La caridad con los pobres en el Opus Dei

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Autor: Crespillo, 17-julio-2006


La profusión de escritos y testimonios que se publican en esta web deja cada vez más patente el grado de deterioro en el que se encuentra sumido el Opus Dei en lo que se refiere a su funcionamiento interno, tanto de cara al cumplimiento de las leyes de la Iglesia Católica como al respeto debido a sus miembros, que se ven engañados, manipulados y utilizados únicamente en provecho de una institución que cada vez tiene más de secta y menos de aquella asociación que pretendía ayudar a la búsqueda de la santidad en medio del mundo.

Hoy quiero centrarme en un aspecto medular de la doctrina de Jesucristo sobre el que el Opus Dei desde sus comienzos ha pasado por alto, no solamente ignorándolo en los escritos del fundador y en la doctrina y los medios de formación que imparte a sus miembros, sino en los modos de actuar de la misma institución. Me estoy refiriendo al amor a los pobres y necesitados y a la obligación que todo cristiano tiene de ayudarlos en sus necesidades, no solo espirituales sino también las materiales, y al deber de la limosna...

Desde el principio me llamó la atención que una institución que buscaba la santidad de sus miembros en medio de las realidades cotidianas del mundo ignorara este tema de forma sistemática en las enseñanzas que imparte a sus miembros y en los consejos que se daban en la dirección espiritual. Nunca entendí que entre las preguntas del examen del círculo no existiera ninguna referencia a la práctica de la limosna o a la atención a los pobres y necesitados, cuando sí se nos preguntaba sobre temas tan secundarios como nuestro porte exterior o el posible daño que pudiéramos haber hecho a la institución con nuestros actos. Creo que es experiencia de todos los que hemos pertenecido a la obra el hecho de que éste es un asunto que nunca se trata como tema principal en las charlas, meditaciones, círculos, retiros, etc, que si se menciona, siempre es como de pasada, y que nunca es tema de lucha o de examen particular en los consejos de la dirección espiritual.

Por otra parte, si nos acercamos a las páginas del Evangelio y nos preguntamos qué es lo que el mismo Jesucristo nos enseñó referente al papel que debe ocupar el amor y la atención a los pobres en la vida de un cristiano descubriremos que no es que se considere algo muy importante, sino que es condición “sine qua non” para alcanzar la bienaventuranza eterna. Sin ánimo de ser exhaustivo me viene a la memoria el pasaje en el que Jesús explica la práctica de las obras de misericordia como la única materia de examen en el juicio final para separar a los justos de los que irán a la condenación. En otras ocasiones habla de lo que le espera en la otra vida a los ricos que no se preocupan de los pobres, tal y como sucede en la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro. Sin olvidar en qué términos se dirigió al joven rico cuando éste le preguntó qué debía hacer para ganarse el cielo y la respuesta fue que vendiera todas sus pertenencias y “las entregara a los pobres”; de todos es sabido el comentario de Jesús, una vez comprobada la falta de generosidad del joven, referente a lo difícil que es que un rico entre en el reino de los cielos. Así podríamos seguir mencionando pasajes evangélicos en los que Jesús con sus enseñanzas y con su propio ejemplo nos hace ver que no es posible salvarse si uno se desentiende de la ayuda y del socorro a los pobres, tal y como, por otra parte nos ha recordado Benedicto XVI en su primera Encíclica.

Si nos fijamos ahora en cómo son los usos y costumbres en los centros de la obra nos daremos cuenta de que en la mayoría de los casos se encuentran situados en zonas urbanas de “alto standing”, ocupando casas inaccesibles por su precio a la mayoría de las familias de clase media de nuestra sociedad, con detalles de lujo al alcance de muy pocos (como el servicio doméstico las 24 horas del día) y en las que se hace muy difícil identificar el ambiente de pobreza que se supone deben vivir sus miembros. Nunca vi atender a gente pobre en un centro de la obra, ni alimentar a hambrientos, ni dar cobijo a vagabundos, ni vi a nadie ir nunca a visitar a presos en las cárceles, ni nunca pude ver organizar colectas en un centro para remediar alguna necesidad material de alguien cercano o no a la propia institución. Por el contrario sí pude participar en “visitas a pobres” en las que regalando unos dulces a personas que carecían de lo más elemental nos creíamos que habíamos realizado la obra de caridad del siglo, cuando más bien ahora me parecen una burla a aquellos que se supone queríamos ayudar.

