Viva el nuevo beato, viva la reglamentitis…

Por Laotraorilla, 26/02/2014


A raíz del anuncio de la próxima beatificación del que fue el “hijo más fidelísimo de San Josemaría”, y espero que, sobre todo, de Dios, me han venido a la memoria muchos recuerdos “de familia” acerca de la vida de Álvaro y su misión de gobierno. Si a Josemaría lo han nombrado el santo de lo ordinario (¿?) a Álvaro podría ser que lo llamaran el santo de los reglamentos o de las praxis o de los códigos… qué se yo, o algo por el estilo.

Yo lo conocí fumando, hace ya algunos años en una tertulia con San Josemaría, (él le había impuesto que fumara). En ese entonces estaba fumando unos pitillos marca Kent, parece ser que le gustaba fumar tabaco rubio y en muchas ocasiones americano. Otros fumaban tabaco negro y me acuerdo en mi tiempo romano de unos llamados “nazionale” que eran una auténtica bazofia pero por aquello de la “pobreza” a nosotros nos correspondían esos o similares...

Me acuerdo de lo consternado que estaba D. Álvaro los días de la muerte y sepelio de San Josemaría. Aunque se le veía con calma, comentábamos que daba la impresión que se le había venido el mundo encima, y no era para menos… suceder a alguien que él había canonizado en vida no era nada fácil. Desde el primer momento comenzó a dar indicaciones para que no se perdiera nada de lo hecho y dicho por el de Barbastro. Ese verano me tocó quedarme un buen tiempo en Cavabianca antes de irme a Tor ‘Aveia. Era de rigor invitar a las tertulias de esos días a los mayores para que nos contaran dichos y hechos del futuro santo. Me acuerdo de más de uno que nos hablaba de él comparándolo con Moisés, era el nuevo Moisés que Dios había escogido para acompañar a la Iglesia en el “profundo desierto” en el que se encontraba después del Concilio Vaticano II y abrir así las aguas del Mar Rojo de la desolación en la que vivía sumida la Iglesia en esa época tan tremenda y oscura. Y como era lógico, se sucedían las anécdotas acerca de D. Álvaro y de cómo “nuestro Padre” lo fue preparando para tomar el “palitroque”, el relevo de la cosa.

De las primeras cosas que me impresionaron en esos momentos fue la publicación de la carta de D. Álvaro “nuestro Padre en el cielo”, relatándonos los pormenores de los últimos días de la vida del santo fundador sobre la tierra. Era tan prolija en detalles que daba la impresión de que la hubiera escrito antes y que el fundador había tenido oportunidad de revisarla, corregirla y aumentarla. Me acuerdo que ya desde entonces estaba muy mal visto decir: “cuando murió nuestro Padre”, había que decir: “cuando nuestro Padre se fue el Cielo” y si alguien decía lo primero se le corregía diciéndole: “lo que quieres decir es: cuando nuestro Padre se fue al cielo”. Al poco tiempo ya nos habíamos acostumbrado a esa expresión y a tantas otras que nos llegaron con la reglamentitis que se inició en ese entonces.

Y empezó la “revolución”. Había que cerrar filas y blindar la obra para que no se perdiera nada del paso de Escrivá por la tierra y así lo pudieran conocer todos con el paso de los años y de los siglos, pues, no sé si sería también una maldición, pero la “madre guapa” duraría “hasta que haya hombres sobre la tierra”, así lo dijo y dejó escrito Escrivá. D. Álvaro comenzó a escribir ya la relatio para el proceso de beatificación, que yo creo que ya estaba bastante avanzada desde antes de la muerte, y pidió que se recogiera todo lo que hubiera en los centros y tuvieran las personas que hablaran de él.

Al poco tiempo, meses quizá, salió publicada la primera edición de las “praxis” para el gobierno de la obra: centros, delegaciones, comisiones y supongo que también consejo y asesoría. La cosa más horrenda e inimaginable para vivir en lo que Álvaro también llamaba milicia y familia a la vida en familia. En ellas se recogía a modo de cánones la vida y milagros de los miembros de la obra. Eran cientos y cientos de números que normaban todo el manejo del gobierno, así no se dejaba nada a la improvisación ni a la libre interpretación del espíritu. Bastaba con seguirlo a rajatabla para que todo funcionase muy bien. De verdad ahí estaba todo, absolutamente todo. Si a alguien se le ocurría algo, cualquier cosa, iba con el director en turno y previa consulta de la “praxis”, se le daba el criterio a seguir, no había así forma de “descaminarse”. No cabe duda que esto fue un gran logro de D. Álvaro, cuidar el espíritu hasta la última “tilde” de la ley para que no se perdiera ni la más mínima ápice. Y cargarse de paso lo que se suponía era la vida en familia… la obra, el mejor sitio para vivir y el mejor sitio para morir, si no te habías ido antes.

