Qué familia la del Opus Dei!

Por Gervasio, 4 de junio de 2007


El símil, metáfora o analogía con la familia —somos una familia de vínculos sobrenaturales— a medida que pasan los años resulta cada vez más artificial, metafórica y analógica. Cuando eran unos pocos probablemente debería de funcionar. Todos estudiantes. Había una señora a la que se llamaba la Abuela —porque de alguna manera había que llamarla— que venía a ser una de esas entrañables patronas de pensión para estudiantes. La típica pensión en que una viuda y su hija, venidas a menos, acogen a estudiantes para sobrevivir. Pero aquello fue creciendo y creciendo y la metáfora cada vez resulta más alejada de la realidad. Aquella pensión familiar, después de muchos avatares, acabó nada menos que en prelatura personal. Se accede a la familia mediante un contrato de cooperación orgánica. ¿Qué será eso? Algo muy de familia, digo yo. Y se sale de la prelatura con un herem colgado al cuello; algo muy familiar también.

Pero la cosa no termina ahí, sino que quieren —contra la opinión de Ratzinger y de lo que se votó en la comisión legislativa sobre prelaturas personales— que el Opus Dei se equipare a una diócesis y tenga una estructura jurisdiccional. Cabe esperar cosas buenas de un posible tribunal prelaticio que dicen que se avecina, si es que de él se puede apelar, como es de suponer, a una segunda instancia. Toda familia cristiana y unida tiene su propio tribunal. ¡Qué menos! Familia que entre sí pleitea, jamás será vencida. Así que ¡pongamos un tribunal en nuestra familia de vínculos sobrenaturales!


Nuestros padres

Tenemos un padre —el prelado, que es el padre—, además de nuestro padre —el fundador—, además del padre celestial, la primera persona de la Santísima Trinidad, y también el santo padre, que está en el Vaticano. Cuatro padres en total, además del biológico. O sea cinco padres. Cuando pasé de cuatro a cinco padres el número de mis hermanos no aumentó. Perdí un hermano y gané un padre: Álvaro del Porillo. Luego perdí otro hermano y gané otro padre: Javi. Yo creo que don Álvaro todavía es padre, luego pasé a tener otro padre más. ¿Cuántos en total? Pierdo la cuenta. En la Iglesia —pienso yo—se abusa un poquitín de eso de la paternidad. Jesucristo decía que había que usar ese término con mucha parsimonia. Mateo 23:9, "Y tampoco llaméis padre a ninguno de vosotros sobre la tierra, porque uno solo es vuestro Padre: el del cielo.". Jesucristo nos llamaba amigos (Juan 15,15). No se autodenominaba padre.

Cuéntase que un norteamericano, muy democrático él, católico él, rezaba al Señor quejándose de lo poco democrática que era la posición constitucional del Papa. Y el Señor le respondió:

— ¿Que es poco democrático? Pues, yo soy Dios desde toda la eternidad y nunca he hecho elecciones ni las pienso hacer. Y al primero que se me rebeló lo mandé al infierno.

Ese es el Dios que acabó imitando Escrivá y no a Dios hecho hombre, a Jesucristo, al Verbo encarnado. Según el catecismo del padre Astete —otro padre más—“Jesucristo vino a este mundo para redimirnos y darnos ejemplo de vida”. Según Álvaro del Portillo, el que nos da ejemplo de vida es Sanjosemaría. Eso me resulta tirando a blasfemo. Y todo porque practicaba ciertas normas de piedad propias de su personal devoción. ¿Por qué tenemos que imitarlo? Aseguraba que el que hacía lo que él hacía —cumplir sus normas de piedad— se iba derechito al cielo. Me recuerda a Margarita, la hija de don Claudio Alacoque. El Corazón de Jesús, al parecer, le hizo unas promesas maravillosas, entre las que se cuentan que asistirá a los que ofrezcan la comunión los primeros viernes —me parece que con nueve primeros viernes basta— para pedirle perdón a la hora de la muerte. ¡Qué idiotez! En el improbable caso de que me elijan Papa, descalificaré este tipo de promesas: se salvará el que lleve el escapulario del Carmen; el que cumpla las normas de Escrivá, el que recite tres avemarías todos los días, el que sea religiosa de la orden de Santa Rita, etc. Ese es el caso más frecuente: el del que funda algo y pretende que ha encontrada la piedra filosofal de la santidad. ¡Ya está bien! Aunque hayan tenido muchas visiones y locuciones y hayan llevado un cilicio en cada pierna y tomado muchas tortillas de rejalgar aderezadas con acíbar, sus promotores son sencillamente embaucadores. No quiero decir que no sean buenas las prácticas piadosas recomendados por Escrivá, Margarita Alacoque, o el que inventó lo de rezar diariamente tres avemarías. Quizá por eso se los eleve a los altares. Lo que está mal es presentar el camino hacia el cielo como algo parecido a una dieta para adelgazar. Haga usted esto, que es de éxito seguro. Y si no queda contento, le devolvemos el dinero. ¡Ojalá lo devolviesen!

