El problema de la obediencia en el Opus Dei

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Por Chispita, 22.05.2006


Como se ha visto en esta web, el eje fundamental de la acción formativa de los Directores de la Prelatura del Opus Dei pasa por la Dirección Espiritual que se ejerce in actu a través de la antes llamada Confidencia y actualmente denominada Charla Fraterna, que se complementa con los consejos dados por el sacerdote en la Confesión Sacramental. Es más, lo que la Prelatura insiste a los fieles de la misma como base de lo que estiman que es la entrega a Dios en el Opus Dei, es pasar por un holocausto del yo, que se vacía y se niega a sí mismo por la puesta en práctica de la apertura de la intimidad y de la obediencia más radical a lo que se les dice en la dirección espiritual. Ésta sería la clave de la santidad y la eficacia: esa sujeción, ese abajamiento a quien en nombre de Dios dirige nuestra alma, pues ésa persona nos habla en nombre de Dios. Éste punto es fundamental en la predicación de San Josemaría Escrivá y es elemento constantemente recordado en los libros de oración que se leen todas las mañanas en los oratorios de los centros. Por supuesto que esto es un error de San Josemaría, debido a la época en que se formó, al ambiente adulador que le rodeó, a su incomprensión del Concilio Vaticano II, que no resta un ápice a su gran amor a Dios y a las almas, y a su heroismo en tantas facetas. Pero... hasta los santos cometen errores que pueden ser funestos, y hay que reformar y corregir esos errores...

La doctrina de Santo Tomás de Aquino

En la Segunda sección de la segunda parte (Secunda secundae), Cuestión 104, artículos 1-6, el Santo trata con detalle esta virtud, y en concreto sobre “si están obligados los súbditos a obedecer en todo a sus superiores”. Parece que, en efecto, la obediencia a los superiores, llamados en la Prelatura Directores, podría justificarse en Col 3,20): Hijos, obedeced a vuestros padres en todo. Y más adelante (v.22) añade: Siervos, obedeced en todo a vuestros amos según la carne. También en Dt 5,5: Yo fui arbitro y mediador para anunciaros sus palabras. Igualmente en Gál 4,14, el Apóstol afirma: Me recibisteis como a un ángel de Dios, como a Cristo Jesús; y en 1 Tes 2,13: Porque cuando recibisteis la palabra de Dios oyéndola a nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino, cual en verdad es, como palabra de Dios. Parece que, - como afirma Santo Tomás en sus objeciones- “así como el hombre debe obedecer a Dios en todo, tiene obligación de obedecer también a los superiores”.

Ahora bien, también se afirma en Act 5,29: Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres. Y Séneca en el III De Benef. : Se equivoca el que cree que la servidumbre afecta al hombre entero. Su parte más noble está exenta. Los cuerpos están sometidos y entregados como esclavos a sus dueños; pero el alma es dueña de sí misma. Por consiguiente, en lo que se refiere a los actos interiores de la voluntad, el hombre no está obligado a obedecer a los hombres, sino sólo a Dios. Afirma también Santo Tomás que “en lo que se refiere a la disposición de los actos y asuntos humanos, el súbdito está obligado a obedecer a su superior según los distintos géneros de superioridad: y así, el soldado debe obedecer a su jefe en lo referente a la guerra; el siervo, a su señor en la ejecución de los trabajos serviles; el hijo, a su padre en lo que tiene que ver con su conducta y el gobierno de la casa; y lo mismo en otros casos.” También señala que “el hombre está sometido sin restricción alguna a Dios en todo, en lo interior y en lo exterior; y, por consiguiente, debe obedecerle en todo. Los súbditos, en cambio, con respecto a sus superiores, no lo están en todo, sino en determinadas materias, y en éstas los superiores son intermedios entre Dios y sus súbditos. En las otras cosas, sin embargo, están sometidos inmediatamente a Dios, que los instruye por la ley natural o por la escrita”. Finalmente subraya que “los religiosos hacen profesión de obediencia en cuanto a las observancias regulares, y de acuerdo con su regla se someten a sus superiores. Por lo tanto, están obligados a obedecer sólo en aquello que puede pertenecer a la vida regular. Tal es la obediencia suficiente para conseguir la salvación eterna. Mas, si quieren obedecerles en otras materias, pertenecerá en este caso a un grado superior de perfección, siempre que no sean contrarias a Dios o contra la regla profesada; porque tal obediencia sería ilícita.

