Instrucción sobre el modo de hacer proselitismo, 1934

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Autor: Josemaría Escrivá, 1 - IV – 1934

[Notas de Alvaro del Portillo]

Comentario: Las instrucciones del fundador del Opus Dei


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y de Santa María

Sicut ignis qui comburit silvam: et sicut flamma comburens montes. Como fuego que hace arder el bosque: y como llama que enciende los montes. (Ps. LXXXII, 15)


1. Carísimos: Jesús nos urge. Quiere que se le alce de nuevo, no en la Cruz, sino en la gloria de todas las actividades humanas, para atraer a sí todas las cosas (Ioann. XII, 32).[1]

2. Es preciso que la Obra de Dios se extienda por todas las partes, afirmando el reinado de Jesucristo para siempre: —et fui tecum in omnibus ubicumque ambulasti [2] firmans regnum tuum in aeternum.

3. Mas, para cumplir esta Voluntad de nuestro Rey Cristo, es menester que tengáis mucha vida interior: que seáis almas de Eucaristía, ¡viriles!, almas de oración.[3] Porque sólo así vibraréis con la vibración que el espíritu de la Obra exige, haciendo que se repita muchas veces, por quienes os tratan en el ejercicio de vuestras profesiones y en vuestra actuación social,[4]aquel comentario de Cleofás y de su compañero en Emaús: nonne cor nostrum ardens erat in nobis, dum loqueretur in via?; ¿acaso nuestro corazón no ardía en nosotros, cuando nos hablaba en el camino? (Luc. XXIV, 32).

4. En el camino de nuestra vida, ¡cuántos corazones de compañeros vuestros podéis hacer arder!

5. ¿No os da pena contemplar a esa juventud, que bulle en medio del mundo, buscando inútilmente un ideal? — Gritadles: ¡locos!, dejad esas cosas pequeñas, que achican el corazón... y muchas veces lo envilecen... dejad eso y venid con nosotros tras el Amor! [5]

6. Y este grito, señal cierta de que tenéis un celo verdadero, es también la manifestación del proselitismo que todos sentimos —lo he visto, y lo he agradecido al Señor en mi oración—, proselitismo, que es preciso encauzar, haciéndoos, por escrito y en general, las consideraciones que a cada uno en particular vengo haciendo de palabra.

7. Para pegar vuestra locura a otros apóstoles, no se me ocultan los obstáculos que encontraréis. Algunos podrán parecer insuperables.... mas inter medium montium pertransibunt aquae:[6] y el espíritu sobrenatural de la Obra y el ímpetu de vuestro celo pasarán a través de los montes, y venceréis esos obstáculos.[7]

8. Si trabajáramos a las órdenes de un rey de la tierra, si tratáramos de conseguir soldados que se alistaran bajo las banderas de un famoso general, sería justo que pensáramos en medios humanos —nuestra simpatía, nuestra ciencia, nuestro valer, nuestro prestigio—, para aumentar el número de servidores o combatientes de aquel rey o de aquel general. Y justo sería también aprovecharnos ante el general y ante el rey de la simpatía que ellos nos tuvieran y de nuestro prestigio, para que admitieran a su lado a las gentes que hubiéramos atraído.

9. Vosotros y yo trabajamos efectivamente a las órdenes de un Rey —Jesucristo—, y tratamos de conseguir soldados que se alisten en el ejército de nuestro Dios.

10. Preciso es, por tanto, que empleemos medios divinos,[8] y que tratemos con nuestro Rey en cada caso todo lo que se refiera al alistamiento de nuevos apóstoles en su milicia.

11. De aquí que ha sido costumbre invariable entre los nuestros:[9]

1) No hablar de la Obra a persona alguna, sin considerar el asunto despacio en la oración,[10] y sin pedir a otros de Casa —y aun a gentes que nada saben, ni sabrán de la Obra de Dios [11]— que rueguen al Señor por una intención particular.

12. 2) Del mismo modo, aquél de los nuestros que se ha propuesto una nueva vocación, hace mortificaciones extraordinarias, y las pide a otras almas, convencido de que él de suyo nada puede, si no consigue, con oración y sacrificios, gracia abundante del Cielo. [12]

13. 3) Habéis de procurar ganaros al Angel Custodio de aquél, a quien queráis atraer, porque el Angel Custodio es siempre un gran cómplice. — Conozco casos verdaderamente hermosos. [13]

14. Normas de prudencia humana:

1) Una pregunta es preciso que hagáis antes de comenzar vuestra labor de proselitismo. Y esta pregunta tendrá por objeto saber si aquella alma, que buscáis, ha hecho algún compromiso espiritual en otra organización de celo. En caso afirmativo, dejadla y consultad a vuestros sacerdotes.[14]

15. Para llegar a esa confidencia, viendo que el alma de que tratamos responde a las llamadas de vuestra conversación encendida en el fuego de la gloria de Dios, os bastará presentarle como algo posible, como una hipótesis, la necesidad del apostolado que nosotros vivimos.[15]

16. 2) Luego, si seguís adelante, es imprescindible también en todos los casos comprometer, a la persona a quien habléis, a guardar una cierta discreción acerca de todo lo que se refiera a vuestra conversación confidencial.[16]

17. 3) No olvidéis indicar a esa alma bien dispuesta, que quien venga a la Obra de Dios ha de estar persuadido de que viene a someterse, a anonadarse: no a imponer su criterio personal. En una palabra: que ha de decidirse a hacerse santo.[17]

18. 4) No tratéis ¡nunca! de captar un grupo. Las vocaciones han de venir una a una, deshaciendo —en su caso— aquel grupito con prudencia de serpiente..., si Dios lo quiere.[18]

No hacerlo así, comer mucho de una vez, produciría una indigestión que hay que evitar.[19]

19. 5) Finalmente, no os dejéis arrastrar por simpatías humanas. Tened siempre espíritu sobrenatural: cuando os fijéis en los que os rodean, no veáis hombres, ¡ved almas! [20]

20. Y ahora quiero recordaros, hijos míos, algunos caracteres peculiares de nuestra vocación:

1) Nuestra entrega a Dios no es un estado de ánimo, una situación de paso, sino que es —en la intimidad de la conciencia de cada uno— un estado definitivo para buscar la perfección en medio del mundo.[21]

21. 2) Queremos vivir, vivimos, la vida de los primeros cristianos,[22] llevando además la sal y la luz de los que tratan de practicar, con las virtudes propias de sus circunstancias personales, también las que exigen los consejos evangélicos.[23]

22. 3) En la Obra de Dios, como vivimos el Santo Evangelio, los nuestros primero serán apóstoles: después, algunos, sacerdotes. El sacerdocio es el coronamiento de toda una vida de apostolado. Este es el camino que siguió Jesús con los primeros doce.[24]

23. 4) No sacamos a nadie de su sitio.[25] Cada uno de vosotros continúa en el lugar y en la posición social que en el mundo le corresponde. Y, desde allí, sin la locura de cambiar de ambiente, ¡a cuántos daréis luz y energía!..., sin perder vuestra energía y vuestra luz: por la fe y por la gracia de Jesucristo, in qua stamus et gloriamur in spe gloriae filiorum Dei, en la que nos sentimos firmes esperando la gloria de los hijos de Dios (Rom. V, 2).[26]

24. 5) Vais a hacer vuestro apostolado desde los cargos más modestos hasta los más importantes de la sociedad, muchas veces con dinero del Estado y en edificios del Estado.[27]

25. 6) Es verdad que os obligáis a permanecer indiferentes con respecto a vuestras familias, cual si ingresarais en una congregación religiosa.[28]

26. Pero tenéis obligación de ayudar sin cicaterías económicamente a vuestros padres, siempre que lo necesiten. Y aspiración de la Obra es preocuparse de los padres de nuestros hermanos difuntos, como si éstos vivieran.[29]

27. 7) La perseverancia en la Obra de Dios nunca podrá ser ocasionada por las preocupaciones de sentirse inadaptados, al abandonar la vocación, para emprender las actividades del mundo, puesto que —ya se dijo— no os sacamos de él.[30]

28. De ahí la facilidad para salir de la Obra sin violencias. Estoy seguro de que esta misma facilidad será un motivo más para perseverar.[31]

29. ¿Y este modo de vivir almas consagradas[32] en el mundo, no es una hipocresía? El Santo Evangelio y los soberanos Pontífices van a darnos la respuesta.

30. Es el capítulo VII del Evangelio de San Juan: lo mismo que las sociedades modernas a los religiosos (otros Cristos), el mundo odiaba a Jesús —me autem odit: quia ego testimonium perhibeo de illo, quod opera eius mala sunt; a mí me odia, porque doy testimonio con mis obras de que las obras del mundo son malas.

31. Y, sabiendo Nuestro Señor que iudaei quaerebant eum, que los judíos le buscaban, fue con sus discípulos a la fiesta non manifeste, sed quasi in occulto; no manifiestamente, sino ocultamente (Ioann. VII, 10). Parece este pasaje tan de ahora (todo el Santo Evangelio será siempre actual), que no falta ni el murmur multum in turba, gran murmullo entre la gente...[33] Quidam enim dicebant: quia bonus est. 'Alii autem dicebant: non, sed seducit turbas. Porque los unos decían: es bueno. Y los otros: no, sino que engaña a las gentes (Ioann. VII, 12).

32. Ni falta tampoco, lo mismo que hoy, la cobardía colectiva: nemo tamen palam loquebatur de illo, propter metum iudaeorum. Pero ninguno hablaba abiertamente de él, por miedo a los judíos (Ioann. VII, 13).

