Se habla de sus virtudes heroicas ¿cuáles?

From Opus-Info
Revision as of 12:49, 1 June 2009 by Bruno (talk | contribs)
(diff) ← Older revision | Latest revision (diff) | Newer revision → (diff)
Jump to navigation Jump to search

Por Rosario Badules López, del libro "Escrivá de Balaguer: ¿mito o santo?"


1. Para mi, es un deber de conciencia hablar de lo que he visto y vivido. Pertenecí durante muchos años al Opus Dei y conocí bastante al Fundador. Como creo sinceramente que el padre Escrivá no poseía las virtudes ni normales ni heroicas que justifican su beatificación, me veo con el deber de conciencia de dar un testimonio que se me negó en el proceso.

Ingresé en el Opus Dei en la llamada época fundacional, en la que éramos un número muy escaso de asociadas numerarias. Lo abandoné bastantes años más tarde, por los motivos que voy a expresar a continuación. Porque aunque me di cuenta muy pronto y comprobé más tarde que el Fundador era un psicópata con delirios de grandeza, fue el espíritu del Vaticano II el que me hizo comprender claramente que debía abandonar el Opus Dei.

Voy a centrarme en los motivos que me llevaron a tomar, por otra parte dolorosamente, esta decisión. Debo confesar que nunca me he arrepetido de haberme decidido a hacerlo, En medio de las luces y sombras que toda vida humana tiene, me he sentido siempre libre y con paz. Y nunca dejé de profesar la fe que recibí de mis padres.


Motivos por los que abandoné el Opus

El fanatismo de la Obra

La obra era una finalidad en sí misma. No camino, sino fin. Este fin -la Obra- lo justificaba todo, hasta lo injustificable: fuga de divisas hacia Roma para la construcción de grandes y lujosos edificios, desprecio de personas que no interesaban,etc. Las personas eran meros instrumentos al servicio de la Obra. Quien no tenía dinero, poder, estudios,tiempo disponible era desechada.

Oí comentar una vez a Encarnita Ortega que a ella le costaba mucho hasta dar un vaso de agua a alguien que no pudiera aportar algo a la Obra. He visto cómo se utilizan las personas y cómo se valora en ellas el tener y no el ser. Se obligaba a amar sin límites a la llamada «nuestra madre guapa la Obra», y al Fundador.

Como buenos hijos, no se podía consentir que alguien la injuriase. Porque entonces todos los medios eran buenos para vengar la ofensa. Resulta curioso que socios del Opus Dei, que en otros temas pueden ser serenos y dialogantes, en cuanto tocan a la Obra y al Fundador, se convierten en personas cerriles y violentas. Cosa típica de las sectas. El ambiente en los Centros se movía en la idea de que la Obra es perfecta. El único camino es la aceptación sin objecion del llamado espíritu. Y la docilidad más completa a sus múltiples y, en muchos casos, extraños mandatos llegados de Roma, en «nota» que había que cumplir a rajatabla.

Nadie se atrevía a objetar algo en contra. Un pequeño comentario era considerado una falta de unidad. Y en esto, como en el sexto mandamiento, todo era materia grave: ataque a lo que debía ser «férreo, sagrado e intocable». El sistema era totalitario, agobiante y opresivo en donde no se admitía ni la sombra de una crítica, «la Obra es perfecta, las constituciones son santas, e inviolables». «El Opus Dei existirá mientras haya hombres sobre la tierra. La Obra es el remedio a todos los males, la solución a todos los problemas, la milagrosa farmacopea para curar todo tipo de enfermedades»... Vamos, que eran muy humildes.

Insistiendo en la utilización de las personas al servicio de la Obra, una prueba más de ésto son los socios supernumerarios. Interesan por el dinero que entregan abundantemente a través de una aportación económica mensual obligatoria, como semillero de vocaciones y medio de conseguir prebendas a través de los que tienen algún tipo de poder.Y nada más. Se les carga de rezos y normas de vida más proprias de un religioso que de unas personas laicas, normas difícilse de compaginar con una vida profesional y familiar normal, covirtiéndolos en personas piadosas y rezadoras viviendo muy a gusto con sus riquezas, pero sin preocupacíon ninguna hacia los pobres, marginados, enfermos, viejos. Es decir: hacia los pobrecitos con los que se identifica nuestro Jesús de Nazaret. No conozco a ningún empresario del Opus, que con sus empleados haya sido más justo que otros. No conozco a ninguna supernumeraria que con sus sirvientas haya sido más humana, más cristiana que otras. No conozco a ningún poderoso del Opus, banqueros, políticos etc. que hayan procurado una sociedad más justa.

