Cómo se las gasta el Opus Dei con los que discrepan

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Por Crespillo, 26 de marzo de 2007


Este modesto relato trata sobre un amigo. Sí, ya se que dentro no se pueden tener amigos, pero me consta que él tenía y tiene multitud de ellos que ahora, tras su marcha, van a echarle mucho de menos. Hace unos años tuve oportunidad de abrirme a él y expresarle mis dudas crecientes ante diversos aspectos fundamentales de la institución. Yo, dado su cargo de entonces, esperaba nuevas explicaciones y razonamientos para convencerme de que todo aquello que yo veía no era cierto en realidad sino que era yo quien estaba equivocado en mis apreciaciones, tal y como me había sucedido en anteriores ocasiones en las que había contado las mismas cosas a quien llevaba mi charla.

Pero esa vez no sucedió así. Después de escucharme durante un largo rato me dio la razón en todo y me dijo que esta institución estaba actuando en muchos aspectos de forma herética, me habló del horror que supone la manipulación de las conciencias en el OD y del uso torticero e ilegítimo que se hace de la dirección espiritual para gobernar la institución. Desde entonces hemos hablado en múltiples ocasiones, hemos compartido frustraciones y hemos cambiado impresiones sobre la posibilidad de que alguna vez se produjera algún cambio o alguna intervención de la Santa Sede para frenar tanto desvarío. Hemos comentado mil veces lo triste que resulta el engaño al que se somete a tanta gente que siente de veras una vocación para vivir el cristianismo en medio del mundo y que luego se encuentran con una forma de vida seudo-monacal llena de limitaciones y restricciones que llegan al absurdo y que en realidad los convierte en personas muy distintas a los cristianos corrientes.

Como mi amigo es una persona de recta conciencia y amante de la libertad individual, no podía dejar de traslucir en los medios de formación que impartía, así como en la dirección espiritual personal, estos aspectos y otros muchos que chocaban frontalmente con lo que habitualmente se nos dice por parte de la Prelatura. Realmente oírle hablar era como un soplo de aire fresco en un ambiente en el que todo suena a rancio, trasnochado, obsoleto y poco creíble. Por eso sus palabras al inicio causaban cierto desconcierto, pero hacían pensar a la gente y a muchos se les abría la mente y empezaban a ver las cosas de otra forma, más allá de las consignas y criterios mil veces repetidos sobre los mismos temas de siempre.

Una vez le pregunté que si la Obra estaba pensada para ayudar a la gente a hacerse santa, cómo era posible que nunca se hablara en los medio de formación sobre los pobres y la atención debida a los más necesitados, siendo como es, un tema medular en la predicación de la Iglesia y del mismo Jesucristo, además de condición sine qua non para poder alcanzar la salvación. No supo que responderme y únicamente me dijo que él cada vez hablaba más de estos temas. Siempre concluíamos que toda la formación que se impartía en la Obra estaba muy impregnada de la especial personalidad de su fundador que no supo o no pudo llevar a la práctica las luces que pudo recibir sobre la santidad en medio del mundo, creando en realidad una institución cuya forma de actuación puede considerarse en muchos aspectos al margen de la doctrina de la Iglesia.

Ni que decir tiene que esta forma de actuar le trajo a mi amigo no pocos problemas con los directores, que se encargaron de hacerle la vida imposible para lograr que se fuera de la Obra. Durante varios años ha soportado un montón de desprecios, ha sido progresivamente marginado de los cargos de dirección y de cualquier puesto de responsabilidad y se le ha negado la posibilidad de impartir medios de formación. Ha sido llamado al orden en múltiples ocasiones, insinuándole en varias de ellas que lo mejor era que abandonara la Obra si no estaba de acuerdo con ella, olvidando sus más de treinta años de entrega a la misma.

Me consta que en algún momento abrigó la esperanza de que las cosas cambiarían alguna vez, de que la Iglesia se daría cuenta de lo que sucede dentro de la Obra y de que tarde o temprano se produciría alguna intervención por parte de la jerarquía que acabara con los abusos y las costumbres que desdicen de una institución católica. Quiso continuar dentro todo el tiempo posible por si ese cambio llegaba, pero al final no ha podido ser. Para él ha sido imposible soportar la presión a la que constantemente era sometido y el ostracismo al que se veía obligado a vivir y que le impedía en la práctica realizar la labor de almas a la que se siente llamado. Por todo ello ha abandonado el Opus Dei y ha comenzado una nueva vida en libertad, lejos de las ataduras que le imponían aquellos que ni de lejos entienden ni entenderán lo que significa esa palabra. Sé que no le van a faltar dificultades ni problemas en la vida que ahora comienza, pero también sé que se sentirá feliz e inundado de un inmenso gozo, pues para alguien de su sensibilidad espiritual la vida dentro debió convertirse en un auténtico calvario.

Para mí y para muchos ha sido un golpe tremendo. Cuando veo cómo se deja marchar gente tan valiosa únicamente porque son capaces de pensar por sí mismos y de poner en evidencia aquello que va mal y que hay que cambiar, me doy cuenta de que el invento está tocado de muerte. Es cierto que se van yendo los mejores, aquellos que con su inteligencia y su valía personal podrían hacer mucho por reconducir las cosas y darle una oportunidad de futuro a esta institución. Sin embargo a éstos o se les expulsa abiertamente o se les hace la vida imposible hasta que se ven obligados a abandonarla aunque sólo sea por higiene mental. Los que van quedando son los más fundamentalistas, incapaces de pensar por sí mismos y por lo general de una mediocre talla intelectual, o bien aquellos que ya no ven oportunidades fuera de la Obra y optan por seguir en ella hasta el final de sus días haciendo caso omiso de lo que ven y de lo que oyen y tragando con lo que haya que tragar.

Desde aquí quiero mandarle un fuerte abrazo a mi amigo. Somos muchos los que de alguna forma nos sentimos huérfanos con su marcha, y aunque sabemos que podemos seguir contando con su apoyo, parece como si hubiera dejado un vacío que ya nadie podrá llenar. Él sabe que siempre contará con mi ayuda cuando la necesite y que seguiremos estando en contacto. Pronto, cuando las circunstancias así lo aconsejen, seguiré sus pasos y estoy seguro de que entonces lo podremos celebrar por todo lo alto y nos reiremos de muchas cosas que en otros momentos casi nos hacen llorar.



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