Espiritualidad del Opus Dei

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Por Alejandro García, del libro Escrivá de Balaguer: ¿Mito o Santo?, 1992, Libertarias / Prodhufi, Págs. 97 a 105


Sus fuentes literarias

Han pasado más de cincuenta años [1992] desde que se fundó el Opus Dei –el 2 de octubre de 1928–, y no deja, en principio, de ser sorprendente que una organización que cuenta con tantos efectivos personales y tantos medios financieros apenas haya explicitado su espiritualidad, sino en los pocos escritos datos al gran público en vida por Monseñor Escrivá de Balaguer, su fundador, a saber: «Camino», «Santo Rosario», un delgado volumen de homilías y ciertas declaraciones de circunstancias, hechas a periodistas, y agrupadas bajo el título de «Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer». Dentro de la Historia de la Literatura espiritual hay que reconocer que a toda esta producción no se le podría otorgar objetivamente otra consideración que la de «obras menores».

Junto a ellas tendríamos que colocar las «Constituciones» y los alegatos que en su defensa hubo de hacer Monseñor Escrivá ante la Congregación romana competente a fin de obtener de la Santa Sede las aprobaciones de rigor para el Instituto. En los distintos decretos aprobatorios de la Santa Sede podemos ver un eco de estos informes de Monseñor Escrivá, pero se trata de documentos de difícil acceso, incluso –así nos lo han asegurado– para los mismos socios del Opus Dei; habría que acudir a las Actas Ap. Sedis y a los Archivos de la Congregación de religiosos para consultarlos.

Parece ser que existen una serie de escritos salidos de sus manos y retocados en diferentes ocasiones, sobre los orígenes del Instituto, y el espíritu y pautas a que tienen que acomodarse los socios para sacar adelante su labor con los estudiantes, con los socios casados, sobre el régimen interno de las casas en que viven los socios solteros, etc., pero por su índole son de uso exclusivo de los miembros del Opus Dei.

También tenemos noticia de que Monseñor dedicaba una gran atención a reglamentar a través de notas breves y apretadas todos los aspectos de la vida individual y colectiva, externa e interna de los miembros del Instituto, hasta los detalles más nimios, pero –como es obvio– tampoco está a nuestro alcance este material interesantísimo, en el que Monseñor Escrivá se pronunciaba a veces, imponiendo su criterio a los socios como materia de obediencia, sobre acontecimientos civiles y eclesiales, culturales y políticos, españoles y extranjeros.

Sigue, pues, siendo «Camino» la única fuente asequible a todos para conocer la espiritualidad del Opus Dei, ya que los libros más o menos difundidos debidos a la pluma de ciertos miembros del Instituto, como S. Canals, J. M. Hernández Garnica, Jesús Urteaga, García Dorronsoro, etcétera, son de divulgación, carecen de la rotundidad expresiva de «Camino», y se limitan a aplicar a distintos temas las orientaciones contenidas en el citado libro de Monseñor, sin profundizar gran cosa.

Tampoco se sabe que en el campo de la Teología hayan dado a los socios del Opus Dei ninguna obra digna de mención. Y había, quizá, derecho a esperarla, por lo menos en el campo de la Teología de las realidades terrenas. Ya que los miembros del Opus Dei se han presentado siempre como adelantados de una novísima vivencia eclesial de la secularizad. Socios del Opus Dei ocupan importantes puestos en el campo de la enseñanza oficial, controlan numerosos centros de enseñanza privada, están presentes en el mundo bancario, en el político, etc. Dichos socios afirman, y Roma lo reconoció así canónicamente, estar empeñados en santificarse en esos sectores y en santificarlos; parece, por tanto, extraño que no nos hayan comunicado sus experiencias espirituales en el trato de esas realidades con el rigor que corresponde a su nivel intelectual y social.