Hay que reconocer que hasta la predicación de Escrivá en el mercadillo de la santidad sólo se ofertaba el contemptus mundi. Con Escrivá la oferta se amplió. También se llegaba a ella mediante la consecratio mundi. Y la verdad es que el hallazgo tuvo tremendo éxito. Uno podía ser santo y seguir estudiando medicina, pongamos por caso. Los jesuitas percibían que la mayoría de los jóvenes con inquietudes de santidad en tema de mundi preferían la consecratio al contemptus. Como consecuencia perdían cantera. Era difícil convencer a un universitario de que dejase de estudiar y se fuese a un noviciado. Pero no resultaba tan difícil animarle a que siguiese estudiando, encontrado la santidad en aquello que ya estaba haciendo, sin necesidad de ingresar en instituto religioso alguno. Urs von Baltasar —me parece que habiendo ya dejado de ser jesuita— y otros jesuitas denunciaron la mala intelección que Escrivá tenía de la consecratio mundi. Tengo entendido que actualmente los jesuitas disponen ya de una mundi sin contemptus para laicos, según ellos incluso mejor que el de Escrivá.

Escrivá tenía el problema contrario. El mercado de la santidad estaba monopolizado por los religiosos. ¿Quieres ser santo? Pues ¡al convento! Pues ¡no!, decía Escrivá. Yo los hago santos en el mundi. Pero para eso tuvo que obligarnos a hacer los tres votos, a vivir el silencio de la noche y el de la tarde y etc., etc. etc. Nos hizo hasta cantar el oficio divino: Fratres, sobrie stote et vigilate, quia adversarius vester diabulus circuit quaerens quem devoret, etc. Todavía me acuerdo. Total, que éramos unos religiosos ejemplares. Y además, estudiábamos medicina, por seguir con el mismo ejemplo, practicando por tanto la consecratrio mundi. Nada que objetar finalmente por parte de la Santa Sede. Nosotros no somos almas consagradas, sino que consagramos al mundo. ¿Verdad que suena bien? Podría ser un buen eslogan. Con los supernumerarios se hizo pronto un poquitín de excepción. Al principio usaban cilicio; pero pronto se los liberó de esta obligación. Tampoco tenían que hacer media hora de oración. Podían hacer sólo un cuarto de hora, al menos en teoría. Y en tema de voto de castidad, pues ya se sabe. Un voto de castidad un poquitín diferente del de los frailes, aunque no menos meritorio. Los frailes no tienen que cumplir con los deberes conyugales. Los supernumerarios, sí, incluido el traca-traca, que es un deber.

Me estoy divirtiendo asaz. A lo que iba. Escrivá no se asemeja a Dios hecho hombre, sino más bien a una mezcla entre el Dios del Antiguo Testamento y un Júpiter Tonante, lanzando casi siempre rayos y destellos de ira. Es difícil reconocer a Cristo en la persona de Escrivá de Balaguer, por mucho que se idealice su biografía. Lo recuerdo siempre dando órdenes. Alguien le contaba algo, una anécdota cualquiera. Y a propósito del tema de la anécdota resolvía:

— Que se mande una nota a todas la regiones diciendo que…

O bien ordenaba que en todos los cursos anuales se recordara que… La verdad es que disfrutaba mandando, organizando, decidiendo. Como suelen decir de sí mismos los militares en su curriculum, “tenía dotes de mando”. Mandar le gustaba más que a un tonto un lápiz.

La problema — como diría un inglés y Oráculo lo decía en El integrismo teológico del Opus Dei— es que el fundador del Opus Dei rechazó la eclesiología trazada por el Concilio Vaticano II, por no decir todo el Vaticano y sus ocupantes. Con ningún papa estuvo contento. Quería una Iglesia tipo Gregorio VII, con su potestad rationae peccati sobre los laicos. Es decir, con una potestad de esas que lo acaban invadiendo todo. Si hay unidad de vida todo, incluso lo secular, ha de encaminarse a la santidad, que se identifica con obedecer lo que se manda en el Opus Dei. El orden temporal debería estar sometido al Opus Dei. Menda señalaba en La sola doctrina que Escrivá no quiso aprender del Vaticano II. De ese concilio sólo consideraba correcto lo que —según él— él había aportado. Le parecía que el concilio había renunciado a cosas esenciales. No entendía lo de perder lastres históricos. Lo que el concilio abandonaba, Escrivá lo recuperaba con unción. Por así decirlo, rebuscaba entre los desechos. Todo aquello que, según él, irresponsablemente se tiraba habría que recomponerlo posteriormente. A eso respondía, si no me equivoco, sus campanudas actitudes.

