Misterios por resolver

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Por Marypt, 2005


Introducción

El secretismo de que el Opus Dei se rodea hace que, incluso aquellos que se aproximan a la institución y de la que forman parte, vivan en un estado permanente de semi-ignorancia en relación a la muchas realidades de la Obra. La semi-ignorancia hace nacer una sensación, a veces muy intensa, de “misterio” por resolver...

Ese estado de semi-ignorancia y esa sensación de enigma fueron constantes a lo largo de las décadas en las que estuve ligada a la Obra. Se traducen en decenas y decenas de “pequeñas” dudas, pero también en muchas otras ya no tan pequeñas... al punto de que personalmente me había acostumbrado a funcionar interiormente con algo parecido a un “espíritu de detective”:

  • Observando siempre todo lo que sucedía, especialmente el comportamiento de las directoras;
  • Estando atenta a lo que se decía, particularmente en los momentos de entretenimiento: en una tertulia, en una comida, en un paseo...;
  • Aprendiendo a leer entre líneas los textos de la Obra –llamados “Noticias”;
  • Relacionando hechos, frases e indicios aparentemente inconexos...
  • Y, de vez en cuando -muy de vez en cuando- haciendo alguna pregunta a una directora, preferentemente una pregunta no muy directa en relación con los temas que pretendía esclarecer, para “no levantar sospechas”.

Debo confesar que esta actividad interior terminó por darme un cierto “gozo”, porque eran tantos los asuntos que nunca me fueron explicados y porque el sistema de vida de la Obra es tan complejo y totalizante que alguien que piense por sí mismo, tiene que ir “coleccionando” inquietudes y misterios aparentemente insolubles.

"Opuslibros" ha sido una preciosa ayuda para ir satisfaciendo esas inquietudes e ir resolviendo algunos de esos misterios. Aún así, me he decidido a pedir vuestra ayuda en el esclarecimiento de “misterios” que dentro de mí permanecen inexplicables.

¿Por qué una amenaza de un castigo colectivo en una convivencia?

En una de las primeras convivencias que hice ya como miembro de la Obra, sucedió algo bastante curioso:

  • Se había organizado un picnic en el jardín y, al transportar la comida, a alguna de las más jóvenes se les calló un recipiente con comida, se cayó todo al suelo y se estropeó;
  • Nos sentíamos incómodas como se queda una cuando sucede algo de este tipo; limpiamos la basura que hicimos y comimos los que se había salvado;
  • Días después, al término de un retiro espiritual, una de las directoras nos dio una reprimenda porque no habíamos hecho un perdón colectivo por ese disparate; y que deberíamos cumplir igualmente una penitencia colectiva por lo que habíamos hecho.

Pasé el resto de la convivencia a la espera de ese “castigo colectivo” que nunca llegó... Y todavía hoy no he conseguido entender por qué se tenía que haber pedido perdón y ser castigado por un mero accidente, en el que nadie tuvo la culpa.

La existencia de grupos “aparte” de supernumerarias en función de su origen social

Después de algunos años de pertenencia a la Obra oí hablar de supernumerarias que se reunían en centros que eran a la vez, administraciones ordinarias de otros centros... Pensé que el motivo sería sólo “geográfico”, o sea que esas personas vivieran más cerca de esos centros-administraciones.

Pero, cierto año, al ver la lista de las convivencias anuales para decidir en cuál de ellas pregunté si podía ir a una convivencia que estaba marcada con una “B”. Me dijeron que no, porque esas convivencias eran para supernumerarias de centros “más modestos” que el mío... ¡Debía inscribirme en una convivencia que estuviese señalada con una “A”!

¡Me quedé sin palabras! Y nunca conseguí hablar a nadie de ese espantoso descubrimiento: ¡había supernumerarias tipo A y supernumerarias tipo B!