Clave ascético-mística

Ciertamente, los sacerdotes del Instituto, acompañados siempre de seglares, vienen desarrollando desde hace años una labor pastoral cuantitativamente importante, de dirección de Ejercicios Espirituales y Retiros a grupos procedentes de los distintos estrados de la clase media española. Nuestras impresiones al respecto son, en resumen, las siguientes: que se echa de ver que los sacerdotes y seglares se someten disciplinadamente a unos mismos guiones y a unas mismas pautas expositivas; que en la forma suelen ser sencillos, correctos y amenos; que los criterios que difunden apenas rebasan la espiritualidad que podía darse a los seglares españoles en la época fundacional de la Acción Católica, antes de la Guerra Civil. Insisten, en efecto, en la rectitud de intención, esto es, en dominar el orgullo y la vanagloria, en la presencia de Dios, ofreciéndole los esfuerzos de superar la monotonía y rendir en el trabajo. Se encarece la disciplina, la laboriosidad, la puntualidad, la minuciosidad, el buen humor. Se fomenta en los oyentes el deseo de no abandonarse profesionalmente, de progresar en la carrera, de utilizar el influjo derivado de su mejor posición para prestigiar la doctrina sana entre parientes, amigos y subordinados. Lo nuevo, comparando con lo que se predicaba en España antes de la Guerra Civil, residiría en la insistencia en que oración, sacrificio y apostolado deben hacerse desde el hogar y el puesto de trabajo o sea, desde la cotidianidad. En este sentido, podría considerarse el mensaje del Opus Dei como original en contraste con el que se daba antes de la Guerra encaminado a formar dirigentes de asociaciones apostólicas, propagandistas de la doctrina política y social de la Iglesia y, en su caso, aspirantes a diputados y ministros democristianos, es decir, a formar «hombres públicos» y colaboradores de los «hombres públicos».

Pietismo y tecnocracia

Pero, con todo, el enfoque que hemos descrito no parece ser suficiente ni verdaderamente actual. Da la impresión, en efecto, de que a los sacerdotes del Opus Dei les interesa más que los ejercitantes se examinen sobre cómo hacen las cosas, sobre sus disposiciones subjetivas, que incitarles a enjuiciar cristianamente las cosas que se ven constreñidos por la profesión a hacer. No les estimulan a contrastar las pautas e Instituciones que ponen en acción con otros modelos alternativos que se defienden en la calle y que pretenden inspirarse en ideales de mayor solidaridad y transparencia en las relaciones humanas que los establecidos. Aquellos modelos, en definitiva, con independencia de su mayor o menor operabilidad, al menos en el terreno de la aspiración, se mueven en la línea de una profunda inquietud evangélica.

¿Por qué esto seria hacer política? La realidad es que con esa insistencia en la interioridad, en el intimismo, los directores están fomentando, conscientemente o no, unas actitudes religiosas que llevan a actitudes políticas conservadoras y conformistas. Durante el franquismo sólo pudo verse a un socio conocido del Opus Dei en la Oposición, y este socio, por lo que nos dicen, dentro del Opus Dei, estaba totalmente aislado; en cambio, Franco pudo contar para sus gobiernos con numerosos y conocidos miembros del Instituto. Las orientaciones espirituales del Opus Dei han venido forjando en España una figura típica de profesional en la que un «pietista» se superpone a un «tecnócrata», es decir, a un hombre que llega a dominar los resortes y articulaciones del sistema en que se mueve, y sus líneas de coherencia, sin plantearse el problema de salirse de él, ni pararse a reflexionar sobre los presupuestos e implicaciones religiosas y morales del sistema mismo.