¿Se quiere decir con esto que congeniaban con el fundador Lefèvre los carcas e integristas de la curia romana o de otros ámbitos? No exactamente. El tipo de persona con la que congeniaba lo voy a personificar en una supernumeraria cuyo perfil es el siguiente. Enviaba a sus hijos a un colegio de Fomento en el bien entendido de que no quería que los enganchasen como numerarios. Allí les daban buena doctrina y les hacían cumplir normas de piedad. Y eso le gustaba ¿Y la pureza?

—Pues, hija mía —le decía a una amiga—, pues qué quieres que te diga, que eso de que se vaya al matrimonio así sin haber hecho nada antes, me parece muy bien; pero ya se sabe. ¡Hay que decirles que no, mujer!, pero ya se sabe; vamos, ya me entiendes. Es natural que haya pasado algo. Sobre todo en el caso de los chicos.

En definitiva, le gustaba que les predicasen la castidad; pero no daba importancia a que no llegasen doncel él y doncella ella, al matrimonio.

Y el mismo criterio tenía en tema de lecturas y prohibición de libros.

— ¿Que no les dejan leer de todo? ¡Pues hacen muy bien! Te acuerdas del hijo de Menchu, que leía cada cosa. Y así terminó él. Yo siempre pido permiso para leer algo.

La verdad es que dudo de que leyese algo. Que obligasen a rezar el rosario y confesarse a sus hijos le parecía estupendo. Pero también le parecía estupendo que tomasen esas imposiciones no demasiado en serio. En fin que a muchos católicos les gusta una cierta dictadura eclesial mitigada por un cierto incumplimiento. Sucede como con el ministerio de Hacienda. Se acepta que exija el pago de impuestos; pero también se admite y se admira la habilidad para irlos eludiendo. Los chicos, y sobre todo las chicas, deben tener una institutriz, una señorita Rotenmeyer.

El propio fundador practicaba lo de que hay que pedir más de lo que se quiere conseguir. ¡Dos vocaciones por año! Y se conformaba con mucho menos. ¡Hay que hacerse holocausto! Sí, pero también hay que dormir la siesta. ¡Hay que ser pobre! Por supuesto. Hay que estar desprendidísimo del coche, pero tenerlo es bueno y un buen coche a ser posible. En fin, que uno —o su director, he ahí la problema—se va administrando, toreando y reduciendo a sus justos términos la obediencia, las llamadas exigencias de la entrega, la aportación o lo que haga falta. ¿Quién cumplía todo lo que en el Opus Dei se exige? Nadie. Tampoco el fundador. No por cinismo, sino porque es imposible. Había que acostarse tarde como los periodistas, levantarse temprano como los obreros de la construcción y además dormir ocho horas. Al final no recuerdo muy bien cuándo procedía ser pobre, pareciendo un burgués, o cuándo había que ser burgués pareciendo pobre. Había que practicar ambas cosas. El fundador incumplía o cumplía de un modo más cómodo, aunque un poco barroco, consistente en indicar lo que le tenían que mandar. Eso daba como resultado un régimen de excepción para casi todo.

Señala Australopitecus en sus Opiniones mías personales que los defectos que se atribuyen al Opus Dei también pueden atribuirse a la Iglesia. Tiene bastante razón. El Opus Dei no ha hecho más que imitar las praxis que se utilizaban en la Iglesia, aunque gracias a Dios las peores van desapareciendo: gobernar sin ciencia a través de las conciencias, anatematizar al disidente, ser caritativamente inquisitorial con las personas, perfilar y retocar un Índice de libros prohibidos, etc. El fundador se sentía hijo fiel de la Iglesia católica, al adoptar esas praxis. El Opus Dei también imita la estructura de la Iglesia en el modo de elegir al presidente general —hoy día prelado, presidente sólo para los sacerdotes diocesanos—, mediante un sistema de cooptación muy parecido al de la elección de Papa. Etc. Por eso decía que es muy difícil Denunciar al Opus Dei ante la Iglesia. He ahí la problema. Nos acusan —pueden decir los del Opus Dei en el Vaticano— de lo que ustedes nos enseñaron a practicar. Atacarnos a nosotros es atacar a la Iglesia. La argumentación no deriva tanto de que el Opus Dei es parte de la Iglesia —también lo soy yo, y las oblatinas descalzas——, sino de que el Opus Dei es tal fiel a la Iglesia que incluso practica cosas que ya nadie vive ni practica, porque la Iglesia de hoy anda pero que muy mal.

El Opus Dei se prestaba a convertirse en una comunidad de cristianos no estructurada por el ejercicio del poder. Eso se da en la familia, donde cada miembro se exige a sí mismo en la medida de sus fuerzas, pero no mediante una imposición externa. Eso es lo que cabía esperar. Pero no fue así. El fundador optó por el ejercicio del poder. Rodear a la gente de un ambiente muy persuasivo, coactivo incluso, para que sólo puedan comportarse como buenos cristianos. En ese ambiente opresivo, lo de la familia se quedó en puro perfume, cuando no en pura apariencia hipócrita.