Son muchos los medios que utilizan para formar a estos fanáticos del Opus Dei:

La dirección de la directora de la casa en la llamada Confidencia Semanal
En esta charla semanal hay que contar todo lo que piensas, los temas de tu vida interior y también los profesionales. Todo. Y aunque dicen que no es obligatorio contar los pecados, es de buen espíritu someter todo al criterio de la directora. Es un verdadero lavado de cerebro y se aceptan como válidos muchos coceptos, que se desmoronan ante una serena crítica.
Los medios de formación
Con el fin de que no parezcan ser los «ignacianos» a los ejercicios espirituales se les llama «cursos de retiro» anuales y que constan de 5 días internos. Días de retiro mensuales y una vez al año los cursos anuales que duran 23 días y que constan de clases del famoso espíritu del la Obra y hace unos años se empezó a estudiar Teología. A través de todos estos medios se repetía una y otra vez que nuestro buen camino es la Obra y el Bueno Pastor es «el padre» y nuestros únicos confesores son los sacerdotes de la Obra y nunca los otros. «La ropa sucia se lava en casa». Yo vi una vez muy enfadado al Fundador porque se enteró que una numeraria se confesó con un sacerdote de los que llamábamos de «fuera»
Las lecturas espirituales
Éstas estaban limitadas casi a los libros de la Editorial Rialp. Había unas publicaciones internas que se llamaban «noticias» donde se referían hechos que sucedían a las asociadas del Opus Dei, donde todo era positivo y aleccionador. Nunca sucedía nada que no fuera laudarorio para la Opus y para «el padre». Se nos instaba a que escribiéramos relatos para esta publicación; pero cuando después veíamos nuestros escritos en esta revista, no los reconocíamos porque todo era retocado y cambiado y del original quedaban los nombres. Todo por el bien de la Obra por la que una vez más se sacrificaba la verdad
Tertulias con las superioras
Alguna vez aparecían por las casas las superioras regionales. Entonces solían casi siempre contar cosas del Padre. Todo lo referente a este señor estaba sacralizado. Cualquier tontería que decía o que hacía adquiría proporciones enormes de importancia. Los socios del Opus Dei tienen el concepto, naturalmente recibido en su formación, que trabajar para la Obra es tan bueno que, ante cualquier asunto que se refiera a ella, se sacrifican todos los demás; familia, caridad, justicia, deberes con los demás etc. A una numeraria hija única de una viuda, se le avisó de que su madre se estaba muriendo después de una larga enfermedad durante la cual apenas vio a su hija. Esta dijo al recibir la noticia en Roma «que procuraran alargarle la vida porque ella tenía mucho trabajo y tardaría un poco en ponerse en viaje»
Ausencia de la caridad

Al comienzo de mi ingreso en el Opus, el fundador vio que una chica del servicio de la casa donde yo vivía, salía a la calle sin medias (esto era por el año 45) y me dijo que la despidiera. Al día siguiente me llamó por teléfonon diciéndome:
-¿Has despedido a la sirvienta?
-No padre. Me ha dado pena echarla a la calle.
Montó en cólera y me dijo:
-¡Pena sólo con la Obra! Despídela inmediaticamente.

Y qué decir del trato que recibimos cuando abandonamos el Opus Dei?

Se dice mucho que «en la Obra es difícil entrar pero muy fácil salir». Como en tantas cosas unas cosas se dicen y otras bien distintas se hacen. Salir es un verdadero drama, porque te vuelven loca. En el programa de «La Clave» se comentó los traumas con los que normalmente se encuentran las personas que han pertenecido al Opus.

En primer lugar, la soberbia colectiva de creerse los mejores, los únicos en línea de salvación, les hace dudar de que abandonando el Opus logremos la gloria eterna.Y en segundo lugar porque después de muchos años y como en mi caso, de muchos años de un trabjo agotador, te echan a la calle con lo puesto, sin seguridad social ninguna, no te devuelven lo que has entregado y te borran de su historia.

Esto en los mejores casos, porque con las personas que consideran peligrosas porque conocen sus entresijos, no se tiene inconveniente en calumniarlas con las falsedades más horribles para desprestigiarlas. Lo han hecho y lo están haciendo, los archivos vaticanos dan abundante material de lo que son capaces de hacer.

Recuerdo con asombro el diferente talante que tienen con los «ex» otras Ordenes religiosas. Cuando me fui del Opus, pasé una temporada en una residencia de religiosas y allí había tres ex-monjas de la misma orden, y las mantenían hasta que encontrasen un trabajo. Me produjo un gran asombro comparándolo con la hostilidad que recibía del mundo en el que había trabajado tantos años. Cuando me encuentro con alguien, (todavía hoy después de más de 20 años) que pertenece al Opus, salvo algunas raras excepciones, no me saluda.

