Puchero para unos pocos

Por Nacho Fernández, 9-Nov-07


Es frecuente en la vida que cuando un niño comienza a crecer instintivamente se le desarrolle el instinto de propiedad y se crea dueño de todo. Pues bien, en el Opus Dei algunos numerarios viven con ese complejo y no dejan que ningún agregado o supernumerario ocupe zonas que considera propias de los que gobiernan y están al frente de la institución. Esto es lo que me sucedió a mi durante el tiempo que estuve en el centro llamado “Lima” de Madrid, situado en la zona cercana al estadio Santiago Bernabéu.

Siempre se ha enseñado en la prelatura fundada por San Josemaría que el Opus Dei es como un gran puchero de una gran familia en el que cada uno toma lo que le hace falta. Todos aportan su dinero, su trabajo y su vida. Sin embargo, no todos tienen la misma consideración que los demás. En España se llama puchero a una vasija de barro u otros materiales en la que se cocina la comida de la familia.

Si un fiel de la prelatura acude a un centro, es probable que se aproveche de ese “puchero” según conviene. Me explico. En el centro “Lima”, en la habitación que ocupaba el director, existía un armario cerrado en el que, desde fuera, a través de un cristal, podía observarse unos libritos pequeños que para los no enterados pasaban desapercibidos. Muchos supernumerarios que acudían al centro no se enteraban de que allí estaban guardados documentos del fundador y de sus sucesores. Por lo que se ve, ese alimento del “puchero” no era para todos. Algunos supernumerarios sí utilizaban esas publicaciones, pero otros no habían sido advertidos.

Pero en “Lima” no solo había ese sentido de la propiedad con las publicaciones internas de la Obra. Algunos numerarios consideraban que las habitaciones eran su coto particular y, aunque tú fueras una persona muy veterana en el Opus Dei, no veían con buenos ojos que tú pisaras su zona. Un ejemplo, un día entré en la sala de estar del centro, que se decía de numerarios, agregados y supernumerarios. Un sacerdote de la casa, don Rafael, habitualmente dedicado a predicar a las mujeres de la institución, estaba viendo un partido de tenis por televisión. Se trataba del torneo de tenis de Montecarlo. Se me ocurrió hacer un comentario. A las segundas palabras que pronuncié me echó, pues, según él, no era un sitio donde yo debía estar.

Di por olvidado aquel hecho, pues siempre se me había dicho que yo podía estar en ese lugar. Yo sí me olvidé. El citado sacerdote no se olvidó. Entré en la sala de estar, me senté y, callado, de nuevo contemplé el partido de tenis que se retransmitía por televisión. Se me volvió a escapar otro comentario. Don Rafael no se había olvidado. Me ordenó otra vez que me callara y, tras levantarse del butacón, salió de la habitación. Inmediatamente vino con José María, el director del centro, uno de los pocos numerarios que no tiene carrera universitaria, quien inmediatamente me echó.

Este fue uno de los momentos más graves que viví durante el tiempo que pertenecí al Opus Dei. Pensé entonces irme y abandonar mi condición de agregado, pero al final continué. Una escena como esa me sirvió para comprender que algunos numerarios se consideraban superiores y se creen que agregados y supernumerarios son criados de ellos. Se habla que la Obra es una gran pirámide, en la que hay muchos supernumerarios, menos agregados y unos pocos numerarios, que son los que siempre gobiernan. Cada uno mete su cuchara en el puchero, pero unos obtienen mejores cosas que otros.

El día que me echaron de la sala de estar de “Lima” me sirvió para otra ocasión. Mi cuerpo estaba dañado por aquel incidente, que hizo que no volviera a pisar la mencionada sala de estar y me situara en el hall de la entrada del centro, o en el oratorio, o en la llamada “sala de cooperadores”, donde se guardaban las fichas de todos los que colaboraban con las actividades del centro. En esas fichas se incluían si acudían a un retiro, a un círculo de formación o su aportación económica, por ejemplo, a una obra corporativa. También se guardaban reseñas de libros, porque en el Opus Dei hay una especie de índice de libros que no se pueden leer.

Otro numerario del centro, cuyo nombre no recuerdo y que tenía su habitación al lado de la “sala de cooperadores”, me dijo un día que yo no podía estar en ella, pues aquello era espacio suyo. Ante tales palabras le hice frente y hablando claro le señalé que no me iba a ir, pues aquello era de todos los que nos movíamos en torno a “Lima”. Al verme serio, quitó importancia a sus primeras palabras y me dijo que era una broma. Nunca lo consideré broma.

Son anécdotas, detalles, hechos de cómo unos pocos se aprovechan del “puchero” del Opus Dei. Aunque no se decía oficialmente, pues te hacían una corrección fraterna, era frecuente que algunos agregados se quejaran del mal trato recibido de algunos numerarios que nos gobernaban. Mi conclusión es que muchos de ellos nos han tratado mal. La excepción son algunos como José Luís Martos, que fue mi director en algún momento y que me he enterado esta mañana que ha muerto hace más de un año, a consecuencia de un tumor cerebral. Es una persona cuya marcha siento.



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