Las cartas a El Padre. ¡Escribirle cada quince días! Y contarle lo contentos, agradecidos, admirados, emulsionados, recalcitrados y felices que estamos. Y si hay algo que no gusta a los expertos en cartas al Padre —para ello tienen gracia de estado—, pues se vuelve a redactar. ¡Qué suplicio, las dichosas cartas filiales! Y si el Padre no contesta, pues normal, porque el padre de sangre contesta, pero el padre analógico, no. Sobre este tema es muy bueno el artículo de Haenobarbo titulado Las Cartas al Padre. Me encantaría que lo ampliase, pues dice que se deja cosas en el tintero.

Cartas a nuestros padres de sangre. ¡Muchas! Se nos recomendaba reiteradamente escribirles. Ir a bodas bautizos o primeras comuniones, no. Son sacramentos poco edificantes. Si acaso, con muchos permisos y medidas de prudencia. Las cartas permiten a los hermanos directores — ¿o son padres directores, en la medida en que representan al padre?— enterarse de las relaciones de los numerarios con sus padres biológicos y meter también ahí la cuchara. El director las lee. Se comentan, se corrigen. Se estimula a escribirlas. Son un medio de formación. Modo de cumplir el dulcísimo precepto: escribir cartas a nuestros padres de sangre. Y todo lo que pase de ahí, malo. ¿Cómo puede sacarle partido el Opus Dei a una llamada telefónica? Cuando menos son poco formativas.

Nuestros hermanos

De mis hermanos metafóricos sé que eran muchísimos. Ahora soy su ex hermano. Los ex somos muchos más, por aquello de que, si de cien perseveran diez, el consiliario se dan con un canto en los dientes por la magnitud del resultado. Además de los que moraban o habitaban —no digo vivían— conmigo en un centro de la Obra, allí se congregaban también nuestros hermanos supernumerarios, para la charla fraternal y para mil cosas más. Uno se los encontraba ocupando un mueble, en el oratorio, a la puerta, en el baño, en cualquier sitio.

Como es sabido, en el Opus Dei hay hermanos de varias clases. ¡Lo que hay que aprender! En mi familia de sangre sólo había una clase de hermanos. Eso de numerarios y supernumerarios se da en el Ejército, entre los funcionarios, en las Reales Academias Españolas —de la Lengua, de la Historia, etc.— en instituciones así. Pero en mi familia de sangre no teníamos hermanos ni supernumerarios, ni numerarios. Simplemente éramos hermanos.

Los hermanos numerarios estábamos muy apelmazados. No me refiero a que fuésemos pelmazos —lo éramos bastante en la incansable y apostólica tarea de dar la vara a diestro y siniestro opportune et importune—, sino a que era una fraternidad muy estrecha la que se practicaba. En mi época, vivíamos muy apretados, en habitaciones de cinco o más camas, con literas, muebles que se convertían en cama, etc. Recuerdo desayunos en que a uno le echaban de vez en cuando la mermelada por el cogote, como consecuencia de que había menos asientos que comensales. El que había logrado asiento tenía tras sí y de pie a uno o dos hermanos de vínculo sobrenatural, que desayunaban al mismo tiempo. Con la nueva situación en que las casas se van quedando grandes, parece que ese aspecto de la convivencia va mejorando. Ahora se dispone de una Estila o un Aldebarán, con más capacidad de albergar gente de la que alberga. Es más, recientemente un numerario me dijo que ya no vivía en un centro de la Obra, sino por su cuenta en un piso alquilado.

— ¡Tate! —me dije— éste ha dejado de ser del Opus Dei.

Pues, no. Le pregunté si continuaba siendo del Opus Dei y la respuesta fue afirmativa. Continúa, al parecer, siendo del Opus Dei. Me dijo que ahora eso de vivir en piso independiente se lleva mucho en el caso de los numerarios. Es más, esa solución habitacional —como diría nuestra ministra de vivienda— se la habían sugerido los propios directores. Me dijo que estaba encantado y que se sentía más del Opus Dei que nunca. Posteriormente consulté con un experto en ex numerarios acerca de esa situación y me dijo que suele ser previa a la desvinculación de la Obra mediante carta al Padre —por supuesto voluntaria, al igual que la de la admisión, como muy bien explica Carmen Charo— del interesado. Si el interesado en cuestión se niega a escribir la carta, se le deja en paz. No se le da ninguna indicación ni se le exige nada. El resultado viene a ser equivalente. Ese status es muy adecuado para personas de cuyos servicios, dinero o cargos que ocupa, no se puede prescindir. “Ama y haz lo que quieras”, decía San Agustín. “Sé del Opus Dei y haz lo que quieras”, les dicen.