33. ¡Todavía los hombres persiguen a Cristo! — Vayamos al mundo como El: quasi in occulto..., y ¡qué admirable fruto dará nuestro apostolado![34]

34. ¿Qué dice el Papa de este modo de trabajar? La respuesta es el número considerable de institutos aprobados por la Iglesia, que tienen una apariencia externa semejante.[35]

35. Quizá nos dirán, recordando aquel otro pasaje del Santo Evangelio: ¿acaso la Obra de Dios no parece que lleva el apostolado a la casa de contratación?

36. Entre las objeciones que puedan ponernos, ésta es una de las que redundan en más gloria de nuestro modo de actuar. Deo omnis gloria!, ¡para Dios toda la gloria! [36]

37. Efectivamente: convertimos en templo la calle. Diré, si me lo permitís, cambiando los términos de una frase vulgar muy española, que damos liebre por gato. ¿Y cómo no ha de agradar a Nuestro Señor esta manera de proceder, si lo que El condenó fue precisamente lo contrario?: domus mea domus orationis vocabitur: vos autem fecistis illam speluncam latronum; mi casa es casa de oración: vosotros la habéis convertido en cueva de ladrones (Matth. XXI, 13).[37]

38. La incomprensión —ya que pretenden considerarnos como religiosos— es otra dificultad, y no pequeña, para el proselitismo: por nuestra forma especial de ser y por la peculiar manera de plantear la Obra, acomodándonos a la lucha y al apostolado que hemos de desarrollar, como se acomodaron los clérigos regulares a sus apostolados, saliéndose de lo que era norma común hasta entonces en todas las religiones: el hábito y el coro.[38]

39. Ante este nuevo modo de vivir la perfección cristiana en el mundo,[39] quizá tengamos que oír aquel quare discipuli tui transgrediuntur traditionem seniorum?, ¿por qué tus discípulos faltan a las tradiciones de los antiguos?, que registra San Mateo (XV, 2).

40. Y es posible que les responda el Maestro, defendiendo su Obra: ¡Hipócritas!, bien profetizó de vosotros Isaías, diciendo: este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí (Matth. XV, 7 y 8).[40]

41. Nunca, por tanto, extremaremos bastante la discreción.[41] No pongáis fácilmente de manifiesto la intimidad de vuestro apostolado, y aconsejad a los nuevos que callen: porque su ideal es como una lucecica recién encendida..., y puede bastar un soplo para apagarla en su corazón.[42]

42. Aquí no quiero dejar de recordar un hecho de los principios de mi actuación proselitista: traté de ganar para la Obra a cierto amigo mío. Como mi posición del todo desproporcionada —un sacerdote escondido, que es nadie y nada tiene— choca, se permitió calificarme de estrafalario. Entonces vinieron a mi pensamiento aquellas palabras: quia musto pleni sunt isti, porque éstos están llenos de mosto (Act. II, 13), que decían los que eran incapaces de entender a los apóstoles llenos del Espíritu Santo...

43. Como los apóstoles, nosotros estamos omnes pariter in eodem loco, todos unánimes en un mismo lugar (Act. II, 1), perseverando en la oración, en el sacrificio y en el trabajo, seguros de que pronto llegará la Pentecostés de la Obra de Dios..., y el mundo entero oirá en todas sus lenguas las aclamaciones delirantes de los guerreros del Gran Rey: regnare Christum volumus! ¡queremos que reine![43]

44. Los años. Cuando pasan de los veinticinco años, ordinariamente los hombres que valen algo se han señalado un camino: y, o cumplieron su programa —y entonces se creen triunfadores, siendo inútil hablarles de ideales que no estén metidos en su plan egoísta— o, si no lo cumplieron, tienen el convencimiento de que son unos fracasados, unos vencidos; y se acomodan, se resignan a pertenecer al montón de su clase social o profesional, viniendo a ser un verdadero milagro el hacerlos reaccionar para poner en su espíritu la ilusión de formarse como caudillos.[44]

45. No digo que no podamos encontrar vocaciones entre gente hecha, pero sí, que es cosa difícil.[45]

46. El joven que pregunta demasiado. Es un tipo que desconcierta. No se sabe si pregunta por la ilusión de vibrar ante una idea divina, o si pregunta llevado de una curiosidad poco varonil y quizá frívola.

47. ¡Cuántas veces os sentiréis tentados a contestarle con una respuesta natural y destemplada! — Tened paciencia, acordaos del espíritu que nos anima, y así daréis siempre contestaciones sobrenaturales, llenas de mansedumbre y de acierto.

48. En el capítulo XIX de San Mateo, versículos del 16 al 26, ved al joven preguntón. — Una pregunta, otra, y una tercera: quid adhuc mihi deest?, ¿qué me falta aún? Y, ante la respuesta generosa de Cristo: si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo: y ven, sígueme, abiit tristis — se fue triste.' 49 Con frecuencia veréis a jóvenes, preguntando con aparente generosidad, que al tocar la realidad del sacrificio..., ¡se van tristes! — Dejadlos, y no olvidéis vosotros que cualquiera que abandonare su casa, o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o mujer, o hijos, o tierras por el nombre de Cristo, recibirá ciento por uno y poseerá la vida eterna (Matth. XIX, 29).[46]

50. Las grandes cabezas. Son hombres serios, muchachos verdaderamente estudiosos, que quieren resolver con matemáticas los trabajos de apostolado.

51. Escuchan, meditan, se toman tiempo, y, al fin acabarán por preguntaros: pero... ¿y los medios?

52. No deis más contestación que ésta: los medios son los mismos de Pedro y de Pablo..., los de Domingo y Francisco..., los de Ignacio y Javier: el Crucifijo y el Evangelio. — Si después de eso no vienen, es que no hacen falta.[47]

53. Los que tienen la cabeza grande, hinchada por la vanidad: de éstos casi ninguno lleva nada dentro..., aunque a veces, antes de ser cabezas grandes, han sido grandes cabezas.[48] — No sirven.[49]

54. Encontraréis también corazones, que apenas se explica que sean de carne, capaces de todas las grandes locuras, muy dispuestos a entender y seguir el ideal. — Trabajadlos.[50]

55. No perdáis el tiempo con aquellos jóvenes-viejos, que no son más que estómago: van a su provecho personal. — Despreciables.[51] Ni con aquellos otros que podríamos simbolizar por una lengua, suelta y larga: frívolos y femeniles.[52] Ni con los pobres que son un hígado enfermo: losas de plomo, aguafiestas y agua-apostolados.[53]

56. Yo os veo, hijos, como en otros tiempos Pedro y Juan, fijando vuestra mirada llena de compasión en amigos y conocidos, que podrían venir a pelear a nuestro lado..., si no estuvieran cojos.

57. Haced como Pedro y como Juan: cuando vayáis a la oración, tened muy presentes a esos amigos y conocidos, y luego, con vuestro ejemplo, decidles: respice in nos!, ¡miradnos![54]

58. Y, si perseveráis, si sois tenaces —la tenacidad es indispensable para el proselitismo—, llegará un momento en que podréis gritarles: in nomine Iesu Christi Nazareni, surge et ambula!; en nombre de Jesús Nazareno, ¡levántate y anda! (Act. III, 1-10).[55]

59. Rechazad el descorazonamiento que os produce ver que, a pesar de vuestra oración, de vuestros sacrificios y de vuestra tenacidad, aquella determinada alma por quien trabajáis ¡no viene, no responde![56]

60. Hemos de estar ciertos de que la oración es siempre fecunda, y el sacrificio nunca es estéril.

61. De otra parte, nosotros no queremos sino la voluntad de Dios. Y hay que concluir: o esa alma no correspondió —a otro corazón irán las gracias—, o no la quiere el Señor en su Obra.[57]

62. Y, aunque se trate de un sabio, de un varón poderoso y lleno de prudencia y virtudes, no perdemos la paz: es que tampoco hace falta.

63. ¿Qué condiciones vamos a exigir? El tono humano de la Obra de Dios, su ambiente, es la aristocracia de la inteligencia —especialmente en los varones— y una extremada delicadeza en el trato mutuo.[58]

64. Para esto, son indispensables circunstancias de virtud, talento, carácter y posición. Desde luego, la virtud suple siempre la falta de otras cualidades.[59]

65. Antes de seguir explanando este punto —con emoción íntima—, copiaré una nota que se escribió hace años, porque indica el grado de santo entusiasmo de los primeros, y porque estoy seguro de que os va a edificar.[60] Dice así: No caben: los egoístas, ni los cobardes, ni los indiscretos, ni los pesimistas, ni los tibios, ni los tontos, ni los vagos, ni los tímidos, ni los frívolos. — Caben: los enfermos, predilectos de Dios, y todos los que tengan el corazón grande, aunque hayan sido mayores sus flaquezas. — Meditad... y sigamos:[61]

66. Indudablemente son necesarios hombres cumbres. Siempre la ciencia, el estudio, será indispensable para formar a los nuestros y para desarrollar el apostolado que Jesús nos pide.[62]

67. Pero, con lumbreras sólo, no hacemos nada. Tanto o más necesarios son los talentos medios, para ocupar muchos cargos de nuestra organización interna, y muchos otros puestos de actividades profesionales que hemos de desarrollar.[63]

68. No quiero detenerme —no sería discreto—, detallando la labor maravillosa de estos hombres modestos. Pero tampoco paso de aquí sin levantar mi corazón a Dios y a Santa María, invocando a los Santos Angeles Custodios nuestros, en petición de almas apostólicas, de hombres y mujeres, ¡no sabios!, cultos, santos, discretos, obedientes y enérgicos, que son quienes sacarán adelante la Obra, como premio de su humildad.[64]

69. Vosotros iniciáis la labor de proselitismo y la perfecciona el sacerdote.[65]

70. Leyendo el último capítulo del Evangelio de San Juan, se aumentará —si cabe— vuestro amor a la Obra, al ver hasta qué punto vivimos la vida de los primeros cristianos.[66]

71. Pedro y Tomás, llamado Dídimo, y Natanael y los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos están en el mar de Tiberíades. — Habíales dicho Pedro: vado piscari, voy a pescar. Venimus et nos tecum, vamos también contigo, dijeron los demás. Y, en aquella noche, no cogieron nada. — Mane autem facto, stetit Iesus in littore; mas, cuando vino la mañana, se puso Jesús en la ribera y les dijo: echad la red a la derecha del barco, y hallaréis. — Echaron la red, y ya no la podían sacar por la muchedumbre de los peces.

