Relato de Navidad (de una ex numeraria)

Por Elena Longo, 16 de diciembre de 2005


Prólogo

Hace algunos dias recorrìa el ultimo trozo del camino hacia la oficina en un parque bonito, canturreando para facilitarme empezar de buen humor el dìa. La atmosfera navideña sugiriò a mi subconsciente de entonar un villancico, y cuando me enteré de lo que estaba cantando, me salieron en la memoria mis navidades en la obra. De repente me dì cuenta de como la vivencia de la navidad haya marcado mi historia en la obra, en su empezar, en su desarrollarse, en su acabarse y resolverse. Y se me ocurriò que el relato del asunto podìa ser mi regalo de navidad para la web.


Fuì por primera vez en un centro de la obra –la residencia universitaria de Roma Villa delle Palme- en mayo de 1970, y empecé a frecuentarla con regularidad en octubre del mismo año. En diciembre era yo una chica de san Rafael muy encajada cuando me invitaron, junto con mis padres y hermanos, a participar en la misa de medianoche el 24 de diciembre. Eramos una familia bastante sencilla, en la que cada cosa que saliera aunque poco de lo ordinario se volvìa un acontecimiento: toda la familia se quedò muy contenta de la invitaciòn.

Aùn guardo un recuerdo muy bonito de aquella noche: el oratorio estaba tibio y lleno de luces, muy acogedor. En la misa hubo cantos muy bien ejecutados, una homilìa no resabida –como pasaba a menudo en nuestra parroquia- y todo acabò con la adoraciòn al Niño al mismo tiempo que el coro cantaba un Adeste Fideles como nunca se me habìa ocurrido oìr en mi vida...

Acabada la misa, nos reunimos todos los asistentes en la sala de estar, frente al belén. La atmosfera se iba calentando aùn màs. Una pareja de supernumerarios cuidaban de mis padres como si fueran los màs importantes del mundo; hubo un refresco muy sobrio, pero ¿quién iba a hechar en falta comidas y bebidas en una atmosfera tan empàtica? Enseguida empezaron los villancicos. Eran los primeros que escuchaba en mi vida y, en su exoticidad, me encantaron. La directora de la residencia era una chica de Granada y tenìa muy buena voz. Yo nunca habìa escuchado unas canciones navideñas tan sugestivas y variadas. En Italia se suelen cantar tan sòlo unas pocas canciones tradicionales, y este primer impacto con el folklore navideño tipicamente castellano que se volviò habitual en mis años en la obra me fascinò enormemente. Mis padres volvieron a casa muy ilusionados ellos también y yo acabé por pitar dentro de un mes, el 24 de enero. La navidad siguiente la celebré como adscrita al centro, y supuso un buen giro de tuerca la sensaciòn de complicidad y de pertenencia que supuso recibir un pequeño regalo para la fiesta de Reyes Magos, con la condiciòn de guardar la discreciòn con mis padres para que no se enteraran del compromiso que ya me ataba a la obra.

Aunque en la epoca de esta primera navidad yo tuviera tan sòlo unos quince años, dos años después ya celebraba la navidad en el centro de estudios. De esta temporada no guardo un recuerdo especial: fueron años muy dificiles para mì por el cambio de colegio y la dificultad de conciliar las exigencia de los estudios con las de numerarìa en formaciòn. Era yo la màs joven del grupo; las universitarias lograban organizar màs facilmente sus horarios de clases con los horarios del centro de estudios, yo en cambio tenìa màs exigencia de frecuentar clases y de estudiar por la tarde, y por lo tanto estaba exonerada de muchos encargos de vida de familia. Los regalos de Reyes Magos eran muy pobres, por la escasez de medios economicos del centro que se iba sumando a mi escasez personal, puesto que mi familia sòlo con mucha dificultad podìa participar en mis gastos, cubiertos por lo demàs por una beca. Todas las exigencias estaban reducidas a lo mìnimo, y aunque el espiritu de sacrificio fuera muy hondo, se notaba. De todas formas, aùn asì, o hasta por estas mismas razones, aquellos pequeños lujos se agradecìan. Aùn màs yo agradecìa el parentesis de descanso de la vacaciòn escolar. Y aunque no recuerde haber experimentado añoranza de mi familia verdadera por las ansias adolescenciales que tenìa yo por entonces que me hacìan desear evasiòn y experiencias distintas, tampoco los dos años del centro de estudios dejaron en mì aquel recuerdo de calor y de ilusiòn de la primera navidad que fue tan decisivo en mi acercamiento a la obra.