Curiosamente para los agregados se han encontrado soluciones habitacionales opuestas. En algunas ciudades se los ha agrupado en soluciones habitacionales con comedor y alguna otra dependencia común y todo ello supervisado y llevado por nuestras hermanas de vínculo sobrenatural. Como son gente que no hace vida de familia, pues se las reúne. No es que se pase de numerario a agregado y a la inversa —que eso está muy mal visto—, sino que hay numerarios que viven a modo de agregados y agregados que viven a modo de numerarios.

Recuerdo que don Florencio Sánchez Bella, siendo consiliario de España, allá por los años setenta estaba preocupado por la escasez de sitio para ubicar numerarios. Y el pobre, en su afán de encontrar soluciones habitacionales, echó unos globos sonda para lanzar la idea de crear falansterios de unas treinta o cuarenta personas. Y para justificar la idea enseñaba algo así como:

— Es que ahora vivís como frailes. Una casa de sólo doce personas. Dos no vienen a almorzar. Otros dos están de viaje. Os quedáis en ocho. Esa manera de vivir ¡es de frailes!

Leí en Opuslibros — ¡qué pena no recordar el escrito, que era muy bueno y certero!— como típico del Opus Dei afirmar exactamente lo contrario de lo que es la realidad. Por ejemplo, “no nos interesan los milagros e intervenciones sobrenaturales”, para luego fundamentar la sobrenaturalidad del Opus Dei en intervenciones sobrenaturales; “sois libérrimos”, para luego prohibir algo; “de cien almas nos interesan cien”, para luego desechar a los no pitables, etc. En este caso don Florencio Sánchez Bella se pasó un pelín. Eso de vivir en falansterios de treinta o cuarenta personas en vez de viviendas de doce para no parecernos a los frailes colaba muy mal. Al final el Padre y fundador no se lo permitió. Ahora estará más tranquilo ante la desaparición del problema de las soluciones habitacionales. Las casas del Opus Dei se van quedando vacías.

Aprovecho para recordaros, hijos míos, que cada socio —asociado, asociada, fiel, supernumerario, agregado, ¡hermana!, ¡hermano!, porque vosotros no sois frailes sois ¡hermanos!— es hermano del de al lado. “Fray”, como sabéis —y es una pasta gansa la que me gasto en los cursos anuales para inculcaros esa idea— es una apócope de fraile, y fraile viene de frater, es decir, hermano. Vosotros no sois frailes, sino hermanos, que es cosa muy distinta. Como sabéis muy poca teología y sois burros os los explico otra vez. Sois ¡hermanos! ¡No, frailes!

Los curas han aprendido a decir con mucha naturalidad en su predicación, desde 1964.

— ¡Hermano mío!, esto. Hermano mío, lo otro.

Hay un día de guardia a la semana en el cual el que está de guardia rezará con más intensidad por sus hermanos. Es una costumbre muy de hermanos. Conviene que ese día coincida con el día semanal de dormir en el suelo. Las dos cosas combinadas dan mucha más fraternidad. Porque ya se sabe: en toda familia cristiana y decente —como Carmen la de España y no la de Merimé— siempre se vive esa costumbre. En toda familia bien avenida se duerme mucho en el suelo. Nunca me atreví a preguntar si debería dormir más en el suelo con motivo de tener varios hermanos de sangre, no fuese a ser que me dijesen que sí.

Nuestras hermanas

Nunca supe exactamente el número de hermanas que vivían bajo mi mismo techo ni quiénes eran. ¡Qué hermandad tan rara! No sucede ni en las hermandades del Rocío.

Nos decían que tenemos que estar muy agradecidos a nuestras hermanas porque cuidan de nuestros hogares. Ponen el toque maternal —no femenino, Dios nos libre— en nuestras casas, para que no acabemos en un ambiente cuartelero. En la Obra sólo unas pocas hermanas son numerarias auxiliares; pero las otras, según tengo entendido, han de haberse ocupado al menos una temporada en tareas domésticas. Es el apostolado de apostolados.

En algunas órdenes religiosas existen monjes y monjas sirvientes, como una clase especial. Es un residuo histórico. La persistencia de esa clase de miembros la comprendo en una institución antigua, pero me parece improcedente en el Opus Dei. Entiendo lo de elevar a categoría de trabajo profesional digno el servicio doméstico; pero no entiendo configurarlo como condición personal: el de numeraria auxiliar. El argumento de que no hay que sacar a nadie de su sitio no resulta convincente. ¿Es que un abogado ha de estar abocado —nunca mejor dicho— a ejercitar esa profesión para siempre? ¿Es que no puede convertirse en juez, si se presenta la oportunidad, o en ministro de interior? En cualquier caso la profesión de abogado no constituye una categoría peculiar de numerarios o de numerarias.

En la sociedad de hoy la condición de empleada doméstica —empleada del hogar o como deba ser llamada— está configurada con frecuencia como un trabajo temporal. Es corriente que un estudiante o una estudiante que se traslada a un país extranjero una temporada para aprender idiomas, se coloque como camarero, camarera, canguro, au pair o algo así. En bastantes países ese curriculum es habitual incluso entre hijos de millonarios. La propia lady Di, antes de ser princesa, trabajó como asistenta por horas una temporada. También ejercen esa profesión emigrantes, para ganar algún dinero, mientras se asientan en el país.