72. Vosotros estáis en el Tiberíades del mundo: habéis oído el vado piscari de Pedro, y echasteis las redes... inútilmente. — Es de noche. — Amanecerá el día cuando vuestros hermanos, sacerdotes, desde la orilla —su misión es ocultarse y desaparecer— os digan dónde tenéis que echar las redes.[67]

73. Consultad con ellos en cada caso[68] y entonces traeréis a tierra firme, a los pies de estos Cristos —los sacerdotes— como Pedro, como Juan, como Tomás, grandes peces, ciento cincuenta y tres.[69] Y —son también palabras de la Escritura— no se romperá la red: es decir, no sufriréis detrimento en vuestra vida interior, ni en vuestra labor profesional, al dedicar una parte de vuestras actividades a esa milagrosa pesca de hombres: et faciam vos fieri piscatores hominum (Marc. 1, 17).

74. Ahora unas advertencias, generales y prácticas:

1) Encontraréis almas grandes, unidas a entendimientos poderosos, con mucho deseo de servir a Cristo, pero que tienen por impedimento insuperable, para el desarrollo de su labor intelectual, el hecho de que la Obra esté comenzando.[70]

75. ¡Qué lástima!, dicen, me encanta la hermosura de ese apostolado... y veo que es de Dios; pero, ¿no será, alistarme en él, entorpecer mi formación profesional y —a la larga— no dar todo lo que puedo para la gloria del Señor?[71]

76. Y, queriendo hacer plástico su pensamiento, siguen: porque, si yo voy a este o a aquel instituto religioso, que lleva años, siglos de vida, será como ir a trabajar a una biblioteca ordenada, donde encontraré admirables ficheros que me facilitarán la formación y aumentarán el rendimiento de mi estudio.

77. En cambio, aquí toda la labor de formación profesional está por hacer..., y hasta pienso que habré de perder el tiempo en la composición del fichero y en la ordenación de la biblioteca.

78. Tomad la palabra vosotros: ¡alma grande!, que has cogido —por bondad de Dios— la sobrenaturalidad de su Obra, ¿puedes verdaderamente creer que no darás a Dios toda la gloria, porque has sido llamado con los primeros? — Pues, sabe que los primeros recibimos más gracia, y, por tanto —es indudable—, si correspondemos, le daremos más gloria.

79. ¿No será que tienes miedo al sacrificio escondido y silencioso?... Mira: este sacrificio es el más fecundo. Fecundo hasta en lo humano, porque —siguiendo tu razonamiento— al ordenar la biblioteca, al componer el fichero, te haces eterno en el corazón de un número incontable de los tuyos —que serán también un poco hijos de tu inteligencia— y eterno se hará tu apostolado, en el apostolado de ellos.

Y no le digáis más.[72]

80. 2) Directores espirituales. Recordad lo que implícitamente dije sobre esto, al hablaros del espíritu sobrenatural de la Obra.[73] Es menester —aprovecho este momento para deciros algo que no es un mandato: es un consejo imperativo—, es menester que tengáis completa libertad para confesaros con quien queráis. Pero que vuestro director espiritual sea siempre un sacerdote de la Obra.[74]

81. Con picardía santa, llevad a nuestros sacerdotes las almas, cuya vocación os preocupe.[75] Si no podéis o no es discreto llevarlas desde el primer momento como dirigidas, ponedlas en contacto con nuestros sacerdotes con motivo de un asunto profesional, presentándolos como orientadores de Derecho, Moral, Filosofía, Historia, Letras, etc.[76] Este punto es de gran trascendencia.

82. Un ejemplo: vais dos de vosotros, en un coche, con dirección a Sevilla. A la salida de Madrid, encontráis a un amigo vuestro, gran mecánico, hombre muy seguro y muy fiel. Se ofrece a llevar el coche. Aceptáis. Coge el volante y —no podéis quejaros— toma una carretera asfaltada, en la que no se nota un bache. Os entretiene en el trayecto la hermosura del campo, la variedad encantadora del paisaje. Y hasta aprendéis muchas cosas, y muy buenas, con la conversación culta y amable de vuestro guía. — Pasa el tiempo. El mecánico —que os merece simpatía y agradecimiento— dice: hemos llegado. ¡Y estáis... en La Coruña! — Sin comentario.[77]

83. 3) Ecce sto ad ostium et pulso: si quis audierit vocem meam et aperuerit mihi ianuam, intrabo ad illum et coenabo cum illo, et ipse mecum; he aquí que estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y me abriere la puerta, entraré y cenaré con él, y él conmigo (Apoc. III, 20). Poned estas palabras de San Juan a la consideración de las almas que trabajáis para la Obra. No sois vosotros quienes llamáis: es El, ¡Cristo!... — Jesús, que el día del juicio nos pedirá estrecha cuenta de su llamada...: en aquel día, habremos de responder no sólo del mal que hayamos hecho, sino del bien que dejemos de hacer.

84. El fruto que habéis de sacar de la lectura de esta Instrucción es poner en práctica aquella enseñanza de San Pablo: omnibus omnia factus sum, ut omnes facerem salvos; me he hecho todo para todos, para salvarlos a todos (I Cor. IX, 22), es decir: hago oración, me sacrifico y trabajo para traer apóstoles a la Obra, y salvar a todos los hombres. Omnes, cum Petro, ad Iesum per Mariam![78]

85. Vibrad, y los que estáis aislados, no os quejéis. — ¿No será, quizá, vuestro aislamiento voluntario?

86 Reunid un pequeño grupo de amigos —con ocasión de una obra concreta de caridad o de cultura— y, si vibráis, si tenéis espíritu, de ese núcleo de jóvenes virtuosos y cultos saldrán los nuevos apóstoles —con vuestro mismo ideal, con vuestro mismo sentir, con vuestra misma ansia y vibración—, que os sacarán del aislamiento.[79]

87. Habladles de la necesidad de ser caudillos, del deber de ser apóstoles de sus compañeros de trabajo o profesión, de la obligación de vivir plenamente la vida del Evangelio, como la vivieron los cristianos que trataron a Pedro y a Pablo y a Juan...[80]

88. Hacedles ver que hay muchas actividades y sociedades, que es preciso ganar para el servicio del Señor y para el bien de toda la humanidad —nosotros trabajamos en todos los sitios— ..., y que es menester que se remonten como águilas, por la formación espiritual e intelectual, para dar eficacia cristiana a esas asociaciones —cuerpos sin alma—, cumpliendo aquel versículo de San Lucas: ubicumque fuerit corpus, illuc congregabuntur et aquilae; doquiera que estuviere el cuerpo, allí también se congregarán las águilas (Luc. XVII, 37).[81]

89. Duc in altum!, ¡mar adentro!, et laxate retia vestra in capturam, y echad vuestras redes para pescar. Llevad a Cristo en los labios y en el corazón: así ganaréis vocaciones, así pescaréis como Simón y los hijos de Zebedeo piscium multitudinem copiosam, un crecido número de almas (Luc. V, 4 y 6).

90. Moderad vuestra impaciencia, haced el apostolado del proselitismo con calma, despacio, al paso de Dios...[82] Pero sin interrumpir jamás la labor ¡cueste lo que cueste!, mirando los acontecimientos y los hombres con ojos de eternidad.

91. Y procuremos orientar a los nuevos en el recio espíritu de la Obra de Dios, para que estén fuertes cuando venga la tentación contra la perseverancia, diciendo, engañadora: ¿no ves que se necesita gente de más virtud que tú, de más talento, de más dinero? ...

92. Que sepan contestar: Jesús no me escogió por eso: me escogió... porque sí, porque quiso. — Muchas viudas había en Israel, en los días de Elías...; mas a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda de Sarepta de Sidonia. — Y muchos leprosos había en Israel, en tiempos de Eliseo profeta; mas ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán de Siria (Luc. IV, 25-27). — Tenía el Señor, en su pueblo, otros más cerca de El, pero se acordó de mí y debo cumplir su Voluntad, sin inquirir el porqué. — Spiritus ubi vult spirat, el Espíritu de Dios sopla donde quiere (Ioann. III, 8): ésa es la razón: porque quiere: ya lo dije antes.

93. Y, por otro lado, es indudable que todos nosotros hemos venido a Cristo, y El ha dicho: nemo potest venire ad me, nisi fuerit ei datum a Patre meo; ninguno puede venir a mi, si no le fuere dado por mi Padre (Ioann. VI, 66). ¡Nos ha traído a la Obra nuestro Padre-Dios!

94. Luego avivemos nuestra fe, muy unidos en la oración: De nuevo os digo, que si dos de vosotros se convinieren en la tierra, toda cosa que pidieren les será hecha por mi Padre que está en los cielos (Matth. XVIII, 19).