Así, pues, cabe distinguir tres clases de obediencia: una, la obediencia suficiente para la salvación eterna, que obedece en lo que está mandado; otra, la obediencia perfecta, que obedece en todo lo que es lícito; otra, la obediencia indiscreta, la que obedece incluso en las cosas ilícitas”.

El planteamiento de la Obediencia en la Obra

En el volumen de Textos de la Oración para el Tiempo de Pascua, Semana V, pp. 598-603, se dan algunas claves de la concepción que hasta ahora ha imperado en la Obra sobre la Obediencia. Primero se insiste en el peligro que para la salud podría suponer que cada miembro actuara por su cuenta en un cuerpo, lo cual es un símil absurdo porque es imposible, pero es uno de los medios que se usan para convencer: recurrir a hipérboles y ejemplos absurdos pero muy gráficos, pero inexistentes. Y así, San Josemaría escribió en su Carta 31-V-1954, n. 24 que “si se da libertad a la mano, al cerebro o al pie, van irredimiblemente a la corrupción, a la muerte; se pudren (…)”.Yo me fijaría en ese “si se da libertad”, que parece esconder como una desconfianza a la iniciativa individual tanto en lo interior como en lo exterior, que ha de estar siempre controlada y tutelada, porque a continuación San Josemaría con todo su amor a sus hijas e hijos, escribe en Es Cristo que pasa, n. 17: “Soy muy amigo de la libertad (…) Realizar las cosas según el querer de Dios, porque nos da la gana, que es la razón más sobrenatural”. En este punto, San Josemaría conecta con la doctrina de santo Tomás, que coloca en el centro de la actuación del cristiano, el obedecer la voluntad de Dios. Entonces ¿en qué quedamos? ¿Cree San Josemaría en la conjunción de libertad y obediencia o no cree en ella? En la Meditación de 9 de marzo de 1962, nos dice: “Hijos míos: muy unidos a la cepa, pegadicos a nuestra cepa que es Jesucristo, por la obediencia rendida a los Directores” (el subrayado es mío) que está muy reñida con la frase de la Santísima Virgen María que se cita a continuación “haced lo que El os diga” (Ioann, II, 5.) Nuestra Madre nos anima a seguir las palabras de Cristo, a cumplir en nuestra vida la doctrina de Cristo, pero no detalla el cómo. Incluso se puede estimar que nuestra Madre plantea la libertad de que cada uno hará lo que Dios quiera que haga, lo que a cada uno le diga el Espíritu Santo. Pero aquí se instrumentalizan las palabra de la Virgen –aún sin quererlo explícitamente- al colocarse al lado de esta “obediencia rendida a los directores”. Pero ni en la Escritura ni en la doctrina de Santo Tomás no aparece frase alguna en la que se señale que la palabra de Dios sea la palabra de los Directores. Pues ello equivaldría a una especie de sacralización de los mismos que ni siquiera Santo Tomás de Aquino acepta.

