Vocación divina

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Por Gervasio, 6.03.2009


Más que mi propia opinión, pretendo expresar cómo en el Opus Dei se entiende la vocación. Hace muchos años Shakespeare fue acusado por el semanario La Codorniz de haber asesinado en Verona a dos jóvenes de buena familia: de los Monteschi y de los Capuletti. La acusación era injusta. Shakespeare —El Sespir, como lo llamaba La Codorniz— no mató ni a Romeo ni a Julia. Fueron ellos los que se dieron muerte a sí mismos, desesperados porque la propia vida ya no tenía sentido, tras el fallecimiento del otro. Shakespeare sólo lo relata. También era injusta la acusación de que había envenenado o apuñalado a Hamlet y a otros muchos personajes históricos o legendarios. Shakespeare simplemente narraba hechos. Deseo que no se tome por opinión mía la que no lo es.

El fundador del Opus Dei acostumbraba a leer L’Osservatore Romano. Con frecuencia enmarcaba en rojo un artículo que le había llamado la atención, para comentarlo posteriormente. En cierta ocasión rodeó de rojo un artículo que le había gustado particularmente. Trataba sobre la vocación al sacerdocio. Era un artículo breve y contundente, como de unas mil palabras. En él se sostenía muy explícitamente que la vocación al sacerdocio es pasiva. Lo único decisivo es la actitud del superior. Es el legítimo superior el que llama al sacerdocio a quien tiene por conveniente; y no al revés. No cabe detectar que la vocación se da, cuando alguien siente inclinación hacia el sacerdocio y solicita ser admitido como sacerdote. La vocación puede entenderse como una realidad activa o como una realidad pasiva. Por supuesto caben posturas intermedias, que son las que más abundan. Escrivá se alineaba decididamente por considerar pasiva la vocación, completamente pasiva.

Dios no me ha pedido permiso para meterse en mi vida, alegaba a favor de su posicionamiento...

Por lo demás, Escrivá entendía que un numerario que se hace sacerdote no recibe una nueva vocación. La vocación del numerario laico y la del numerario sacerdote es la misma. El sacerdocio para un numerario es una circunstancia, un accidente. Se resistía a llamarlo vocación. Y hablaba de llamada al sacerdocio en vez de vocación al sacerdocio, para marcar diferencias. Sea vocación o llamada —distinción difícil de traducir al latín— el caso es que depende única y exclusivamente del superior.

Además de vocación referida a realidades sobrenaturales —al sacerdocio, a ser numerario, al estado religioso, a trabajar en tierra de misiones—, también se emplea esa palabra para referirse a realidades terrenales, como desempeñar una determinada profesión —vocación de médico, de violinista, de marino— o a unos estudios —a las ciencias o a las letras— o un modo de vida estable como pudiera ser el de casado o el de célibe o la vida en el campo. Tanto en uno como en otro caso resulta obligado poner en relación la idoneidad del sujeto con el tipo de actividad que se siente llamado a desempeñar. Recuerdo a un gran amigo a quien gustaba mucho cantar. Sus ganas de cantar sólo eran comparables a su absoluta falta de idoneidad para ello. No sólo por carecer de voz, sino también por carecer del más mínimo oído. Desafinaba a no poder más. Claramente tenía inclinación a cantar, pero carecía de facultades para hacerlo. Alguien puede sentirse inclinado a ser misionero, pero no ser apto para ello, por tener una salud delicada, pongamos por caso. También sucede que alguien sea llamado a algo para lo que no está capacitado.

Vocación divina puede tomarse, pues, en dos sentidos. 1º Que existe una vocación a realizar algo no meramente terrenal, de dimensión sobrenatural, cual es llevar vida misionera o sacerdotal o la propia de un numerario o supernumerario del Opus Dei. 2º Que es Dios mismo quien nos indica que tomemos a la propia esposa y al niño y huyamos a Egipto o que abracemos el estado religioso o que ingresemos en el Opus Dei en calidad de numeraria auxiliar.

