Religión, Escrivá y Opus Dei

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granvalparaiso.cl, octubre 11 de 2002


MUCHOS LECTORES DEL exclusivo diario "Estrategia", especializado en asuntos ecomómicos y financieros, por cierto de clara orientación derechista, deben haber experimentado alguna sorpresa al observar que en la portada de la edición del viernes 4 de octubre se reproducía, en lugar de la foto de algún banquero internacional, de algún gurú de la publicidad o de algún poderoso empresario, la figura sonriente de don José María Escrivá de Balaguer. Ella iba acompañada del anuncio de que un numeroso grupo de chilenos había viajado a Roma para participar en la ceremonia de canonización del fundador del Opus Dei.

Hay poquísimos casos en la historia de la Iglesia Católica en que median apenas 27 años entre el momento de la muerte de una persona y su elevación en gloria y majestad a los altares. Tan meteórico ascenso comprueba el poder de la organización que Escrivá de Balaguer fundó, sobre todo teniendo en cuenta la enorme resistencia que su figura y mentalidad suscita al interior de la propia Iglesia Católica. Pero el Opus Dei tiene santos en la corte, si no en la celestial, en la muy humana del Vaticano, donde ha contado en las últimas dos décadas con el entusiasta apoyo de Juan Pablo II.

En cambio, la causa de beatificación del Papa Juan XXIII, el viejo que abrió la Iglesia al mundo al convocar al Concilio Vaticano II y que al cabo de breve reinado murió en 1963 en olor de santidad, reconocido por moros, cristianos... y judíos y no creyentes se encuentra estancada. Para qué hablar de la del Padre Alberto Hurtado, fallecido hace 50 años, quien tuvo, claro, el desatino de comprometerse con la justicia social y los pobres, a diferencia de Monseñor Escrivá, para quien eso de que no se puede servir a Dios y al dinero es uno de esos pasajes del Evangelio que no hay que tomar demasiado en serio, a diferencia de lo que sucede con los relativos al sexo.

El proceso que culmina ahora con la santificación del sacerdote franquista no soporta la prueba de la transparencia. El milagro decisivo ha suscitado intensas dudas entre los especialistas, las que han sido acalladas con un golpe de autoridad por parte de la curia vaticana. Pero si uno hurga en el proceso iniciado hace 20 años se encuentra con que también hubo desconfianza respecto del supuesto milagro que permitió a Escrivá de Balaguer acceder en 1992 a la calidad de beato. En este caso la protagonista del prodigio fue una monja recluida en uno uno de los conventos carmelitas que se han negado, ¡oh, qué casualidad!, a modernizar sus reglas tras el Concilio Vaticano II. Estas religiosas cuentan con la asistencia espiritual de sacerdotes del Opus Dei y habían sido objeto de públicas felicitaciones del sucesor de Escrivá, por mantenerse "en la estricta verdad del dogma tradicional".

El Opus Dei perdurará mientra haya hombres sobre la Tierra. La triunfalista profecía de Escrivá contribuye a explicar la reticencia que esa institución provoca en otras órdenes y sectores de la Iglesia.

Sin embargo, muchos de los críticos más severos del Opus Dei son personas que militaron en la organización, pero que han desertado de ella al comprobar la vigencia dentro de la institución de métodos, criterios y prácticas que no se compadecen con los del Evangelio.

Dichos y hechos

Como es imposible y arriesgado juzgar el corazón del hombre, no cabe poner en duda de que Escrivá de Balaguer hizo en vida lo que su conciencia le dictaba y que su quehacer estuvo inspirado en un profundo amor a Dios y la Iglesia. Es interesante, por cierto, su postura de que todos los cristianos, aun los más humildes, están llamados a la santidad, a partir de la ofrenda de su vida cotidiana al Señor.

Pero no cabe ignorar sus opciones puntuales, como la sólida adhesión que manifestó a la dictadura franquista y las palabras de justificación al sangriento golpe militar en Chile en 1973, sus planteamientos teológicos ("el matrimonio es para la tropa, no para el Estado mayor de Cristo") y el carácter de iglesia paralela que acusa su Opus Dei.