En el Catecismo de la Obra se afirma en el n. 215 que “su buen espíritu les mueve a tener la dirección espiritual con el Director o con la Directora local y con el sacerdote designado para atender cada centro”. Con lo cual ya se está condicionando a las personas ya que si no lo hacen es que no tienen “buen espíritu”. Ello se contradice paladinamente con el Decreto Perfectae Caritatis, punto 14, del Concilio Vaticano II donde específicamente se sostiene que los superiores han de dejar a sus súbditos “especialmente la debida libertad al cuanto al sacramento de la penitencia y dirección de conciencia”. Yo querría señalar que en la práctica yo mismo he podido confesar con diversos sacerdotes y no siempre con el del centro. Eso ha de quedar claro como punto para la Prelatura, pero en cuanto a la charla, tienes que hacerla con la persona que te designan, te entiendas con ella o no, lo cual sí que es o puede ser un verdadero holocausto y una tensión tremenda y permanente de nervios, sobre todo cuando la persona que te escucha tiene un carácter totalmente distinto al tuyo o se caracteriza por su espíritu estricto, radical e inquisitivo y poco simpático, lo cual no estimula el dialogo. Y el CIC en el canon 630, epígrafe 1 dice que “Los Superiores reconozcan a los miembros la debida libertad por lo que se refiere al sacramento de la penitencia y a la dirección espiritual sin prejuicio de la disciplina del instituto”. Y más adelante el canon 719 en su epígrafe 4 señala: “tengan con libertad la necesaria dirección de conciencia y busquen en sus propios Directores, si así lo desean, los consejos oportunos”. Yo subrayaría las expresiones “tengan con libertad” y “si así lo desean”. Luego es un grave abuso imponer a la persona un director y más aún negarle a una persona el derecho a un cambio de director. A esto se le llama –pura y simplemente- totalitarismo.

Un camino nuevo

Lo que Tomás de Aquino señala es que el subordinado debe estar sujeto a los superiores –leamos directores- en lo externo: “Los súbditos, en cambio, con respecto a sus superiores, no lo están en todo, sino en determinadas materias, y en éstas los superiores son intermedios entre Dios y sus súbditos. En las otras cosas, sin embargo, están sometidos inmediatamente a Dios, que los instruye por la ley natural o por la escrita”. Es decir, para Santo Tomás los Superiores, y, para nosotros, los miembros del Opus Dei, los Directores, son sólo intermediarios que tienen derecho a mandar en materias externas. O sea, horarios, planificación de actividades apostólicas, gestiones concretas que una persona puede hacer. Por supuesto, concordamos con San Josemaría en que esta unión y obediencia es necesaria y básica para cualquier actividad humana, y sobre todo, cuando está en juego el bien de las almas y el precepto de la caridad. Pero esa “obediencia rendida” es muy peligrosa si implica obedecer en actividades en los que no se guarda la confidencialidad debida, o se interviene en la orientación interior de las almas, proponiendo, por ejemplo, un compromiso vocacional a alguien que por su edad es inmaduro para asumirlos o entenderlos, o se realiza una presión de conciencia por orden de otros para “ayudarle a salir de un atasco espiritual”, como ocurre actualmente y le ocurrió de modo espeluznante a las numerarias que obedecieron a San Josemaría en el asunto de María del Carmen Tapia.

Creo que esta doctrina de Santo Tomás invalida el dar cuentas de conciencia y el obedecer ciegamente en materias de vida interior en las que solo el Espíritu Santo es Maestro y Rector, ya que según el Santo Doctor, el superior o director es intermedidario, nunca suplente de la Voluntad Divina. De hecho el Código de Derecho Canónico prohíbe paladinamente en el canon 630 epígrafe 5 a los superiores “inducir de cualquier modo a los miembros para les manifiesten su conciencia”. De este modo preguntas como “¿Qué te ha dicho el señor en la Oración? o “¿qué has visto en la Oración?” son ilegítimas, erróneas, abusivas y merecedoras de una respuesta desviatoria. Por otra parte si los directores tuvieran el monopolio de la Voluntad de Dios, una especie de don para transmitirnos íntegra esa Voluntad de Dios, ¿Qué falta haría hacer oración mental o hacer un curso de retiro? Porque la voluntad de Dios la sabríamos de modo seguro por los directores. Pero como nos consta que éstos se equivocan no pocas veces, entonces no se puede admitir esta infalibilidad directorial, que se acerca a lo blasfemo, porque supone divinizar a los directores.