En los estatutos del Opus Dei (Cfr. nn. 6 y ss.) y en la usual predicación dentro de la prelatura, se insiste en que la incorporación al Opus Dei responde a una vocación divina ¿En qué consiste el carácter divino de esa vocación? En que la vocación al Opus Dei, lo mismo que la vocación al sacerdocio o a ser religioso, se sitúa en el terreno de lo sobrenatural. No se trata de una vocación en el mismo sentido en que se habla de vocación a la medicina, o a la biología o a las matemáticas. Tanto los que continúan en el Opus Dei como los que nos hemos ido, al pedir la admisión éramos conscientes de emprender una vocación divina, en ese primer sentido. Hacernos del Opus Dei se nos presentaba como algo muy distinto a optar por la medicina o por la astrofísica.

Hacerse del Opus Dei, carmelita descalzo o monje trapense, sin embargo, no proviene de una voluntad explícita de Dios. Hay acciones en sí buenas —como ir a misa— y en sí malas —como robar—; pero de ahí no se deduce —ahí está el engaño— que es Dios quien nos inspira ir a misa y el diablo quien nos inspira a no devolver cierta cantidad de dinero que debemos. Las cosas buenas son muchas. Y no digo todas las que se me ocurren, para no pasarme de chistosillo. De que algo sea bueno no se deduce que Dios nos lo pida. El Opus Dei es algo bueno. Si es bueno, Dios te está pidiendo que te hagas del Opus Dei. Así nos engañaron. Nos parecía que el Opus Dei era bueno y que por tanto deberíamos ingresar en él. No sólo bueno, sino buenísimo. La panacea para salvar a la humanidad. Había que tirarse al mar en auxilio de una humanidad periclitante.

— ¿No esperarás que Dios te envíe un ángel del Cielo, se arranque una pluma del ala y te escriba en papel un requerimiento expreso de hacerte del Opus Dei?, se nos decía.

Y también se nos decía que un 2 de octubre de 1928 algo parecido a lo de la pluma del ángel había acontecido. No somos almas que se unen a otras almas, para hacer una cosa buena. Esto es mucho... pero es poco. Somos apóstoles que cumplimos un mandato imperativo de Cristo (Instrucción sobre el espíritu sobrenatural de la Obra, n. 27) y cosas parecidas. Nada de consejos evangélicos, mandato imperativo.

Un sesudo sociólogo católico, tras rigurosos estudios de impecable método, llegó a la siguiente constatación. Las vocaciones florecen entre aquellas personas que frecuentan los sacramentos, van a misa diariamente, rezan el rosario, hacen examen de conciencia por la noche, etc. Las vocaciones afloran entre quienes quieren ser buenos. ¡Qué descubrimiento! Por eso Escrivá buscó y encontró vocaciones para su fundación entre quienes eran católicos practicantes.

Cistercienses, franciscanos, gentes del Opus Dei, jesuitas y demás instituciones que nutren sus filas de vocaciones, provocan la crisis vocacional entre quienes llevan una vida de piedad. Si se trata de un pagano, hay que esperar no sólo a que se convierta al catolicismo, sino a que lleve una vida de piedad lo suficientemente intensa y duradera como para poder plantearle la crisis de la vocación. Para ser sacerdote constituye un impedimento el ser converso reciente (Cfr. canon 1042). No es sorprendente que las vocaciones de jesuita suelan provenir de colegios de jesuitas y las de numerario de colegios de Fomento. Tampoco es sorprendente que en el Nepal no surjan vocaciones ni de jesuitas ni al Opus Dei. En ocasiones hay forcejeos por ver quién se lleva el gato —es decir la vocación— al agua. Enterados mis padres de que quería hacerme del Opus Dei, apareció un jesuita con la pretensión de que antes de dar tal paso hiciese unos ejercicios espirituales, pero con los jesuitas. Así podría emprender con más ponderación y profundidad mi camino. El sacerdote de la Obra que me atendía, rechazó absolutamente semejante medio de ponderación y profundización, pese a que yo le aseguraba que mi decisión estaba ya tomada y nada me importaba asistir a unos ejercicios espirituales predicados por jesuitas.