El fundador

El culto al Padre: el tema de la filiación y el llamarle «Padre»

Desde mi ingreso, me desagradó el culto y el fanatismo con que obligaban a amar a su persona. Digo «obligaban» porque el amor al Padre, también con cariño humano era condición indispensable para permanecer en el Opus Dei, materia de confidencia y parte integrante del espíritu de la Obra. Coma era tema de la charla quincenal que se tenía con el confesor en el confesionario, yo le dije una vez a Severino Monzón:
-Yo no siento por «el padre» ese sentimiento de cariño.
-Pues, vete pensando si lo que tienes que hacer es marcharte.

Llegué a empacharme con la figura de esta persona cuya presencia estaba en todas partes y que además me resultaba tan poco atractiva. Oía hablar hasta la exaltación de lo que se decían virtudes del fundador y cuando esperaba en una meditación oír hablar de la figura de Jesús, era el Padre el ejemplo de vida, el conducto reglamentario para llegar a Cristo.

Se dijo en «La Clave» que de sus híjos salió el llamarme Padre. ¡Mentira! Ya en el año 44 antes de entrar a saludarle por la primera vez se me advirtió que debía llamarlo «Padre». Y a madre (él lo impuso) se le llamaba «Abuela», a su hermana se le llamaba «tía Carmen» y así.

El fue el que dijo a uno de sus más íntimos colaboradores que pidiera en el Congreso General que el saludo oficial al Padre fuera con la rodilla izquierda en el suelo y besándole la mano. Petición que tambíen se hizo en el Congreso de la Sección Femenina y que fue recibida con grandes aplausos en su presencia.

Siendo Joaquín Ruiz Giménez embajador ante la Santa Sede, coincidieron en algún acto de la Embajada y el embajador le saludó diciendo: «¿Qué tal padre Escrivá?». No podía soportar que le llamaran padre Escrivá, habia que decirle solamente Padre o Monseñor Escrivá. Desde entonces no podía soportar a Ruiz Giménez.

Por otra parte ahí está el Evangelio, tan claro «no llamaréis a nadie Padre». Este señor se permitió esto y tamién llamar Pomposamente al Opus «Obra de Dios».

En una puerta de un patio de Roma, marcó sus pies y los de D. Alvaro en cemento blando como demostración que teníamos que seguir sus pasos en la vida como señal de la voluntad de Dios. Hizo también que su familia fuera sacralizada, difundiendo sus fotos en todas las casas del Opus, lo mismo que las suyas. Sus gustos y sus costumbres se imponían, por ejemplo el viernes de Dolores en todas las casas se comían unos dulces de espinacas que cuando niño le hacía su madre que se llamaban «crespillos». El ambiente de Roma era opresor: «ha dicho el Padre, he visto al Padre, el Padre ha comido bien, el Padre estará contento, el Padre tal, el Padre cual...»

Un día trajo un burrito de cerámica. El era muy amante de los burros, porque efectivamente éramos gente a quien no se nos permitía pensar, eramos unos burros de carga. Dejó el burrito sobre una mesa y entonces la secretaria central midió por todos los ángulos al burro para que siempre estuviera colocado donde lo había dejado «el Padre».

Cuando venía a España, en las casas que se sospechaba pudiera llegar había un cajón de naranjas por si pedía un zumo.

Dos numerarias preparaban sus comidas con gran exquisitez y le acompañaban a lo largo de la nacíon, llevando latas de patés, flores para las mesas, etc.

Tenía un carácter colérico y hablaba mal de todo el mundo

Son muchas las personas que sufrimos sus desaires, sus antipatías, sus gritos, su cólera. Pero como no podíamos desahogarnos con nadie más que con la Directora, esta nunca reconocía una falta del Padre. Y siempre se decía «lo has disgustado». Yo he conocido a muchas presonas que le tenían miedo. Yo misma todavía sueño alguna vez que estoy en el Opus y vuelvo a sentir la opresión y el miedo que me producía su persona.

Estallaba en furia por cosas insignificantes que él traducía «como faltas de amor de Dios». Por ejemplo que un objeto estuviera un poco torcido, que las sirvientes se dejaran algún utensilio de limpieza olvidado, que hubiese un pequeño fallo en la comida, o que ésta no fuera de su gusto. Entonces chillaba, se enfadaba, gritaba y nosotras recibíamos el chaparrón sin chistar.