95. A orar, pues; y si a pesar de todo nuestra fe flaquease, digamos a Jesús, el Gran Rey de quien queremos ser soldados, aquel grito salido del alma de sus discípulos, según relata San Lucas: adauge nobis fidem!, ¡auméntanos la fe!... (Luc. XVII, 5).

96. A no ser que, por nuestra cobardía, obliguemos al Maestro a pronunciar las palabras que El oyó del paralítico, en la piscina probática: hominem non habeo!, ¡no tengo hombre!... (Ioann. V, 7).

97. ¡Qué vergüenza, si Jesús no encontrara hombres!

98. ¡Adelante! todos seguros de vuestra vocación, sin inquirir..., no vaya a ser que la voz de San Pablo suene en vuestros oídos: ¡Oh hombre! ¿quién eres tú para altercar con Dios? ¿Por ventura dirá el vaso de barro al que lo labró: por qué me hiciste así? ¿O no tiene potestad el alfarero de hacer, de una misma masa de barro, un vaso para honor y otro para ignominia? (Rom. IX, 20 y 21).

99. Dad gracias a Dios, que os hizo vasos para honor.

100. Finalmente, nunca os olvidéis de decir, a los que vengan, que tendremos pruebas, contradicciones, trabajos, ¡Cruz! Pero que, con la gracia divina —estoy segurísimo de mi afirmación—, las venceremos.[83]

101. Acabo con estas hermosas palabras del Apóstol: Estad siempre gozosos. Orad sin cesar. En todo dad gracias: porque ésta es la Voluntad de Dios en Jesucristo, para con todos vosotros.[84]

No apaguéis el espíritu. Examinadlo todo y abrazad lo que es bueno. Guardaos de toda apariencia de mal. Y el mismo Dios de la paz os santifique en todo: para que todo vuestro espíritu, y el alma y el cuerpo, se conserven sin reprensión en la venida de Nuestro Señor Jesucristo.

Fiel es el que os ha llamado:[85] y El también lo cumplirá (I Thes. V, 16-19 y 21-24).[86]

Gaudium cum pace, emendationem vitae, spatium verae poenitentiae, gratiam et consolationem Sancti Spiritus, atque in Opere Dei perseverantiam, tribuat vobis omnipotens et misericors Dominus.


Mariano[87]

Madrid. Pascua de Resurrección del Señor, 1 de abril de 1934.

Notas de Alvaro del Portillo

  1. Empieza el Padre esta Instrucción, después de haber transcrito el versículo del salmo en el que nuestro Fundador ve cómo ha de ser nuestro espíritu de proselitismo —como fuego que hace arder el bosque: y como llama que enciende los montes—, dándonos una luz nueva sobre unas palabras de Nuestro Señor, profundamente meditadas por el Padre: Et ego, si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum.

    El Señor, con esas palabras que nos ha conservado San Juan, en su Evangelio, afirmaba que cuando muriera en lo alto de la Cruz, se haría la obra de la Redención: éste es el sentido literal. La luz nueva que el Padre vio en ese anuncio del Señor, fue: hemos de poner a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas honestas, trabajando en medio del mundo, en la calle —somos gentes de la calle— para corredimir con Jesús, para reconciliar las cosas del mundo con Dios, para que el Señor atraiga a sí todo. ¿Y cómo pondremos a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas? Haciendo nuestro trabajo ordinario —cada uno el suyo— lo mejor que podamos, incluso humanamente, por amor de Dios: ahí está la entraña de la Obra. Es la santificación de todas las actividades humanas: es convertir los quehaceres del mundo —todos, escribe el Padre: nuestro apostolado no conoce límites— en cosa santa, y en medio de santificación propia y ajena.

  2. II Reg. VII, 9. El Padre insiste en la universalidad de la Obra: es preciso que se extienda por todas las partes. Poco antes, en la Instrucción del 19-III-1934, n. 16 (cfr. también la nota 16 de esa Instrucción) hablaba de la universalidad geográfica, social y apostólica de nuestra labor como señal clara, que nos diferencia de otras asociaciones.

    No son palabras triunfales las que el Padre ha escrito en este pasaje de la Instrucción: son parte de la promesa del Señor a David, que la liturgia romana —tomando parte del texto del capítulo VII del segundo Libro de los Reyes al pie de la letra, y resumiendo otros versículos, los 12 y 13— recogía en uno de los Responsorios del domingo tercero después de Pentecostés. Estas palabras del Señor, que la Iglesia pone en las bocas de sus sacerdotes, levantaron un alto eco en el alma de nuestro Padre, que nos las propone a nosotros como lema para la actividad de cada uno: hemos de estar con el Señor, trabajando por El en todas las partes, afirmando el reinado de Jesucristo para siempre. Estaremos con el Señor, trabajando en todas las partes, no triunfalmente, sino con humildad, como el burro que mueve la noria para que los sedientos tengan agua: ut iumentum factus sum apud te et ego semper tecum (Ps. LXXII, 23), y que puede llegar a ser el trono de Jesús: un borrico fue el trono de Jesús en Jerusalén.

  3. Mucha vida interior: ¡cuántas veces nos repite el Padre que hemos de ser almas contemplativas en medio del mundo! (cfr. Instrucción, 19-III-1934, n. 33).

  4. Otra vez muestra el Padre el ejercicio del trabajo profesional y la actuación social —reafirmando así nuestra secularidad— como medios de santificación personal y de apostolado. Es propio de nuestra vocación no sacar a nadie de su sitio, para que todos puedan hacer con perfección humana —la que sean capaces de alcanzar— su propia tarea, poniendo así a Nuestro Señor en lo alto de todas las actividades terrenas (cfr. n. 1), y pegando a las familias, a los compañeros de trabajo, a los amigos y colegas, el fuego de Cristo, que hemos de llevar en el corazón (cfr. Consideraciones espirituales, Cuenca, 1934, pp. 1 y 78; Camino, passim; esta Instrucción, n. 23).

  5. El Padre había escrito antes palabras muy parecidas a éstas en Consideraciones espirituales, p. 95, con tono que indica la amplitud de nuestro apostolado, en todas las clases sociales, sin acepción de personas: ¡Qué pena dan esas muchedumbres —altas y bajas y de en medio— sin ideal! — Causan la impresión de que no saben que tienen alma; son... manada, rebaño..., piara.

    Jesús: nosotros, con la ayuda de tu Amor Misericordioso, convertiremos la manada en mesnada, el rebaño en ejército..., y de la piara extraeremos, purificados, a quienes ya no quieran ser inmundos (cfr. Camino, n. 914).

  6. Ps. CIII, 10.

  7. La certeza de vencer las dificultades, demostrada por el Padre, es absoluta. Y esos obstáculos, de los que habla, eran grandísimos: el espíritu de la Obra era tan viejo, tan evangélico, que parecía demasiado nuevo. El Padre, en cambio, era muy joven, y —en Madrid— sacerdote extradiocesano. Sin embargo, como sabe que la Obra no es suya, sino de Dios, mira hacia adelante sin desmayo: inter medium montium pertransibunt aquae! Es ésta, que acabo de hacer, una consideración histórica: pero será siempre actual. Si no vencemos los obstáculos, es porque no queremos; ya que si hacemos de nuestra parte cuanto podemos, con mucha oración y poniendo todo nuestro esfuerzo, la gracia de Dios hará lo demás. Esto, en todas nuestras actividades de apostolado: en el campo del proselitismo, valen las palabras que tantas veces nos ha hecho meditar el Padre: si estás solo, hijo mío, es porque quieres: porque no pones los medios.

  8. Medios divinos —es decir, medios sobrenaturales—, para un trabajo divino. Recordad estas otras palabras del Padre, por todos nosotros repetidas veces meditadas: Sientes una fe gigante... — El que te da esa fe, te dará los medios (Camino, n. 577). — Es necesario, además, utilizar los medios humanos: pero ¡qué pocos medios humanos se podían poner en aquellos tiempos! El Padre sacó adelante la Obra a base de oración, mortificación, trabajo... y fe: esa fe de la que él mismo nos habla. Este es el camino que nos enseñó, el que hemos seguido hasta aquí, y el que se seguirá siempre.

  9. No le gusta al Padre que, para referirnos a los miembros de la Obra, empleemos la terminología los nuestros, porque contribuye a crear un espíritu de cuerpo exagerado, que es incompatible con el del Opus Dei: quiere nuestro Padre que tengamos el mínimo de espíritu de cuerpo necesario, para que la Obra no sea una cosa delicuescente, o anárquica. En esta Instrucción emplea el Padre esa terminología, porque entonces no podía expresar de otro modo la idea de la vinculación a la Obra: no teníamos ni personalidad jurídica, ni cristalización canónica alguna.

  10. Continuamente se ha vivido nuestro proselitismo con esta visión sobrenatural.

  11. Era entonces absolutamente necesaria una fuerte discreción: se trataba, en palabras del Padre, del secreto de la gestación, que no se oculta, y que es conocido por cualquiera que sea observador. Después, con la aprobación del Opus Dei, la Obra vino legalmente al mundo: pero, aunque sea desde entonces tan conocida, siempre habrá gente que, por su modo de ser, no conozca nada.

    — En aquella época, el Padre andaba siempre mendigando oraciones: cuando veía un sacerdote en la calle que le parecía especialmente recogido y piadoso, o una persona devota en la iglesia, se acercaba y, aunque no la conociera, pedía oraciones por una intención particular. Comenta el Padre que no pocos le tomarían por loco: era, sencillamente, consecuente con su fe. Lo mismo que ahora, cuando nos repite: mi oficio es rezar: yo no sé hacer otra cosa, sino rezar.