La orientación conservadora de Escrivá no se tradujo sólo en su apoyo a la dictadura de Francisco Franco, quien supo retribuirle con la asignación de títulos nobiliarios y granjerías, que el clérigo en absoluto desdeñó. Por el contrario, le gustaba eso de sentirse parte de la nobleza y en el pináculo de una jerarquía bien consolidada. Ya se ha señalado el indisimulado desprecio que sentía por el matrimonio, que para los católicos, sin embargo, es un sacramento instituido por el propio Jesús. Pero todo lo que oliera a igualdad, a Monseñor Escrivá lo sacaba de quicio. Escribe en uno de sus opúsculos: "¡Qué afán en el mundo por salirse de su sitio! ¿Qué pasaría si cada hueso, cada músculo del cuerpo humano quisiera ocupar un puesto distinto al que le pertenece? No es otra la razón del malestar del mundo. Quédate en tu lugar, hijo mío: desde ahí, cuánto podrás trabajar por el reinado efectivo de Nuestro Señor".

Por cierto, cada cristiano puede servir al Señor desde la posición que ocupa, aunque ésta sea muy humilde. Pero cuando se sabe que miles de millones de seres humanos viven sumidos en la más abrumadora pobreza y sufren de tremendas injusticias, denunciadas por todos los últimos pontífices en sus encíclicas sociales, sostener que el malestar imperante en el mundo obedece a que muchos no se conforman con el statu quo, suena no a una inspiración del Espíritu, sino a una visión miope de la realidad, muy útil por cierto para quienes son sus beneficiarios.

No en vano el Opus Dei es una obra favorita para creyentes que disponen de enormes fortunas. A esta secta pertenecen, es cierto, miles de personas modestas, que se esfuerzan por ser mejores. Pero el pandero lo llevan los magnates, que entienden que si la Iglesia Católica ha manifestado una opción preferencial por los pobres, el Opus hace suya la opción por los ricos, quienes le saben retribuir con generosidad. Aunque el Opus mantiene el listado de sus adherentes bajo absoluto secreto, se sabe que algunas de las cabezas de los mayores grupos económicos del país, esos cuyas transacciones hacen temblar la economía y la bolsa de valores, militan y cotizan en la obra fundada por Escrivá. También en Chile.

Iglesia paralela

Santificar el trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a los demás con el trabajo. Los seguidores de Escrivá suelen repetir estas consignas como prueba de la verdadera revolución teológica que habría significado en su época el surgimiento del Opus Dei. Se jactan de que cuando presentaron los antecedentes ante la Santa Sede para la aprobación oficial de esta orden, un miembro de la curia romana les dijo: El problema es que ustedes han llegado con 200 años de anticipación.

Pero la búsqueda de la santidad en la vida cotidiana no basta. El Concilio Vaticano II significó un verdadero vuelco en la forma de entender la Iglesia y el mundo, vuelco que el Opus rechaza, al punto que por las actitudes y dichos de sus integrantes es hoy en día muy difícil determinar en qué se diferencian de los cismáticos integrantes de la Iglesia formada por Monseñor Lefevre, llamado en la década de los ochenta "el arzobispo rebelde".

La obra creada por Escrivá rechaza las acusaciones de ser una secta conservadora, aduciendo que en sus filas militan personas de las más diversas orientaciones políticas. Pero aparte del misterio que rodea los nombres de sus adherentes, semejante al sigilo que mantienen al respecto las logias masónicas, todavía no se ha sabido de ninguna persona vinculada a partidos o grupos cristianos de orientación progresista que pertenezca al Opus Dei.

Influencia en Chile

Aunque cuando alrededor del 30% de los chilenos no son católicos, todos debieran interesarse en conocer un poco más acerca de Escrivá y del Opus, debido a que muchos de quienes ejercen los poderes fácticos en este país, incluidos los empresarios más acaudalados, sin dejar afuera, por cierto, al candidato presidencial de la Derecha, Joaquín Lavín y su esposa son activos militantes de la organización.