Un día que llovía a cántaros, el verdulero que traía la fruta entró en la cocina con las provisiones, para no mojarse ya que la puerta de la cocina daba directamente al jardín. El padre Escrivá pasó por allí y lo vio. Había dado orden de que ningún proveedor hombre podía entrar jamás (porque siempre era («jamás») (su obsesión sexual era enfermizada) . Sus gritos se oían por toda la casa.

Nunca sabíamos el motivo para que en cualquier momento irrumpiera en gritos, tal era la violencia de su carácter. Según él, nunca era tratado con el honor, reverencia, cariño que merecía, siempre estábamos en deuda.

Hablaba mal de todo el mundo. En el proceso de beatificación, se habla de virtudes heroicas. ¿Qué virtudes? Creo que de la que hay que hablar es de la virtud por excelencia que es la caridad y yo no la vi por ninguna parte.

El día que ingresé en el Opus me dijeron que fuera a saludarle a la casa de Diego de León. Me dijo que habia venido a morirme en la Obra y me advirtió que una numeraria con la que yo iba a convivir no tenía buen espíritu y que pronto llegaría otra de Valencia que era tonta. Mi impresión fue tremenda.

Después le oí hablar mal del Papa, de los obispos, de los jesuitas, (les llamaba «los de siempre») de gente de todo tipo y de los mismos socios de Obra. Sólo era bueno Alvaro del Portillo al que ensalzaba diciendo:
-¡Alvaro del Portillo ! ¡Grande de España no se cuántas veces!
Lo que no es cierto.

Tenía fobias personales sin saber por qué. A una numeraria de Roma que se ocupaba de los oratorios, le tomó manía, y al final de sus vacaciones de verano fuera de Roma, envió una nota antes de llegar, para que se le enviase a España cuanto antes porque no quería verla a su regreso. Esta numeraria que ahora no lo es, nunca supo el motivo porque la mandaron de regreso a España. Allí es muy frecuente que no te digan nunca el por qué de tantas cosas. Hay personas que han echado del Opus sin decir por qué. A Maria del Carmen Tapia la llamó puta y puerca.

Tenía delirios de grandeza

Le impresionaban mucho la gente que tenía poder, dinero o títulos. Cuando Girón era ministro de trabajo, vino por una casa del Opus una hermana de su mujer. Al enterarse dijo: "A esta no la dejéis perder".

Era muy teatral en todas sus cosas. Cuando nombraron ministro a Ullastres, vino pronto a España, lo llamó y delante de todo el mundo y prescindiendo de todo protocolo le dijo: "Tú siéntate allí donde digo yo".

A todas las personas que destacaban trataba de humillarlas para demostrar que por encima de todas estaba él.

Ya en el año 43 tenía coche con chofer uniformado. «Me critican porque tengo coche» Y lo llamaba «mi pobre coche». En aquel entonces eran pocas en España las personas que disponían de uno. Era muy franquista, pero después de que recibiera en Roma a D. Juan de Borbón, que logró que fuera por mediación de Rafael Calvo Serer, se hizo monárquico. En esta ocasión Escrivá estaba derretido con la vista. La aristocracia lo anonadaba, le impresionada muchísimo.

Tenía una vanidad pueril. Era Perlado Doméstico y le gustababa vestirse con los capisayos de Prelado y pasar a la administración para que lo vieran las sirvientas.

Llevaba siempre hebillas de plata en los zapatos, tambiém Alvaro. Estos zapatos se limpiaban todos los días y nos dijo que preguntáramos a un limpiabotas la razón por la que sacaban tanto brilho. Nos dieron la fórmula y se compraron los líquidos y cremas apropiados. Todas las noches se limpiaban sus zapatos y se les sacaba brillo a las hevillas.

Era ordenadísimo. Una verdadera manía la del orden. Cuando veía algo que no estaba en su sitio gritaba:
-¡Esto es una falta de amor de Dios!

La virtud de la pobreza

Le gustaban los objetos caros, los restaurantes caros, y todo de la mejor calidad.

En una ocasión fue a Sevilla y comió en el comedor de la Residencia de estudiantes masculina. Como el comedor era muy grande se cerró con dos biombos pertenecientes a una aristócrata andaluza. Eran dos maravillosos biombos que pertenecían al patrimonio familiar de la Marquesa.

Cuando vio los biombos, la numeraria que estaba en la cocina atendiendo su comida oyó como decía:
-Estos biombos para Roma.

Naturalmente la Marquesa no pudo regalarlos y dio dinero para que se adquirieran otros por lo menos parecidos.

