Declarar la quiebra

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Por E.B.E., 25.01.2010


El Opus Dei es producto de una clara cultura del ocultamiento: algo que se desarrolla de manera subterránea (Obra) y un día emerge por sorpresa (Prelatura). Parece una institución que hubiera nacido de la Guerra Fría, donde lo que dominaba era el secreto, la doble identidad, el espionaje y un espíritu de cruzada contra el Mal.

Ha pasado ese tiempo tan particular, y tal vez muchos no lo recuerden. Pero la Guerra Fría me parece el contexto histórico que más se adapta al modo de funcionamiento del Opus Dei y a muchas de sus características. Dos Superpotencias enfrentadas: el Opus Dei (cuya misión era la Redención del mundo) y el Mal (en el marxismo, dentro de la Iglesia misma con su crisis interna a punto de perder todo rumbo -el Opus Dei estaba llamado a salvar a la Iglesia también-, etc.). Las cartas denominadas "Campanadas" escritas por el fundador y publicadas en esta web -así como tantos otros documentos de la época- son un testimonio histórico de ese contexto. El tono era apocalíptico y de una extrema gravedad, igual que si se tratara de bombas atómicas a punto de estallar y acabar con el mundo en cualquier momento: parecía una Crisis de los misiles permanente. En otro momento, Escrivá hablaba de las "tres manchas" -roja, verde y negra- con las que sintetizaba la expansión del Mal en el mundo...

Dentro del Opus Dei, en cambio, la cosa era distinta: un remanso de paz. Una Barca segura (no como la de la Iglesia). Pero esto era debido a que no se había "permitido la entrada" del Mal, gracias a las medidas excepcionales tomadas por su fundador. Fuera del Opus Dei, la ley de la selva y la perdición.

Este contexto explicaba y justificaba todo un "estado de excepción" interno, mediante el cual se implementaban muchas directivas que hubieran sido resistidas en otro momento: por ejemplo la limitación de las "libertades laicales" en beneficio de la obediencia y "la salvación". La supremacía de la Obediencia por encima de cualquier otro criterio, incluso de la libertad y la secularidad.

En teoría la vocación era de una manera, pero por conveniencia había que vivirla de otra. Así se terminaba viviendo como religiosos y no como laicos. Estado de excepción que se volvió permanente hasta el punto de no percibir las diferencias enormes entre un laico y un agregado o numerario.

Terminada la Guerra Fría, se perdió también el miedo y la idea de misión trascendental. Sin ese estado de excepción, el Opus Dei perdió fuerzas y sentido. Surgió el materialismo, la tecnología fue rompiendo las barreras, mediante la descentralización de actividades placenteras como escuchar música, ver películas, comunicarse y personalizar muchas de las opciones que anteriormente estaban concentradas en un lugar (teléfono fijo, notebooks, etc.). Este proceso de descentralización se volvió una amenaza y un relajamiento de la disciplina interna (cosa que no hubiera sucedido si la laicidad se hubiera garantizado desde un inicio). La secularidad reprimida comenzaba a abrirse paso tímidamente por las grietas de una disciplina sin el sólido fundamento de tiempos pasados.

Ahora bien, todo ese estado de excepción, disciplina, orden y obediencia ¿qué objetivo tenía? Lograr un crecimiento extraordinario del Opus Dei en el menor tiempo posible: todo lo demás eran excusas para lograr la presión interna necesaria para motivar.

Pero junto a ese orden interno riguroso, el Opus Dei necesitaba su complemento externo, que iba en sentido completamente opuesto.




