Sobre educación de los hijos

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Por Otaluto, 15.03.2006


Ayer viví una experiencia surrealista que quiero compartir con uds. Mi mujer me pidió que fuéramos a una charla introductoria para un curso de educación familiar. Debo decir que en mis 10 años de casado he logrado zafar de estas cosas y mi mujer no es insistente. Como es obvio, específicamente le pedí que confirmara que el dichoso curso no estaba organizado por gente de la superprelatura. Me aseguró que no había peligro, y que era en la Universidad Católica.

Nada más llegar nos recibieron un par de señoras con sonrisa impecable que me sonó sospechosa. Distribuyeron un folleto, también impecable, del Instituto Europeo para la Familia y Nosequé, con un logotipo en forma de escudo que terminó de confirmar mis temores. Que lo sepan todos: cuando en un folleto aparece un logo heráldico, diagramado con formas sintéticas, junto con unas siglas en letras mayúsculas, corran!...

El curso, según nos explicaron, consistía en que cada matrimonio a lo largo del año va leyendo una lista de libros de “Hacer Familia”, y luego se reúnen una vez por mes a leer sus logros. Sí, como escucharon, leer. No compartir, no dialogar, no discutir, ni conversar. Sino leer. Tampoco se trata de tocar temas negativos, ni problemas, ni dilemas. Todo eso queda para hablar en privado con las “tutoras”. Solo lo positivo, los logros. Lo bueno que hemos hecho y lo bien que nos ha salido, las familias maravillosas que tenemos y los fantásticos padres que somos. ¿Se puede pensar en algo más vacuo, superficial y estupido?

Por supuesto, la charla toda fue mechada con palabras pseudo científicas como “Teoría Z”, y siglas como CC (círculos de calidad) que hacen parecer que la cosa viene en serio. El resto de la charla consistió en un conjunto de lugares comunes: que la sociedad es un desastre, que nuestros abuelos no tenían ese problema, que debemos contrarrestar la influencia mala de internet, etc. resumiendo, el famoso “ahogar el mal en abundancia de bien”. Tampoco faltaron los elementos de siempre, las eternas recetas. En primer lugar “tener un plan”. Poner metas, objetivos, cursos de acción para cada hijo, no improvisar. No faltaron, por supuesto, las frases cursis, que carecen de sentido real, pero que están destinadas a sonar bien y conmover al personal, como “debes soñar con el hijo que querrías...”. Cada tanto se deslizaba también alguna referencia a lo sobrenatural, la oración, etc., pero sin hablar claro para no asustar. En fin, sobre el final de la charla ya estaba sudando en frio y me picaba la cabeza de los nervios, recordando tantas miles de horas perdidas escuchando lo mismo. Y ellas, las dos supernumerarias, tan buenas y tan entregadas, con sus sonrisas, y tan entrañables. Con tanto entusiasmo y rectitud de intención, haciendo algo que sirve a los demás, y sin darse cuenta que van por la vida con una granada de mano colgada del cuello, y que son un peligro para ellas mismas, sus hijos y el resto de la sociedad. Y tan representativas de tantas supernumerarias que llegan a cierta edad y encuentran sus familias desunidas e infelices, con hijos desorientados en la vida y maridos frustrados, y ellas sin enterarse por qué, habiendo puesto todo de sí para tener un hogar “luminoso y alegre”.

No quiero sin embargo criticar sin dar algunas de mis razones. He dicho antes que tengo 6 hijos. No considero que esto me dé más experiencia o más autoridad para hablar sobre la educación, porque en estas cosas no se aplica la regla de tres simple. Pero sí puedo hablar desde el punto de vista de alguien que ha dedicado y dedica muchas horas al tema y a quien le interesa de un modo práctico y real. ¿Por qué pienso que la visión de la obra es tan peligrosa? En primer lugar porque no es correcto “hacer planes” con respecto a como deben ser los demás, aun cuando sean nuestros hijos. El sentido de la educación es el contrario, se trata de descubrir como son y que ellos también lo sepan. Parece un juego de palabras pero es un concepto esencial. La razón por la que los padres toman decisiones con respecto a la vida de sus hijos no es el derecho o deber de “encaminarlos”, o “formarlos”, o cualquier otra cosa que signifique lograr que sean como pretendemos que sean. La razón es mucho más elemental y primaria: se toman decisiones sobre aquellas cosas para las cuales el hijo aun no está preparado para decidir. Por eso la educación no es “poner limites”, concepto que obsesiona a los padres de hoy, sino ayudar a superar las limitaciones, a tomar la iniciativa, a ejercer la libertad, de modo progresivo en círculos cada vez más amplios. El objetivo de la educación es que algún día tu hijo te diga: - gracias por todo, ya no te necesito, puedo hacerlo solo.- Y aceptar esto, esta creciente autonomía, que va desde lavarse los dientes a elegir su carrera, es el desafío más duro para los padres. El resto son palabras.

La visión de la obra es peligrosa porque es lo contrario: se aplica una receta, y la receta es el modo peculiar de vida de la obra. Y esa receta es supuestamente universal y no contiene errores, por lo que no puede ser puesta en dudas. La educación se reduce entonces a transmitir, a hora y deshora, la información necesaria y a tratar de que los hijos incorporen las pautas. El éxito de la educación es formar niños que parecen numerarios, que a los 14 y medio puedan pitar sin sentir la diferencia. Y si esto no ocurre, el mundo se viene abajo. La herramienta más importante para la formación del carácter, repiten, es “dar el ejemplo”. Y este es otro concepto de peligrosidad extrema. “Dar el ejemplo” significa en el lenguaje de la obra, que los hijos vean que vivimos de modo intachable las consignas de la receta, que no está permitida la menor desviación, ni hay vacilaciones sobre lo que debe hacerse. La aplicación de este “dar el ejemplo” es, a mi juicio una formula segura para el fracaso. Vuelvo a lo anterior: la razón por la que tomamos decisiones sobre la vida de nuestros hijos es porque aun no están preparados para hacerlo por sí mismos. Y en este sentido es bueno que ellos vean, perciban y aprendan cómo es la génesis y mecanismo de toda decisión. Que existe la duda y la deliberación, el ensayo y el error, el éxito y también el fracaso. Pero que hay buena voluntad y hay principios morales que guían nuestra acción, y que hay modos de corregir el error. Que la vida es así, que hay que ensayar cosas diversas para que alguna salga bien.

Las decisiones que tomamos por ellos no son la concreción de nuestra omnisapiencia, son simplemente las decisiones de un ser humano que puede equivocarse. Que lo vean y lo aprecien, y entiendan como tomar decisiones ellos mismos.

Estas son algunas de las razones por las que creo que la visión de la obra sobre formación y educación es tan perniciosa, aunque la expresen encantadoras y bienintencionadas supernumerarias.


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