Si una numeraria auxiliar de verdad fuese hermana mía, yo le procuraría en la medida de lo posible una situación mejor que la de ser empleada del hogar. Y eso es lo que hizo el fundador con su hermana Carmen. Le puso un chalet en Roma en el que aparece retratada con El Chato, su perro. A otras no les tocó chalet, pero tú, tía Carmen, sin ser del Opus Dei, te lo merecías, porque eras verdaderamente hermana —es decir de sangre, no analógica— del fundador, y en consecuencia mi metafórica tía, mi tía analógica.

Antes de que el fundador tuviese la brillante idea —me parece que es de los años cuarenta, aunque él tendía a retrotraer las fechas mucho— de las numerarias auxiliares, se le había ocurrido que se ocupasen de las tareas domésticas agregados. Primero se llamaron supernumerarios internos, luego oblatos y últimamente agregados. La terminología oblatos es la que más sugiere la idea de sirvientes. En las antiguas casas religiosas de varones esos sirvientes constituían una clase: la de los oblatos.

Creo que tía Carmen hubiese sido una excelente numeraria auxiliar. Si en el consejo local se hubiese planteado provocarle la crisis vocacional, seguro que la propuesta hubiese prosperado por amplia mayoría. Y ¿quién puede resistirse a una vocación divina vista mayoritariamente por un consejo local? Su propio domicilio de Barbastro hoy es un centro de reclutamiento de numerarias auxiliares, según tengo entendido. Tía Carmen se merecía ese don del cielo de ser hermana pequeña y tía pequeña y sobre todo ser la primera auxiliar. ¡Qué feliz hubiese sido! Año tras año, baño tras baño, limpiándolos. Pero prefería ir a las sesiones de cine para numerarios varones. Podía hacerlo, porque no era del Opus Dei. No se perdió el cine. Pero sí perdió algo mucho más valioso para su alma: una vocación divina. La pobre anduvo por las administraciones sin esa vocación divina que la hubiera hecho tan feliz. Y lo propio cabe decir de su hermano Santiago, nuestro tío Santiago. Hubiese hecho un estupendo chófer del Padre, en vez de andar perdido allá por Roma sin saber cuál era su papel allí. Desde muy joven el padre necesitó chófer para su labor pastoral. El primero que tuvo fue un chófer profesional. Posteriormente fue un numerario portugués, Armado. Más tarde un arquitecto, Javier Cotelo. ¿Qué mejor para chófer que un arquitecto? Nosotros no sacamos a nadie de su sitio. Tío Santiago estaba pintiparado para chófer.

El fundador solía decir con orgullo que el Opus Dei era una enfermedad contagiosa, como la gripe. La cogía uno de la familia y los demás se iban contagiando. En su caso no fue así. No trasmitió la vocación a nadie de su familia. En esto como en otras cosas no predicaba con el ejemplo. Siempre fue muy excepcional.

Para mí que no necesitábamos en el Opus Dei una clase de socios —hermanos o fieles— dedicados a las tareas domésticas y/o ancilares. Si las numerarias auxiliares y las que no lo son se sienten atraídas por esas tareas, pueden trabajar en una cadena hotelera, un catering, un restaurante, etc. En mi familia de sangre no era función de mis hermanas —ni pequeñas, ni grandes— limpiar los baños, cocinar, quitar el polvo o servir a la mesa. Había unas muchachas que lo hacían. Algunas eran antiguas y las queríamos mucho; pero no eran mis hermanas. También hubo un chico que hacia de mozo de comedor, chófer y poco más. Y mi padre biológico decía:

— Este chico es muy inteligente y vale mucho. Es una pena que ande por aquí haciendo esto.

Y efectivamente se le ayudó para que se promocionase. Eso es a mi modo de ver lo debido.

La administración ordinaria lo sabe todo: cuándo hay que servir café y cuándo no, cuándo es fiesta de la Obra y cuándo no. Dependen de un vago gerente ignoto o de alguien especialista en féminas del Opus Dei, que suele ser un cura. Hay una numeraria que sustituye a los señores de la casa, al director del centro y al secretario. Es una mezcla de todo eso y de patrona de pensión. Y además tu ignota madre y tu ignota hermana y tu Tía Carmen. ¡Qué cómodo! ¡Qué desagradable! Tenemos una fémina maternal que no sabemos si se llama Amparito o Ritita. ¡Gracias o ignota —Ritita, tía Carmen, Juanita, mamita—, por haberme puesto patatas fritas el día de mi cumpleañitos! ¡No sabes que me gustan las patatas, por aquello de los 50.000 kilómetros, pero me las has puesto! ¡Somos una familia! El gerente está en todo. Gracias mamiritita. Voy a escribirle al Padre por este alegrón que tuve con las patatas fritas el día de mi cumple. Es posible que envíe una nota a todas las delegaciones ordenando que le escriban más cartas de este tipo.