Ahora bien, el hombre de hoy ha adquirido una actitud, llamémosla «sociológica», frente a su medio. A diferencia de lo que ocurría en los tiempos ignacianos, no percibe su entorno como un orden de por sí estable y hasta cierto punto sacralizado, sobre el que cabría reaccionar sólo esporádicamente y de modo empírico y parcial, viendo los conflictos concretos que pudieran afectarle como alteraciones temporales de una presunta armonía de siempre. Hoy día ve su entorno social como producto de su acción, lo siente como algo continuamente conflictivo y perfectible, ante lo que tiene que adoptar una posición activa. Siendo esta la actitud más generalizada, ¿cómo se explica que en los Ejercicios del Opus Dei no se la preste un cauce? En primer lugar, a nuestro entender, porque ya la recluta de ejercitantes se hace entre grupos formados en y predispuestos hacia el conformismo, y en segundo lugar, porque se recurre, como contraste de la autenticidad cristiana de las posturas a lo subjetivo, al dolor y al esfuerzo que cuesta mantenerlas. Según ellos los asistentes se consideran buenos cristianos porque la disciplina cuesta, la laboriosidad cuesta, la estabilidad cuesta, enjuiciar las instituciones cuesta menos que enjuiciarse a sí mismos, etc. En esta línea sacar adelante más hijos cuesta más que sacar adelante menos, y así sucesivamente. Es difícil no recordar aquí aquello de San Agustín: «Non ideo bonum quia durum, nec credendum quia assur dum». Todo queda simplificado apelando a una versión peculiar de la cruz.

Ausencia del intelectual y del crítico

Hemos podido comprobar que en los medios sensibilizados con las cuestiones que estamos tratando, es opinión general que el Opus Dei no carece de buenos profesores, de técnicos estimables, de profesionales reputados, pero que no tiene intelectuales; le faltan inteligencias creadoras, con espíritu crítico, capaces de poner en causa lo establecido, lo convencional y alumbrar perspectivas nuevas y fecundas; y eso no sólo en el terreno del pensamiento, sino también en el de la sensibilidad; el Opus Dei no tiene artistas, y cuando alguno, dotado de temperamento entra en el Opus Dei, no tarda mucho en dejarlo.

Estimamos que el campo de análisis que hemos elegido, el de valorar la creatividad intelectual del Opus Dei, no es caprichoso y viene obligado por el carácter de obra apostólica de hoy con que el Opus Dei se presenta en el mundo de las organizaciones religiosas. Dentro de las modalidades de apostolado, precisamente el de la inteligencia ha ocupado, como sabemos, el primero de los lugares en el aprecio de la Iglesia a lo largo de su decurso histórico.

Ahora bien, nadie podría deducir de lo que antecede que los socios del Opus Dei no sean celosos, o les falte diligencia, o carezcan de talento. Muy por el contrario, ciñéndonos a España, hay que decir que en estos cincuenta años han penetrado en campos que les habían estado vedados a las organizaciones apostólicas, religiosas o seglares, Y disponen hoy probablemente de más recursos por si solos que el resto de la Iglesia española.

El control de la ciencia

¿Cómo explicar, pues, este desnivel? J. L. Aranguren nos ofreció hace unos años en «Cuadernos para el Diálogo», con frase perspicaz, una pista por la que intentaremos adentramos. Para Aranguren el Opus Dei, más que un hacer Ciencia ha puesto lo mejor de su esfuerzo en controlar la Ciencia.

Durante el Concilio Vaticano II, tanto en las aulas conciliares como en los comentarios de prensa se divulgaron las expresiones «juisdiccionalismo y ministerialismo». Al jurisdiccionalismo se le llamaba también constantinismo, triunfalismo, nacional-catolicismo, etc., tomándolo según excepciones parciales. Por jurisdiccionalismo se entendía una postura de la Iglesia frente al mundo de dominio e imposición; dominio e imposición con tendencia en la práctica a hacerse totales, aunque en la teoría se hicieran distinciones sutilísimas para salvar, poco más que verbalmente, durante casi todo el Antiguo Régimen, actitudes y palabras de Cristo que expresaban renuncia al poder mundano.

Frente a la actitud de imposición, frente al jurisdiccionalismo, se oponía el ministerialismo. Para el ministerialismo la postura de la Iglesia ante el mundo más acorde con el Evangelio no era la imposición sino la del servicio. La Iglesia más que imponer debería ofrecer, arriesgándose al desconocimiento y al posible desdén del valor de lo ofrecido, con una actitud mansa y paciente. Aún más, para los ministerialistas la asistencia de Dios a los diferentes juicios y actitudes de la Iglesia sobre lo terreno era problemática; incluso el espíritu –«que sopla donde quiere»– podía inspirar soluciones más evangélicas a hombres alejados de la Iglesia visible, por tanto, la escucha atenta y el diálogo con los signos de los tiempos deberían convertirse en una disposición habitual.