Algo parecido ocurrió aquí en Madrid con un tapiz de época.También le gustó y dijo a la gente del Opus que lo pidieran. La misma respuesta que la de Sevilla. No podía ser porque pertenecía al patrimonio familiar. Y entonces fueron a un anticuario y se le compró un tapiz parecido (un millón de pesetas del año 68-69).

Colgó este tapiz, llamó a los chicos y les dijo:
-Mirad hijos míos. Estos son los regalos que me hacen mis hijas. Aprended.
Compró una gran sopera de plata de orfebrería maravillosa y dijo:
-Esta es para la Procura, para que cuando vengan los cardenales se queden con la boca abierta y digan ¡ah!

Nos enseñaba la biblioteca de la casa de Roma y decía:
-Este suelo es de ónice. Con estas piedras se hacen anillos las senõras.

Otra vez una colección de monedas peluconas. Las consiguió como siempre a través de las ricas supernumerarias, lo mismo que una colección de abanicos antiguos que quiso para una vitrina. Otra vez quiso joyas. Consiguió una esmeralda de gran tamaño «para ponerla en el fondo de la copa de un caliz y no la viera más que Dios» Y después estaba expuesta en la sacristía con luces indirectas para que la viera todo el mundo.

Otra vez fue a Lisboa con la ilusión de comer langosta. Curiosamente ese día no la encrontaron en el Mercado. Su enfado fue tanto que no quiso probar y se molestó porque los otros comían.

Le gustaban muchos los reposteros. Tenía un gusto barroco, recargado y pedía que confeccionásemos los reposteros que le gustaban.

-¡Hale, manos a la obra!.

Cuando se iba salíamos enseguida a comprar lo necesario, no dormíamos en toda la noche para que cuando se levantase se lo encontrase ya colgado.

Pienso que fue un hombre que conseguió siempre sus caprichos cuya lista de ellos podría ser casi interminable. Tuvo todo, todo, todo lo que quiso.

El decía que era pobre y esto resulta muy diverttido, porque quiso vivir siempre en suntuosos palacios. En las casas grandes, tenía siempre en la parte más noble de la casa una suite de lujo que estaba cerrada siempre, esperando que algún dia llegara «el padre».

Resultaba gracioso cuando íbamos con cooperadores u otras señoras a casas como la Pililla llena de mármoles por todas partes. El primer día teníamos que darles una charla explicando que aquello que veíam no era riqueza sino pobreza. Se habían puesto esos materiales tan caros porque eran sólidos y duraban más.

Todas las casas son de lujo. La casa de Roma es impresionante. En sus orígenes era elegantísima pero él la convirtió en barroca, y ostentosa.

Cuando se casó su hermano lo metieron en la Orden del Santo Sepulcro para que se pudiera casar con el uniforme. En Roma había un cuadro con un señor de esa Orden y llegaron a cambiarle la cara por la de su hermano Santiago, así en ese cuadro aparecía Santiago Escrivá, Caballero del Santo Sepulcro en un cuadro de Dios sabe cuando.

Tambén hay que tener en cuenta las interpretaciones del Evangelio, por ejemplo aquel pasaje de la Magdalena que rompía sus frascos de perfume ante el Señor.

-¡Hay que darlo todo para Dios!

Pero en todos los casos Dios era la Obra, claro. «El Senõr -decían- también iba a comer con José de Arimatea que era rico. Tenía amigos ricos. Las riquezas no son malas.» Y aquello de «los pobres siempre los tendréis entre vosotros» lo entendían como si ellos fueran los pobres. El dinero era un medio de apostolado.Y se decía:

  • Cada uno debe vivir debe según la posición social y económica que se le ha dado: las sirvientas, sirvientas; las senõras, señoras; los ricos, ricos; los marqueses, marqueses.
  • «A los peces se les coge por la cabeza»
  • «Todas las cosas las atraeré hacia mí cuando esté elevado sobre lo alto». Y cuanto más altos estemos, más podremos atraer.

La altura, el poder, el dinero es su camino.

No aceptó el Concilio Vaticano II

El fundador vino una vez a España, exclusivamente a hablar a un grupo de personas y nos dijo justo al terminar el Concilio:
-Hijas mías vengo a deciros que la Iglesia va muy mal, va al desastre, lo que os digo es que pidáis por la Iglesia, porque está muy mal, este Concilio es el Concilio del diablo.

Todo el Concilio le desesperó. Pero su preocupación llego al máximo con la elección para Papa de Pablo VI. Fue algo que le sacó de quicio.

