Hablar

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Por Auckland, 13 de octubre de 2006


Es la primera vez que escribo. Llevo tiempo leyendo los testimonios. Al principio me sorprendí, después pensé que no puede ser: cuántos testimonios parecidos al que yo podría dar. En general lo que se escribe logra conmoverme. Tantos años viviendo las mismas cosas y con la misma sensación al salir.

Un día lees algo que te golpea especialmente, decides dejar de ser “durmiente” y aparecer a este lado de la pantalla. Para mi ha sido el escrito de Ottokar: nosotros somos vuestros hijos y hermanos. Me impresionó por su realismo y delicadeza.


Fui numerario diecisiete años, casi los mismos que hace que me marché. Nadie hizo mucho para que pitara –desde pequeño había ido por clubs ya que en mi familia hay personas de la Obra- y nadie hizo nada para que no me fuera. Después de tantos años –había pasado por diversos centros y un consejo local- pensé que llegado el caso alguien me echaría una mano. Mi proceso de marcha de la Obra fue lo más parecido al frío glacial. Tras bastantes años en que yo era muy claro respecto a mi estado de ánimo y darme largas –sólo pedía un poco de ayuda- pregunté si existía la posibilidad de dispensa de vida de familia ya que estaba agobiado. Tiempo después se me concedió. Hacía años que ejercía y me ganaba dignamente la vida. Cualquier persona normal en mi país sabe que para alquilar un piso hay que adelantar dos mensualidades y una tercera como fianza. Y los que hemos sido de la Obra sabemos que los numerarios no deben disponer de un euro y éste era mi caso. Alquilé un piso con dinero que me prestó un amigo en presencia del director del centro que ni se inmutó. Me marché a vivir allí sin despedirme. No tienes opción ya que te vas humillado y se facilita el momento en que no haya nadie, como si los demás fueran tontos. Apenas recibí ninguna visita de nadie de la Obra durante los meses en que viví solo, cosa para la que jamás puse dificultad alguna. Hablé en contadas ocasiones con el director de San Miguel en la dl. No recuerdo un solo gesto de cariño, de ánimo, de mínima comprensión. Nada.

Tiempo después pedí la dispensa y se me concedió.


Años después de marchar recibí la llamada de un numerario con el que había vivido y que ha sufrido lo suyo. Me dijo que años atrás me había visto sufrir en el centro en que vivíamos. Me dio un abrazo, me hizo y me dejó hablar, me consoló. Nunca lo olvidaré. Le tengo un cariño enorme, aunque nos vemos poquísimo porque vive lejos. Se jugó que le hubiera despachado sin más –no lo hubiera hecho con nadie de la Obra que quisiera saber algo de mí- pero ha sido la única persona de la Obra que se me ha acercado y lo hizo de manera absolutamente espontánea.

Me extraña que algunos califiquen estos escritos como rencorosos. Creo que somos muchos los que escribimos habiendo dejado pasar muchos años después de dejar la Obra. La mayoría son escritos extraordinariamente serenos. A muchos, fuera de aquello nos ha ido bien, estamos muy alejados de deseos de polemizar y únicamente nos mueve la necesidad de hablar.

Diría que a pesar de todo tenemos un sentimiento como de “espina clavada”, de herida abierta. No se nos escuchó, no se nos atendió, se nos trató con indiferencia cuando no con hostilidad. Podían habernos tratado de otra manera y tuvimos que sentirnos bichos raros.

Años después somos conscientes que no habrá posibilidad de explicar a los que están allí cómo nos sentimos en momentos tan duros y preguntarles porqué nos trataron así. Si la hubiéramos tenido, estoy seguro que la mayoría de testimonios de la web podían haberlos conocido de primera mano y a su tiempo. Pero no han querido. Aquello está organizado y estructurado de manera que en el improbable caso que reconocieran que nos trataron mal y quisieran algún acercamiento sería ya poco menos que imposible. No deben extrañarse, pues, de que aparezcan relatos que duelen. Es el espejo en el que no quisieran verse. Pero lo que se escribe aquí es veraz y ellos lo saben. Y responde a una necesidad.

Cuando te vas todo te pesa tanto –habría que ver porqué- que quieres sólo salir. Creo que ni los directores que liquidan el tema saben qué está pasando. Para saber qué nos pasa cuando nos vamos habría que gastar cariño, mostrar afecto, compasión, dejar hablar, desahogarse; hay que ponerse en la piel del otro e intentar hacerse a la idea de lo que está sufriendo.

Hablar es una necesidad vital, como el agua o el aire. Y creo que esto es lo que sucede en esta web, ni más ni menos.



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