Pensé para mí: es comprensible que, durante algún tiempo, se tuviesen en cuenta esas tales diferencias sociales para que personas que por ventura tuviesen hábitos “más sencillos”, no se sintiesen fuera de lugar. Pero ¿Cómo se explica que en una institución presuntamente “fraterna” eso se mantuviera así para siempre?

Me quedé revuelta con este “descubrimiento” dentro del mundo secreto de la Obra. Pero había algo que todavía me atormentaba más: ¿Y si hubiera descubierto que yo era una supernumeraria de tipo B? Así podía imaginar mejor lo que sentirían las supernumerarias de tipo B al saber de la existencia de supernumerarias de tipo A...

¿Autorización de las directoras para pasar de Numeraria a Supernumeraria?

Esta vez decidí comenzar por el “misterio” del Opus Dei que más me intriga porque es el que mayor importancia tuvo en mi vida: intentar entender cómo fue posible que –por insistencia mía- las directoras de mi centro me permitieron pasar del estatuto de Numeraria al de Supernumeraria.

Quien haya tenido la paciencia de leer mi testimonio más íntimo (Andando hacia atrás en el tiempo) ya sabe qué sucedió conmigo y que aquí procuraré sintetizar:

  • "Pité" cerca de los 14 años y medio, totalmente forzada por la numeraria que me “atendía” y por la presión global del club que frecuentaba;
  • Naturalmente –como sucedió con tantos de vosotros-, nadie me dio más alternativa que pedir la admisión como “asociada numeraria” y mucho menos me explicó que en una primera fase todas éramos jurídicamente supernumerarias;
  • Con 15 años hice la “admisión” como Numeraria (creo que es con la admisión cuando una persona es jurídicamente Numeraria, pero no estoy segura);
  • A partir de los 16 años comenzaron a presionarme para hacer la “oblación”; por esa época hice mi primer curso anual y ahí “descubrí” parte de los horrores de la vida de numeraria.
  • En esos momentos, ya se había pasado mi entusiasmo inicial (que más que nada era el resultado de la inmadurez de una adolescente) y había tomado conciencia de que no tenía ningún tipo de vocación hacia el celibato.
  • Al oir hablar de los célebres “votos” que todavía se hacían entonces (estábamos al final de los años 70 y la Obra no era todavía prelatura personal), tomé una decisión muy firme: o pasaba a ser supernumeraria o tendría que dejar la Obra. Y comencé a vivir “libre” de las obligaciones de una numeraria (por ejemplo, viviendo en casa de mis padres, me resistía totalmente a participar de los momentos de “vida de familia” de las numerarias: meditación y misa por las mañanas, comida y tertulia, etc.);
  • Pero mi pretensión (de pasar a supernumeraria) se encontró con fortísimas resistencias por parte de las directoras; durante casi dos años usaron todos los medios de presión para convencerme de “ser generosa y entregar mi vida entera a Dios”;
  • Aún así, yo nunca desistí de mi postura: en conciencia estaba segurísima de que Dios no me pedía que siguiera una vida de celibato;
  • Mientras tanto, de las decenas de jóvenes y adolescentes que habían pitado en los clubes, muchas pasaban a ser supernumerarias (de hecho, porque de derecho ya lo eran, por lo menos hasta la “admisión”), al cabo de algún tiempo;
  • Por supuesto que yo utilizaba ese argumento para que conmigo también sucediera lo mismo. Las directoras insistían una y otra vez: en el caso de las otras personas tenían claro que el lugar de ellas era como Supernumerarias; pero en cuanto a mí, eso no pasaba, antes al contrario, todo indicaba (menos en mi conciencia, pensaba yo... ) que mi vocación era claramente de Numeraria;
  • Los meses fueron pasando, yo no quería de ninguna forma romper las amistad que sentía y que había nacido con las personas de la Obra, pero me resistía a hacer la “oblación” y mucho menos a hacer los votos que querían que hiciese;
  • Llegué a un estado de ansiedad tal que me negaba a volver a tratar de este tema. La vida iba transcurriendo y yo me comportaba como una adolescente normal de mi edad que –también digo-, procuraba vivir el plan de vida que me habían propuesto y participar en los medios de formación de la Obra;
  • Cuando entré en la Universidad tuve la oportunidad de hacer un viaje al extranjero; las directoras me pidieron –como última tentativa- que en ese periodo fuera de mi país, frecuentase los medios de formación de las numerarias en el centro del país de destino;
  • Estuve de acuerdo porque, estando sola fuera de mi ambiente normal, me pareció que “nada malo” me podría suceder. Y así fue: lo que presencié en el centro de la Obra de ese otro país me confirmó la certeza de que nunca, pero nunca, podría sobrevivir en tal ambiente artificial y de ausencia de libertad;