  12. Siempre, antes de nada, los medios sobrenaturales. Este es el modo de obrar que nos ha sido indicado constantemente por el Padre, y que se desprende de cada palabra de nuestro lus peculiare. Si desde el principio inculcó esta verdad en cada uno de nosotros, se comprende que insistiera especialmente cuando nos hablaba del proselitismo, con el que queremos obtener del Señor para otras almas un signo de predilección, una llamada grande y especial, una peculiar vocación divina (cfr. Ius peculiare; Decreto de aprobación, 16-VI-1950, pp. 15, 25-26; Instrucción, 19-III-1934, passim) que las lleva a entregarse a Dios en el mundo, en el que deben permanecer por disposición divina.

    Convencido de que él de suyo nada puede, escribe el Padre. Y, en otro lugar, habla del gozo sacrificado y sobrenatural de ver toda la pequeñez —toda la miseria, toda la debilidad de nuestra pobre naturaleza humana con sus flaquezas y defectos— dispuesta a ser fiel a la gracia del Señor, y así ser instrumento para cosas grandes (Carta, 24-III-1931, n. 62).

  13. Podemos afirmar que la devoción nuestra a los Santos Angeles Custodios nació virtualmente con la Obra, en aquel 2 de octubre de 1928, aunque se consolidó después.

  14. Una vez más la delicadeza, para no arrancar a nadie de su camino —si lo tiene—, y el cuidado de evitar la confusión con los diversos grupos piadosos que entonces abundaban en España. Cfr. Instrucción, 19-III-1934, nn. 16-21. — Más tarde, movido por su respeto a la vocación de los demás, convirtió esta norma en un precepto de nuestro derecho peculiar, con el que estableció un amplio impedimento jurídico, para la admisión en la Obra de quienes formen o hayan formado parte de instituciones en las que la Iglesia reconoce el estado de perfección. Consecuencia lógica, por una parte, de esa delicadeza del espíritu de la Obra; y, por otra, de que el fin específico de nuestra Obra es el de fomentar y difundir la busca de la perfección cristiana en medio del mundo, y cada uno en su propio oficio y estado. Este aspecto del fin específico del Opus Dei excluye evidentemente de nuestro proselitismo a quienes ya están en un camino de perfección aprobado por la Iglesia.

    Consultad a vuestros sacerdotes. Es un capítulo interesante de nuestra Historia interna, que algún día se escribirá detalladamente. — Pocos años después, el Padre habría escrito: consultad a vuestros Directores.

  15. Repetimos que esta reserva —en aquellos tiempos, todavía de gestación de nuestra Obra— era indispensable.

  16. Si seguís adelante. — La necesidad de la discreción y —sobre todo— el fin mismo del proselitismo, han obligado siempre a proceder despacio, en asunto de tanta importancia. Por eso, confiando siempre en la gracia de Dios —que es quien da el incremento—, y persuadidos de que casos a lo Saulo no son la regla general, la labor inicial del proselitismo, tal como el Padre nos la ha hecho practicar, es la de preparar con un trabajo lento de formación espiritual y apostólica a los posibles candidatos. Así se crea el clima propicio para que sean más fácilmente oídas las llamadas del Señor. — De escritos dirigidos por el Padre a la Santa Sede, y de sus palabras, fueron tomadas las ideas con que el Decreto de aprobación del 16-VI-1950 (pp. 31 y 32) describe esta labor lenta de formación, que facilita el proselitismo.

  17. Desde el principio se ha seguido con fidelidad este precepto de nuestro Padre. Nadie piense, por tanto, que jamás haya podido venir alguien a la Obra sin tener ideas muy claras sobre lo que la vocación al Opus Dei lleva consigo: sin estar persuadido de que venimos todos a entregarnos en holocausto, a hacernos santos, a darnos, sin pretender nada terreno en cambio, alejando toda suerte de ambiciones humanas. Cfr. Instrucción, 19-III-1934, nn. 28 y 49.

  18. Estote ergo prudentes sicut serpentes, et simplices sicut columbae (Matth. X, 16). — El Padre se refiere aquí a esos grupos de los que hablaba en la Instrucción del 19-III-1934, n. 18: pequeñas organizaciones sin rumbo fijo, en las que había gentes de buena voluntad que podrían trabajar con eficacia por la Iglesia. Esta indicación del Padre se complementa necesariamente con las palabras que muchas veces le hemos oído repetir: jamás moveré un dedo para apagar una llama que se encienda en honor de Cristo: no es mi misión. Si el aceite en que arde no es bueno, se apagará sola. Cfr. Instrucción, 19-III-1934, nn. 22—24.

    — En el pasaje que comentamos no trata el Padre, evidentemente, de las asociaciones de fieles legítimamente erigidas —Acción Católica, Congregaciones marianas, etc.—, entre cuyos miembros deben fomentar sus directores y sus asistentes eclesiásticos las vocaciones a la busca de la perfección cristiana, sin sentirse jamás heridos porque el Señor elija a algunos miembros de esas asociaciones ad altiora assequenda.

    — Conviene, sin embargo, hacer constar que nuestro proselitismo se ejerce normalmente entre los compañeros de profesión, de estudios, etc., muchas veces muy alejados de la Iglesia: y que aunque veamos con especial alegría que el Señor promueva vocaciones entre estas personas, quizás alejadas —repetimos— de la Iglesia, no podemos dejar de alegrarnos también si algunos de esos compañeros de trabajo, llamados por el Señor a su Obra, forman parte de una o de otra asociación de fieles; ni podríamos por este motivo hacerles la ofensa de cerrarles las puertas del Opus Dei.

  19. Este consejo fue dado en los primeros años de la fundación, y hace ver la absoluta decisión del Padre de defender el genuino espíritu de la Obra, sin admitir mixtificaciones o desviaciones (cfr. Instrucción, 19-III-1934, nn. 18, 21). Aquella indicación de nuestro Padre, tan necesaria entonces, lo seguirá siendo siempre, por evidentes razones.

  20. Otro motivo sobrenatural que lleva a pedir permiso al Director, en cada caso concreto, para ejercitar el proselitismo con una persona determinada. Por eso también indicaba el Padre que los posibles candidatos debían ser conocidos y tratados por varios socios de la Obra, antes de llevarles a nuestras casas o Centros.

  21. Claridad completa —ya en los principios— para distinguirnos tanto de las comunes asociaciones de fieles como de los religiosos. De las comunes asociaciones de fieles, porque los miembros de la Obra se comprometen a buscar durante toda la vida la perfección cristiana; de los institutos religiosos, porque, aparte de otras características propias, nuestra entrega a Dios no es pública: se hace en la intimidad de la conciencia de cada uno.

  22. Sea nuestra suprema ambición —ha predicado el Padre frecuentemente— vivir como vivieron los primeros cristianos, sin que nos puedan separar las diferencias de sangre, de nación y de lengua. Este concepto, particularmente grato al Padre, nos ha de colmar de alegría, porque formamos una milicia, vieja como el Evangelio y como el Evangelio nueva (Instrucción, 19-III-1934, n. 45) y debemos desarrollar un apostolado como el de los que convivieron con el Señor, y trataron a los Apóstoles.

    Vivimos la vida de los primeros cristianos: por eso —comenta el Padre— no somos una cosa nueva, sino antigua como el Evangelio: nuestro espíritu está bien definido, y es generoso, como vino viejo.

  23. El Padre habla de las virtudes propias de las circunstancias personales de cada uno, aludiendo no sólo a la diferente dedicación de su propia vida al apostolado, que pueden tener los socios, con las consiguientes diversas obligaciones; sino también, a que las virtudes se han de vivir de diferente modo externo, de acuerdo con las circunstancias profesionales, ambientales, etc., de cada socio.

    De nuevo el Padre, en una Instrucción, habla de los consejos evangélicos: y especifica que queremos vivir las virtudes que piden estos consejos. No habla de votos, porque lo que le interesan son las virtudes (cfr. Instrucción, 19-III-1934, n. 42, con la nota 41).

  24. Esta doctrina, asentada desde la fundación, la recogió —la canonizó— luego nuestro Padre en el derecho peculiar: y, según escribió el Padre en ese mismo documento, los seglares y los sacerdotes forman una sola clase de socios.

  25. Cfr. n. 3 de esta Instrucción.

  26.  Se han abierto, para todas las almas, los caminos divinos de la tierra, nos dirá el Padre años después.

    — Podremos hacer cuanto el Padre indica en este pasaje de la Instrucción, por la fortaleza propia de los hijos de Dios: de nuevo aquí se refiere nuestro Fundador a la filiación divina, que es base y fundamento de nuestra espiritualidad (cfr. Instrucción, 19-III-1934, n. 1, con la nota 3).

  27. Es propio de la secularidad de los socios del Opus Dei. Concretamente, respecto al trabajo en la vida pública, no es fácil que el Estado —en cada país — logre servidores más leales, ni más eficaces. Por eso, en el Decreto de aprobación del 16-VI-1950, quiso la Santa Sede hablar concretamente de este apostolado específico de los miembros de la Obra, que se ejerce per exemplarem perfectamque munerum civilium ac politicorum omnis gradus adimpletionem, quae publicae legitimae Auctoritates ipsis commiserint, vel ad quae concivium fiducia eos vocaverit (loc. cit., p. 19).