— ¿Por qué no admiten como monja a mi tía Carolina, decía a la superiora de un convento un amigo mío que no sabía dónde colocar a su vieja tía. Está tan demenciada, que no puede pecar. Hará un gran papel. Es una vocación muy segura.

Es bien conocida Sor Lucia dos Santos, una de las videntes de Fátima. Sus dos primos, Jacinta y Francisco, ya han sido canonizados y ella está en camino. Pues bien, Sor Lucia ingresó en 1921 en la congregación conocida como de las Hermanas Doroteas. Años después, en 1948, dejó de ser dorotea e ingresó en el Carmelo de Coimbra, donde falleció en 2005. ¿Tendremos que entender que fue Dios quien le pidió primero ser dorotea y posteriormente carmelita? Parece que no; que lo decidió ella. La legislación canónica regula el cambio de un instituto religioso a otro. También prevé que un sacerdote numerario o religioso abandone la prelatura o el instituto religioso para desarrollar su tarea sacerdotal como sacerdote diocesano. Dentro del Opus Dei, también cabe pasar de numerario a agregado y viceversa y de ambas cosas a supernumerario y viceversa. Todos estos cambios, si bien se procura que sean excepcionales, no son imposibles.

La madre Teresa de Calcuta ingresó en la congregación de Hermanas de Nuestra Señora de Loreto, para abandonarla y fundar las Misioneras de la Caridad. El propio Escrivá en un determinado momento decidió abandonar el Opus Dei en manos de don Álvaro, para iniciar otra fundación distinta dedicada a los sacerdotes diocesanos. Digo otra no sólo en el sentido de distinta del Opus Dei, sino también en el sentido de que ya había y hay otras fundaciones dedicadas a los sacerdotes diocesanos. No cabe entender que Dios pidió expresamente a Sanjosemaría hacer una nueva fundación distinta de la del Opus Dei para el clero secular, a no ser que admitamos que rechazó un explícito llamamiento divino. Más bien parece que en un determinado momento consideró muy puesto en razón dar vida a una nueva fundación y que posteriormente dio marcha a atrás.

En el 2 de octubre de 1928 también se percibe que Dios nada en concreto comunicó a Sanjosemaría, aunque pretenda ocultarse la vacuidad de ese dos de octubre. El fundador anotaba diariamente en un cuaderno, al que denominaba “Apuntes íntimos”, los acontecimientos espirituales de su alma. Nos encontramos ante una personalidad narcisista, que se recrea mirándose en el espejo de su propia vida interior. Su modo de hacer ejercicios espirituales consistía en leerse a sí mismo. Y es leyéndose a sí mismo como vio el Opus Dei, según narran las fuentes oficiales de la prelatura. En la biografía autorizada de John F. Coverdale La fundación del Opus Dei, p. 5, leemos: En una anotación recogida por Escrivá en 1930, en lenguaje casi telegráfico, se resume el contenido de la visión que tuvo el 2 de octubre de 1928: "Simples cristianos. Masa en fermento. Lo nuestro es lo ordinario, con naturalidad. Medio: el trabajo profesional. ¡Todos santos!". Esa nota es lo único que el fundador explicita de ese dos de octubre. Y Coverdale continúa en la página 31: Desgraciadamente, en algún momento del año 1932, Escrivá quemó el cuaderno que contenía las notas que leía cuando recibió la visión fundacional, los apuntes que había tomado el 2 de octubre de 1928 y los que anotó durante el siguiente año y medio. La destrucción de aquellos papeles y su reticencia a dar detalles sobre lo que sucedió el 2 de octubre de 1928 hacen que sea imposible saber exactamente qué aspectos de su tarea fundacional surgieron claramente de la primera visión y cuáles quedaban por definir. Si Dios le comunicó algo ese dos de octubre, lo hizo desaparecer. Todo apunta a que esos tres documentos destruidos en 1932, más que sugerir una concreta revelación, sugerían la sublimación de cuatro vaguedades, por no decir vulgaridades. Entre lo sublime y lo ridículo —se ha dicho— sólo hay un paso. En 1932 se dio cuenta de la ingenuidad de sus “apuntes íntimos”. Ese tipo de literatura tan monjil. La Historia de la Obra está llena de destrucción de pruebas y de eliminación de testimonios que comprometen. En este caso, el testimonio es del mismísimo Escrivá. ¿Imagináis el contenido de esos apuntes íntimos? Yo sí.