A su vez, los años ochenta son protagonistas del "laissez-faire", de una cultura del "dejar hacer" sin muchos controles (Reagan, Thatcher). En la Iglesia pareciera haberse fomentado la iniciativa privada y dado impulso a "los movimientos" (desde el Concilio y especialmente con Juan Pablo II), de una manera parecida, confiando en que esa libertad que otorgaba no sería traicionada sino usada responsablemente. Pienso que aquél contexto de Guerra Fría ayudó a que Juan Pablo II concediera esas libertades de acción otorgadas a los movimientos -cual guerra de guerrillas-, sobre todo si mostraban iniciativa y alta eficacia (como el Opus Dei, que sin duda -en lo que quería- era eficaz). El riesgo era la autonomía que podían adjudicarse dichos movimientos, sin dar cuentas de nada. Como le sucedió a EE.UU., que le dio armas a quienes luego se volvieron enemigos.

Muchas veces ese dejar hacer sin controles termina en abusos y bancarrotas: en fraudes monumentales, como recientemente han sido Enron, Lehman Brothers, Madoff, etc. Y en esto, ni Escrivá ni el Opus Dei pertenecen a una escuela diferente.

¿Quien controló al Opus Dei en su camino hacia el ascenso institucional? La única forma en que el Opus Dei fue posible es en un contexto de "desregulación" y ausencia de controles, fuera de lo común. A su vez, los defraudadores siempre han sido grandes vendedores de sueños y saben cómo engañar y aprovechar las oportunidades que se les presentan.

En este sentido, es sorprendente la similitud entre la crisis desatada en 2008 y el Opus Dei. Una de las causas principales de la crisis económica actual han sido las "sub-prime Mortgages": el otorgar compulsivamente créditos hipotecarios a candidatos que no podían afrontar el pago del préstamo: los convencían para que aceptaran esos créditos (díganoslo así, les decían que "tenían vocación"). El Opus Dei ha otorgado la vocación al celibato de manera compulsiva a personas que no podían afrontar esa vocación (ni tampoco la religioso-conventual propia del agregado o numerario). El Opus Dei necesitaba expandirse, y por ello, vocaciones a granel. Sin importar en las consecuencias a largo plazo.

Este es uno de los errores e insensateces incomprensibles. ¿Cómo pensaron que saldrían ilesos los responsables del Opus Dei? Como dijo Madoff en algún momento, estaba sorprendido de que no lo hubiera descubierto antes. Y el Opus Dei probablemente pensaba lo mismo: no hay fecha de vencimiento para seguir procediendo de la misma manera: "no nos van a descubrir".

¿Por qué actúa el Opus Dei de esta manera? Para financiarse.

Los usureros siempre proceden así: su ganancia está en implantar deuda en los demás, de tal manera que se cree un vínculo de dependencia entre ellos y sus deudores. La Culpa que muchos sienten dentro del Opus Dei tiene este origen, normalmente. La vocación al Opus Dei, más que ser un "título honorífico", es una deuda que se contrae con el Opus Dei -en nombre de Dios, nada menos-, y a partir de este vínculo perverso las personas -salvo excepciones- comienzan a ser sometidas a un proceso de exigencia -de "entrega", justamente- hasta terminar exprimidas como un limón, usando las palabras de Escrivá (por eso más tarde, muchos miembros comienzan a vivir de "la trampa", es decir, evitando las cargas impuesta por el Opus Dei y que las sienten como tales).

No es extraño, entonces, lo que sucede en innumerables experiencias: cuando ya no "rinden más", las personas se vuelven una carga para el Opus Dei y éste encuentra la manera de eliminarlas (que se vayan por "voluntad propia" -en realidad, por desgaste o quiebre personal- es la mejor solución para la prelatura, así no queda evidencia de un proceso explicito de eliminación). En última instancia, si fuera necesario, crea un expediente de expulsión adecuado para que la historia cierre a favor del Opus Dei (pero es un recurso que no puede multiplicar en exceso porque se le volvería en contra: una institución que vive expulsando gente no habla muy bien de ella). Por eso prefiere que la gente se vaya "voluntariamente" -por desgaste- y mediante una carta elogiosa solicitando la dispensa.

La institución que predica la santificación mediante el trabajo, vive sin embargo de la usura. Curiosa coartada.