Me consta de la existencia de diversas iniciativas y ONGs impulsadas por gente de la prelatura, que han surgido en los últimos años y cuya finalidad es la ayuda a los necesitados. Todos sabemos que estas iniciativas salen adelante con fondos ajenos a la propia institución, que nunca se implica como tal en ellas, son muy puntuales y más bien parece que son un intento de lavado de imagen en este sentido para dar respuesta a la recomendación que Juan Pablo II hizo a sus miembros en la homilía que pronunció el día de la beatificación del fundador. Estas iniciativas se esgrimen como argumento para aquellos que critican este aspecto de la forma de actuar del Opus Dei y sirven para ponerlas en la web oficial de la Obra y para elaborar bonitos folletos que se entregan a los cooperadores, pero bien sabemos los que lo hemos vivido que la caridad con los necesitados nunca ha llegado a formar parte del cuerpo de doctrina de la Obra ni de la praxis de sus miembros.

En lo referente a la vida y obra del fundador del Opus Dei hay que decir que si bien es cierto que durante los años previos a la guerra civil española se preocupó por visitar y atender a los enfermos de los hospitales Clínico y Provincial de Madrid, pronto se olvidaría de esta costumbre y son pocos los que le recordarán preocupándose posteriormente por los desheredados de la tierra, hablando a favor de los pobres o liderando iniciativas para acabar con la miseria y la pobreza. Más bien optó por frecuentar las clases pudientes de su época e incluso lucharía activamente por alcanzar un título nobiliario que finalmente consiguió y que tantos quebraderos de cabeza ha ocasionado a sus hijos intentando explicar un gesto tan poco evangélico. En lo referente a sus escritos ahora mismo soy incapaz de recordar ninguna referencia al deber de atender a los pobres o a la necesidad de acabar con las injusticias sociales, pero si existe alguna será la excepción dentro de su, por otra parte, no muy prolífica obra literaria.

Desde mi punto de vista la Obra no solo no fomenta entre sus miembros el amor a los pobres y la práctica de la caridad con ellos, sino que a fuerza de ignorar el tema o incluso minusvalorarlo haciendo mención a que lo realmente importante es preocuparse por quien tenemos al lado o a que las necesidades espirituales son lo realmente importante y que la Obra no tiene como misión ayudar a los pobres, ha conseguido que realmente el tema no preocupe a las personas que forman parte de ella, llegándose a dar la paradoja de que hombres y mujeres que piensan que están realizando lo correcto para alcanzar la santidad están olvidando lo que realmente es importante, tal y como nos dice el propio Jesucristo y nos han recordado de forma repetida sus vicarios en la tierra.

Sé que las diversas instituciones religiosas que han surgido y surgen en la Iglesia, lo hacen con diferentes carismas que informan su espíritu y que justifican su fundación y que en el caso del Opus Dei su carisma es la santificación del trabajo ordinario. Pero lo que nunca se podrá argumentar es que un determinado carisma pueda oscurecer elementos esenciales del mensaje evangélico y excuse a los miembros de una determinada institución a seguir las enseñanzas de Jesucristo en su totalidad si de veras se quiere vivir en plenitud la vida cristiana. Además, en el caso del Opus Dei que propugna seguir a Cristo en medio de las realidades terrenas, difícilmente tiene justificación el desentenderse de la realidad que supone la pobreza y el mundo de los necesitados.


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