Semanas después de regresar, las directoras de mi centro me dijeron finalmente que podría hacer la “oblación” como supernumeraria. Me quedé muy contenta y debo reconocer que por lo menos los dos años siguientes fueron muy felices para mí. Sentía que podía acercarme más a Dios ¡sin estar forzada a tener una vida fuera de lo normal!


Ante esta mi experiencia personal, fue con gran admiración (sorpresa) que –al pasar de los años y sobre todo, después de leer tantos testimonios de ex numerarios/as en “opuslibros”-, me di cuenta de que nunca conocí u oí hablar de un caso idéntico al mio. Son muchas las personas que aquí en la web afirman que también hubieran preferido pedir la admisión como supernumerarios/as... pero ninguna dice que lo hubiera conseguido...

¿Será, pues, que mi historia es un caso tan aislado?

Y, si la respuesta fuera afirmativa, ¿cómo se explica que pura y simplemente las directoras que me orientaron no decidieron que –a pesar de mi resistencia- yo tendría que dejar la Obra? Agradezco anticipadamente vuestra ayuda a la “resolución de este misterio”; para mí es crucial comprender lo que sucedió en mi vida para poder vivir con plena libertad interior, consciente de mi pasado y consciente de las cosas positivas y de las menos positivas que la Obra me hizo vivir!

¿Cuál es la función del Colegio Romano de Santa María?

Muy pronto comencé a oír hablar de un centro maravilloso, situado en Castelgandolfo, cerca de la residencia de Verano del Papa (pude confirmar que era realmente encantador durante mi participación en los Univs), en el cual algunas numerarias escogidas iban a hacer un curso fantástico y a tener la oportunidad de estar dos o tres años en el corazón de la Obra. Lo máximo eran, naturalmente, las visitas del Padre que podían acontecer en cualquier momento y dejaban la casa vuelta del revés...

Confieso que en mis tiernos 15 años pensé que sería para mi una oportunidad fantástica. Entretanto el entusiasmo fue disminuyendo, no sólo porque pretendía ser solamente supernumeraria, sino también porque algunos de los relatos de las “agraciadas” con esa maravilla me crearon bastantes dudas.

La primera de esas dudas es la de que, en realidad, no se sabía bien en que consistían los estudios en el Colegio Romano femenino. Entendía que en el Colegio Romano masculino, los numerarios se preparaban para ser ordenados; pero en el equivalente femenino se oía hablar de un “curso de ciencias de la educación” y de estudios de “Pedagogía”.... Pero, por otro lado, también parecía que estudiaban materias filosóficas como Metafísica y otras.

La verdad, una numeraria que había sido mi gran amiga de la infancia fue enviada para allá y yo nunca supe qué es lo que ella estaba estudiando. En el centro decían poca cosa; sus padres sabían poco más que yo; ella no explicaba nada. ¡Qué misterio!

Fui captando que las profesoras de las aulas de los cursos y convivencias anuales eran casi siempre personas que habían estado en el Colegio Romano (algunas de las mayores de cuando dicho C.R. aun funcionaba en la casa central de Roma). Ahora esas aulas se centraban en materias filosóficas y hasta de introducción a la teología..... ¿Sería que existían estudios de Psicología y de Pedagogía?