Solo hay que obedecer la Voluntad de Dios expresada en los Mandamientos y los Mandamientos de la Santa Madre Iglesia, y lo que el Prelado en uso de su Potestad disponga y los mismo los Directores. Ellos tienen derecho a ser obedecidos en los asuntos de su potestad y en sus decisiones que no se contravengan con el Código de Derecho Canónico. Luego, la conversación que está establecida con ellos sobre asuntos espirituales, que podría constituir un medio estupendo de formación -si se guardara la confidencialidad debida y hubiera la compenetración que da la verdadera amistad, y si se concibiera como una ayuda desinteresada y un punto de referencia y de reflexión y ayuda personal- debe limitarse en todo caso, al fuero externo pues la intimidad ha de tratarse solo con Dios Nuestro Señor y en el Sacramento de la Confesión. Sus indicaciones, por tanto nunca tendrán más valor que el de un consejo o una indicación que procuraremos seguir si es Voluntad de Dios que la sigamos, cosa que podemos comprobar en la oración mental, - “los instruye por la ley natural o por la escrita”, dice Sto Tomás- y sobre todo si es razonable y justa. Es más, la obediencia en materias ilícitas puede ser pecado y cooperación al mal. Por ejemplo, colaborar en una operación de agresión sicológica a una persona como la sufrida por Tapia. Y esto sería el caso de obediencia ilícita señalado por el Aquinate.

Por tanto, los Directores han de ser obedecidos en materias externas, de organización, de régimen, de disciplina del centro o de las actividades apostólicas. Todo lo demás es una peligrosa penetración en un campo que les está vedado y en todo caso, su juicio no es ni sagrado ni de obediencia rendida, aunque qué duda cabe que el Espíritu Santo se puede servir de un Director de la Obra para abrirnos horizontes o mejorar o cambiar en un punto, pero le obedeceremos no a El, sino porque comprendemos en la Oración y en nuestro fuero interno que eso es justo, y concorde con la Voluntad de Dios en nuestras vidas.

Finalmente hay que ser coherente. Si se dice que se ama la libertad, hay que dejar al Espíritu Santo que actúe, que lleve a las personas, sin corregir, ni forzar de modo interesado a la persona a la que se asiste, sin meter al Espíritu Santo en nuestros canales y proyectos, sin hacerla juguete de nuestros modelos y nuestras irritaciones. Y esto hay que recordarlo ahora que estamos en tiempo pascual y cuando dentro de poco celebraremos Pentecostés, la gran fiesta de la efusión del Paráclito de Quien era tan devoto san Josemaría que en su periodo de sacerdote joven se proponía escuchar y secundar con todas sus fuerzas los consejos que el Espíritu Santo le daba, conjugándolo todo con la búsqueda del necesario consejo en la dirección espiritual del padre jesuita con quien confesaba.

Hay que hacer un acompañamiento espiritual respetuoso con la libertad y la intimidad de las personas, ejercitando una buena labor de Consejo, que no todos están capacitados para dar, por falta de formación, por falta de experiencia, y sobre todo, por falta de santidad que muchas veces huele a distancia y repele. Se trata de tener intimidad con el Espíritu Santo, y dejar que Él lleve a las almas por donde quiera. Esto genera mucho amor y respeto hacia los Directores y fomenta la unidad. El totalitarismo y la imposición terminan quemando a las personas, sobre todo a las que tienen una personalidad más fuerte. Sólo así se crea el auténtico amor fundamental para la vida de las pequeñas comunidades cristianas que son los centros de la Obra y los grupos de supernumerarios a ellos adscritos, en las que el Cardenal Ratzinguer tiene tanta esperanza (vid. El Camino pascual, BAC, Madrid, 2005) para el desarrollo de la iglesia. En cambio, cuando lo que impera es la imposición, la desconfianza, la presión espiritual, el lavado de cerebro, el inquirir lo que el Señor nos dice en la Oración, etc, de ahí solo puede venir la pérdida de confianza, y la ruptura vocacional final.



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