Rarezas de la Administración ordinaria

En el centro donde pité había administración extraordinaria. Las encontraba muy normales y en su sitio. Hacían sus tareas, eran discretas. No abrían la puerta, ni cogían el teléfono.

Cuando llegué a mi primer curso anual me abrió la puerta una doncella, sirvienta o como deba ser llamada. Le pregunté algo muy sencillo, algo así como dónde estaban los demás o que me condujese a la sala de estar. No me contestó y adoptó una expresión similar a la de una virgen amenazada de violación. Si la ve Almodóvar la contrata para ese papel. Luego comprobé que esa es la actitud usual si se les dirige la palabra. Una numeraria auxiliar no sabe, no responde, no contesta. Sólo dirige la palabra al director en el comedor; y eso en caso de mucha necesidad. Los comensales, incluido el director, en ese momento dejan de conversar, para intentar entender lo que dice. Eso la vuelve aun más tímida, lo que se traduce en que baja la voz. Se produce un forcejeo entre ella, que no quiere que oigan lo que dice, y el director y los demás comensales que quieren enterarse de lo que dice. La situación es muy cómica.

Mi hermano de sangre, que nunca fue del Opus Dei, se quejaba de que en el colegio mayor del Opus Dei en el que se hospedaba tenía por portera una inútil. ¡Podían tener un poco más de cuidado al elegir una encargada de portería!, decía. Yo que conocía el percal me mondaba de risa para mis adentros. Es el estilo de la casa. Una portera o una telefonista no sabe nada, no contesta a nada, no conoce nada. Eso sí, pregunta varias veces: ¿de parte de quién?

Otro momento estelar se produce cuando la que sirve a la mesa advierte al comensal:

— ¡El plato está muy caliente!

La conveniencia de esa advertencia debe de constar en la “Praxis de empleadas del hogar”, en “Criterios sobre nuestras administraciones” u otro documento así. En mis muchos años en la Obra sólo me habrán dicho unas cuatro veces:

— ¡El plato está muy caliente!

Pero yo tengo la impresión de que el plato estuvo muy caliente más de cuatro veces. Quizá algunas tienen la conciencia algo laxa, lo que les lleva a no advertir que el plato está caliente, aunque lo esté, porque les da apuro decirlo. En los documentos mencionados se habla de “si el plato está demasiado caliente”, pero no se especifica en grados centígrados la temperatura a partir de la cual se debe advertir:

— ¡El plato está muy caliente!

Por otra parte, la expresión si el plato está demasiado caliente tampoco aclara la diferencia entre plato caliente y plato muy caliente. ¿Es que hay que efectuar la advertencia tanto en el caso de que el plato esté simplemente caliente como en el caso de que esté muy caliente? Ante la duda lo mejor es resolverlo en conciencia, por supuesto ad mentem Patris. ¡Lástima que se haya ido de este mundo sin habérnoslo esculpido!

Yo llevaba en el Opus Dei muchos años acostumbrado a que sirviesen la mesa unas doncellas invariablemente mudas, pero de las que no cabe excluir que con una frecuencia algo así como quinquenal dijesen:

— ¡El plato está muy caliente!

Pero a un hermano mío de vínculo sobrenatural, inglés de nacionalidad y con incompleto dominio del castellano, que se sentaba a mi lado a la mesa nunca había recibido esa advertencia de su hermana auxiliar. Y se puso muy, muy colorado, muy colorado, cuando tras años sin que una auxiliar le dirigiera la palabra, una le espetó, así, de pronto, sin estar preparado para ello:

— ¡El plato está muy caliente!

Lo peor es cuando tienes que dar tu opinión sobre la Administración de tu concreta casa. Digas lo que digas, el gerente te echa un chorreo de ¡agárrate que viene curva! La última vez que me preguntaron algo acerca del particular yo —más quemado que las benditas ánimas del purgatorio— rogué al gerente que no me hiciese pasar por ese trance, que yo nada, nada, nada tenía que decir. Se apiadó de mí y sólo me leyó la parte general: que no sabemos el chollo que tenemos al tener unas hermanas que cuidan de nosotros.

Ellas lo hacen bien y nosotros no estamos suficientemente agradecidos. Sí. Es verdad. En las colaboraciones que aparecen en esta web se repiten los agradecimientos a las numerarias auxiliares. U2 nos dice que es un trabajo muy duro y por lo visto se extiende también a numerarias no auxiliares. La creo. La dureza se arreglaría con más personal; pero ese es otro tema. En ese apostolado de apostolados veo cosas desagradables. En primer lugar, que se convierte en trabajo profesional también de numerarias no auxiliares. ¿Sacan puntos con eso de dirigir la intendencia de un centro del Opus Dei? Me parece que no. Se quedan en el paro, cuando dejan de ser de la Obra, y parece ser que sin haber cotizado para el paro. ¡Es que yo se hacer crespillos el viernes de Dolores, resopones por Navidad y planchar prendas de sacristía! Pues no es considerado un mérito suficientemente apreciado por el mundo alante.

