Treinta años no es nada

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Por Folies, agosto de 2007


Cuando eran veinte sonaba mejor, pero el tiempo pasa.

Hay un veinte, un veinte de mayo. Ese día conocí la Obra. No tenía ni la Gracia de Dios, ni buen humor. Con 17 años recién cumplidos no encontraba respuesta al montón de preguntas que me interrogaban sin yo quererlo y ya se sabe que en la adolescencia las preguntas no suelen tener respuestas (al menos en mi caso).

Sábado por la mañana, insistí en que una de las numerarias que venían cada fin de semana a mi ciudad desde el Centro de Estudios, visitara mi Instituto; la tarde anterior habíamos estado en una representación para padres y demás en un colegio privado de monjas y yo reivindicaba lo público, a cambio iría a una Meditación.

Y fui y estuve y escuché y había respuestas a las preguntas. Todo tenía solución, teníamos a Dios por aliado, cómplice, amigo. Además contábamos con la ayuda de todos los que habían sido eran y serán. La Comunión de los Santos es de lo mejor que se ha inventado, aún echo mano de ella día si, día también...

No fui empapándome del Espíritu de la Obra, me lo bebí de un trago y quedé como cuando bebes de una botella muy llena, con una boca muy ancha (la de la botella), tu tienes mucha sed y el agua te moja la cara, el cuello, la ropa y te refrescas como nunca antes lo habías hecho.

¿Exagerada? Ni pizca. A lo mejor no sé explicarlo, pero no exagero. La Obra tiene (o tenía) una entrada muy buena y sobretodo tenía y tiene muy buena entrada (si se explica bien y a uno le dejan un poco de fe) el asunto de la religión; ese Dios cercano, amigo, colaborador y cómplice.

Me empapé y recé, conocí al Señor (me lo presentaron en la Obra) y se estaba muy bien allí (¡cuantas tiendas haría aún!) cerca del Sagrario.

Rezaba, me confesaba, contaba mis cosas a aquella numeraria estupenda, que no es lo primero, pero si lo segundo.

Ninguna mentira, ni media verdad, me dejaba conocer y aquello me parecía todo un reto, un proyecto de vida, lo mejor que me podía haber pasado.


Aquel sábado 20 de mayo. Estuvo bien y empezó una nueva vida, agarrada al ideal fui encontrándome con el Señor (se estaba bien allí, junto al Sagrario. ¿Cuantas tiendas seria capaz de hacer aun ahora!).

Junio, julio y agosto. Estamos a 10 y ya me estaba planteando si había algún inconveniente para entregarme del todo. Me iba confesando, iba rezando, hablaba muy sinceramente con aquella numeraria (que era y es estupenda, aunque no numeraria).

Había cogido el tirón, sería capaz de todo. No engañaba a nadie, ni a mi misma.

Escribí la carta al Padre (ahora San JoséMaría -supongo que debemos mantener la mayúscula de la Virgen, si no, no cuadra ¡eh!) el 25 de agosto (estando de monitora en una convivencia del 20 al 30), nerviosa pero muy contenta: formaba parte de un proyecto universal y eterno del cual era cofundadora.

Que grande es ser adolescente, puedes con todo.

Y pasaron los meses, los seis y yo seguía siendo muy sincera, para los éxitos y para los fracasos, para las luchas y las dejaciones ¡como me gustaba -gusta- leer!

¡Ay! LEER. Este verbo no acababa de...: Unamuno (hay por ahí un supernumerario que osa utilizar este pseudónimo (será por el ¡Adentro! recogido en El Silencio Creador. No por San Manuel Bueno, mártir o por la duda permanente, ni por la búsqueda constante. Él parece que todo lo tiene claro y no busca: lo ha encontrado. ¿A qué viene Unamuno?).

Sí, ya sé, lo mezclo todo. Todo está mezclado. La vida es un continuo cruce de caminos, avenidas, escaleras, ascensores, calles, plazas y tantos vericuetos (palabra ¡eh!) que es difícil seguir un hilo conductor en una narración, sin ser del oficio y escribiendo "on line". Que todos tenemos mucho que hacer.