Eso de que el candidato y su esposa pertenecen al Opus Dei es una forma de decir, porque aunque forman parte de la misma organización, no concurren juntos a sus actividades, ya que hombres y mujeres están siempre segregados. No vaya a ser que se tienten. Esa es una de las carácterísticas que más llama la atención a quien, católico o no, se acerca a la organización.

Instalada en 1950 por el obispo de Los Angeles, Adolfo Rodríguez, la Obra cuenta con más de dos mil miembros, alrededor de una treintena de sacerdotes y más de 15 mil adherentes, entre los que destacan Lavín y su esposa. Controla los colegios Tabancura, Los Andes, Huelén y Cordillera, la Universidad de los Andes, el Centro de Capacitación Fontanar, los centros culturales y las residencias universitaria Araucaria y Alborada, y la Escuela Agrícola Las Garzas.

El Opus no entrega mayor información de sus obras y actividades. Tampoco se sabe que sus militantes participen en encuentros de laicos organizados por iglesias diocesanas ni que sus clérigos se mezclen con el resto de los sacerdotes. Ello deja en evidencia su carácter de secta, reacia tal vez a la contaminación con el resto de la comunidad de creyentes.

Legitimidad del Opus

Los católicos de Derecha, conservadores, monarquistas, restauradores, capitalistas decimonónicos o machistas tienen todo el derecho a agruparse, lo mismo que quienes se consideran liberacionistas, progresistas, avanzados, socialistas renovados aunque nunca tanto, feministas, etc.

El pluralismo no tiene por qué atentar, por sí mismo, contra la unidad de la Iglesia, siempre y cuando los diversos grupos reconozcan lo que son; presenten sin dobleces sus planteamientos; se expongan al diálogo franco y sincero con los demás sectores, en lugar de encerrarse sobre sí mismos; y ciñan su accionar a las exigencias de la transparencia y del respeto a los derechos de quienes piensan distinto dentro de la comunidad de creyentes. Atentan, en cambio, contra la unidad de fondo de la Iglesia la intolerancia, las medidas de censura y exclusión, las maniobras solapadas de persecución, los afanes de transformarse en sectas cerradas, la pretensión de ser mejores o más santos que el resto, etc.

Lo criticable de la institución creada por Monseñor Escrivá no es tanto lo que es, sino que su evidente intento de escamotearlo. Intenta presentarse como una agrupación pluralista, en circunstancias de que su enfoque es conservador y que entre sus militantes los derechistas y ultraderechistas configuran abrumadora mayoría; pretende haberse anticipado al Concilio, en tanto que abomina de él; protesta fidelidad a la Iglesia, pero se cierra al diálogo y al contacto con la gran mayoría del Pueblo de Dios; asegura ser muy abierta, pero ni siquiera es posible conocer la lista de sus militantes y adherentes; dice tener sólo propósitos de perfección espiritual, pero afronta constantes acusaciones de haberse transformado en una máquina ansiosa de poder político y económico.

Costos de una decisión apresurada

La canonización de Escrivá tendrá elevados costos para Iglesia Católica, acentuando el foso entre integristas y fieles de mentalidad abierta y erosionando todavía más la credibilidad de la consigna de que esa institución ha hecho una opción preferencial por los más pobres.

Diez años atrás, a propósito de la beatificación de Escrivá, un grupo de laicos católicos chilenos manifestó su protesta, aduciendo las siguientes razones.