Durante el retiro espiritual que los numerarios deben cursar anualmente, se dedica un día entero de predicación a inculcar esta idea: “tienes vocación divina al Opus Dei”. Y a veces se añade:

— Desde toda la eternidad.

Eso de desde toda la eternidad siempre me ha parecido un énfasis carente de valor, pues desde toda la eternidad también está establecido cosas tan banales como que en invierno haga frío, en el verano calor, que los leones coman cebras cuando tienen hambre y los caballos hierba.

¿Ser o no ser del Opus Dei? He aquí la cuestión. Cabe atribuir a Dios el ser llamados a la santidad; pero no a ser dorotea, carmelita o numeraria auxiliar. Por lo mismo, no cabe presentar como pecaminoso causar baja en las correspondientes instituciones. Lo argumenta con rigor y demostrando buen conocimiento de la teología moral Joseph. I. B. Gonzáles en La trampa vocacional. Si para ser santo no es necesario ser o dorotea o numeraria auxiliar o carmelita descalzo, dejar de serlo tampoco se opone a la llamada a la santidad. Por eso la condición de dorotea se acompaña con un voto de doroteez. Nadie está obligado a ser dorotea. Si alguien desea no continuar siendo dorotea, no es dispensado de la doroteez —que no es obligatoria—, sino del voto de ser dorotea. Hay muchos santos y santas que no han sido doroteas ni doroteos.

—Pero es que sor Lucia dos Santos dejó las doroteas, no para volver al mundo, sino para hacerse carmelita.

—Lo propio sucede con quien abandona la Obra. Quien se hace del Opus Dei no abandona el mundo —se nos dice—; continúa siendo un cristiano corriente. El que deja el Opus Dei simplemente adopta otra modalidad de ser cristiano corriente en medio del mundo.

Abandonar el Opus Dei puede ser percibido como un deber. El propio fundador estuvo a punto de hacerlo, para dedicarse en plenitud a los sacerdotes seculares. Al igual que Sanjosemaría alguien puede considerar un deber abandonar el Opus Dei. Sobre los argumentos aducidos por Joseph I.B. Gonzáles, en el caso del abandono del Opus Dei, cabe añadir algo más.

Muchos testimonios de esta web muestran que el deseo y la decisión de abandonar el Opus Dei más que a la finalidad de fundar algo —aunque algún caso se ha dado—, obedecen a un rechazo intelectual y visceral a todo lo que el Opus Dei es y significa. En ocasiones falta hasta el proyecto de construir una vida nueva, tras el abandono. Lo que se desea es marcharse, huir. El testimonio para mí más estremecedor es el de Antonio Pérez Tenessa en relación con la Obra: “Yo, por mi parte, puedo seguir asegurando que no he llegado a echar de menos ninguno de sus cuidados, de sus charlas, de sus consejos, de sus diálogos, de sus apostolados, nada. Porque era eso precisamente lo que costaba y me repelía por contradictorio" (Tomado de La trampa de la vocación). No nos encontramos ante el rechazo de elementos accidentales, como pueda ser un concreto director, una concreta disposición, o unos malentendidos. Nos encontramos ante un rechazo de lo que el Opus Dei es y significa, por parte de quien fue su secretario general y consiliario en España. Lo mismo se percibe en otros muchos testimonios. Conforme los entresijos del Opus Dei se van conociendo, no pocas veces, va resultando más repulsivo. Y cuando tal sucede lo más puesto en razón es abandonarlo, siendo secundaria la situación de los votos, las botas, los botines, los botones, los contratos, los compromisos o los vínculos.

