Sólo de vez en cuando echo la vista atrás

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Por Esopo, 25.10.2006



Os he encontrado por casualidad, demasiados años después de haber dejado atrás el opus. En realidad mi vida ha cambiado muchísimo (para mejor) y hoy en día apenas pienso en aquello. Incluso tengo amigos de años que se sorprenden cuando hablamos del tema y se enteran de que yo estuve en la órbita del opus. De pronto, un día he empezado a leeros y me han venido a la cabeza los recuerdos. Tras haber dejado la obra estudié en la universidad de navarra e incluso mantuve la amistad con algunas personas a pesar de estar a años luz de su pensamiento. Supongo que será por tolerancia, por lo que creo que no se puede decir de mí que sea una persona "rebotada". Algunas de esas personas después me pidieron perdón y han admitido errores que se cometen en el opus, errores que supongo que jamás reconocerán públicamente...

Ahora tengo 29 años. Pité con 14 y medio. Qué duda cabe que en aquella época apenas sabía lo que hacía, excepto que me encantaba todo aquello que rodeaba a la obra, todo lo que se mostraba para hacerla atractiva. Los campamentos, las actividades, el deporte, los amigos... Fundamentalmente los amigos. Pité cuando volví de un viaje a Polonia, el mismo día en que cumplía la edad. A partir de ese momento se esfumó el encanto. Llegaron las normas farragosas y extrañas, normas que no entendía, tales como la corrección y la charla fraterna, que me parecía, y me sigue pareciendo, un extraordinario sistema de lavado de cerebro. Sentí mi intimidad sometida a una profunda violación, con exigencia creciente y en la que se me pedía dar los detalles más escabrosos y personales sobre cualquier asunto. Los amigos dejaron de ser amigos para convertirse en meros objetos para atraer a la obra. En fin, podría contar mil detalles que ya iré recordando.

Fui perdiendo la confianza en cuanto tuve acceso a documentos internos sobre la vida del fundador, cuyas hazañas me parecían claramente exageradas, manipuladas. Sus ocurrencias y ataques de ira, su soberbia absolutamente intolerables. Y, sobre todo, la interpretación que se les daba en la obra, que consideraba absolutamente increíbles. Tampoco comprendía que en un centro del opus se viviera en la opulencia más absoluta y apenas se prestara atención a la acción social, a los que peor lo pasan en la sociedad. Me daba asco, tengo que reconocerlo, la exagerada atención, el peloteo y la babosidad, con perdón, con los que se trataba a quienes pertenecían a familias de postín, entre los cuales me encontaba.

Todo ello contrastaba con la atención que se prestaba a los agregados, generalmente, por no decir siempre, pertenecientes a familias con menos posibilidades. Me molestaba profundamente la diferenciación social que percibía entre unos y otros.

De esta forma fui madurando mi aversión hacia el opus dei, a sus ideas apolilladas, inflexibles y absolutamente impropias de personas inteligentes. Ideas y comportamientos mediocres. Si realmente existiera el cielo, otra vida, es imposible que a accedan a él algunas personas como las que conocí y conozco, incapaces de ver más allá de sus narices, incapaces de comprender y hasta de querer. Porque si algo me quedó claro durante aquellos años es que en el opus dei no se quiere, no se sabe querer. El querer se limita a las normas y a los protocolos para con los demás.

Tomé la decisión de marcharme durante un frío retiro en el que me di cuenta de que no tenía sentido pertenecer a un grupo en el que no creía, al que veía vacío de sentido real, de fe, de creencia. Un grupo que habla de libertad y realmente impone un estilo de vida, una forma de pensar y hasta de vestir. En fin, no sabéis la pena que he sentido cuando he visto a alguno de los amigos de aquellos años, cuando estábamos tan llenos de ilusiones, tan llenos de vida y los veo ahora envejecidos, vistiendo como si tuvieran 80 años, con sus camisas a rayas y sus pantalones y sus mocasiones. Sus gafas y su agenda.

No quiero robar más tiempo a nadie. Tras tomar la decisión, consensuada con el director del centro, me marché y anduve años perdido. Aún muy joven traté de mantener la fe cuando ya la había perdido, traté algún tiempo de mantener las normas... Hasta que fui comprendiendo que en aquella forma de vida no iba a encontrar la felicidad. Por supuesto, hubo quien me negó el saludo por la calle y hasta tuve problemas con mi propio hermano, que acababa de pitar, pese a que dejó la obra poco después.

En la universidad de navarra hubo dos cosas que me ayudaron a confirmar mi rechazo hacia el opus. Me encontré con un gran número de personas desequilibradas, gente que sufría tremendas depresiones, una cifra significativa y siempre entre numerarias y numerarios. Aquello me sorprendió.

Otro de los motivos para salir pitando de ese ambiente, nunca mejor dicho, fue una conversación con

mi tutor de la universidad. Discutíamos de algún tema que no recuerdo. Cuando le comenté mi opinión, me pidió que no pensara, que obedeciera. Aquello fue la gota que colmó el vaso. Me pareció excesivo que me pidiera que sometiera mi pensamiento, mi criterio y mi voluntad a la suya.

Después de eso mi contacto con el opus ha sido mínimo y sólo de vez en cuando echo la vista atrás y no puedo evitar sonreír cuando pienso en mis temores de aquella época, de mis costumbres, de mis prejuicios, de mi ortodoxia y, sobre todo, de mi profunda infelicidad, una infelicidad que, afortunadamente, es historia.


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