No está mal, ya he pedido la Admisión como Asociada Numeraria del Opus Dei (he puesto cada palabra clave en mayúscula porque al mes me retornaron la carta para corregir estos ERRORES y no quisiera que me volviera a pasar lo mismo (como al Padre: no hay dicha sin pena -lo digo por lo de la herida el día de la Primera Comunión y lo de la señora que se coló y su madre fue la segunda Comunión que dio-) y no quisiera que pensaseis que no reconozco la diferencia qualitativa, pero duele.


Treinta, treinta y tres o tres. Folies

A ver si a lo tonto no doy los datos bien y ¡zas! Pillada.

No son treinta, creo que son alguno más: si en el 75 tenia 16 años y estamos en el 2007; 1975 más treinta: 2005, voy a por los treinta y tres. ¡Ahora!

Como os iba diciendo no hacía la Admisión, a veces era yo, otras ellas; no forzaron nada (se lo reconoceremos, solemos hablar en plural porque las cosas que pasan y se dicen y se deciden se hacen de forma colegiada y un órgano colegiado está formado por varias personas que actúan como una (persona), pero son varias, de ahí el plural cuando nos referimos a ellas (tercera del plural) y el singular cuando nos referimos al órgano colegiado (consejo local lo tercera del singular).

Si lo pienso sé en qué año estoy, pero a qué pensar. Se acabaron las obras del centro y llegaron un 2 de octubre –domingo- por la mañana. La sección de mujeres del Opus Dei ya tenia casa en esta ciudad: directora, subdirectora, secretaria, dos más o tres y tres adscritas (numerarias que aún no habían hecho el Centro de Estudios). De las más, dos acababan de hacerlo.

En aquel momento, nadie de las chicas que vivía en el centro trabajaba fuera de Casa (una lo hacia en la Administración del propio Centro y otra en el Centro de los chicos).

No había escuela de Fomento, ni nada que se le pareciera y por lo tanto a por la labor.

Las tres adscritas iban al instituto, al mío y yo ya había empezado a trabajar, después de acabar sexto y COU, por las tardes iba a la Facultad estaba haciendo primero.

Estuve en dos cursos anuales: el del verano de sexto a COU y el de COU a primero. Fueron en centros de Fomento o símil. Mucha gente (no exagero 40-50 o incluso más) todas muy jóvenes, como yo y de todas maneras y formas; pero las más como, muy puestas (el hilo de la narración se pierde aquí y sigue unas cincuenta líneas más abajo).

Nunca he sido callada así que yo iba comentando en las tertulias lo que me llamaba la atención: un cuadro en el que la Virgen da una rosa al Padre (lo había visto en Noticias) pues resultó ser que no, que no existía.

Callé, lo encontré y se lo enseñé a la Directora (no recuerdo qué me dijo, seguramente algo referido a la juventud de las presentes y al desafán milagrero. Pues vale. Pero duele.

Ahora no se habla de otra cosa (exagero) que de la rosa de madera estofada (¡como describimos!). Pero han pasado treinta y las aspirantes del siglo XXI no son como las de finales del XX.

Alberto Moncada habla de la hija de un señor relevante en la economía de Cataluña, era el señor Fontes y una de las tres adscritas era Sonia, una de sus hijas. Yo no conocí a ninguna otra pero si se parecen a su hermana o su hermana se parecía a ellas (si son más de una) son fantásticas. Con Sonia pasamos alguna que otra tarde sentadas en la escalera, fue solo un curso pero nos aprovechó, a mí mucho. A lo mejor perdíamos el tiempo pero ganábamos la eternidad (estoy segura), pasaba por allí lo humano y lo divino. Era muy pensadora y a la vez muy de acción y yo también lo intentaba.

De ella heredé (cuando se fue, yo sentada en su cama ¡que dura! y ella quitando peso de la maleta) un disco de Smetana (“La novia vendida” y “Mi patria”), al cabo de los años supe de su muerte y añadí al disco un recuerdo escrito: “libre al fin, has elegido y estás en boca de “todas”. ¡Dios te ampare… rezan por ti!” A Sonia que siempre fue una reina. Octubre 1988.