  28. Muchas veces hemos oído explicar al Padre esa diferencia, con una explicación que —cuando la conocen— conmueve a nuestras familias, haciendo que amen de veras al Opus Dei: porque la Obra aumenta y sublima el cariño que hemos de tener a nuestros padres. Por algo, en los primeros Reglamentos que nuestro Padre escribió, llamaba al cuarto mandamiento dulcísimo precepto del decálogo (cfr. también n. 26 de esta Instrucción).

    Naturalmente, el Padre se refiere aquí solamente a los Numerarios: y las palabras que emplea —cual si ingresarais en una congregación religiosa— indican de una parte la disposición en la que se encuentran estos miembros de la Obra, para ejercer el apostolado en el puesto que les indiquen los Directores, con una entrega sin limitación alguna: no podía el Padre en aquella época explicar más brevemente esa disposición que habían de tener los Numerarios, porque no le hubieran entendido. Y, de otra parte, sirven para reafirmar el concepto de que la Obra no pretendía ser una congregación religiosa: las palabras cual si no expresan igualdad, sino semejanza (cfr. Instrucción, 19-III-1934, n. 14, con su nota); y se refieren solamente a la dedicación ilimitada al apostolado.

    Conviene también señalar que la mayoría de los miembros del Opus Dei tiene prohibición expresa de vivir en casas de la Obra, como consecuencia de las características de su vocación. En la práctica, solamente los necesarios para el gobierno, para la formación, para atender las obras corporativas, para descansar, etc., viven en nuestras casas: con vida de familia, jamás de comunidad, c'on el modo propio de vivir de las familias cristianas corrientes. Y aun a éstos se les dispensa con facilidad de la vida de familia, por causas razonables, buenas, santas (Carta, 31-V-1954, n. 7).

  29. Obligación que llevan a la práctica los miembros de la Obra en la forma indicada por nuestro Ius peculiare. Y así, el Opus Dei concilia de una manera delicada, sobrenatural y humana, los deberes que provienen de la obligación de vivir la virtud del desprendimiento personal más absoluto con los que se derivan del cuarto mandamiento.

    De este modo, la Obra tiene lo que el Padre llama nuestras queridas clases pasivas, que dan lugar a grandes gastos y que nos atraerán muchas bendiciones de Dios.

  30. No sacamos a nadie de su sitio, repite el Padre una y otra vez. Por consiguiente, la vocación se vive en la Obra con una voluntariedad que es siempre actual: tanto más, si se considera que el espíritu de la Obra exige que se busque la perfección cristiana trabajando cada uno lo mejor que pueda en su ocupación profesional, en virtud de la secularidad de la Obra, nuevamente reafirmada en este pasaje de la Instrucción. Este modo de buscar la perfección cristiana, en medio del mundo, parecía a no pocos entonces una locura o una herejía. Permitió el Señor muchos sufrimientos, de los que quiso sacar grandes bienes. La Santa Sede quiso hacer mención de esas contradicciones, en el Decreto de aprobación, 24-II-1947, del siguiente modo: post diuturnas moras multasque probationes Opus Dei, qua verum Dei opus (Act. V, 39), superatis non parvis neque paucis, etiam bonorum, contradictionibus, succrevit et consolidatum est (loc. cit., p. 6).

  31. Por esta libertad —in libertatem gloriae filiorum Dei (Rom. VI 11, 21)— se asegura una perseverancia pasmosa, como nuestro Padre preveía. — Muchas veces, dando un consejo que no se les pedía, algunos eclesiásticos decían a nuestro Padre que los socios de la Obra, sin hábito, sin vida común y con una carrera civil, no perseverarían. El Padre solía responderles, muy divertido: respeto su experiencia personal, que debe ser triste; pero la mía y la de tantas almas, que conozco, son una experiencia encantadora.

    También a propósito de esto, pueden recordarse aquellas palabras del Padre: ¡cuántas veces se meten a juzgar en las almas de los demás, a aconsejar a otros, gentes que nunca sintieron la inquietud personal de aquel clamor divino: venite post me! (Carta, 9-I-1932, n. 11).

  32. Almas consagradas: es una expresión que el Padre no emplea en sentido canónico, sino en la acepción vulgar. Para que quede más claro, ahora dice: dedicadas al servicio de Dios (cfr. Cartas, 19-II-1954 y 31-V-1954).

  33. Al escribir esto, una sonrisa debió lucir en la boca del Padre, que ya había empezado a sentir los comienzos de la contradicción de los buenos (cfr. nota 30).

  34. Releyendo y meditando estas palabras del Padre treinta años después de haber sido escritas, ¡cuántas gracias hay que dar a Dios por la admirable extensión de la Obra!

  35. Se refería el Padre a determinadas asociaciones de fieles; y a algunas congregaciones y sociedades de vida común, cuyos miembros no llevan hábito religioso. Por eso escribió: de apariencia externa semejante (cfr. Instrucción, 19-III-1934, nn. 8-11 y 17, con sus notas).

  36. Da la impresión de que nuestro Fundador pensó que se le había venido hasta la pluma un deseo de vanagloria corporativa —de gloria vana, nos diría el Padre— y quiso inmediatamente dejar clara su doctrina: Deo omnis gloria!

  37. Convertimos en templo la calle, por la unidad de vida que nos pide la Obra, que hace que procuremos santificar todo trabajo honesto, y transformarlo en medio de santificación propia y de apostolado (cfr. Instrucción, 19-III-1934, n. 33; Cartas, passim). Esta es la razón por la que los miembros de la Obra no viven de la Iglesia: no son, con palabras del Padre, católicos oficiales —que de ordinario se sirven de la Iglesia— sino, sencillamente, católicos consecuentes.

  38. Cfr. Instrucción, 19-III-1934, nn. 43-45, con sus notas; y Carta, 19-III-1954, n. 36, en la que el Padre ha escrito: No hay que olvidar que, en general, el Espíritu Santo Vivificador no procede a saltos en el desarrollo histórico de la Iglesia. Y así, cada fenómeno nuevo que El suscita tiene cierta continuidad con otros movimientos precedentemente promovidos por Dios: son eslabones de la misma cadena.

    Sin embargo, la Historia de la Iglesia enseña que a veces la semejanza de los diferentes eslabones no ha sido perfecta, y siempre ha habido quienes no entendían las causas de las nuevas formas: y se ha dicho frecuentemente, en el curso de los tiempos, que los nuevos fenómenos pastorales ambicionaban poseer las ventajas de los religiosos y las de los seculares, porque los recién llegados pretendían una mayor elasticidad y agilidad en el apostolado, alejándose así de los clásicos módulos religiosos.

    Pero en nuestro caso nos encontramos frente a un fenómeno completamente diferente, porque no somos como religiosos secularizados, sino auténticos seculares que no buscan la vida de perfección evangélica propia de los religiosos, sino la perfección cristiana en el mundo, cada uno en su propio estado. Y sin embargo, también a nosotros se nos ha hecho, a veces, desde hace años, esa vieja crítica.

  39. Está claro que, en aquella época, se confundían los conceptos de vida religiosa y la busca de la perfección cristiana, hecha de un modo estable: que, además, la perfección cristiana se buscase en el mundo, era cosa incomprensible para los que se aferraban a la tradición, olvidando la vida de los primeros cristianos. La confusión parecía que podía desaparecer cuando, con la Constitución Apostólica Provida Mater Ecclesia, en 1947, quedó reconocido un estado jurídico de perfección, distinto del religioso. Pero después, al cabo de poco tiempo, como ya temía el Padre, esos dos conceptos, en la práctica, han vuelto a confundirse, por circunstancias que se explican en otro lado (cfr. Cartas, 19-III-1954 y 31-V-1954), y la dificultad, de la que habla el Padre en este pasaje de la Instrucción, perdura.

    — El Padre subraya la palabra nuevo: nuevo modo de vivir la perfección cristiana en el mundo, escribe. Es, evidentemente, una manera de expresar su admiración, porque había personas que no comprendían que nuestra vida es vieja, como el Evangelio (cfr. Instrucción, 19-III-1934, n. 45).

  40. Dos años antes, había escrito el Padre, con amargura en el corazón, y con propósito firme: no me entienden. ( ... ) Están como impermeabilizados. Parece que no les cabe, ni en la cabeza ni en el corazón, tanto heroísmo cristiano sin espectáculo. Pero nuestra generosidad, aunque sea completa, es bien poca comparada con esa generosidad infinita y amorosa del Dios-Hombre, que se entrega al sacrificio por nuestra salvación, dando hasta la última gota de su sangre, hasta el último aliento de su vida. Por eso hemos de procurar también entregarnos sin cicaterías, pendientes del amor de Dios, aunque no falten las dificultades (Carta, 9-I-1932, n. 7).

  41. Tenía motivos abundantes el Padre, para inculcar esa reserva a los suyos. Le hemos oído contar que, del año 1928 al 1930, hablaba sobre el Opus Dei a algunas personas. Unos le decían —atreviéndose a dar consejos, que nuestro Fundador no les pedía, porque tenía muy grabado dentro de su alma lo que había de hacer— que quitara de la Obra puntos determinados, y, en cambio, alababan lo demás. Otros le sugerían todo lo contrario, elogiando lo que los anteriores rechazaban. De hacerles caso, no hubiera quedado nada.

  42. A esta razón, que va dirigida especialmente a los nuevos, solía añadir el Padre otros motivos: salvaguardar nuestra humildad colectiva, y hacer más eficaz el apostolado.