La verdad, en mi ingenuidad consideraba ciertamente que la Obra preparaba muy bien a las personas que iban a tener funciones de responsabilidad y de enseñanza dentro de la Obra, o sea, todas las numerarias. Y por eso me parecía excelente que algunas personas se preparasen en serio tanto en ciencias religiosas como en ciencias pedagógicas.

Las dudas sobre las ventajas del C.R. surgían también con los relatos hechos en las tertulias que me dejaban una sensación extraña. Nos contaban:

  • Que en el Colegio Romano se tenía que trabajar muchísimo;
  • Que diariamente todas tenían que ayudar en la limpieza de la casa y en encargos materiales, que no podían ser descuidados ni siquiera en época de exámenes;
  • Que tenían que tener siempre preparadas actuaciones del coro de las alumnas y otras “exhibiciones” para el caso de que el Padre las visitase, cosa que podía acontecer en cualquier momento; en ese instante todo el Colegio se paraba y se centraba en acompañar al Padre;
  • Que prácticamente no había tiempo para visitar Roma, ni para hacer apostolado directo con las personas, ni siquiera con gente que viviese en la misma zona;
  • Que la lengua oficial era el castellano y por eso la mayoría de las alumnas que frecuentaba el Colegio Romano no llegaba a aprender a hablar italiano.
  • Que, en contraste, había aulas de latín y diversas “originalidades”.
  • Por mis 17 años ya había decidido que al final sería un lugar preocupante para vivir durante años sin la posibilidad de visitar el propio país y de ver a la familia; quedando casi permanentemente encerrada dentro de una linda casa, pero impedida de conocer lo que pasaba fuera de ella. Obligada a estudia más y más, pero no pudiendo alegar eso para poner en segundo plano tareas casera de limpieza, arreglo de ropas del oratorio, etc. Pensé también que podría ser un infierno porque nada me causa tanta irritación como estar sujeta a un apretado control de mi vida, sin dejarme siquiera establecer prioridades; y, de verdad, si había estudios que cumplir y exámenes que hacer, ¡no me parecía que limpiar los cristales de un caserón tres veces por semana fuese algo fundamental! Pero eso – y muchas otras tareas – era puesto como ejemplo de la necesidad de “en Casa” vivir siempre con cuidado en las “cosas pequeñas”.....

¿Cuál es la función del Centro de Estudios de Numerarios/as?

  • Con las debidas adaptaciones, también se mantiene una gran incógnita acerca de los estudios que los numerarios/as realizan en los dos años de “Centro de Estudios”. La verdad, pienso que lo que sé lo aprendí en la lectura de la web y no directamente por mi hermana ni por las muchas amigas de mi generación que por allí pasaron. Es tal el hábito de secretismo en la Obra, que pura y simplemente yo no hacía preguntas sobre las “actividades internas” del Centro de Estudios. Participaba en algunas actividades con universitarias, hasta podía ir a una tertulia cultural, pero nada sabía de lo que pasaba en los pisos de arriba reservados a las numerarias.
  • Pensando ahora en el asunto con la perspectiva que da el tiempo a todas las cosas, mi ignorancia – en especial en lo que se refiere a mi propia hermana – era un “non sense” total: ¡¿qué podría haber de tanto sigilo que no pudiese contarse a una hermana de sangre que era también supernumeraria?¡
  • Durante algún tiempo tuve la esperanza de que el programa del Centro de Estudios fuese un programa de contenido verdaderamente útil para la vida de numeraria: además de la formación relativa al espíritu de la Obra y de los estudios de carácter religioso, dedicarían ciertamente la atención a materias de psicología y pedagogía en los diferentes estados de la evolución de la persona humana. Pues si sus tareas principales iban a ser las de colaborar en la formación humana y espiritual de niños, adolescentes, jóvenes, adultos ( en todas sus variantes), sería de esperar que el “profesionalismo” con que, en principio, en la Obra se trataban todos los asuntos, llevase a que el programa de formación de jóvenes numerarias pusiese la atención necesaria en todas esas materias.......
  • Poco a poco fui teniendo dudas de que así fuese.... Ni mi hermana, ni cualquier otra numeraria me habló nunca de estudios de ese género; en la biblioteca del Centro de Estudios había pocos libros y casi se reducían a libros espirituales y poco más... Durante muchos años pidieron mi colaboración para diversas actividades con universitarias, pero nunca oí decir que una supernumeraria, cooperadora, o cualquier otra persona que no fuesen “numerarias y sacerdotes” entrase en las zonas reservadas a los estudios de las numerarias en formación.
  • Me preguntaba – y esas preguntas se fueron acentuando a lo largo de los años – ¿¡cómo es que dichas alumnas del Centro de Estudios se prepararían para realizar tareas en Centros de San Gabriel: acompañar a mujeres casadas, con hijos, con profesiones, con las múltiples dificultades que la vida coloca a quien efectivamente “vive en medio del mundo” y no dispone de una administración para cocinarle las comidas o lavarle la ropa?!