A nadie se le oculta que puede verse una correspondencia entre jurisdiccionalismo y ministerialismo y las dos posturas más arriba apuntadas por Aranguren; esto es, la de empeñarse en controlar la ciencia, y la de poner un esfuerzo sincero en hacer Ciencia y ofrecerla modesta y confiadamente, si se considera que los protagonistas de estas actividades son cristianos y pretenden actuar en cuanto tales.

Como es sabido, en el Concilio Vaticano prevaleció la posición ninisterialista de la que fueron señaladas manifestaciones la declaración sobre libertad religiosa, la renuncia al Estado confesional, el ecumenismo, la «Lumen Gentium» y, en definitiva, el esbozo de una Teología de la Iglesia concebida como Pueblo de Dios.

Naturalmente, una rectificación colectiva y oficial tan grave como la que hizo el Concilio, supone una larga prehistoria. Desde un cierto punto de vista el Vaticano II más que suscitar una nueva mentalidad levantó acta de la que ya venía prevaleciendo oficiosamente en grandes sectores eclesiales. El Concilio tuvo, sin embargo, el mérito de tranquilizar a los rezagados, al ver prestigiada por el reconocimiento de la Jerarquía, una posición que hasta poco antes era considerada oficialmente errónea y nociva, y así contribuyó al establecimiento de una conciencia más unitaria en todo el ámbito de la Iglesia.

Pues bien, muchos indicios exteriores hacen pensar que el Opus Dei como colectividad sigue moviéndose dentro de la mentalidad jurisdiccionalista; de un jurisdiccionalismo, ciertamente, matizado. Para ser precisos, el jurisdiccionalismo que imperaba de modo oficial en la Iglesia en el momento justo de la fundación del Instituto, cuando apenas había comenzado el segundo cuarto de nuestro siglo reinaba Pío XI. Quizá en aquello años el Opus Dei, en comparación con lo que se vivía en su entorno eclesial español aparecía como moderno y progresivo y hasta suscitó por ello persecuciones que se prologaron hasta bien entrados los años cuarenta. A partir de los años cincuenta, cuando promociones de jóvenes sacerdotes y religiosos españoles se asoman a la Europa de la postguerra y comienzan a conocerse en España los escritos teológicos y las corrientes espirituales y apostólicas francesas y alemanas, el Opus Dei, aferrado a su mentalidad fundacional, empieza a dejar de sentirse como actual, y a partir del Vaticano II, debido a su impermeabilidad y reticencia frente al espíritu conciliar, nos resulta en sus aspectos organizativos, ascéticos y apostólicos, claramente anacrónico.

El contexto ideológico fundacional

Aquí se impone que nos detengamos para reconstruir brevemente la coyuntura espiritual del movimiento seglar español en el momento –1928– de nacer el Opus Dei.

Se daba entonces en España un jurisdiccionalismo a secas que, frente al Estado liberal, predicaba el desacato, la condena, y soñaba en el golpe salvador que lo pusiera en manos de hombres fíeles a la Jerarquía, para, desde el Estado, imponerse a la sociedad Los mantenedores de esta postura se llamaban a sí mismos integristas. Unilateralmente jerárquico, no concedía autonomía a los seglares en los órdenes político y social, teniendo que limitarse a ser ejecutores de la Jerarquía. En lo espiritual, el ideal de los seglares tenía que ser imitar en lo posible a los frailes; la salida eran las Órdenes Tercera, el Oficio Parvo, el Rosario y el fin primario del matrimonio, con continencia en Cuaresma.