    San Alfonso de Ligorio, doctor de la Iglesia, enseña: Bisogna tener segreta la vocazione a tutti,fuorché al padre spirituale, giacché ordinariamente gli uomini di mondo non si fanno scrupolo di dire ai poveri giovani chiamati allo stato religioso che in ogni parte, anche nel mondo, si puó servire a Dio. E la meraviglia si è che simili proposizioni escono alle volte anche dalla bocca di sacerdoti e finanche da religiosi, ma da coloro che o si saran fatti religiosi senza vocazione o che non sanno che viene a dire vocazione (Opuscoli relativi allo stato religioso, op. 1, § 2: cfr. Opere ascetiche di S. Alfonso M. de Liguori, ed. Marietti, Torino, 1847, vol. IV, p. 400). La doctrina de San Alfonso se aplica perfectamente a nuestra vocación, aunque el santo habla del mundo en contraposición con el estado religioso, con un modo de decir conforme a las circunstancias de su tiempo. Nuestro Padre, en el caso que contempla San Alfonso, distinguiría entre vivir en el mundo entregado a Dios, dedicado al apostolado, buscando la perfección cristiana; y vivir en el mundo como mundanos (cfr. Camino, nn. 414 y 939).

  43. Han pasado poco más de treinta años, cuando escribimos estas notas. Los presentimientos de nuestro Padre se han cumplido. Laus Deo!

  44. El Padre emplea la palabra caudillo en sentido espiritual, como sinónimo de hombre apostólico que arrastra con su caridad, con su ejemplo, con su palabra: que enciende todos los caminos de la tierra con el fuego de Cristo que lleva en su corazón (cfr. Camino, n. 1 y passim).

  45. El Padre se refiere a vocaciones para Numerarios. Su preocupación sobrenatural por cumplir la Voluntad de Dios, de modo que se abrieran los caminos divinos de la tierra a cuantos —por muy diversos motivos— no pudieran ser Numerarios, pero se sintieran llamados a dedicar su vida a Dios en el mundo de acuerdo con sus circunstancias personales, llevó a su tiempo al Padre a madurar las soluciones teológicas y jurídicas oportunas, para que pudieran incorporarse a la Obra como Oblatos o como Supernumerarios. Este punto concreto tiene también su historia, que habrá que relatar oportunamente.

    Para facilitar la entrada en el Opus Dei como Numerarios, a esas personas cuya edad sobrepasa la indicada por el Padre, o que por otros motivos demuestran estar demasiado hechas, aunque dan sin embargo esperanza de tener una vocación según el espíritu de la Obra, la norma del Padre es clara: pueden ser admitidas como Supernumerarios, hasta que los Directores correspondientes decidan su admisión como Oblatos y aun quizá como Numerarios.

  46. Se lee, entre líneas, el afán sacerdotal del Fundador, que sufre ante el egoísmo de corazones que no quisieron abrirse a la gracia.

  47. Cfr. Camino, n. 470. En la contestación del Padre está patente su amor a los religiosos, que con medios humanamente pequeños han hecho y hacen cosas grandes.

  48. Cfr. I Cor. VIII, 1: la ciencia, por sí sola, envanece, llena al hombre de soberbia: mientras que la caridad edifica.

  49. ¡Con qué pena debió escribir este no sirven! Pidamos al Señor, para todos nuestros hermanos, la virtud de la humildad.

  50. Cfr. n. 65.

  51. No desprecia nuestro Padre a ningún hombre: ha puesto en nosotros el deseo de salvar todas las almas. Pero, sin falta de caridad, el hecho de pensar sólo en el provecho personal es —sin duda— digno de desprecio.

  52. No es esta frase ofensiva para la mujer, como no lo sería para el hombre leer —refiriéndose con menosprecio a una mujer— que era hombruna.

  53. Los tristes y melancólicos —si no se curan— no pueden encajar en el ambiente de alegría, de buen humor, del Opus Dei, que es característica general de nuestras casas y Centros y de cada uno de nosotros. ¡Que estén tristes —suele decir el Padre — los que no quieran ser hijos de Dios! Y los miembros de la Obra tenemos muy dentro del alma la filiación divina (Instrucción, 19-III-1934, n. 1, nota 3): los hijos de Dios están siempre alegres, contentos —alegres con contenido, explica el Padre—, pase lo que pase, si son humildes.

  54. Apostolado del ejemplo. ¡Cuántas veces hemos oído hablar al Padre sobre la necesidad primordial de este apostolado! En nuestro Ius peculiare, lo cita repetidamente, y nos aconseja que demos más importancia al ejemplo que a la palabra: illo enim Deus construit vel destruit inimicus, porque con nuestro ejemplo construye Dios o destruye el enemigo.

  55. Si perseveráis, si sois tenaces, escribe el Padre. Pero esto no significa ser personas que atropellan: la perseverancia y la tenacidad, como partes que son de la virtud capital de la fortaleza, no excluyen, sino que requieren —para que sean verdaderas virtudes— la práctica de las demás virtudes morales: concretamente, la de la prudencia. El celo que el Padre nos pide es un celo prudente —nunca ha sido, ni puede ser, un proselitismo agresivo— que se vive de continuo por cada uno de los hijos de Dios en su Opus Dei, como una maravillosa siembra de santidad, en todos los ambientes del mundo.

    — Si la tenacidad, para que sea virtud, ha de ser prudente, la virtud de la prudencia exige, a su vez, el ejercicio de la fortaleza, de la tenacidad: falsa prudencia sería la que llevase a alguno a no tener celo por las almas, manifestado en un proselitismo constante.

  56. El Padre pide para todos nosotros que seamos almas de oración, que pongamos como fundamento de toda nuestra actividad la vida interior. Y una de las condiciones que ha de tener toda buena oración es la perseverancia, nos repite frecuentemente el Padre: ¡cuántos años hubo de rezar y esperar nuestro Fundador, desde que tuvo los primeros barruntos de que el Señor quería algo de él, hasta el 2 de octubre de 1928! Y desde aquel 2 de octubre, ¡cuánta perseverancia en la oración, en la penitencia y en el trabajo! Por eso nos dice: ¡rechazad el descorazonamiento!

  57. Siempre, visión sobrenatural, aceptar la voluntad divina y respetar la libertad de todos.

  58. Esa aristocracia, nos enseña el Padre, la encontramos también en los que hacen con perfección, por amor de Dios, trabajos que parecen humildes: porque la caridad es la que da el verdadero tono a las personas.

  59. Es indispensable el deseo sincero y eficaz de tender a la virtud, aclara el Padre: este deseo eficaz suple siempre la falta de las otras cualidades. Las circunstancias personales de cada uno, sus aptitudes, etc., indican la propia personal vocación —dentro de la llamada general al Opus Dei— que puede tener cada candidato.

  60. Se escribió esta Instrucción en el año 1934, y se habla de un documento escrito hace años y del entusiasmo de los primeros. Ojalá pueda pronto escribirse la Historia interna, porque su lectura ha de contribuir a encender más a los socios —si fuera posible — en el amor a su vocación.

  61. — Caben... todos los que tengan corazón grande, aunque hayan sido mayores sus flaquezas, escribe aquí el Padre. Años antes había escrito: La mayor parte de los que tienen problemas personales, los tienen por el egoísmo de pensar en sí mismos. ¡Darse, darse, darse! Darse a los demás, servir a los demás por amor de Dios: ése es el camino (Carta, 24-III-1930, n. 22).

  62. Insiste mucho el Padre en este concepto. Y es natural, porque sin una sólida y profunda formación intelectual religiosa, no podríamos cumplir el fin del Opus Dei: dar doctrina. Y sin una buena formación profesional, no podríamos hacer el apostolado del ejemplo, como la Obra nos lo pide.

  63. Aquí van implícitas las obras corporativas.

    — Talento medio no significa medianía: basta considerar las condiciones humanas, espirituales y científicas, que —en el párrafo siguiente— exige nuestro Fundador a esos hijos suyos, para que puedan ser eficaces.

  64. ¡Sacar adelante la Obra! Hacer esa gran labor de corredención es cosa exclusiva de quienes se niegan para su éxito personal, porque de este modo han conseguido el único éxito que debe buscar un alma dedicada a Dios en el Opus Dei: su entrega plena.

  65. Es muy repetida la insistencia del Padre: dar doctrina es misión de todos sus hijos, fin que abarca todos los fines del Opus Dei: y especialmente han de darla en la intimidad sacramental nuestros sacerdotes, dirigiendo las almas que —de todos los mares, de todos los ambientes— les lleven sus hermanos seglares. — De aquí la gran obligación que incumbe a los miembros de la Obra de llevar a sus compañeros y amigos, con los que hacen una labor de apostolado, a nuestros sacerdotes.

  66. Vivimos la vida de los primeros cristianos: cfr. Instrucción, 19-III-1934, n. 45; esta Instrucción, n. 21.

  67. Ocultarse y desaparecer. Este es el lema que se propuso vivir nuestro Padre desde los primeros tiempos de la fundación.

    Hay que entenderlo en este sentido: illum oportet crescere, me autem minui! (Ioann. III, 30). Lo adoptó porque trataba de evitar el lucimiento personal: y porque no le gustaba, por el mismo motivo, ser llamado Fundador. Para disimular esta razón de humildad —había tanta gente deseosa de verle: unos por afecto y por veneración; otros, ut caperent eum in sermone (Matth. XXII, 15), o por curiosidad—, nos decía riendo que, si nos quisiéramos hacer ricos, le podíamos exhibir en una caseta de feria, cobrando a perra gorda la entrada, para que fueran a ver el bicho.