Antes, estando ella en tercero o cuarto de Filosofía Pura (UB), estuvimos cenando en Barcelona, había dejado la Obra y salía con un director de cine muy moderno pero con pocos recursos: hablamos, pensamos y reímos un rato. Me dijo que acudía a su familia si necesitaba dinero y no me consta que las chicas de la Obra la persiguieran, ni acosaran. Si sé que Ana García Verde la iba a ver –años después- de vez en cuando, ninguna de las dos gastaba buen ánimo por aquel entonces y pese a la diferencia de edad la gente que se quiere y respeta, ¡pues eso!.

Yo no paso esta oportunidad sin hablar de Ana, una numeraria de las de pro que murió hace dos o tres veranos, ya muy cansada, en su casa (quiero decir su casa, la de su familia, la de sus padres y de su tía Mercedes, en esa Castilla austera donde en las tiendas de electrodomésticos había dos o tres planchas, un frigorífico, la tele y dos lavadoras, poco más).

No sé el año, pero estuve con ella allí, en esa misma casa el fin de semana en que Don Juan (el padre de Juan Carlos I) hacia dejación de todos sus derechos sobre la Corona a su hijo (para que si lo recordáis, sepáis que yo iba con ella en un Ford Fiesta con la radio en marcha). Ella pintó mucho: los niños que nos recuerdan que al entrar en Torreciudad debemos llevar una ropa adecuada. Hizo muchísimas cosas más; como fotografiar a Don Álvaro cuando en no sé qué año estuvo en Viaró (casi todos y todas bajo un sol de injusticia, Él no, Ana sí y subida en una escalera, fue emotivo). La despidieron en Bonaigua, un sacerdote (que sólo sabia de su devoción a la Virgen de …) y cienes y cienes de numerarias, muchas ni conocerla. Dos o tres saludadas me agradecieron el detalle. Bobas, no entendían nada.

Ana me había enseñado que muchas veces una se siente más peana que santo (quién era el santo o santa), que la capacidad de asombro no debe perderse nunca jamás y si no se tiene se adquiere, que la curiosidad es buena (mira por dónde) y que no es intrínsecamente malo que toda la gente de la Obra no te caiga bien. Nunca fue mi directora, ni lo anterior dicho en los círculos. Hablábamos ¡Novedad, donde las haya!.

Cual es la razón de explicar todo esto, pues mirad, es que me lo pide el cuerpo (o me da la gana, ya conocéis lo sobrenatural de la razón).

Sigo lo que dejé unas cincuenta líneas más arriba.

Salí de mi segundo curso anual con los pies por delante (estaba muy inquieta y la cabeza me estaba doliendo bastante desde hacia días, el penúltimo me levante un poco peor; se lo comenté a alguien después de desayunar y me fui a la cama con una aspirina intentando lo imposible), otra adscrita se iba a su casa y estaba haciendo la maleta, le comenté que me encontraba muy mal y una hora más tarde, me desperté en el ascensor de una clínica.

Mis padres me vinieron a recoger al día siguiente (jamás entendieron nada y no sé cómo fueron tan respetuosos con las decisiones de su hija, no sé si yo haría lo mismo). A partir de ahí los dolores de cabeza eran frecuentes y pensamos, rezamos, vimos que lo mejor era reconducir el asunto, como la vocación es única: hacia el matrimonio.

Mientras (creo que un año antes) el Padre había muerto estando yo en una campaña rural, fue un día muy raro y muy triste. Recuerdo lo de “Javi, no me encuentro bien” y el sentimiento de que el Padre se había ido al cielo (todos iremos tarde o temprano, porque aunque exista el infierno, también está el purgatorio, sale más económico, es más sostenible -por lo del combustible y los humos- y MISERICORDIA es más grande y largo que Justicia). Decía que el Padre se había ido al cielo… con mi infidelidad (qué lecturas, qué cuerpo de muerte, qué amistades, qué amistades particulares –escogía con quién irme a casa y con quién hacer la oración o la lectura y siempre escogía a quien me caía mejor y a quien creía que yo le caía mejor, mis mortificaciones iban por otro lado y las de las demás ya las escogerían ellas).

Como supernumeraria estuve en una convivencia de verano (ya no sé si era un curso anual o que), me gustó.

