El espíritu sectario

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Por S.R., 21 de noviembre de 2003


El Espíritu

Es una realidad espiritual, por lo tanto, en cierto modo inasible al entendimiento y difícil de hacer evidente con palabras. Sin embargo, tiene mayor densidad ontológica, mayor calidad substancial, mayor concreción que las realidades de orden físico, psicológico o afectivo.

Como se asienta en el alma, afecta primero a lo que es de su mismo orden y a ello se debe que la primera cualidad notable de este espíritu sea la de ofuscar a los que inficiona. Esto, porque hay en el sujeto algún desprecio a la razón o algún defecto en ella por hábito.

Este espíritu sojuzga entonces con cierta facilidad a quienes comulgan con él, volviéndolos refractarios a toda inteligencia, razonamiento o argumento que requiera de las luces de la razón. Por esto es que debe comprenderse -y debe comprenderse bien- que no se lo pueda exorcizar con razonamientos allí donde hizo asiento.

Por otra parte, siendo como es una realidad espiritual, es preciso recordar que la libertad del sujeto juega aquí un papel determinante: pues el alma no es tomada si no se entrega voluntariamente.

En esa inteligencia, este escrito no está dirigido a quienes le hayan dado asa.

Espíritu sectario

El espíritu al que nos referimos tiene por nota distintiva crear, allí donde inficiona, una tendencia a confundir una determinada institución de la Iglesia Católica con la Iglesia Católica toda. La parte se constituye en el todo.

Por lo mismo, quien se ha entregado a él tiende a creer que en su grupo, clan, cofradía, asociación, movimiento, pía unión, comunidad, congregación, instituto, prelatura u orden religiosa se contienen todas las riquezas necesarias para la salvación. Convencido de ello, el sectario se obliga a despreciar lo que no considera "propio" de su agrupación, teniéndolo por contrario tan sólo por no someterse a reconocer la excelencia de lo "propio".

Espíritu farisaico

Para justificar esto, el espíritu sectario comienza por compararse con los demás, creyendo que su secta es inmaculada; que carece de defectos; que es impermeable al mal o que el mal necesariamente la mejora y nunca la perturba; que sus miembros tienen por especial providencia una particular protección del pecado y que están menos expuesto a las debilidades comunes a los demás mortales.

El orden de lo farisaico supone tanto la apropiación de lo religioso como la reducción de la virtud de religión al cumplimiento de lo preceptuado.

Por ello, dos actitudes sectarias aparecen como necesarias: la comparación de la secta con otras para descalificarlas y esta misma comparación establecida generalmente en términos morales, entendidos como el cumplimiento de lo preceptuado.

Este espíritu lenta y finamente trabaja a los miembros de la secta en su interioridad convenciéndolos de que son mejores (la nota plural del "nosotros" disfraza la intolerable altanería que connota esta convicción).

La prueba de que son mejores reside en que forman parte de la secta.

Espíritu divisonista

Por lógica consecuencia, todo aquel inficionado de este espíritu tiene señalada inclinación a dividir al resto de los hombres en estos precisos términos: por o contra su secta. Este espíritu divisionista y excluyente necesita trasladar los títulos universales de la Iglesia Católica ("extra Ecclesiam nulla salus") a su propio agrupamiento.

Por esta razón, en nombre de la "salud", el sectario no tiene inconveniente en introducir divisiones allí donde reine cualquier unión que no se integre precisamente en los modos y confines que la misma secta defina: toda otra unidad de hombres, sea institucional, amical, familiar o vecinal, debe ceder ante la convicción de los sectarios de que su agrupación representa una unión de hombres trascendente, superior y más fuerte que cualquier otra.

Espíritu usurpador

Por otra parte, el espíritu sectario y excluyente no sólo usurpa todos los roles de la Iglesia Católica sino que tiende a reemplazarlos con institutos propios: así, tendrá su propio régimen de gobierno con un "Santo Padre" a la cabeza; tendrá una casta sacerdotal que formará parte de su jerarquía conductora y magisterial; incluirá un sistema propio de canonizaciones, de devociones y estilos homologados por la autoridad; invocará sus propios usos y reglamentos para asegurar su eccentricidad y conciliará posiciones dentro de la secta sin consultar pareceres ajenos. Y cuando lo haga -al modo de la Iglesia, que lo hace legítimamente- dará por propia toda verdad o conducta que no se haya originado en su seno. Todo lo que diga ser bueno lo será, y todo lo que sea bueno será suyo.