¡Tal vez ingenuamente todavía tengo la esperanza de que alguien me explique que existía alguna orientación – por más tenue que fuese – en el sentido de preparar a las numerarias para la enorme responsabilidad de “acompañar y guiar a las vidas y a las almas” de otras personas!

¿Cómo se realizaba (realiza) la actualización de la formación de los numerarios/as?

  • En los famosos “cursos anuales” donde las numerarias desaparecen durante casi un mes para resurgir de nuevo como si hubiesen estado “en otro mundo” (recuerdo que mi hermana desconocía acontecimientos de la vida nacional como, por ejemplo, qué club ganara la liga; algo que a mi entender no tiene realmente gran importancia, pero cuyo desconocimiento hace inviable cualquier conversación normal con la mayoría de las personas, entre las cuales se contaban sus propios sobrinos); ¿en esos cursos anuales en qué es que ocupa (ocupaba) el tiempo?
  • Por una corta experiencia personal (ver mis testimonios) sé que saturan el horario de esos cursos con aulas doctrinales, aulas de disciplinas filosóficas y teológicas, charlas y un sin fin de asuntos.
  • Pero pregunto si alguien se preocupa de actualizar la formación humana en tales tareas de la psicología y de la pedagogía, en función de las tareas que cada una de las numerarias irá a desempeñar al año siguiente: una que pasa de un centro de San Rafael a uno de San Gabriel; y viceversa; una que estuviese trabajando en la Asesoría Regional y vaya ahora a comenzar a dar clases en una colegio de adolescentes; etc.


¿Será que tiene fundamente la sospecha que – cuando hacía cerca de ocho o diez años que pertenecía a la Obra – me surgió: la de que nosotros, supernumerarios (que no teníamos voto en ningún asunto) éramos como “cobayas” de las directoras que nos orientaban y atendían? ¿Y que por ventura, los célebres “medios de formación personal” (tal vez con la excepción de la dirección espiritual de los sacerdotes) resultaban sólo de procesos de formación “por tentativa y error” por parte de las numerarias?