Recuerdo al fundador reprochando a los consiliarios: ¡La sección femenina no tiene que depender financieramente de la de varones! Sólo en algunas regiones no es así. Y ponía como excepción el caso de España. Pero en España había y hay un montón de numerarias “profesionales”, a base de casas de retiros, casas de varones numerarios y empresas de proveedores y de decoración que dependen de ello.

¿Por qué no dejar a las numerarias colocarse profesionalmente donde quieran o puedan, fuera de los tingladillos de la Obra? Para tareas de servicio doméstico hay bastante oferta. Basta leer los anuncios por palabras. “La mies es mucha y los obreros pocos” (Luc. 10,2). ¿Por qué gastar energías en el apostolado de apostolados, cuando personas sin vocación pueden efectuar esa tarea?

Se podría tomar como modelo a un club inglés, de esos de sólo de hombres en vez de intentar imitar a una familia burguesa de la belle époque. Esos clubs también son de mucha clase, alcurnia y alto copete. Pero, ¿y si uno pide un whisky sin venir a cuento? Nuestras hermanas cuidan de nosotros. Detrás de ese apostolado de apostolados hecho por hermanas nuestras veo una desconfianza hacia lo que los numerarios puedan hacer por sí mismos. Nuestras hermanas nos controlan. Hacen no lo que nosotros podamos pedirles, sino lo que el Padre les manda.

Los besos

Se ha extendido mucho la costumbre de saludar a las mujeres con un par de besos, aunque no sean de la propia familia, ni propiamente amigas. La costumbre es un poco tonta, pero existe. A los numerarios se nos prohibió practicar ese saludo. La indicación debe de haber cambiado o no se cumple. Los numerarios también besan a las mujeres a modo de saludo. Por su parte, las mujeres del Opus Dei extienden su mejilla al encuentro del beso, si así lo requieren las circunstancias del caso. Pero si un numerario y una numeraria se conocen —por razones profesionales o sociales distintas de la de ser ambos del Opus Dei— se saludan dándose la mano. Resultado: que se besa a todo el mundo salvo a los propios hermanos. ¿Por qué? Porque son hermanos analógicos.

El padre sólo besaba a sus hijos varones. Daba besos a sus hijos varones porque era “verdaderamente” padre y como padre había de comportarse. No besaba a sus hijas, porque en este caso la paternidad era metafórica, analógica. Era, a modo de padre, pero no padre de verdad. Recuerdo haberle oído descalificar me parece que a San Luis Gonzaga —o más bien a los que se lo atribuían— porque no besaba a su madre, para guardar la pureza. Y protestaba:

—Pues yo a mi madre me la comía a besos.

Pero a sus hijas, no. No las besaba. Es decir, que con sus hijas era un padre analógico. ¿Por qué con los hijos no era padre analógico y con sus hijas, sí? Yo encontraba más natural que fuese padre analógico también con los varones. De otro modo los hermanos varones también tendríamos que besarnos, como es corriente en España o Italia. Pero no es así. Somos hermanos analógicos. Ya EBE señala muy agudamente en bastantes escritos que en el Opus Dei no existe propiamente fraternidad, sino yuxtaposición de hijos del Padre.

Nuestras casas

Cuando dejé la Obra y pasé a tener una casa en la que yo podía decidir y opinar, me sentí después de mucho tiempo en mi casa. Familia monoparental; pero mía. El apostolado de apostolados me lo hace una asistenta por horas. Y estoy encantado con ella. No tiene detrás de ella un monstruo burocrático lleno de criterios. Ella también está contenta. Que Santa Zita, patrona de las empleadas domésticas, me la conserve.

No entiendo el tinglado que el fundador ha montado con eso de las “administraciones de nuestras casas”. Lo curioso es que ese tinglado se monta en nombre de que somos una familia. ¿Una familia? La administración me hace sentir que estoy en una pensión o algo así. No elijo la casa, ni elijo los muebles, ni elijo las personas con las que convivo, ni por supuesto el servicio doméstico, ni los menús. Hay que echar mano del concepto de educación para convivir más que del de fraternidad.

Nuestro fundador tenía una capacidad increíble de complicar las cosas más sencillas, en su afán de controlarlo todo. De ahí la inmensa burocracia que requiere la Obra. Las administraciones de nuestras casas están en esa línea. Que me perdone U2. Probablemente soy un ingrato. Otra ingratitud más hacia la Obra. Pero no echo nada de menos el servicio doméstico del Opus Dei. Otra cosa de la que me liberé.


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