Junto a la anterior postura que ya se veía como anticuada y corriente en los años veinte, aunque iba a perdurar hasta después de la Guerra Civil, se había abierto paso una corriente nueva que cobró conciencia de sí misma a partir del Congreso Eucarístico Universal de Madrid, y ya en vísperas de la República era la que daba tono al movimiento seglar español. La alentaban las Congregaciones Marianas y cuajó en la ACNDP. Era también «jurisdiccinalista», también aspiraba al Estado confesional, pero comprendía que sólo se dominaría en precario el aparato estatal si antes no se había conseguido el control de los sectores esenciales de la sociedad civil. Aceptaba además la forma democrática del Estado, pero sólo tácticamente. En el fondo pensaba que dado el arraigo del sentimiento religioso y la organización capilar de la Iglesia española, si se hacía un verdadero esfuerzo de encuadramiento doctrinal y político del pueblo católico se conseguirían sufragios mayoritarios. Por dar importancia a la sociedad civil, insistía en la deontología profesional, apreciaba los aspectos morales de las profesiones y suponía por tanto, un progreso con respecto a la anterior. Para ella, las grandes directrices sobre el orden civil cristiano se hacían en Roma, y a los seglares les correspondía asimilarlas y propagarlas.

También por dar gran importancia a la sociedad civil, era conservadora y enemiga de la «nacionalizaciones» y de todo aumento del poder, del Estado, aspirando a crear un Estado paralelo; siempre hablaba del principio de subsidiariedad.

Fue en esta línea en la que de algún modo está inserto Monseñor Escrivá de Balaguer, aunque con ciertos matices diferenciales e innegables aportaciones, sobre las que volveremos.

Con todo, nada más inaugurarse la República tiene lugar un acontecimiento en España que supone un verdadero cambio de mentalidad, porque es en germen una superación de la actitud jurisdiccionalista; nos referimos a las conferencias dadas en la Universidad de verano de Santander por J. Maritain y que fueron recogidas en el volumen Humanismo Cristiano. Al centrar allí Maritain en la dignidad de la persona humana todo el orden político y moral, se abría el nuevo camino en profundidad que un cuarto de siglo más tarde desembocaría en el Concilio. Pero en España la Guerra Civil y el franquismo obligaron a mantener poco menos que clandestinamente esta postura a los escasos, aunque distinguidos, seguidores españoles de Maritain .

Espíritu marcial del fundador

Escrivá de Balaguer fue un hombre dotado de raros talentos de organizador; hubiera podido ser un excelente caudillo militar o un excepcional empresario, y hasta un jurista lleno de recursos, pero no fue nunca un intelectual, ni mucho menos un profeta.

Escrivá fue un jurisdiccionalista eficaz que consiguió llevar hasta sus últimas consecuencias muchas exigencias prácticas de la versión jurisdiccionalista del movimiento seglar. Monseñor Escrivá, inspirándose en las Constituciones de la Compañía de Jesús, exigió a los seglares plena obediencia y disponibilidad para el apostolado. Organizó su Instituto como un ejército, lo que es perfectamente coherente con la mentalidad jurisdiccionalista, que es una mentalidad de imposición y, por tanto, de lucha. Su obsesión fue conseguir la unidad de mando, procurando la máxima exención con respecto a la Jerarquía Ordinaria. Dio a su Instituto una organización rigurosamente piramidal, consiguiendo que la cúspide sepa siempre lo que ocurre en la base, y la base no conozca las deliberaciones de la Cúspide, sino tan sólo sus órdenes y consignas. Hizo que el mayor esfuerzo del Instituto se consagrase a la dirección omnímoda de los socios, igual que en un ejército se consigue la disciplina gracias a ejercicios permanentes de instrucción.

Su poder sobre el Instituto fue total en vida, y es muy posible que sólo pueda esperarse que el Opus Dei evolucione cuando desaparezcan las promociones de los que tuvieron trato con él. Los innegables aspectos modernos que se dan en el Opus Dei son aspectos instrumentales; en lo profundo, el Opus Dei sigue moviéndose dentro de una concepción de la Gloria de Dios de tipo jurisdiccionalista. Ahora bien, ¿quién asegura que en el ámbito de la Iglesia haya sido superada con obras y de verdad esa postura, y no vuelvan a darse retrocesos?