Sólo recuerdo como raro, raro; que de un día al otro (con el cambio de Patrón, de San Miguel a San Gabriel) de, Oración: media hora por la mañana, media hora por la tarde, pasé a 15 minutos y 15 más por la tarde.

Tres años y sin Admisión, la cosa no funcionaba (ni pa adelante, ni pa atrás, ni creo que fuera un borrico de noria, me mareo). No seguía el Camino, ni hacia Surco (aún no había).

Creo que fue en septiembre o por ahí. Visto y vivido lo propio, le dije a mi directora, la Directora, que no me sentía libre, ella (que era joven y sabia lo de las puertas bien abiertas para salir y lo de que en la Obra somos libérrimos y ¡horror! se lo creía y aún se lo cree ¡palabra!), va y inicia lo que se tuviera que iniciar para recuperar la libertad que yo pensaba perdida.

Y me parece que en febrero, así como quien no dice nada, un día me suelta que ya no soy de la Obra, yo pensaba que se habían olvidado; pero NO.

Aguanté con dignidad, pero algo se me derrumbó por dentro y por fuera (lo sabe el cuarto de la limpieza del Centro, sentada donde se llenan los cubos de agua, me despedí de la Obra como Asociada Supernumeraria (tranquilos sé que no lo era, pero sí, aunque no hubiera hecho la Admisión). De leguleyos está el mundo lleno pero todos sabemos lo que hay.

Seguí yendo por el Centro, pero todo era un poco raro. Se fue la Directora, mi directora (buena gente, ya la conoceréis).

Yo no perdí el tiempo, en verano me fui a un curso de Inglés a Inglaterra y allí conocí a un chico normal (en Londres, en Picadilly Circus, que vivía cerca de mi ciudad y con un hermano mayor íntimo amigo del hermano menor de mi padre (ambos recomendados por las sendas mujeres de los hermanos: Por lo bien que te quiero … ¡no te lo dejes perder! Me dijo mi tía antes de irme y yo, pues, por una vez hice caso).

El otro día en la tele (las series de Cuatro) alguien comentó que a lo largo de la vida uno va eligiendo y que llega un momento en que –si es el caso- se da cuenta de que ha elegido correctamente.

Creo que esto es lo que me está pasando, después de muchos años de sentimiento de fracaso en lo vital, lo trascendental, de añorar lo que pudo haber sido y no fue, aunque os parezca infantil, pueril, ridículo, poco maduro y muchas otras cosas de corte similar. Estoy casi segura que alguien por ahí ha sentido o está sintiendo lo mismo y se ve infantil, pueril, ridículo y poco maduro.

Bien pues las series de la Cuatro (Polanco, Prisa, Cadena Ser y ¡horror! El País) me han enseñado que elegí correctamente a ese chico (serio, callado y esquivo, de ciencias; que no sabes cuando habla en serio y cuando en broma) que sin saberlo me está facilitando el que os pueda estar hundiendo a aburrimiento, porque está de vacaciones y cambia de actividad.

Misiva a mí misma

Esta misiva a mi misma, va de obsesiones y es para que todos lo sepamos todo (todos y sobretodos yo). Está escrita muy rápidamente, no es precisamente de anteayer –la escribí hace justo un año- y ya la han oído más de dos (una incluso tiene copia), ambas son como deben (¡que cosas tiene folies! pensó la hermana de Maria, sin decir nada. ¡Que bonito! Dijo Celia, sin saber yo qué pensaba ella).

Empieza y continua así:

Si hablar de algunas cosas es difícil, me parece que escribir lo es más; no hay gestos, guiños, entonaciones; a todo lo más tres puntos suspensivos, las correspondientes admiraciones y muchos, muchos interrogantes.

Hoy vamos (mi yo consciente y a ver si el inconsciente se deja ver) a hablar de lo más mío, de ese íntimo que he comentado siempre con cierta sorna porque hacerlo en serio me rompía cada vez...

No puedo soportar el sentimiento de abandono por parte de Dios ante los reveses que da esta vida, tal vez no le he tenido a Dios –lo importante es que Él me tenga a mí aunque yo no lo sepa o lo sienta y me tiene ¿no es así?-.

Nunca he estado segura de casi nada (ahora no se si lo he visto, lo he leído o oído, pero ha sido hace poco y era alguien muy de fiar en estos asuntos “uno se muere dudando” .

