentadas en el tiempo. Y no sólo en Europa, también en muchos países de América se seguían realizando, bajo estrictas indicaciones de las directoras y administradoras, en el cuidado de ropa y modo de realizar las distintas limpiezas, como lo siguiente que paso a contar.

Me llamó la atención ver a varias numerarias auxiliares esperando pasar a la residencia para realizar la limpieza de las distintas zonas, con pañuelos en la cabeza y otro pañuelo como si fuera una mascarilla. En las habitaciones de la residencia, mis variopintas compañeras de Nigeria, Kenia, españolas… empezaron a golpear los colchones con las manos levantando mucho polvo, tanto que ahí entendí por qué llevaban los pañuelos en cabeza y boca. Hasta las pestañas estaban blancas de polvo, ¡era tremendo! y me daba vergüenza ajena que alguien nos viera de esa manera, aspirando ese polvo, que escuchara los golpes que les dábamos a los colchones. Me pareció totalmente innecesario esa manera de, supuestamente, limpiar a fondo. Con pasar la aspiradora a los colchones hubiera sido suficiente y así lo sugerí por escrito al volver a la administración. Al terminar esa limpieza que parecía que volvíamos de una pelea cuerpo a cuerpo, cansadas de la paliza que le habíamos dado a nuestro enemigo ¡los colchones!

Otro capítulo. Las almohadas. Se llevaban en carros desde la residencia hasta una terraza de la administración, allí se descosían, se vaciaban -estaban rellenas de lana-. Las fundas se llevaban al lavadero y se procedía a mullir con las manos la lana apelmazada, tarea muy desagradable, poco higiénica. Un espectáculo ver a un grupo de mujeres en una terraza, unas agachadas, otras arrodilladas, con pañuelos en la cabeza y sobre la boca, a pleno sol, vaciando y llenando almohadas. Esta escena y la de golpear los colchones me recordaban a la novela a la que me refería al principio, una especie de servidumbre fuera de época. ¡Estábamos en 1987! Lógicamente, no podía faltar otra segunda sugerencia, por mi parte, que me parecía de sentido común: ¡Cambiar almohadas rellenas de lanas apelmazadas por las de goma espuma que son más higiénicas y suponen menos trabajo! Me pregunto por qué se tarda tanto en simplificar, en mejorar la calidad de vida, tanto de unos como de otros. ¿Por qué esa resistencia en el opus dei en aggiornarse? ¿Por qué quedarse con la manera de hacer de tantos años atrás cuando se podía hacer con los medios y adelantos de hoy?

¿Por qué llevar a un país costumbres de otros lugares? ¿A qué se refería el fundador cuando decía que la obra era universal? ¿Cómo se explica llevar las mismas costumbres españolas para comidas y limpiezas a los distintos países? Se me ocurren muchas preguntas y se me olvida que el opus dei no da respuestas. Ahora dicen que eso ya cambió.

Y para terminar ya solo nos queda "sacudir" las mantas o frazadas, entre dos, una de cada punta y con fuerza, sacudiendo varias veces para sacar todo el polvo acumulado en el año e intentando mirar para otro lado para no aspirar tanto polvo… La directora me dice que no hay que quejarse, que siempre se hizo así y le pregunto por qué no lo hacemos de otra manera porque podíamos pasar un presupuesto que permitiera comprar almohadas… y sí, son expertos en hacer presupuestos para todo. ¡Todo fue un diálogo de sordos! Y cuando por fin se lleva a cabo alguna sugerencia que habías hecho, una de las directoras se encarga de decirte que esa sugerencia ya estaba hecha hace tiempo, pero recién ahora se pudo aplicar. En cuanto se te disparaba la autoestima cual barrilete con viento a favor, rápidamente te la bajaban de un hondazo no fueras a creerte muy lista. Como dice el dicho, ¡Dios, dame paciencia que soberbia me sobra!

El cansancio y la salud de las, en este caso, numerarias auxiliares, por el modo de realizar ciertos trabajos cual esclavas, con formas concretas de servidumbre bajo la mirada de las directoras de turno, ¡existió y por muchos años! Pero claro no había presupuesto para facilitarles el trabajo! ¡Por favor! ¡En el opus dei sobra presupuesto y faltan ganas de querer hacer las cosas bien! Esa manía con la limpieza sin importar los medios porque sólo importan los resultados.

¡Gracias a Dios, me fui!


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