A resultas de estos "concilios" y "decretos" de su máxima autoridad -que no siempre coincidirá con la estructura jerárquica oficial-, surgirán afirmaciones, tomas de posición e instrucciones de carácter marcadamente dogmático en materia prudencial.

La secta no puede sino sostener que quienes no pertenecen a ella no la entienden, precisamente porque están fuera de la secta.

Espíritu esclavizante

Es por esto que la secta no alberga en su seno sujetos de espíritu libre y sus miembros serán acostumbrados a abroquelarse en torno a determinadas "posiciones" ante temas de suyo discutibles pero que, por haber sido resueltos con anterioridad en un escalón más alto, no son ya pasibles de especulación, inteligencia o crítica ninguna.

Un férreo cultivo de la obediencia asegura a la secta su aparente consis-tencia frente a los ajenos y engendra en sus reclutas un espíritu de ciega adhesión personal a los jerarcas de la organización, sin posibilidad de examinar ninguna de sus determinaciones, conductas y mandatos.

Por esta razón, se advertirá fácilmente que aquellos que se formaron en tiempos y lugares donde no reinaba este espíritu conservan trazas de un talante menos pobre y más flexible que aquellos jóvenes esclavizados de buenas a primeras.

El tipo humano resultante será un "zombie" que puede en ocasiones volverse cruel, en tanto y en cuanto vaya despersonalizándose a fuerza de violentar su conciencia y la de los demás.

Espíritu estrecho

El voluntarismo consecuente, hará que aquel inficionado por este espíritu tienda a comportarse con obtusa univocidad frente a los misterios más profundos de la Religión: se apresurará a sacar conclusiones cuando considere los acontecimientos humanos, la acción de la Gracia, de la Providencia o los designios de Dios; con característica impaciencia, lo interpretará todo unívocamente, sin margen de duda alguna y con audaces dogmatismos.

Consecuentemente, orquestará las voluntades con singular desparpajo en la convicción de que responden a la iluminada interpretación de la Voluntad de Dios, que considera propia. Y así, no puede aceptar negativas y discernimientos, porque significan negarse a cumplir la Voluntad de Dios que se expresa por sus dichos y sus hechos.

Acompaña esta estrechez un fuerte clericalismo, entendido en términos de una desordenada estima del clérigo en cuanto tal y, consecuentemente, un inocultable desdén hacia el matrimonio. Esto resulta así en razón de que el núcleo sectario lo conforman quienes no tienen otra dedicación personal sino la que le ofrecen por entero a la propia agrupación. Si el miembro no es religioso o consagrado, su pertenencia y misión se entiende como la de sostener y fortalecer -con los medios a su alcance- al núcleo consagrado, que es el verdaderamente valioso.

Frecuentemente el sectario no podrá sino descubrir que la verdadera Voluntad de Dios es que ingresen más reclutas a la secta.

Espíritu idolátrico

Este espíritu ofrece protección, refugio y falsas seguridades que no le han sido prometidas a la Iglesia. El espíritu sectario suele anclarse allí donde encuentra cristianos para los cuales la sola pertenencia a la Iglesia no es garantía ni consuelo bastante ante las adversidades de la vida: en ellos la virtud de la Esperanza se desdibuja y comienza a transformarse en un desordenado afán de signos de predestinación.

Aquí aparece el profeta, jefe de la secta. De a poco, el profeta resolverá todas las dudas, todas las cuestiones, todos las inquietudes y se constituirá en insustituible guía para sus seguidores, instalándose en el lugar de su conciencia.

El sectario se siente seguro y amparado por una organización y un profeta que le resuelve todas sus inquietudes al suprimirlas. Así, al eliminar toda inseguridad, toda sensación de desamparo, toda inquietud, toda búsqueda del Dios Vivo y Verdadero, la imagen de Dios que se formará en los sectarios será inevitablemente uniforme, segura, propicia para quienes integren la agrupación, idéntica, inmutable y, a la larga, inerte: el Dios de los sectarios se irá despersonalizando, invirtiendo así el camino de la Revelación.

Aun así, siempre se encontrará en las sectas esa típica y sistemática alegría estrechamente vinculada a la enorme felicidad de sus miembros que se creen salvados por pertenecer, por permanecer y por estar consagrados a la secta.


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