Los recuerdos vuelven a ser màs bonitos cuando, acabado el centro de estudios, me fuì a vivir en Sicilia. Como ya he contado en otra circustancia, yo creo haber sido muy sincera y convencida en el intento de incarnar lo que me habìan enseñado era el espiritu de la obra. Era una chica bastante ingenua, que no llegaba a detectar las incongruencias del buen espiritu. Si me decìan que lo nuestro era el apostolado de amistad y confidencia, yo me lo creìa de verdad y me lanzaba a vivirlo, ademàs porque me salìa muy espontaneo y congenial, y porque las circustancias de relativa libertad que proporcionaba el vivir en una residencia universitaria, estudiante entre otras estudiantes, me lo permitìan sin llegar a las situaciones de conflictualidad que se fueron concretando en epocas posteriores. Mis compromisos de universitaria y de administradora me dejaban tiempo para preparar con otras residentes el belén y el arbol de navidad. Mi encargo como monitora del club de bachilleres me otorgò la posibilidad de adaptar para el teatro textos clasicos (El Principito de Saint Exupéry o El canto de navidad de Dickens) que después las niñas interpretarìan delante de sus padres y de sus amiguitas. Era una epoca muy hacia fuera, en la que las exigencias de vida que suponìa el ser numeraria estaban ayudadas aùn por una gran fuerza vital y una gran ilusiòn. Mis ansias de aprobaciòn exterior se encontraban satisfechas por el exito con el que realizé unos belenes pora la secciòn de varones (en calidad de administradora me lo pidieron en el centro de la delegaciòn en el que, por entonces, no se encontraba evidentemente un numerario suficientemente “manitas” para encargarse del asunto) o la decoraciòn de unos postres para la nochevieja. Yo me volcaba totalmente en estos encargos, mucho màs de lo que me lo hubiera permitido cualquier circustancia de normal vida de trabajo o de compromisos con gente de la calle. Al acercarse la navidad me encontraba en una situaciòn interior como de permiso para volverme màs espontanea de lo habitual; el salir para buscar los regalos de Reyes para las demàs, el permitirse buscar y comprar cosas algo futiles, el presagiar la sorpresa y el contento que ibamos a dar a una, me exaltaba y me daba una gran ilusiòn.

No pienso que todas estas sensaciones fueran negativas o malas. Pero, lo que ahora me hace reflexionar es lo importante que se fueron volviendo para mì, como si en aquella temporada del año se fuera encauzando toda mi capacidad de espontaneidad y de naturalidad. Ademàs de esto, en circustancias màs normales como las actuales, las festividades navideñas estàn caracterizadas por un clima algo enrarecido: se para de trabajar, nos reunimos con otros familiares, intentamos todos ser màs generosos y alegres en una juerga de buenos sentimientos que al final nos marea, haciendonos desear volver a lo cotidiano y normal. Por entonces, en cambio, no me pasaba lo mismo: era como si los dìas de navidad fueran los ùnicos dignos de ser vividos; como si, en su enrarecimiento, fueran los ùnicos autenticos, los ùnicos en los que recuperaba la ilusiòn experimentada en la primera epoca de contacto con la obra.

Esta situaciòn se fue reforzando en la epoca siguiente. Ya en la asesorìa, aumentò la exigencia por un lado, y por otro el control social y la necesidad de ser ejemplar, de forma que el parentesis de relativa espontaneidad y naturalidad que significaban los dìas de navidad se volviò, para mì, aùn màs preciosa. Al mismo tiempo se volviò màs estridente el contraste entre la atmosfera de estos dìas y la de los dìas vulgares, hasta llegar a asumir en mì este fenòmeno el caracter de una autentica regresiòn infantil. Aunque hayan pasado tantos años antes de que yo pudiera percibir estas experiencias en su real dimensiòn, creo poder decir sin traicionar la verdad que casi la ùnica razòn para resistir en todo el año en una vida que se volvìa cada vez màs sinsabor y màs sufrida era el parentesis representado por la temporada de navidad.

Tanto era asì, que cuando enfermé al final de una fuerte depresiòn y después de unos meses de intentos sin exito de curarme decidieron, a mitad de diciembre de 1985, enviarme a Pamplona para confiarme a los cuidados de la clinica universitaria, yo experimenté una intensa vivencia de ser expropriada de algo muy intimo e irrenunciable: la posibilidad de gozar y volver a experimentar las sensaciones conectadas a la navidad, que en aquellas circustancias màs que nunca yo esperaba con el convencimiento de que me iban a devolver un mìnimo de serenidad y de bienestar interior. Sin darme cuenta, cada año màs, la época de navidad se habìa ido cargando de una expectativa irreal y desproporcionada, màs propia de un niño que de un adulto sufrido. Que una mujer de 30 años, con responsabilidades importantes, pudiera sufrir tanto por tener que alejarse de la gente cercana en unos dìas de fiesta, puede resultar ser algo incomprensible para muchos, pero explica muy bien, creo yo, el nivel de inmadurez y de vacìo interior que la vida en la obra habìa acabado por provocar en mì.