Consecuentemente él no adaptó nuestra liturgia a la nueva del Concilio. No aceptó ninguna reforma litúrgica, solamente en las casas de trabajos externos por no haber más remedio consintió en poner el altar hacia el pueblo, de cara a los fieles. Pero en los oratorios de los pisos se seguía como siempre: la misa en latín, de espaldas y con calendario anterior, el viernes de Dolores seguírá siendo el viernes de Pasión, las fiestas de la Cruz se seguían celebrando el 3 de mayo y 14 de septiembre, los Arcángeles en tres fiestas separadas etc., etc. Es decir, nada de lo que vivían y hacían los cristianos corrientes. Las mujeres seguíamos llevando velo, lo que era una rareza en las iglesias públicas.

Tampoco aceptó las misas concelebradas, en las casas de retiro mandó hacer un claustro con armarios que eran altares para que los curas dijeran las misas por separado.

No le gustó la Encíclica «Populorunm Progressio» de Pablo VI y decia:
-¿A qué viene ahora el Papa con estas cosas sociales cuando hay tantas herejías dentro de la Iglesia?

Cuando Pío XII modificó las normas del ayuno para la comunión, él dijo que no hiciéramos caso, Y sobre este Papa dijo que era un marrano por lo que decía del método Ogino. Y decía algo más, que no me atrevo a repetir. A partir del Vaticano II se volvió todavia más integrista: sotana los curas, velo las mujeres. Hubo una involución enorme.

Papas hay muchos, Padre sólo uno

Le molestaba que la gente del Opus que llegaba a Roma demostrase deseos de ver al Papa. Llegó una vez Pilar Salcedo, periodista y le preguntó:
-¿Puedo ir a ver al Papa el día de la audiencia en la paza de San Pedro?
Entonces el padre se levantó y sin más se marchó. ¿Por qué? le preguntó Pilar a la Secretaria Central.
-Pues porque lo importante es «el Padre», porque Papas hay muchos pero Padre sólo uno.

Esto lo repetía frequentemente. El decia que no quería que le hicieran lo que a San José de Cala que al final barría las escuelas de los niños. Por eso su cargo era vitalicio y mentras viviese siempre seria EL PADRE.

He oído comentar que Pío XII dijo que Escrivá era el santo del Silo XX. Pero ¿cuándo y cómo lo dijo?. Porque a mi me habían dicho eso y una vez que yo fui a verlo con tres numerarias más en una audiencia semipública le dijimos que eramos del Opus Dei y puso una cara de no conocer nada y me dijo: No sé que es eso. (Era el año 50)

Hablaba mal de los Papas, de los cardenales. Por cierto, las pocas veces que iban a comer cardenales a la casa de Roma se creaban dos presidencias en la mesa porque el Padre siempre debe ser servido el primero.

De las monjas se reía mucho y decía que eran tontas. Nunca colaboramos con el Ordinario del lugar. Recuerdo que cuando el actual cardenal primado llegó a Barcelona como obispo hubo una campaña contra él porque no era catalán. Yo pregunté si sería conveniente aconsejar a las supernumerarias que estuvieran en su entrada en la ciudad para colaborar con él. Se me dijo que a nosotros eso no nos importaba.

Pero los más odiados fueron los jesuitas. Prohibió que ninguno de ellos entrase en una casa de la Obra. Y se dio el caso de una numeraria que tenía un hermano jesuita y cuando éste fue a verla, estuvieron hablando pero paseando por la calle.

Se me ha olvidado decir respecto al Concilio Vaticano II, que a partir de este, veía herejías por todas partes, de modo que si siempre habíamos tenido las lecturas restringidas, después se limitaron mucho más, y nos hizo aprender el catecismo de Astete de memoria porque sólo esa era la verdadera doctrina.

El papel de la mujer en la Obra

Nuestra finalidad primordial era servir a los varones

La mujer fue sobre todo, para la administración de las casas de los varones. Se le llamaba «el apostolado de los apostolados». Era muy importante saber guisar, planchar, limpiar etc. Hablaba que con el tiempo íbamos a tener influencia en la sociedad, pero la realidad era que trabajámos como negras en el servicío de la Sección Masculina. Esta era la finalidad y a todas nos metían en lo mismo. Había algunas, si, que posteriormente hacían otras cosas, pero eran casos atípicos. Por cierto ninguna estábamos en el régimen de la Seguridad Social, lo que ha sido después un grave problema para las que nos hemos ido mayores, pues no teníamos los años suficiente de prestación cuando nos hemos jubilado. Esto es sangrante.

Tenía algunas numerarias que eran como sus estrellas. Naturalmente las más fanáticas de su persona y obedientes. Tuvo en tiempos mucha confianza com Encarnita Ortega que fue Secretaria Central, que es realmente muy buena chica, pero una fanática terrible y he visto que en una entrevista que le hacía otra del Opus dijo una serie de mentiras, tales como que ella no le había visto nunca enfadado «sólo disgustado». Ella lo mismo que yo sabe que eso no es cierto.