Las cosas comenzaron a funcionar con el criterio de “ad mentem patris” de “maravilla” pero a medida que pasaban los días, las semanas, los meses y los años… la vida en los centros se había convertido en una auténtica pesadilla porque, además de la “praxis”, seguían llegando más y más criterios. Se podía reglamentar todo, aun lo imposible, de ahí que él les pidió, exigió a todos el “entregar la vida como un cheque en blanco”. Así fue como se reglamentaron, por orden de Alvarito, los aperitivos, se dejó claro qué se podía beber y qué no… Por ejemplo, no se podían beber bebidas que superaran los 33 grados etílicos, todo quedaba reducido a coctelitos, cerveza y vino. En las grandes fiestas, no podía haber bebida en aperitivo; en la mesa y en la tertulia había que escoger solamente 2, y con el mismo criterio de bebidas suaves. Lo mismo aplicaba para los agregados y supernumerarios, pero ahí a ver quién los “controlaba”. En definitiva, había que influir en el ambiente con el “bonus odor Christi” que, con una copita de más, se hacía más complicado. Llegaron también a los centros el tiempo que debían de durar las comidas: tanto tiempo para el desayuno, las comidas no podían ser más de x tiempo y si había aperitivo… en fin, para volver loco al más cuerdo…

Se empezó a reglamentar más el uso de la televisión. Además de continuar bajo llave, en algunos lugares me enteré que se guardaba junto a la llave del sagrario, se dio el criterio, también por orden de Alvarito, que solamente se podía ver una película comercial al mes, en las del del fundador y de su hijo más fiel no había límites. También se indicó que no podían verse programas de serie porque entonces te acababas apegando a los programas y si no se podía ver el día que lo pasaban se te armaba un conflicto interior que impedía tener el corazón libre, desprendido de las cosas del mundo al que “amamos apasionadamente”.

A los sacerdotes deportistas se les indicó cómo debían salir del centro para hacer deporte, en pocas palabras era salir con ropa clerical aunque debajo llevases la ropa de deporte y regresar así. Si se hacía muy pesado el vivir todo este ritual, también Alvarito mandó el criterio: “hijos míos, el mejor deporte es obedecer”… Lo importante era dar buen ejemplo y no “escandalizar” a nadie.

También fijó los criterios para hacer la charla fraterna: además de continuar el criterio de que tú no escoges al director, y de que es el mismísimo padre el que recibe tu confidencia, no debía durar más de 10 minutos, pues lo demás era perder el tiempo. Ya nos podemos imaginar la profundidad de esas charlas, en las que era simplemente entregar la “hoja de normas” indicando qué habías hecho y qué te había faltado y no había tiempo para más, y recibir los criterios del consejo local respecto a la marcha de tu vida interior, revisar tu examen particular, también “sugerido por el cl” (me acuerdo que en esos años era muy frecuente tener de examen particular el repartir estampas del fundador y hojas informativas, y además te ponían número), revisar el plan apostólico diario y nada más, pero eso sí, que no faltasen los temas centrales de la santidad para el opus: fe, pureza y vocación…

A los sacerdotes también se les daban indicaciones muy precisas. Ahora me acuerdo de algunas que hacían mucho ruido a más de uno. No se podía utilizar, para la celebración de la misa, más que el canon romano, los otros no, y si preguntabas el motivo te decían que los otros había que revisarlos un poco pues se habían elaborado al vapor. Acababas diciendo: “qué buena es nuestra madre guapa que nos cuida de la mismísima Santa madre Iglesia”. Algo muy duro era el tema de las confesiones. De preferencia a los hombres en el confesonario y a las mujeres siempre. Estaba prohibido oír confesiones de mujeres fuera del confesonario y si se hacía sin haber alguna causa justa, por ejemplo alguna persona impedida de ir a un confesonario, quedaba suspendido “ad Divinis” y solamente el prelado la podía levantarla y a las mujeres de la obra que se confesaban fuera del confesonario, sin necesidad urgente, se le privaba de la comunión eucarística por 15 días. Todo esto bajo la mirada atenta de D. Álvaro. La Liturgia de las Horas siempre en latín, aunque no lo entiendas. El Derecho Universal de la Iglesia da opción al uso de la lengua vernácula. Decía un director del Consejo General: “A Dios lo que le importa es que se obedezca más que el entender lo que se reza”…

Fueron tiempos especiales y también fue una época de muchas, muchísimas depresiones y “despitajes”, mucha gente afectada espiritual y psicológicamente. Muchos de esos casos los hemos leído y comentado aquí en esta página estupenda que a tanos nos ayuda a encontrarnos otra vez con nosotros mismos.

Podría seguir contando más experiencias vividas relacionadas con el futuro beato pero pienso que por ahora está bien. Sería muy bueno que otros más viertan sus recuerdos, seguro que habrá cosas muy pero muy interesantes.

Una última cosa. Hace unos días, charlando con un buen amigo sacerdote legionario, comentamos acerca del Capítulo General que están viviendo en estos días en Roma, y me decía. “Mira, lo del fundador es punto y aparte. Lo del espíritu es lo más importante, por lo pronto se han suprimido como 300 reglamentaciones que teníamos y ahora, cuando sale alguna de ellas decimos: eso estaba en el Directorio” (el equivalente a las praxis y vademécums y golosas y… todo lo demás) y nos echamos a reír. Empezamos a vivir con más normalidad y libertad”… sin comentarios.




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