Aùn màs fué triste la navidad siguiente, en el exilio de un centro que me provocaba mucho malestar y hundida en una depresiòn cada vez màs grave y aparentemente sin salida.

La primera navidad que volví a pasar en casa de mis padres y entre mis hermanos me encontré que aùn era juridicamente numeraria, en espera de la dispensa de la fidelidad. Ya no cumplía con muchas obligaciones, y este comienzo de desenlace me permitiò tomarme la libertad de hacer algùn obsequio a mis seres queridos, cosa que me procurò una satisfacciòn increíble. Ya sé que todos los que leen estas palabras habiendo pasado por los mismos trances que yo entienden perfectamente esta sensaciòn de satisfacciòn inmensa que volvemos a experimentar, aùn después de muchos años de haber dejado la obra, al vivir uno cualquiera de estos sencillos placeres al que pensabamos haber renunciado para siempre. Yo, en estas circustancias, me volvì exagerada: uno de mis hermanos acababa de casarse unos pocos meses antes, y yo, escrupulosa hasta el final en el cumplimiento de las exigencias del opus, no había participado en la boda ni le habìa regalado nada. En aquella ocasiòn, aunque me encontrara aùn sin trabajo y sin recursos, le regalé parte de mis pocos ahorros fruto de un par de meses de un trabajo recién interrumpido. De la misma forma y dentro de mis escasas posibilidades, quise como compensar a cada uno de los miembros de mi familia los regalos que no les hacìa desde hace 18 años. Por supuesto, también recibì algo, pero no me acuerdo qué, pués mi necesidad no era tanto poseer cosas, sino poseerme a mi misma y decidir por mi misma.

No obstante, seguìa muy atada a mi pasado. El año anterior, el ùltimo que transcurrió en la obra, barruntando el desenlace muy proximo, me habìa grabado en una cinta un disco de villancicos creados en un colegio obra corporativa. Desde hace años mis navidades transcurrìan al compàs de aquellas canciones, y aquella grabaciòn de mala calidad continuò largo rato a intentar restituirme sensaciones y vivencias que eran casi las ùnicas positivas que guardaba de mi pasado. También guardaba una meditaciòn sobre El Dios Niño de Hugo de Azevedo que me gustaba volver a meditar cada año en la epoca de navidad, y de la misma forma me gustaba volverme a preparar en la novena repitiendo y meditando los salmos de la novena tradicional que en un conato de autonomìa espiritual habìa empezado a practicar por mi misma en los ùltimos años en la obra, como devociòn personal. La repeticiòn de estos rituales me permitìa continuar viviendo esta forma de regresiòn infantil que me protegìa de aquel mundo aùn demasiado dificil e inhóspito que seguìa siendo para mì el mundo exterior al opus, aunque ya no encontrara màs remedio que intentar descifrarlo y domesticarlo.

Poco a poco y con el paso del tiempo mi relaciòn con esta temporada del año se fué normalizando. Ya no volvì a experimentar con tanta imperiosidad la necesidad de repetir determinados rituales porque ya no precisaba revivir las vivencias de las navidades pasadas para encontrarme bien y amparada de la realidad de cada dìa. He empezado a encontrarme a gusto en mi presente, a saborear las satisfacciones que derivan de un trabajo hecho con pasiòn, de una relaciones humanas positivas y constructivas, de la plenitud que es consecuencia de saberme responsable de mi propia vida, capaz de proveer a mi misma y a mi familia, de cuidar de mi salud y de mi bienestar fìsico y mental.

Ahora -no me importa confesarlo aunque pueda parecer frivolidad o superficialidad-, a menudo la navidad me impacienta y me cansa. Aunque me guste esperarla, como a todo el mundo, cada vez que me aguanta y me arrolla con sus preparativos y sus exigencias sociales, experimento lo bonito que es lo de cada dìa, la estructuraciòn del tiempo, la posibilidad de volverme a aislar de la juerga familiar, la posibilidad de decir que no a generosidades manipulatorias a las que nos obligan deberes familiares y sociales. Y me gusta encontrarme mayor, un poco sabiamente egoista, un poco cinicamente independiente, tolerante y desencantada.


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