Me gusta repensar las cosas y solo haría dos o tres afirmaciones en estos campos una es que la realidad es diferente, siendo una, según desde donde la miremos.

¡Ay Dios! Que quería hablar de tu querer y me despisto. Y tengo justificación y es que eres tan raro (pero raro, raro).

Y yo aquí con estos pelos (si me vierais); aquí, colgada del Opus Dei, entre filias y fobias, más de las últimas, pero ciertas formas de hacer poseen para mi una atracción incalificable; en rincones a media luz de oratorios pequeños, con la ayuda de reflexiones Opusdeianas he vivido los momentos más dulces, humanos y, por lo tanto, divinos, de mi existencia.

Yo no conocí el Opus Dei a los 17 años, yo conocí a Dios gracias a un cura aragonés, chulo, engreído y al que le gustaban las verdades a medias y la pompa y el boato -y no pasa nada, era así y aunque por fuera no cambió, parece ser que se partió el pecho por ser humilde (eso y otras cosas le han valido una peana) y por dejar de ser aragonés y ser universal (vaya sandez)-.

Me presentaron a Dios y me enseñó que era de fiar y aunque a los 17-21 años había cosas que me agobiaban mucho: el apostolado, la obediencia en las lecturas, el famoso 69 que conocieron todas mis agendas; nunca le engañé a Él, al de la rejilla, ni a la confidenciada y se, sabia, que nunca pasa nada, que Él está ahí esperando y yo iba y he ido como quien dice hasta hace “un cuarto de hora”, pero la sensación de haber perdido la guerra cuando hace 30 años me invitaron a dejar de ser la Obra, me invadió de fracaso y aun reboso.

A los 24 me casé y había olvidado a la obra y me había enfadado con Dios (los hijos se enfadan con sus padres y nunca de forma conscientemente injustificada). Esto se alarga: una hija, cambio de trabajo, ocho años de por medio y una vuelta (estas amigas que quieren lo mejor para una y algunas coincidencias), el enfado con el Señor se había suavizado y yo no conocía otra forma de reencontrarme a solas con Él. Tres hijos, fruto de la generosidad de un matrimonio abierto a la vida donde el novio no se enteraba de demasiado.

Yo me creí que aquello podía ser una vuelta a los orígenes, y alguna que otra también e incluso el de detrás de la rejilla y este también lo sabia todito, todo.

Pero, ¡venga! ¡al grano! ¡no cuajó! Tres de cada dos me rebotaba, un círculo me parecía flojo, no veía/o enjundia teológica y no voy a los cursos de cocina, mis hijos van a la escuela pública, no diferenciada y los más abiertos de miras en el Opus Dei, hoy por hoy: los curas. ¡¡Ay!! Pero mandan las doñas. No creáis que no se que las podría engañar ¡eh! (no dudéis de mis habilidades, que las tengo y las conozco -a las doñas-). Pero lo del fingimiento no acaba de convencerme.

Que lento es esto y todo para decir que quiero ser feliz y creo que la única vía que conozco para serlo es estar en uno de aquellos rincones del alma grande de Dios acurrucada y contándole, mis cosas. Pero sabéis que pasa que sola no sé, no puedo, en el camino se ha perdido mucha, mucha estabilidad psicológica y yo no soy constante, ni humilde y además no voy a por peana.

Se que el quid está ahí, que la felicidad pasa, por mi tranquilidad, por no inquietarse, ni turbarse, ni espantarse y se que Dios basta, pero Dios son muchas cosas, Dios nunca va solo; le acompaña un ejército de esfuerzo, de contradicciones, de dolor, de angustia, de sinrazones.

¡Pero ¿Qué es esto?, Señor!.

Nos dices las reglas, los aliados, los caminos, las metas y al mismo tiempo empiezas a callarte cosas, nos pones zancadillas, juegas al escondite, tienes un diccionario distinto al nuestro, tu Reino no es de este mundo y ni siquiera me acuerdo qué nos ibas a dar en abundancia.