  1. El clérigo español se llamaba simplemente José Maria Escribá y Albas. El agregado "de Balaguer", así como el título de Marqués de Peralta los logró mediante un juicio en los tribunales, lo que refleja un afán de gloria mundana incompatible con un santo cristiano. El Apóstol Pablo nos exhorta: "Busquen la igualdad" (II Corintios, 8, 13).
  2. Monseñor Escrivá esperó conscientemente su canonización, es decir ser declarado santo, llegando a confeccionar su propia tumba y cajitas para sus futuras reli-quías. Jesús, en carnbio, dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo Dios" (Mateo, 18,19).
  3. Monseñor Escrivá creó un movimiento de espiritualidad para laicos, el Opus Dei, en el que la afiliación de éstos es secreta. Jesús, sin em-bargo, nos advierte: "El que obra mal odia la luz y no viene a la luz, no sea que su maldad sea descubierta y condenada. Pero el que camina en la verdad busca la luz para que se vea claramente que sus obras son hechas según Dios" (Juan, 3, 20).
  4. Monseñor Escrivá toleró que miembros del Opus Dei apoyaran las brutales dictaduras de Franco, en España, y de Pinochet, en Chile, que ahogaron la libertad de sus pueblos. Cristo, en cambio, "nos liberó para que fuéramos libres" según enseña el Apóstol Pablo (Gálatas 5,1).
  5. Monseñor Escrivá hizo la vista gorda frente a los enormes abusos del capitalismo mundial, que ha explotado, asesinado y marginado por 500 años a los pueblos pobres del Tercer Mundo. Dicho sistema ha sido condenado como injusto y ne-fasto por los Papas, especialmente Pío Xl y Pablo VI. La Palabra de Dios exige: "Lucha hasta la muerte por la justicia" (Eclesiástico 4, 33).


En resumen, la vida de Monseñor Escrivá no ha seguido las enseñanzas de la Palabra de Dios, de Nuestro Señor Jesucristo, de los Apóstoles ni de la Iglesia.

En consecuencia, el fundador del Opus Dei no califica para santo y su canonización aparece más bien como una decisión dictada por motivos bastante terrenales, sin perjuicio de que se deba dejar constancia de que muchos de sus seguidores actúan con la mejor buena fe del mundo y procuran sinceramente santificarse en sus quehaceres cotidianos.

Hay quienes han esgrimido el argumento de que el Opus Dei ha prestado un gran servicio a la Iglesia Católica por ayudar al financiamiento de los presupuestos y gastos reservados del Vaticano, lo que justificarla la canonización de Monseñor Escrivá. Pero ya una década atrás ese grupo de católicos laicos puntualizaba:

  1. La beatificación es de Monseñor Escrivá, no del Opus Dei.
  2. Si la principal razón de la beatificación la constituye la colaboración financiera de su Obra, el Opus Dei, al Vaticano, estaríamos en presencia del intercambio de un bien espiritual por dinero. En efecto, se estaría permutando tácitamente una beatificación por una cierta cantidad de millones de dólares. Pero entonces el Vaticano y el Opus Dei estarían cometiendo el delito canónico de simonía. Y serían merecedores de la severa reprensión de Pedro a Simón el Mago: "Desaparece tú junto con tu dinero, pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero" (Hebreos 8, 20).
  3. La venta de indulgencias, hoy declarada simonía, ayudó a financiar la construcción de la Basílica de San Pedro, pero costó la Reforma Protestante, cisma que ya dura cuatro siglos, separación que envuelve en la actualidad a unos 400 millones de cristianos. ¿Cuántos millones de cristianos y de dólares está costando la beatificación de Monseñor Escrivá a nuestra Iglesia?


Diez años después, nadie podría decir el costo que tendrá para la comunidad católica y, en general, para el cristianismo en general, el empecinamiento de Juan Pablo II por declarar santo a un personaje tan teñido con el oscurantismo ideológico y los grupos económicos.

Si el Papa hubiese sido mejor aconsejado, habría pospuesto la canonización, dejándola en manos de su sucesor. En el evento de que Escrivá de Balaguer esté ya en el cielo, esa postergación no le habría afectado en lo más mínimo. ¡Que son unos años más, unos años menos para quien está disfrutando la felicidad eterna! En cambio, ahora Escrivá sube a los altares de los templos en medio de fuertes sospechas de millones de fieles.. Y nadie asegura que realmente San Pedro le haya franqueado el paso a la mansión celestial, pues cabe suponer que allá en lo alto no caben las maniobras por secretaría ni importa la fortuna de los padrinos del postulante.