Una posible interpretación

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Por Itaca, 15.03.2006


He estado leyendo estos días vuestras valiosísimas aportaciones sobre la Prelatura personal y os felicito por la documentación que aportáis y por los estudios que ofreceis sobre la misma. Creo que los términos del problema están claros y sólo quisiera añadir a ellos un comentario yo diría que evidente: los documentos papales no son infalibles, ya se trate de constituciones apostólicas o de discursos a determinados colectivos: el papa sólo es infalible cuando, hablando ex cathedra, define normas de fe o de costumbres. En este sentido, tanto valor tiene la erección de la prelatura personal de la Santa Cruz como la disolución de los jesuitas decretada en el siglo XVIII por Clemente XIV.

Para mi el problema es otro y, a mi parecer, más de fondo; a saber: ¿Por qué el Opus Dei necesita de una manera tan preeminente, tan exigente, casi diría tan vital, una independencia jerárquica del gobierno de los pastores de la Iglesia? Y segundo: ¿Por qué el Opus Dei reclama para sí y sólo para sí el marchamo de la secularidad y de la laicidad?...

A veces pasa eso de que “los árboles no nos dejan ver el bosque”, y hemos de reconocer que los dirigentes del Opus Dei son altamente diestros en enmarañar de tal manera los temas, que al final acabas discutiendo el sexo de los ángeles cuando el motivo inicial era otro totalmente distinto.

Que el Opus Dei ha tenido desde sus comienzos la meta de ser no ya “una” iglesia, sino “la” Iglesia (la mayúscula no es gratuita) es para mí un tema muy evidente y que, en mi opinión, merece un estudio detallado. Toda la parafernalia en torno a Escrivá (ahora ya santo, el próximo paso parece ser que sea declarado Doctor de la Iglesia) puede venir motivada por la necesidad de dar peso y valor a a aquel que, como manifestación de Dios en su tercera parousía, vino a la tierra a refundar la Iglesia.

Aquellas campanas de la iglesia de Nuestra Señora de los Angeles que repicaron aquel dos de octubre saludaban la venida de Dios a la tierra para encarnarse con diversidad de naturaleza pero en unidad de persona con el elegido, Escrivá. El Espíritu Santo se encarnó en Escrivá y, por ello, la Obra es suya, verdadero Opus Dei. No, no exagero: repasad los escritos que habéis leído, las anécdotas que os han contado y las confidencias en voz baja que recordáis. Quizá por ello las notas escritas sobre estos sucesos han desaparecido, porque son sucesos inefables. A la luz de esta hipótesis determinadas anécdotas cobran un valor muy significativo; por ejemplo, la de Escrivá definiéndose a sí mismo como “burro sarnoso” y la voz del cielo declarando que “un borrico fue mi trono por las calles de Jerusalén”. Trono... ¿no invocamos a María como sedes sapientiae?

No sé si os suena el nombre de un fraile del siglo XII llamado Joaquín de Fiore; a mí me mentaron a Fiore por activa y por pasiva en Pamplona, durante mis años de universidad. Os adjunto unos párrafos de Jean Delumeau:

“En el siglo XII, el milenarismo vuelve a tener una gran resonancia gracias a Joaquín de Fiore: sin emplear la palabra "milenio", este monje calabrés anuncia la venida de un tiempo del Espíritu en el que la humanidad vivirá en una santa pobreza, en piedad y en paz. Para él, la historia en su conjunto se divide en tres periodos: el tiempo "de antes de la gracia", el "de la gracia" y, finalmente, "el tiempo que esperamos, que está cerca" y que es el de una "gracia aún más grande". Si queremos interpretar esta imagen, tendremos que la primera de estas etapas corresponde a los tiempos de la ley mosaica antes de Cristo, es decir la era del Padre; la segunda, es la llegada de Cristo "bajo la letra del Evangelio", la edad del Hijo; finalmente, el tiempo, ya próximo, en el que triunfará la "inteligencia espiritual", la edad del Espíritu y del "evangelio eterno". En su obra más conocida, Concordia Novi et Veteris Testament, que hay que traducir como Concordancia entre el Nuevo y el Antiguo Testamento, Joaquín afirmaba: El primer estado fue el de la ciencia (es decir aquel en el que se está obligado a aprender); el segundo es el de la sabiduría; el tercero será el de la plenitud de la inteligencia. El primero fue el de la servidumbre; el segundo es el de la dependencia filial; el tercero será el de la libertad. El primero se desarrolló bajo el látigo; el segundo, lo hizo bajo el signo de la acción; el tercero será el de la contemplación. El temor caracterizó al primero; la fe al segundo. La caridad marcará el tercero. El primero fue el tiempo de los esclavos; el segundo es el de los hombres libres; el tercero será el de los amigos. El primero fue el tiempo de los ancianos; el segundo es el de los jóvenes; el tercero será el de los niños. El primero estuvo bajo la luz de las estrellas, el segundo es el momento de la aurora; el tercero será el que recibirá la plena luz del día. El primero fue el invierno; el segundo es la primavera; el tercero será el verano. El primero trajo ortigas; el segundo rosas; el tercero traerá la flor de lis. El primero produjo hierbas; el segundo da espigas; el tercero proporcionará trigo. El primero es comparable al agua; el segundo al vino; el tercero será el del aceite”. (Historia del milenarismo en Occidente, Conferencia dictada por el profesor Jean Delumeau, miembro del Collège de France, en la Universidad de los Andes (14 de agosto de 2001).

Recuerdo cuando me decían en la Obra que Escrivá era el santo más grande que había tenido la Iglesia después de san Pablo; a mí ese borrar de un plumazo a tantos y tantos protagonistas de la historia de la Iglesia me parecía casi herético (y creo que incluso quitaría el “casi”). Es posible vislumbrar por dónde iban los tiros: san Pablo, creador de la “Iglesia de Cristo”; Escrivá, fundador y creador de la “Iglesia del Espíritu Santo”.

Fiore profetizaba también que esta tercera edad sería la de los monjes, pero monjes laicos, unidos en una fraternidad universal. En este tiempo “casi todo el mundo se habrá convertido a Dios y la Iglesia habrá alcanzado la perfección de una Iglesia espiritual, dejadas atrás las formas imperfectas de una Iglesia jurídica” (Johannes Hirschberger, Historia de la filosofía, Herder, 1971).

Estas ideas milenaristas son fácilmente rastreables en numerosos movimientos eclesiales, sociales y políticos; el Opus Dei entre ellos. Quizá con una “pequeña” diferencia: otros grupos esperan la venida del Paráclito; la Obra declara paladinamente que ya ha llegado y que se llama Escrivá. Que Dios nos ampare.



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