    También adoptó esta línea de conducta porque su gran preocupación, desde el comienzo de la Obra, ha sido la de formar a sus hijos, para que la tarea no fuera personal; por eso, cuando no podía evitarlo, hacía que los primeros hijos suyos aparecieran —y así se formaban trabajando—, en lugar de aparecer él, que guiaba las obras de apostolado sin dejarse ver. Todo esto era compatible con una intensísima labor sacerdotal, hecha con nosotros y con el clero, los religiosos, las asociaciones de fieles, etc.: catequesis, cursos y días de retiro espiritual, dirección de almas, visitas a pobres y a enfermos; y con ser consejero espiritual de centenares y centenares de personas. En la primera mitad del año 1936 enfermó; y lo único que tenía era exceso de trabajo: llevaba años predicando o hablando de cosas espirituales unas diez horas diarias, y además dando clases, dirigiendo almas. Pero, como Fundador, desaparecía: no quería que se hablase de él. En aquellos días se dio cuenta el Vicario general de la diócesis de Madrid, Don Francisco Morán, que tanto afecto tenía al Padre y a la Obra, y le dijo: Vaya inmediatamente al médico y tómese una temporada de descanso. Unos hijos suyos que eran médicos le atendieron, pero no pudo ir a descansar, porque poco después estalló la guerra civil.

    Más tarde, ya en Roma, el año 1946, cuando arreciaba de nuevo la persecución organizada contra la Obra, varias personalidades de la Santa Sede, que tenían gran cariño al Opus Dei —cuatro llegaron después al cardenalato—, le recordaron el percutiam pastorem, et dispergentur oves (Matth. XXVI, 31), y le aconsejaron que por algún tiempo no se dejara ver: bisogna farsi il morto per non essere ammazzato!, le dijo uno. Y fue un buen consejo, que nuestro Padre siguió alegremente, volviendo así a vivir su antiguo lema de un modo más estricto, dejando desconcertados a los que calumniaban, que no sabían a quién dar los palos. Alegremente, pero no sin esfuerzo, dado el carácter extremadamente sociable y expansivo del Padre. Mientras tanto, desde Roma, siguió dirigiendo la Obra, que se iba desarrollando por todo el mundo: y no sólo moldeaba a sus hijos, que vivían en Roma, sino que impulsaba la marcha de todas las Regiones, preocupándose por la salud espiritual y física de sus hijos, y por todas las tareas apostólicas.

    Hace años comenzó a recibir de nuevo a mucha gente, de todo el mundo, con la que hace su labor de Padre —y de madre, comenta—, y de sacerdote.

  68. Queda bien claro que, siempre que sea posible, no se debe plantear a nadie el problema vocacional, sin haberlo llevado antes a algún sacerdote de la Obra.

  69. Misión principalísima de nuestros sacerdotes es, en efecto, la de cuidar y encauzar esas nuevas vocaciones, en estrecha colaboración con el Consejo local, del que cada sacerdote dependa.

  70. ¡Cuántas desazones, y quizá cuántas lágrimas del Padre se ocultan detrás de estas experiencias!

  71. Son obstáculos superados. Pero siempre pueden entorpecer la entrega de aquellas almas que, a fin de cuentas, piensen más en sí mismas —en sus fines personales, aunque otra cosa digan— que en el servicio de la Iglesia y en la gloria de Dios.

  72. ¡Qué alegría da plantar árboles para que otros se sienten a su sombra y puedan saborear sus frutos! Son palabras de nuestro Padre, que le oímos frecuentemente, al hablar de la continuidad de nuestra labor: en la Obra somos —repite— eslabones de una misma cadena. Con el razonamiento de aquellas personas para resistir a la llamada de Dios —porque todas las instituciones, al comenzar, tienen por hacer toda su labor—, no habrían podido llegar a existir ninguna de las diócesis, de las órdenes y congregaciones, de las organizaciones e institutos que son eficacia y ornamento de la Iglesia.

  73. Cfr. Instrucción, 19-III-1934, n. 17.

  74. Conocéis bien esta doctrina, que el Padre enseña con claridad de evidencia, en su meditación del Buen Pastor. — Respecto a la dirección espiritual de los miembros de la Obra, la teoría y la práctica están suficientemente explicadas, también, en documentos y escritos de nuestro Fundador. — En este párrafo, el Padre hubiera escrito más tarde, en vez de director espiritual, confesor ordinario: entonces no podía hablar de otro modo, pues la jerarquía interna de la Obra era apenas incipiente.

  75. ¡Matadme a vuestros hermanos sacerdotes, a fuerza de hacerles trabajar, llevándoles almas! Ellos serán más felices cuanta más labor tengan, dice el Padre.

  76. Ved cuánto y cómo encarece el Padre esta labor eficaz de todos, laicos y clérigos. Llevar almas a nuestros sacerdotes es una parte eficacísima y una señal de vida —como el pulso— del apostolado personal de cada uno de nosotros.

  77. Sobre la libertad que todos tienen —especialmente los nuevos— de consultar temas referentes a la propia vocación con gente ajena a la Obra, el Padre habla de manera gráfica y categórica: decidles —suele aconsejar— que consulten, si lo desean, con quien quieran: ¡con el sacristán de la parroquia! — Pero este consejo del Padre es perfectamente compatible con las palabras de la Instrucción, que ahora comentamos: palabras paternas, llenas de sentido sobrenatural y de sentido común, que sancionó definitivamente la Santa Sede en la forma en que el Padre las escribió en nuestro derecho peculiar cuando comentaba que no hablamos de nuestra vocación con los extraños sino rara vez y con mucha prudencia: porque ¿cómo podrán aconsejar rectamente sobre este asunto quienes desconozcan nuestra Obra, o se demuestren adversarios? (cfr. nota 31 de esta Instrucción).

  78. Una vez más —entre mil — el amor de nuestro Padre a la Santa Iglesia y al Papa; y el deseo de que tengan todos sus hijos un gran celo proselitista, que no haga acepción de personas, ni discriminación alguna, para que nuestra Familia se dilate cada vez más, y contribuya con eficacia a que todos los hombres formen un solo rebaño, con un solo pastor (Ioann. X, 16).

  79. Esta consigna servirá siempre. La experiencia de tantos años nos muestra que, si tenemos buen espíritu, el aislamiento cesa pronto.

  80. Cfr. nota 44.

    Compañeros de trabajo o de profesión: el Padre soñaba, cuando escribió estas palabras, haciendo esa distinción, en los hijos que el Señor le mandaría, Oblatos y Supernumerarios obreros, campesinos, etc.: así me lo ha comentado alguna vez.

  81. Más tarde expondrá con detalle, en la Instrucción para la Obra de San Gabriel, la hondura de caridad y de servicio que supone esta labor eficaz en toda clase de asociaciones.

    Trabajamos en todos los sitios, escribe aquí el Padre, haciéndonos ver, por una parte, nuestra secularidad; y, por otra, que el apostolado de la Obra es un mar sin orillas.

  82. Con calma, despacio, porque la misión principal es la de dar doctrina y, con la doctrina y la gracia de Dios, vida interior. El Padre suele decir que el Opus Dei no improvisa nada. Se trata de dar formación, y ésta es una labor lenta. Después, cuando se caldea el ambiente espiritual, surgen las vocaciones. Vocaciones para servir al Señor en nuestra Obra o donde El quiera. — Al paso de Dios: ¡cuántas veces estas antiguas palabras del Padre —como tantas otras, repetidas hoy en distintas lenguas—, nos han llenado el corazón de alegría!

  83. Pruebas. Cruz. Muchas pruebas y muchos sufrimientos había pasado ya nuestro Padre: otras, mayores aún, le esperaban. ¿Las presentía?

    — Quiere el Padre que todos sus hijos las esperen con amor, sabiendo que vencerán; y nos enseña a llevar con garbo la Santa Cruz, y a buscar en la Cruz nuestra alegría: porque será una Cruz sin Cruz.

    — Es conmovedora la fe de nuestro Padre en su misión.

  84. Alegría en el cumplimiento de la Voluntad de Dios: eso es la santidad.

  85. Se han venido remachando, a lo largo de las notas de estas dos primeras Instrucciones, unos criterios que todos hemos oído comentar siempre al Padre: la realidad de que no somos religiosos, ni equiparados a los religiosos; la necesidad de ir concediendo en algunos pasos de nuestro derecho, con ánimo de recuperar; la imposibilidad de utilizar una terminología adecuada para la Obra porque hubiese sido mal entendida; etc. A partir de ahora, no me detendré con esa insistencia en estos temas; de una parte, porque ya quedan suficientemente aclaradas esas cuestiones; y, de otra, porque la vida sana de la Obra ha hecho que se imponga a los ojos de la mayoría de la gente la realidad que ha venido a suscitar el Opus Dei, por Voluntad de Dios que no se dejará de cumplir. He escrito a los ojos de la mayoría, porque no faltan algunos, pocos, que por desconocimiento o por una interpretación muy particular pretenden encorsetarnos en unos moldes que, de tolerarlos, nos descaminarían. Gracias a Dios, a la Virgen Santa María —que siempre nos ha acompañado— y a la fortaleza del Padre, que ha dejado esculpido el derecho del Opus Dei, ningún temor nos ha de asaltar, porque a su hora, cuando Dios quiera, se disipararán todas las nieblas y quedará bien neto nuestro camino jurídico, el camino de Dios.

  86. Antes había escrito el Padre: Toda nuestra fortaleza es prestada. — ¡Oh Jesús! — Descanso en Ti (Consideraciones espirituales, p. 67; Camino, nn. 728 y 732).

  87. Cfr. nota 48, a la Instrucción, 19-III-1934.