Y te necesito Señor y no se como volver a recordar, no puedo ir donde no me quieren y además no quiero. Mi tocaya castellana reformó el Carmelo, pero tenia aliados y se dedicó desde muy joven y no tenia 4 hijos, padres, hermanos, marido y demás familia, un trabajo que exige preparación, ni reuniones de padres, ni que ir a buscar a los niños a música, ni que hacer ejercicio para desestresarse, ni un chico estupendo al que querer, ni montones de calcetines –todos blancos o negros, pero diferentes, para emparejar-. Ellas (ellos menos) no quieren reformas, cuando pones la casa patas arriba, parece como si no hubieras limpiado nunca, sale basura de todas partes, cosas que ya no usas hace tiempo, pero a las que les has cogido cariño, y aún no sirviendo para nada, quieres guardar. Además dice la canción que al lugar donde fuiste feliz nunca más deberías volver –algunas veces hay que hacer caso a las frases hechas-.

Por otro lado yo no se de Asambleas, ni de Comunidades de Base, ni grupos de Oración.

La apreciación no me quieren, no es del todo cierta. Asegúranme que nada hay de malo en que coja lo que me guste y deje lo demás: retiro mensual en iglesia diocesana y confesión a voleo también en iglesia diocesana, con señoras y señores que no respetan la cola (¡tendré fina la piel!), atentas/os a cualquier susurro, una o dos horas y el cura tiene que irse ¡hasta la próxima semana! Y la siguiente no es él y a este señor yo no le conozco de nada (¿será el cura Topete?, ¡tan desprestigiado!). Lo anterior seria el pack formal –es el económico ¡barato, barato! y tiene algo muy bueno, incluye Sacramento (suerte la mía), el resto na de na. La elección no la he hecho yo y por lo tanto no la quiero, o si; ya veremos.

Pues va a ser que no, si después de la primera entrega ya no he podido dormir, tras librar la segunda: me escondo debajo de alguna piedra (si puede ser la de toque, para que si intentan sacarla, caiga el edificio antes de encontrarme).

Por decirlo a mi manera y seguramente sin tacto y mal: no soy madre de ningún “club”, ni de ningún “colegio”, ninguna supernumeraria me tiene como amiga, ni conocida, si saludada; esta peña no acaba de ser de las mías. ¡Seré exagerada y exigente! ¡Pero si hay de todo!. Sí, de todo … ¡y que más!.

A ver cuantas encontráis que se parezcan a mi, en esta cuidad amurallada (si, ya se, he escrito cuidad, ya quería) tan especial.

Yo sudo, me despeino, se me caen las cosas y me mancho la ropa a los dos minutos y no me arreglo para estar guapa para mi marido y grito (bueno, alzo la voz) y me enfado con mi novio delante de mis hijos y además creo que está bien y también me disculpo delante de mis hijos y les pido perdón por las broncas desmedidas y sigo dándoselas y la educación de calidad para mis hijos es la que reciben de sus padres en cantidad. Tengo una idea social de la sociedad y antes me creo a un descamisado que a tres con corbata innecesaria, si una cosa no me gusta y me piden opinión, lo digo y si pretenden ahorrarse dos minutos de conversación con media hora de oración también lo digo y esta vez sin que lo pregunten. Y lo digo porque sé que los 2 minutos de atención le supondrán la Gloria a la que ha perdido el tiempo y si quieres más Gloria, pues 4, 8, 16 y sigue.

Decía alguien sincero que conocía de estas cosas (el pensamiento humano y lo trascendente) que lo mío es un problema psicológico, de forma de ser, de todo o nada, de si o no, de quiero o no. En esto no me gustan los grises, ni las tonalidades de blanco.

Si lo entendí bien, otra entendidísima (ésta demasiado sincera, cruda diría y del oficio de doctora en medicina de los sentimientos); habló de decisión, de constancia, de generosidad y de ombligos ajenos.

Esto último suena a virtudes homologadas y lo anterior a intentar ser un poco más acomodaticios y sobretodo a encararse con la realidad de forma pacífica, como si la vida no nos fuera en ello. Insistiendo y a las claras; yo quiero, si puede ser, un plan para -alrededor de los 50- poder llegar a la adultez con algo de lucidez.