El "clasismo" dentro de la sección femenina

Dentro de las mujeres del Opus hay tres clases de asociadas. Las numerarias que hacen los tres votos; las agregadas que son chicas que tienen problemas de familia o de salud o pertenecen a otro tipo social y que también hacen los tres votos y que entregan casi todo lo que ganan a la Obra y las Numerarias Sirvientas (ahora se llaman auxiliares y que entonces no cobraban nada, tampoco Seguridad Social) y que la Obra cubría sus gastos. Respectos a las sirvientas había un clasismo doloroso y total impuesto por la Obra: «siempre serán y se llamarán sirvientas».

Después pasaron a llamarse, por el mal efecto que este nombre producía, numerarias auxiliares. Se les formaba para que fueran siempre sirvientas y aspirar a lograr un status más elevado estaba cosiderado del peor espíritu. Ellas tenían que estar orgullosas de ser sirvientas de su uniforme, cofia y delantal, de fregar y lavar, orgullosas de ser sirvientas por amor a Jesucristo. Y toda la formación que recibían entonces era sólo del espíritu de la Obra y se les enseñaba a que desempeñasen de la mejor forma su trabajo. La que entraba analfabeta, analfabeta seguía, no se les enseñaba nada de nada. Estas chicas tenían todo aparte: entradas de servicio, las ropas de cama y mesas, los cubiertos que eran de acero y en cambio los de las numerarias eran de alpaca. Las ropas estaban marcadas con la palabra «servicio» y comían en la cocina.

Las servientas no podían estar nunca sin la presencia de la señorita numeraria. En la comida, planchero, tertulias, siempre la señorita delante. El fundador decía que había que tratarlas coma niñas pequeñas a quienes no se les podía dejar un cuchillo en la mano porque se harían daño. No tenían ninguna libertad (tampoco nosotras) ni salir a la calle solas, ni pasear solas. Y por la noche en la casa de Roma se les apagaban las luces desde un interruptor central en sus dormitorios que se llamaban «camarillas». Solía decir que por su formacíon serían sirvientas porque si no serían catedráticos.

Yo una vez comenté al Padre que las sirvientas tenían un cierto complejo social. Y era cierto, yo escuchaba sus confidencias y vi que les costaba salir a la calle con uniforme, entre otras cosas porque llamaban mucho la atención. Le he visto muchas veces enfadado, pero esta vez lo recuerdo de una manera especial. Me dijo que había cometido una falta grave contra la Obra porque su espíritu era el que cada uno estuviera contento con la posición social en la que había nacido. Era un hombre que no quería ver la realidad y era absolutamente indiferente a ella.

Cuando las mujeres enderezaban su formación hacia la Universidad implantó unas llamadas Escuelas Hogares en donde se les daba a las chicas unas clases que no les servían para nada más que para meterlas cada vez más en sus casa de familia. En la casa de Zurbarán, que después fue Residencia de Estudiantes,había un cuarto que daba a un patio interior muy frio en donde se recogían las macetas del patio por la noche en invierno. Vino el padre Escrivá y dijo:
-Aquí el planchero para que planchen las sirvientas.
-Yo le dije: Padre van a tener mucho frio.
-Y me contesto. Si tienes piedad con el servicio te quito de Directora.

Cuando el Vaticano II luchó por una Iglesia más evangélica con preocupación por los pobres y desheredados, por un sentido más cristiano de la vida, en el Opus se seguían separando cubiertos, ropas y personas según la clase social a que pertenecieran.

La vida normal que yo veía en el Padre

Se levantaba todos los días a la misma hora y cuando yo escuché su misa, la decía con devoción, muy bien. Después desayunaba y desaparecía. No sé lo que hacía. Si hacía buen tiempo lo veíamos pasear por el jardín con algún chico o solo. Comía siempre solo con D. Alvaro. Era sobrio en la comida pero muy exquisito. Cuando terminaba de comer, yo daba un suspiro de alivio porque nunca se sabía si algo no le iba a gustar.

Una vez le dijo a la doncella que le servía que me preguntase «si había puesto veneno en la comida como tenía costumbre de hacer». Se refería a que el día anterior se había puesto enfermo D. Alvaro y le echaba la culpa a la comida.

Le servía siempre la misma doncella (Rosalía) con cofia y delantal y uniforme negro.

Por las tardes solía salir a la calle con D. Alvaro y compraban objetos en los anticuarios para la casa palacio que estaba edificando. Me da la sensación de que no daba golpe y que cuando no estaba D. Alvaro se aburría mucho porque alguna vez venía a la administración y no tenía nada que hacer.

