Dios no te pide vivir amargado ni aburrido, la Obra sí

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Por Ex operario, 25 de enero de 2012


Me pongo a escribirles, por dos razones. Primera, porque me ayudaron en un momento en el que lo pasé muy mal, y segundo, porque tal vez mi carta ayude a alguien.

Me hice de la Obra con diecisiete años, con plena libertad, convencido de que eso es lo que me pedía Dios. Pasé unos meses muy buenos, hasta que coincidió que me dijeron al poco que me fuese a vivir a un Centro, dejando sola a mi madre. Eso siempre me ha dolido mucho, pero era la voluntad de Dios, y yo la cumplí. Libremente, y con dolor. Al poco, operaron a mi madre a escasos cincuenta metros del centro en el que vivía, y cuando iba a ir a acompañarla (habían venido muchos familiares de muy lejos) me dijo el director (jamás entenderé por qué, porque ni le pegaba ni le pega nada) que no fuese, porque había que hacer muchas cosas en el centro, que era mi casa. No había nada que hacer en el centro en ese momento. No entendí nada. Y fui con mi madre porque evidentemente esa (y no otra) era la voluntad de Dios…

Poco después fui al centro de estudios. El centro de estudios es un sitio en el que haces mogollón de cosas raras y casi todos dejan de ser de Casa, y nadie te dice casi nada de lo que te importa de verdad (por ejemplo, por qué deja tanta gente de ser de Casa). Era consciente de que estar ahí no me gustaba nada, pero “tenía que estar”, porque era la voluntad de Dios. Recuerdo que hacer la charla era un suplicio morrocotudo. Supongo que también para el que recibía mi charla… porque evidentemente me costaba hacerla. En la Universidad hice muchísimos amigos, y a muchos de ellos los llevé por el Centro a meditaciones y convivencias.

En el centro de estudios hacíamos cosas rarísimas para nuestra edad. Por ejemplo, teníamos clases de gregoriano. Ahora lo pienso y flipo en colores. A finales del siglo XX, críos de diecinueve y veinte años, después de cenar cantando gregoriano en nombre de una institución que se gloría de estar en el mundo. Además nos presionaban porque había que hacer números. Tienes que traer a tantos chicos en tal medio de formación porque es la voluntad de Dios. Ahí ya empezó a germinar lo que definitivamente me impulsó a dejar la Obra, que es el enorme caudal de obligaciones raras que inundan, amargan y avasallan la vida de gente que simplemente quiere amar a Dios… Hay que hacer al oración de la mañana, llegando dos minutos antes. Hay que estar puntual a y veinticinco en las preces. Hay que rezar el rosario. Hay que hacer puntual la lectura, a ser posible antes de la oración. Hay que ponerse el cilicio, hay que hacer abundante corrección fraterna, que es caridad fina (tócate el níspero). Hay que hacer un retiro mensual, en el que la gente va con americana y corbata por los pasillos rezando rosarios como autómatas. Hay que hacer examen de conciencia. Hay que dormir un día a la semana en el suelo, hay que cuidar millones de cosas pequeñas, hay que… en fin. Todo eso, siendo gente normal y alegre.

Siempre he sido una persona que va por libre, y eso hacía que al compararme con el resto de la gente de la Obra me diese la impresión de que era un numerario raro, o malo. Sobre todo desde que dejé de estar unos años en un centro de universitarios. Ha sido el único centro en el que he visto a la gente estar realmente a sus anchas. Probablemente porque el director y el cura eran gente normal. Gente a la que le preocupaba el bienestar y la felicidad de los numerarios, y de la gente que iba por el centro. La labor se multiplicó, y lógicamente pitó muchísima gente en esa época. Después me fui a otro centro en el que regresé al mundo de los “hay ques”, los “está previsto” y los agobios.

Por resumir mucho, he pasado muchos años agobiado, consciente de que estaba agobiado, pero llevándolo como podía, porque esa era la voluntad de Dios. Hasta que coincidí con un compañero mío de centro de estudios que cayó en una profunda depresión, curiosa e irónicamente porque se desgastó para sacar la labor adelante. Mi actitud desde el principio fue que me tuviese al lado para lo que quisiese. Sin embargo, la actitud de otros era muy distinta. El Consejo Local (del que formó parte casi hasta el final) le agobiaba muchísimo. Era evidente que lo que necesitaba es que le dejasen en paz, y curiosamente es lo que no hacían “por su bien”. El cura le tenía frito. Los directores de la delegación aún más… y claro, parece ser que los únicos bípedos cercanos que no le agobiamos fueron una compañera de trabajo y yo. “Naturalmente”, la chica le aportó algo que yo no podía y se enamoró de ella… Desde ese momento y hasta que dejó la Obra asistí a escenas lamentables… Literalmente le fundieron todo lo que pudieron para que perseverara a cualquier precio. La salud ya la tenía fundida. Le presionaron mucho, mucho, conscientes de que estaba enfermo. Yo flipaba. Y se lo dije a los directores, pidiendo por favor que le dejasen en paz. Pero se ve que ellos tenían otra perspectiva. Fue un prolongado y obsceno espectáculo de desprecio objetivo a su libertad y a su dignidad. Ahí es cuando me planteé en serio qué narices pintaba yo en la Obra. Un lugar en el que no se sabe muy bien qué objetivos priman por encima de los numerarios (como era mi caso). Un lugar al que yo no me había entregado, ni me entregaría, ni se entregaría nadie que conociese eso que yo estaba viendo. Un lugar en el que el nombre de Dios es utilizado por algunas personas que mandan para fundir a gente joven y buena.

Al cabo de un tiempo ese chico dejó la Obra. Yo le quería mucho, y toda esa época me partió el alma porque era numerario, porque le ayudé estando a su lado para todo lo que quisiese, y quería que él lo siguiera siendo… y porque no comprendía qué estaba pasando. Al tiempo, me trasladé a otra ciudad, y yo ya sabía que dejaría la Obra antes o después, de modo que un nuevo cambio de ciudad a otra delegación me facilitó las cosas. Antes de dejar la Obra este chico me invitó a su boda, y le dije que naturalmente iría. Y curiosamente me llamaron para que no fuera con argumentos del estilo de “piénsatelo bien, porque igual no compensa que vayas”, sin explicar ningún motivo. A mí esas formas de hablar ya me tenían frito. Fui el único numerario que asistió. Y fuera de la Obra he descubierto que el espíritu de la Obra se puede vivir… no siendo numerario. He descubierto que la vida de un numerario está asfixiada por tierra, aire y mar por una estúpida red de obligaciones que hacen de la vida un fariseísmo necio y torpe. Dios nos creó libres para que le amásemos libremente. El mundo es un lugar demasiado bonito para ser numerarios. Si alguno de los que me lee está agobiado o aburrido en la Obra… Dios no le pide vivir ni agobiado ni aburrido. Dios nos quiere felices. Y la Obra dificulta seriamente esa forma de vida.

Antes de acabar quiero aclarar que si la Obra fuese como debería ser, es decir, respetuosa con la libertad, y se tomase en serio lo de ser normales, comprensivos, y sobre todo lo de querer a la gente como la gente es… estoy convencido de que a nadie se le habría ocurrido montar esta página. Siento verdadera pena por lo que ha acabado siendo la dirección de las almas en la Obra, porque he entregado muchos años y mucho esfuerzo.

En fin, que quería desahogarme y lo he hecho.




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