Y me da mucha vergüenza que sepáis que soy tan pobre, tan desvalida, tan necesitada, porqué yo quiero ser sensata, inteligente, dominar la situación, pasar del Opus Dei y pactar con aquel Chico que hizo una mesa muy baja para que el ricachón que la encargó hincara el espinazo; pactar con Él, la tranquilidad.

Me gusta el plan y estoy intentándolo con más gloria que pena y sin aspavientos. Y estos semi-pensamientos escritos para todos forman parte de él.

Gracias por ayudarme, sin ni siquiera hacer nada. Con esto basta y no lo dudéis nunca (si os parece bien y queréis): todo lo que se hace porque se quiere y uno está bien haciéndolo; es bueno y vale la pena (si la hay y si no hay pena: mejor).

¡Suerte!

Tere

Florecillas

La verdad, hasta ahora, en leer mis two escritos me han parecido como que quedaban muy light. No era mi intención, esta era contar cosillas sobre ésta my life til today.

La verdad, hasta ahora, estos escritos compasionables no pueden ser tachados de ofendosos, desvergonzados, ni … “faltos de verdad” (¡locución!).

La verdad, hasta ahora, en estos escritos estoy mostrándome como una pava, pavita, tonta del… (¡perdón!) que no ha sabido sacudirse este polvo molesto de las tierras secas cuando las pisas con los pies descalzos (nótese la metáfora barata: tierras secas -nada que dar-, pies descalzos –sinceridad-)...

La verdad, a partir de ahora, y espero que se acabe aquí (porque personalmente –en mi persona y mi mente- le voy a pegar un manotazo a la Obra, que de Rusia no vuelve) y muy brevemente me pararé a describir el pelaje de la mayoría de cuidadanos (que conozco) de esa especial cuidad amurallada.

Angustias Moreno decía en su libro que los Supernumerarios se llevan a casa la mejor parte del Opus Dei. Bueno, si ella lo dice quién soy yo, solo añadir que de todo hay en la cuidad. De las, menos que más, doscientas supereso que cognosco. La mayoría absoluta (mitad más una, por lo menos), no se si escogen la mejor parte (no según el pasaje evangélico), pero si la de cohabitación (en sentido: sí, pero con reservas). Ahí, las de buena fe, alguna más buena (la palabra acoge la acepción de “se aplica a las personas con buen tipo”), en sólo rezando; cambiaria y pasaría a la fe.

Pero esta rama no es peligrosa, como tampoco lo es la de los/as que abrazan la soltería, la pobreza y la obediencia, en una vida en común –con ellos/as mismos/as (en lenguaje cuidadano, numerario/a), ni los/as otros socios (con nombre de sacerdote (no/a), agragado/a o numeraria auxiliar (no/o). Dejemos las cosas en su sitio, no les demos importancia, que se lo creen y se crecen. ¡Ei! tranquilos que no crecen.

No puedo referirme a ninguna otra Sección que la de mujeres (no sé de la de varones nada de nada, ni ganas. Debe ser la repera del trabajo pofesional y el postolado, porque en otros ámbitos: ni palo al agua).

Bueno, bueno, ¿cómo empezamos?, lo haría con un escrito de hace cuatro o cinco años a una de las tres amigas, pero no lo encuentro.

Mientras tanto, haré inventario:

Conocidas pero con la pista perdida (en la Obra): de 20 a 30.

Conocidas localizables (en la Obra): de 20 a 30.

Saludadas localizables (en la Obra): de 40 a 50.

De conocidas puedo dar nombre de 15 (ni nadie lo quiere, ni falta que hace).

De saludadas, más de lo mismo.

De queridas por mí (en la Obra), como unas 30 (las que perdieron el tiempo -¿He perdido el tiempo?... Del examen del círculo-).


De queridas por mí misma y querientes ellas hacia mi, ¡eso lo sé!, y no os avergoncéis de ello: ahora soy una losa, pero cuando la losa sea de piedra, seré vuestro principal mérito.

Ahora, rectifico, que es de sabios y eso me gusta (¡chula yo!, ¡SOBÉBIA!, más que ¡SOBÉBIA!). Mis amigas queridas y querientes no son tres, son cuatro.

