Yo entré en la obra a los 14 años

Hola

Me llama poderosamente la atención la exposición nada clara, yo diría que hipócrita cuando se felicita de la web, de Juan Francisco Dávila. Yo no hablo de la iglesia, que no me importa, sino de mi y el daño que se me ha hecho. Y lo que más me interesa es que eso no le pase a muchachos de la edad a la que yo fui captado, sin conocimiento de mis padres, sin madurez mía de ningún tipo, sin consentimiento informado de ninguna clase. Eso, aparte de delictivo, puede destrozar la vida de una persona inmadura como son los adolescentes a los 14, 15 ó 16 años. Y para que lo vea, le voy a narrar como "pité", aunque sea largo. Y sobre todo quiero poner sobre aviso a los padres que llevan a sus niños a centros del Opus Dei.

Yo entré en la obra a los 14 años y 8 meses de edad. Lo hice atraido por el ambiente de un club juvenil donde tenían una bonita sala de estudio que yo no tenía en mi casa. Olía bien, era silencioso. Algunos compañeros de mi clase empezaron a ir por allí animados por sus padres que eran supernumerarios. Entonces yo no tenía ni idea de lo que era el Opus Dei (OD). Esto fue en octubre de 1975. Acababa de morir "el Padre" y ya decían que se le llamara "nuestro padre".

Allí me sentí especial. Me gustaba tener tiempo para estudiar en un ambiente tranquilo. Entonces, antes de ir al club, mi espiritualidad era sencilla. Oía misa los domingos, me confesaba semanalmente, hablaba con Dios con la naturalidad que teníamos los niños en aquella época. Mis pecados eran los de los niños de esa edad, la pureza, las mentirijillas... Cosas veniales. No había odio en mi corazón. Empezaba a descubrir el mundo, un mundo por cierto velozmente cambiante en España recién muerto el dictador Franco.

Y en ese estado me topé con el OD. Me sorprendía que hubiera sirvientas, la administración, que eran como hadas que solo se oían andar o golpear durante la limpieza, y dejaban un rastro de olor a limón y cera en el suelo que me recordaba a las casas de las familias bien de entonces. Aquello me cautivó. Uno de los estudiantes que vivía en aquél club empezó a hacerse amigo mio, a preguntarme por mis estudios, mi familia. Era muy agradable, valenciano, con bigote, muy fino. A la semana de empezar a ir, me dijeron que pronto habría una película de Mons. Escrivá. La ví y no me gustó aquél cura tan remilgado. Pero todos, en la película y fuera de ella, le hablaban o le miraban como si viesen al mismo Dios. Se reían emocionados de las cosas que decía en la película, algunas muy chocantes, como que si la iglesia había eliminado el índice de libros de lectura prohibida él usaría el suyo para señalarlos. Me dejó frío. Pero cuando mi nuevo amigo me preguntó qué me había parecido la película le dije que bien por no hacerle un feo, pues había tenido la deferencia de acompañarme hasta el portal de mi casa.

Pasaron pocas semanas, cuando me propusieron ir a un curso de esquí. Vivía en una ciudad con una estación de esquí cercana. Yo no esquiaba entonces porque era caro, y solo lo hacían los que podían permitírselo sus padres. Por eso me hizo tanta ilusión ir allí. Convencí a mis padres para que pagaran el curso y me compraran ropa y botas para la sierra. Mientras tanto mi amigo me acompañaba frecuentemente y me hablaba de oir misa todos los días en el oratorio del club, que al principio era en latín, o de acudir a la meditación de los viernes, a oscuras, con un cura elocuente que hablaba en una mesa camilla cuadrada, con todo el centro a oscuras salvo un flexo pequeño que proyectaba sombras alargadas por las cejas y los pómulos. También me preguntaban si tenía algún amigo que pudiera llevar por el club a estudiar. Y yo les hablé de mi primo. Y me pidieron que se lo presentara. Pero mi primo no quería ir allí porque decía que los del OD eran una secta y que si me descuidaba acabarían pillándome. Así que como yo me dedicaba cada día más al club, donde empezaba a pasar la mayor parte de mi tiempo libre, mi relación con mi primo se debilitó tanto que dejamos de vernos. Incluso el director del centro, cuando escuchó lo que me decía mi primo, me recomendó que dejara de verlo. Y así lo hice. Y no le veo desde entonces.