El Opus Dei está montado sobre una "burbuja vocacional", que va explotando de a poco, individualmente. Pero en un momento va desmoronarse como institución. La Iglesia, como un Banco Central, los podría dejar caer ya mismo declarando la nulidad del valor moral del Opus Dei, declarando su bancarrota. No creo que lo haga, porque entre otras cosas hay aún muchas personas que "tienen sus ahorros morales" puestos en el Opus Dei y no desea la Iglesia acelerar el daño.

El Opus Dei otorga la vocación pero si luego "no se la puede afrontar" o no se la puede mantener y el candidato quiebra, al Opus Dei no le importa nada. Por eso no ayuda a nadie a salir, entre otras cosas porque "no es negocio", no forma parte del plan (a lo sumo condona la deuda mediante la dispensa, pero la culpa la mantiene con la maldición del rejalgar).

Financieramente, el negocio es "quitar" y no "devolver". Por eso elude las cargas sociales siempre que puede y mantiene gran parte de su economía en negro (con asociaciones civiles).

Quienes otorgaban esas hipotecas subprime sabían que muchísimos iban a quebrar, y no les importaba nada. Al Opus Dei tampoco le importa el destino de quienes salen de la institución luego de un intenso proceso de desgaste.

Si el Opus Dei ayudara a quienes lo abandonan, quebraría (no daría abasto). Por eso, en alguna medida, blanquear la situación actual del Opus Dei es declarar su quiebra. Al menos las instituciones que no puedan financiarse moralmente de manera genuina, deberían quebrar.

Como sucede tantas veces, mientras el éxito y la expansión están en alza es muy difícil que las criticas sean oídas: es muy difícil criticar el éxito mientras está sucediendo, porque este se impone por sí mismo. Pero una vez que comienza el declive -que la gente empieza a irse o las quiebras personales se multiplican- la mirada crítica se puede hacer oír con más facilidad.

Hay una ley fundamental en todo fraude: cuanto más elaborado, mayores son los réditos, y en definitiva, "que todo parezca real". En el caso del Opus Dei era "que todo parezca sobrenatural".




Con Benedicto XVI parece haber comenzado otra época: la de "dar cuentas" de la administración de esa libertad otorgada. ¿Será este el contenido de las audiencias?

El Opus Dei, como así otros fenómenos culturales, parece haber sido producto de un contexto histórico determinado. Desaparecido el contexto, el Opus Dei dejará de ser para siempre lo que en un momento dado logró ser.

En medio de todo esto, la canonización de Escrivá seguirá siendo un problema a resolver, porque lejos de "ser pasado" es una "presencia inquietante" dentro de la Iglesia, producto de un proceso de defraudación del cual no tenemos aun "cifras" estimables.

Lo más preocupantes, además, es que -al igual que gran parte del crecimiento institucional- existen altísimas probabilidades de que haya sido también producto de una época de "laissez-faire": de haber dejado en manos del Opus Dei la elaboración exclusiva del proceso de canonización sin los debidos controles externos (el mismo Opus Dei haría los controles y los presentaría en bandeja de plata para "ahorrarles trabajo" a los supervisores, quienes los aprobarían sin ninguna objeción formal, y así además acelerar los tiempos). En este sentido, es notable la objeción presentada por Mons. De Magistris sobre el poco tiempo que se le dio para examinar los documentos del proceso: estaba claro que el control riguroso no era lo prioritario. Ha de notarse que De Magistris estuvo al frente de la Penitenciaría Apostólica entre 2001 y 2003.

Seguramente ha sido un "proceso formalmente perfecto" (al cuidado de las formas apunta siempre el Opus Dei), pero basado en premisas falsas o al menos altamente cuestionables.

Elementos existen, empezando por el extraordinario hecho de haber sido el confesor de Escrivá la principal fuente testimonial de dicho proceso, como dice De Magistris. O bien la canonización de Escrivá pasará al olvido del mismo modo que su organización, o bien en algún momento deberá ser examinada rigurosamente, así como lo está siendo la vida del fundador de los Legionarios.



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