Decía que, en la mayoría de los casos, nos hicimos del Opus Dei razonando: como ser del Opus Dei es algo bueno, Dios me lo pide. Cuando no damos cuenta de que no es bueno, sino malo —o al menos malo para nosotros—, es lógico pensar: Dios me pide abandonar la Obra. ¿Por qué tengo yo que dedicar mi vida a unas actividades y tareas en las que no creo y que me repugnan?

A eso habría que añadir la frivolidad con que en el Opus Dei se plantea la crisis vocacional. Recuerdo al director de un Colegio Mayor que hizo pitar —hace muchos años— a la casi totalidad los residentes del Colegio Mayor. Aquello originó una posterior y previsible desbandada, junto con elogios y recompensas por su ejemplar actuación proselitista. Provocar sin ton ni son vocaciones origina que lleven fecha de caducidad. Víctimas natas de ese tipo de captación son los hijos de los supernumerarios, nuestras escuelas apostólicas, como decía con orgullo Escrivá, entre quienes abundan las defecciones.

A punto de publicarse la encíclica Humanae vitae, estando la pelota en el tejado acerca de lo que el Papa fuese a decir, el fundador nos aleccionaba:

Aunque otros puedan hacerlo; entre nosotros, no. Los supernumerarios siempre tendrán la obligación tener muchos hijos. Donde hay familias numerosas, siempre se acepta mejor la entrega a Dios de alguno de ellos.

Ha sido muchas veces mencionada en esta web la opinión del consiliario de España Florencio Sánchez Bella (q.e.p.d.), según la cual no es mal balance que de diez persevere uno. Como media cierto espacio de tiempo entre pitaje y despitaje, siempre queda asegurada la presencia de una población estable. En Las santidades en el Opus Dei hacía notar que las cosas están planteadas de tal manera que para conseguir que en el Opus Dei haya un santo hay que mandar nueve al infierno, si es verdad eso de que quien no persevera al infierno se va. Con esa política vocacional no cabe tomar en serio eso de que despitar constituye pecado mortal. ¿No será que son llamados al Opus Dei quienes no debieron serlo o que no se les explicó suficientemente lo que el Opus Dei es y conlleva?

Es al Opus Dei a quien corresponde decidir quién vale y quién no para ser del Opus Dei. No basta que alguien se considere a sí mismo llamado a ser del Opus Dei —o carmelita o dorotea— para que pueda hablarse de vocación; es necesario que la institución en la que quiere ingresar también lo considere así. Pero ese aspecto pasivo de la vocación no es la problema. La problema consiste en la dimensión activa, en que se invite a alguien a formar parte de la institución indebidamente. Tal vocación —por muy pasiva que se entienda— no puede atribuirse siquiera a una voluntad de Dios secundum quid y relative tantum, por utilizar la terminología que empleé en La voluntad de Dios.

Un modo bastante usual de restar importancia a las defecciones consiste en afirmar:

—No hay que preocuparse porque fulanito haya dejado la Obra. En realidad no se enteró de nada. Puede considerarse que realmente nunca ha sido de la Obra.

Y apetece replicar:

— Entonces ¿por qué lo habéis hecho pitar? Si pitó sin enterarse de nada, ¿por qué no dejáis también pitar a tía Carolina?

Ese es quizá el motivo por el que la mayor parte de la gente se va. Se van, cuando comienzan a enterarse de lo que la Obra es.

Otro modo de restar importancia a las defecciones —y al correspondiente infierno— consiste en computar sólo a los que tienen hecha la fidelidad. Tengo entendido que últimamente se ha dispuesto que los supernumerarios no hagan la fidelidad más que excepcionalmente. Con los numerarios y agregados podría hacerse lo mismo. Mejor aún, concederles sólo la fidelidad en artículo mortis y sub conditione, de tal manera que si el numerario no fallece la fidelidad no surta efecto. De este modo se lograría un porcentaje de perseverancia al ciento por cien —estadística que deja muy bien a nuestra madre guapa—, alivia las calderas de Pedro Botero y permite seguir sin mayores reparos con la campaña de ¡a por 500!



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