Luego nos aguardaba las molestias que proporcionaban las obras. Cuando el polvo era mucho, se iba a una casa de los chicos de la Región de Italia. O cuando llegaba el verano -en Roma hace mucho calor- se marchaba por las tardes a Castelgandolfo que es más fresco a la casa de las chicas. Esta casa se la quitaron también de mala manera a una señora mayor -con esos sistemas que ellos tienen, que no son nada claros- y si no, se iba un mes a Londres, o al lago de Como etc.

Me han dicho que cuando viajaba se hospedaba en los mejores hoteles y comía en los mejores restaurantes. Iba en su coche y uno de los chicos del Opus era su chofer. Todo se lo tenían preparado y programado. No tenía dificultad ninguna para nada.

Era depresivo. Enseguida nos dábamos cuenta de su estado de ánimo. Yo creo sinceramente que era un psicópata. Por muchas cosas; su carácter desigual, lo que un día le gustaba, otro día le enfadaba, la manía del orden que era exagerada, sus fobias.

Solo la Obra y nada más: fanastimo y control

Debo insistir entre el divorcio existente entre lo que se decía y la realidad de nuestra vida.

-«Hijos míos sois libérrimos, libérrimos».

Nada más lejos de la realidad. Todo estaba sujeto a normas rígidas. Teníamos la llamada «praxis» y en ella se regulaba todo nuestro comportamiento: si teníamos que llevar o no llevar medias, si la manga debía llegar a cierta parte o no, que no se podía llevar pantalones, que los ojos no se podían pintar, no se podía cenar fuera de casa, etc, etc. Recuerdo que a una numeraria que tenía una enfermedad mental le trajo su madre un ajedrez para su distracción. Estaba jugando un dia con ella, y se nos dijo que no se podía hacer «porque el Padre había dicho que nunca se podía jugar a juegos de salón». Y a pesar de su enfermedad no se pudo jugar más.

¿Libres? De nada. Una vez estando en Roma cayó en mis manos un libro sobre un cartujo llamado Rafael. A mí la vida monástica siempre me había interesado y yo lo estaba leyendo. Pasó el padre Escrivá y me dijo:
-¿Qué estás leyendo, qué es esto? Pero ¿quién te ha dado permiso para leer este libro?
-He visto que era un cartujo y...
-¿Qué tienes que ver tú con un cartujo? Para tí es mal espíritu, ¡fuera!

Me lo cogió violentamente y lo rompió.

Esta era nuestra libertad. Un ambiente opresivo, sobre todo en Roma, donde el ambiente era verdaderamente denso por la cercanía de su presencia. Una vez me hicieron una corrección porque en las tertulias había que hablar del Padre y consideraban que los temas de conversación que se tenían «no era del espíritu de la Obra».

Otra cosa que decía mucho es que «éramos cristianos corrientes» y como en tantas cosas esta frase no tenía nada que ver con nuestra realidad. Los cristianos corrientes tienen toda clase de opciones en apostolados, liturgias y su propia vida. Son muchas las opciones que la Iglesia aprueba que a los socios del Opus les están vedadas.

El proselitismo por el Opus

El fundador estaba urgiendo frecuentemente a que no se paralizara el proselitismo de vocaciones para el Opus. «El que no trae gente a la Obra está muerto ¡y yo no quiero andar con muertos!».

A mi me encogía el alma este proselitismo salvaje en donde a la gente, se le seguía, se le acosaba, se le forzaba. Después se comentaba que «sólo los débiles mentales aceptaban ingresar si no querían» pero yo he conocido muchas de esas débiles mentales que se vieron dentro después del fervor de unos ejercicios.

Por ejemplo, recuerdo que una numeraria me dijo una vez en una confidencia que ella no tenía vocación porque su vocación la tenía Guadalupe que era la que le había metido.

Sé que ahora este proselitismo feroz lo están haciendo en los colegios del Opus con gente muy joven, sin madurez para una elección de este tipo, sin conocer lo que aceptan y lo que dejan. Debería de estar prohibido, porque además suelen dejarlos marcados mucho tiempo si se marchan y se lo pasan muy mal.

La opción para escoger estado pertenece a la más estricta libertad personal y nada ni nadie debería influir en esta elección.

Tengo que decir en honor a la verdad que la gente que ingresa en el Opus, lo hace con muy buena voluntad. Después se suele fanatizar porque es la única manera de permanecer y es muy duro marcharse. Yo he visto allí gente estupenda: lo mejor del Opus son algunos de sus asociados y asociadas.