Por fin llegó el curso en la sierra. Fuimos tres de mi clase del colegio (de religiosos).Subimos en autobús. Era el puente de la Inmaculada. Llegamos a un albergue que estaba a casi 2500 mt de altitud. Todo cubierto de nieve y un frío que pelaba. Las paredes del albergue podían tener un metro de grosor, y estaba asomado a un cortado de varias decenas de metros. Al entrar me inundó el cálor de la chimenea y el olor de los troncos ardiendo y los suelos de madera. Todo limpio y ordenado. Dios mio, pensé, nunca había estado en un sitio igual.

Pero aunque era un curso de esquí allí no se hablaba de esquiar. Nos repartieron las habitaciones. Cenamos juntos y después nos reunieron en la sala junto a la chimenea. Se estaba la mar de bien con la lumbre. Pero no había venido mi amigo del club, ni ninguno de los otros inscritos del centro. Solo vino el elocuente cura, que había sido físico y había estudiado en Roma.Yo pensaba por eso que era una eminencia. Un señor con acento castellano empezó a hablar de cuando se hizo del OD. Cómo se lo propusieron, cómo "suspendió el juicio" porque no quería ni pensar que tuviera vocación, y cómo irremediablemente dijo que sí. Y se hizo numerario. Era la primera vez que oía lo de numerario. Aunque no entendía porqué nos contaba aquello aquél hombre castellano, que se veía educado y simpático.Yo lo que quería era esquiar. Pero al día siguiente no hubo clase de esquí. Nada de eso. Un compañero de mi colegio que también estaba en el "curso de esquí" y yo, nos fuimos como pudimos a las pistas, alquilamos unos esquís de madera con ataduras de goma, nos colamos en el telesilla, y nos tiramos por una pista azul, como dios nos dió a entender. Yo perdí un esquí que fue a parar a un arroyo al final de la pista. Y eso era el cursillo de esquiar. Luego, estudiar en una sala fría del albergue.

Algo que me picaba la curiosidad era que la gente era llamada para hablar con uno de los hombres que no conocía en una habitación contígua a la improvisada sala de estudio.Permanecían un cuarto de hora o veinte minutos allí y luego salían nuevamente a estudiar. Algunos de ellos llevaban una agenda que dejaban abierta encima de las mesas con una foto de la Virgen María o una estampita amarilla con la foto de Mons. Escrivá de Balaguer. Me hacía ilusión que me llamaran a mi también y sentirme así tan importante como aquellos elegidos. Y me llamó aquél hombre que no conocía, de ojos claros, muy atractivo, con gafas y que hablaba muy bajito. Me inundó con su mirada y me hizo sentir como si fuera mi padre. Hablamos de los estudios, si me sentía bien allí... y si me gustaría ser de la obra.., que me lo pensara un poco. Y salí otra vez a estudiar. Me puse un poco nervioso porque en realidad no sabía exactamente lo que me estaba proponiendo. Sólo sabía que el club estaba muy bien, muy limpio, que se estudiaba a gusto y que la gente era muy simpática conmigo. Aquél hombre de mirada paternal me llamó varias veces más a lo largo del "curso de esquí" y yo le dije, sin pensar nada, porque no había nada que pensar, lo que veía era estupendo, que sí quería ser numerario. Luego, cuando bajábamos de la sierra en autobús, me enteré que a mi amigo de clase le habían dicho lo mismo y que él también había dicho que sí.

Dos semanas después yo escribía una carta al padre solicitando mi admisión como numerario del OD.

Para entonces se me pidió que no le dijera nada a nadie de mi decisión. A mis padres no, porque no lo iban a entender pues ya empezaban a cansarse de que a mi casa fuera sólo a comer y a dormir. A los curas de mi colegio tampoco porque no aceptaban a la obra. A mi primo ya no le veía y a los demás amigos, ya se vería cómo hacerlo. Lo fundamental para entrar en el OD fue el aspecto lujoso del centro, pertenecer a la élite. Yo no tenía madurez ninguna para juzgar críticamente, no había tenido ninguna experiencia sexual aún, no podía valerme de mí mismo porque era un niño. Y se me llevó al OD poniendo un caramelito rico delante mía para que pasara al interior de la obra sin tener ni idea de dónde entraba. Esto fue sólo el comienzo.

F.H., 4.03.2003


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