Algunas conclusiones provisionales

Aunque continuo a la espera de aclaraciones acerca de la fundación del Colegio Romano de Santa María, recibí ya la apreciada ayuda de Dionisio en relación a los Misterios por resolver. Pienso que se pueden formular algunas conclusiones (que dirijo expresamente a la actuación de numerarios/as, pero que, con las debidas adaptaciones, se pueden aplicar a los agregados/as):

  1. Los numerarios/as tienen en la Obra un papel fundamental de “orientación espiritual” (no uso aquí la expresión “dirección espiritual” para reservar esta última para la actividad ejercida por los sacerdotes) de todas las categorías de miembros, de los cooperadores y de la generalidad de las personas que se aproximan a la Obra.
  2. Sin embargo, la formación intensiva que numerarios y numerarias reciben en el Centro de Estudios apenas integra, por un lado, componentes doctrinales y religiosos; y, por otro lado, aspectos de asimilación del espíritu y reglas de la Obra.
  3. No parece que alguna vez haya existido cualquier preocupación con la formación en materias tan importantes como la Psicología, Sociología; Pedagogía y otras, para quien se prepara para ejercer tareas de “guía de otras almas”.
  4. Además de eso, a lo largo de la vida (en concreto en los famosos cursos anuales) el contenido de la formación se mantiene dentro de los parámetros usados en el Centro de Estudios, por lo que no se verifica ninguna preocupación con la formación de los numerarios/as en función de las circunstancias sociales y humanas en que en concreto se encuentran trabajando (y que naturalmente no se mantienen estáticas a lo largo del tiempo)....

Apreciación

Estos hechos son ya por sí bastante graves, porque revelan que los numerarios/as que durante años y años reciben las charlas fraternas de los miembros de la Obra y atienden a otras personas no disponen de una adecuada preparación humana para orientar el alma y la vida de los “orientados”.

Y, como los asuntos tratados en la charla son mas extensos que los tratados en la confesión y en la dirección espiritual con el sacerdote, los riesgos de esta conducta “apartada” de la vida de otros pueden ser muy elevados. Voy a intentar ejemplificar:

  1. ¿Cómo puede alguien que atiende a otra persona distinguir entre problemas de orden espiritual y problemas de orden psíquico del “orientado”?
  2. ¿Cómo puede aconsejar esa persona en materia de relaciones afectivas: relación de enamoramiento, relación conyugal, relación con los hijos, relación con los padres, etc.?
  3. ¿Cómo puede comprender las especificidades de la personalidad y carácter de cada uno de forma a adaptar la multiplicidad de “reglas de la Obra” a una persona concreta?

Bien, a lo que parece, la forma como la “orientación espiritual” conducida por laicos se concreta, depende enteramente de la experiencia y de la sensatez de las personas en cuestión, por lo que tal “orientación” se reviste de riesgos mayores de lo que la tradicional “dirección de almas” de los sacerdotes:

  • Por un lado, porque esta “dirección espiritual” llevada a cabo por los sacerdotes se integra plenamente en su “munus ministerial”;
  • Después, porque tal “dirección espiritual”se circunscribe, por definición, a materias esencialmente espirituales;
  • Por fin, porque se espera que la preparación humana de los sacerdotes haya sido más cuidada; al menos es lo que pasa actualmente en la mayoría de los seminarios diocesanos y de los seminarios de las órdenes religiosas. ¿Ocurrirá mismo ocurre en el Colegio Romano de la Santa Cruz donde se realiza la formación de los sacerdotes numerarios?

Consecuencias

Las consecuencias negativas de la “orientación espiritual” llevada a cabo por los directores/as sobre la vida de numerarios/as y agregados/as están a la vista en centenares de testimonios de la web. La verdad, numerarios/as y agregados/as se encuentran sujetos a un control “estrechísimo”: por parte de aquellos con quienes hacen la charla fraterna; por parte de los directores de los centros; y, todavía, por la práctica perversa de transmisión y manipulación de los datos recogidos en esa orientación espiritual. Los daños causados son frecuentemente muy graves o hasta fatales para la salud física y psíquica de los “orientados”.

Pero esta metodología adoptada por la Obra tiene también consecuencias en relación a los miembros supernumerarios y las demás personas que se aproximan a la institución. Se destaca, como especialmente peligrosos, los “consejos” que pueden constituir intromisiones perturbadora en la vida sentimental, en la vida conyugal y en la vida familiar de las personas “atendidas”.

