Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado II 25

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APARTADO II Charla nº 25


I. Pureza

Dios nos quiere hombres o mujeres íntegros, que utilizan su inteligencia y su voluntad, sus potencias y sentidos, para aquello que han sido creados: la gloria de Dios, que reverbera en un cuerpo y un alma limpios, puros. La pureza es esencial para ser lo que debemos: hombres o mujeres que luchan por alcanzar la santidad, con sensibilidad para todo lo noble, lo humano y lo divino. "El hombre animal no percibe lo que es del Espíritu de Dios" (1 Cor 2,14); "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8).

La santa pureza es afirmación gozosa, virtud que permite amar con todo el corazón a Dios y a las criaturas. "Vivimos delicadamente la castidad -cada uno en su estado: solteros, casados, viudos, sacerdotes-, que hace a los hombres recios y señores de sí mismos, les da optimismo, alegría y fortaleza; les acerca a Jesucristo, Nuestro Señor, y a Nuestra Madre Santa María; y es condición indispensable para nuestro servicio a la Iglesia y a las almas" (De nuestro Padre).

Es fundamental ser muy sinceros, y especialmente antes. Si alguna vez se cae, hay que levantarse enseguida; con la gracia de Dios, que no faltará si se ponen los medios; hay que llegar cuanto antes a la contrición, a la sinceridad humilde, a la reparación, de modo que la derrota ocasional se transforme en una gran victoria de Jesucristo.

4. Enseña el Magisterio que "el orden moral de la sexualidad comporta para la vida humana valores tan elevados, que toda violación directa de este orden es objetivamente grave" (SCDF, Declaración 16-1-1976, n. 10). También para los casados, fuera del ámbito propio y legítimo del matrimonio, la obligación de guardar la continencia -de cuerpo y espíritu- es tan total y excluyente como para una persona soltera.

5. Medios para vivir esta virtud:

Presencia de Dios, que nos ve, que nos mira siempre con infinito amor. No perder nunca de vista esa mirada, y seremos fieles. La impureza sería expulsar a Dios de nuestro cuerpo, su templo, y de nuestra alma.

La Eucaristía: es el alimento de los fuertes, y de los débiles que quieren ser fuertes. ¡Señor, si quieres, puedes limpiarme!

Devoción al Virgen: tota pulchra. Ella nos contagia su maravillosa, magnífica pureza cuando la miramos, cuando la tratamos, cuando cumplimos amorosamente las Normas marianas, cuando no nos separamos de su lado. Mater Pulchrae Dilectionis, filios tuos adiuva! La lámpara que luce siempre junto a su imagen en Villa Tevere, muestra de la confianza de nuestro Padre en la Santísima Virgen.

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Humildad, porque "lujuria oculta, soberbia manifiesta". "La santa pureza la da Dios cuando se pide con humildad" (Camino, n. 118). Humildad para reconocer que "lo que mancha a un chiquillo mancha también a un viejo" (De nuestro Padre). Sin obsesiones, estar siempre en guardia, con la paz de los hijos de Dios. Huir de las ocasiones.

Sinceridad plena: antes, mejor que después. Cuidado con el demonio mudo. Consultar cualquier duda, cualquier posible ignorancia.

Templanza, mortificación, penitencia. Absolutamente necesarias para ser fieles, reparar y purificarse. El pudor y la modestia: Camino, n. 128. Guarda del corazón y de los sentidos.

Trabajo: "¡el ocio mismo ya debe ser un pecado!" (Camino, n. 357). El trabajo serio evita muchas tentaciones.

6. Para los Supernumerarios: la pureza lleva consigo -entre otras cosas- que el amor conyugal esté abierto generosamente a la transmisión de la vida, sin poner obstáculos a los planes de Dios.

II. Humildad colectiva y naturalidad

La vocación al Opus Dei exige la humildad de pasar como uno más, como Jesucristo en Nazaret: era sencillamente fabri filius (Mt 13,55). La Virgen, siendo Madre de Dios, gustaba de llamarse su esclava (cfr. Le 1,38). De esa honda humildad personal, nace la humildad colectiva: la aspiración de la Obra entera es vivir sin gloria humana. Es lógico, porque "las obras apostólicas no crecen con las fuerzas humanas, sino al soplo del Espíritu Santo" (Conversaciones, n. 40). Trabajar por tres mil y hacer el rumor de tres.

No pregonamos nuestra vinculación a la Obra, porque es algo profundo, interior, que no altera nuestra condición en el mundo: no tiene trascendencia pública en la vida social, profesional, etc.

3. La naturaleza íntima y sobrenatural del vínculo que nos une a la Obra conlleva la responsabilidad exclusivamente personal de toda nuestra actuación externa: que cada palo aguante su vela. Así, cada uno resuelve sus propios asuntos, también con la familia de sangre. Los Directores no intervienen para nada. No podemos dar la impresión de que somos unos "mandados", gente sin voluntad propia. Hemos de tener la "pillería" santa de presentar siempre la estupenda realidad de la Obra de un modo agradable. Ejemplos.

III. Costumbres

1. El 19 de marzo, fiesta de San José, renovamos la entrega. Por devoción -para servir con voluntariedad actual, y ganar indulgencias- está muy recomendado que lo hagamos a menudo. Buen momento es la Comunión.

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Lista de San José. Un medio sobrenatural para el proselitismo, de probada eficacia. No somos milagreros, pero sí hombres de fe que confían en la poderosa intercesión de San José. Encomendar durante el año a las personas que hemos puesto en la lista.

Los siete domingos de San José, que preceden la fiesta del 19 de marzo, ocasión de prestar mayor atención al Santo Patriarca, y aprender las grandes lecciones que, en silencio, nos ofrece con su fidelidad. Es, y le llamamos, "nuestro Padre y Señor. Y yo os digo que es algo más, porque es maestro de vida interior" (De nuestro Padre). Devoción a la trinidad de la tierra; Jesús, María y José.

Las llaves de nuestros sagrarios tienen una medalla de San José, con la inscripción ite ad loseph (id a José). San José, custodio de Jesús, custodia la Eucaristía. Es también llamada a que acudamos a él en todas nuestras necesidades.