La primera, la hermana de María (siempre estaba y está, siempre contestaba al teléfono y contesta, nunca estaba ocupada -aunque si- y esto antes de las consignas astuales), que jamás entrará en esta página, ni dirá nada malo sobre nadie, ni sobre nadie nada malo pensará. La hermana de Maria no es una santa, no se ha muerto, y espero que tarde muchos años -aunque el personal se llena la boca de lo enferma que está y la salud que anda gastando y la poca que le queda, ella no dice nada, con sus bolsas (creo que si estuviera en otro sitio vital, se haría colección) sus: si, si, si (sólo en esto ha sido díscola: no se ha acostumbrado a decir que no), su parquedad en el teléfono y en las cartas, sus felicitaciones de Navidad: no han faltado en los treinta (ni faltarán en los siguientes, lo se). Ni su profunda tristeza cuando sepa que no soy Cooperatriz (por razones de coherencia personal ¡Qué cosas!) y le quiera dulcificar, pero decir, la razón (que no es otra que escribir estas cosicas).

La hermana de Maria, es Marta y Maria a la vez: se inquieta por muchas cosas y no por la necesaria (ésta no inquieta, si va de veras). Siempre se ha movido intramuros, sólo hizo una sustitución de tendera cualificada en mi ciudad. Y si me le tocáis un pelo y me entero: temblad, temblad malditas (entonces sí que lo seréis) y yo la peor de los vengadores.

Con mi amiga a secas que es Maria –ella misma escogió el nombre- (esas amigas del alma que una tiene y puede contar con la mitad de los dedos de una mano) no sé qué pasa. Desde lo del Beato que cantamos “Cómo hemos cambiado”. No llama, no escribe, no recibe: el trabajo la sobrepasa, no llega a todo o a nada (que sé yo, pobre inactiva). Tenia el campamento en el centro y ahora (como sin querer queriendo) está en esta periferia desinfraestructurada (queriendo –ya lo hacía- y cuidando a su madre, desde un centro con pedigrí que no acaba de gustarle –por el pedigrí, por la situación o porque nada como cualquier tiempo recién pasado-). Nada que decir, no entiendo nada, pero no pasa nada, nada de nada, todo normal. ¡Estas normalidades me matan!. Añoro las conversaciones, las risas, el reloj de su padre y la sensación mutua de saber lo que íbamos a decir. Pero… así es esta vida, pasa a veces, las amistades, incluso las del alma, se pierden. Yo no me rindo. Espero a ver.

Sigo de florecillas y en cierto sentido, ya está bien: de las bobas, tontas, antipáticas, frías, distantes, superiores, pseudos alegres, espíritus puros, sonrisa heladita, sesudillas, atareadísimas recorriendo pasillos, atendedoras de diferentes labores (con rictus de sacrificio –digo mortificación- asumida al levantarse de la tertulia) conocéis a cientos y no se merecen una línea de este escrito, aunque prometo la entrega (soy generosa).

La tercera es Marisé, de la parte super guai de la periferia desinfrrr… Ha resistido mis bromitas directísimas hasta la saciedad, también calla si achucho, no le digo lo de quien calla otorga, aunque pienso que algo de eso hay. Es suficientemente joven para intentar tirar de este carro que tiene, al menos, tres ruedas cuadradas. Es sensata, crédula y simple (yo también intento, cada vez más, creerme lo que me dicen –luego, si se tercia, ya comprobaré- y lo de la simplicidad es un don (el DON –llámese virtud, si se quiere-), preocuparse por lo realmente importante (el problema podría darse cuando algo importante no te lo parece).

Mi última adquisición (un tesoro free –gratis y libre-) vive en su casa, a ratos con sus padres, tiene amigas y amigos, trabaja en una oficina (en la que a veces está imprimiendo por abajo –aún nos reímos por esto y por tantas otras cosas-), aficionada a los números, piensa en los suyos y en los otros, intenta ayudarles, escuchándoles y perdiendo el tiempo y tengo que aprender de ella muchas cosas, por ahora y casi otro proyecto de vida, el respeto por los pensares y haceres de los demás. Ella no corre, camina. Hemos vivido –cada una por su lado- temporadas de lluvias tormentosas, pero ahora está aclarando para ambas dos.

Me voy a buscar el archivo tirando a heavy y vuelvo.


Original