Pero, en general, son innumerables los riegos creados. Pero una vez, procuraré ejemplificar: Como bien se sabe, es parte integrante del “espíritu de la Obra”, tanto el cuidado en las cosas pequeñas, como la preocupación por el aprovechamiento del tiempo y, todavía, la atención al orden material ( y no sólo material). Cuàntos círculos y charlas no tuvimos acerca de estos tres temas.... Pero ¿habrá algún responsable de la Obra que se haya preocupado por el hecho de que estas ideas generales no debieran ser aplicadas de forma sistemática a todas las personas?! Tratándose de personas “perfeccionistas” que, por su propio carácter ya tienen tendencia a exagerar la preocupación con el orden, el cuidado de las cosas pequeñas, etc. ¡Cómo no condenar el hecho de desconocer que ese tipo de orientación tiende a crear personas con “obsesiones”, por ejemplo, con la limpieza, el arreglo de los objetos, el cumplimiento milimétrico de todas las funciones, etc.! ¡Por de pronto se volverán seres incompatibles con una saludable vida familiar, profesional y social!

Quiere decir que criterios abstractamente positivos, en esta como en muchas otras materias, no pueden de forma alguna ser aplicados a todas las personas de la misma forma. Y no basta decir que la charla fraterna, siendo personal, pretende precisamente individualizar esos criterios. Eso sólo es verdad hasta cierto punto, porque –regla general- la persona que orienta nunca llega a abdicar de imponer dichos criterios del “espíritu de la Obra” Cuando en muchos casos tendría, pura y simplemente, que abandonarlos. En la situación referida diría la persona dirigida: El criterio de “el cuidado de las cosas pequeñas” ¡no es para ti! Cuando llegues a casa (que puede ser un centro de la Obra) ¡no debes preocuparte con menudencias como colgar el abrigo o guardar la cartera! Cuando termines el trabajo ¡no tienes que comprobar exhaustivamente si todos los libros, hojas, objetos de escritorio están en su lugar! De vez en cuando debes romper con la rutina de tus quehaceres e ir a pasear libremente por la ciudad donde vives, haciendo algo que te dè gusto, como entrar en una librería, mirar a los niños juguetear en el jardín, tomar un refresco sentada en una explanada... Si hay personas que dependen de ti, telefonéales simplemente para avisar que ese día vas a llegar más tarde...

Lo que debería ser “la charla fraterna”

Por mi propia experiencia, reconozco que la disponibilidad de una persona laica para atendernos en “charla fraterna” puede constituir una ayuda significativa. En efecto, en el mundo actual hace mucha falta que haya quien nos sepa escuchar y nos pueda dar un buen consejo.....

Pero, para que se evitasen los graves vicios que el sistema establecido en la Obra encierra, esa “orientación espiritual” debería ser completamente diferente de aquello que efectivamente es:

  • En primer lugar porque no debería ser impuesta, pero buscada por iniciativa de cada uno que, en cada momento, juzgaría la ventaja o no de esa ayuda; en ciertos períodos la buscaría, en otros no lo haría;
  • En consecuencia, cabría que cada uno escoja la persona que atendería su “charla” (eventualmente dentro de algún parámetro, como el de escoger un numerario/a que habite en la misma ciudad);
  • Y, punto más importante, el contenido de la charla sería básicamente definido por quien la pide y sería usado sólo de consejo abierto a la libertad de decisión del aconsejado y nunca el estilo impositivo del llamado “consejo obligatorio” (ver Antonio Esquivias, “Dirección espiritual”, nº 1) ¡que no pasa de una contradicción intrínseca!

Claro que si se llegase a realizar este cambio, se habría “destruido” aquello que la Obra considera ser su “más importante medio de formación”! Pero habría nacido algo que verdaderamente se podría llamar como “charla” y, sobre todo, apellidar ¡“charla fraterna”!


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