Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado I 18

APARTADO I Charla nº 18

Comuniones espirituales

1. "¡Qué fuente de gracias es la Comunión espiritual! -Practícala frecuentemente y tendrás más presencia de Dios y más unión con El en las obras" (Camino, n. 540). Es una Norma de siempre.

El deseo ardiente de ser una sola cosa con Nuestro Señor Jesucristo, es la expresión máxima del amor. En consecuencia toda la vida ha de ser una comunión espiritual, al menos implícita, ya que sólo unos pocos minutos al día podemos vivir en comunión sacramental.

La oración que hemos aprendido de nuestro Padre es una maravilla: "Yo quisiera, Señor, recibiros." Todos la pueden rezar, sin escrúpulos, cualquiera que sea su situación interior. Y es una verdadera comunión, porque "comiendo con el deseo aquel Pan celeste eucarístico (los fieles) experimentan su fruto y su provecho por la fe viva, que obra por la caridad (Gal 5,6)" (Conc. Trento, Dz "8-8l). La Comunión espiritual produce realmente el fruto y la utilidad del sacramento; no es una piadosa ficción", es un acontecimiento -profundo, en nuestro corazón- de la gracia divina que se contiene en la Eucaristía.

Quisiéramos recibir a Jesús sacramentado con aquella pureza, humildad y devoción con que le recibió su Santísima Madre. A los pequeños nos está permitido, sin temor al ridículo, imitar a los grandes. ¿Cómo no ha de gustarle al Señor ese deseo? Además, como es nuestra Madre, también son nuestras la pureza, la humildad y la devoción "suyas. Nos revestimos, con voluntad de niños, de esas espléndidas joyas de la Virgen Santísima; nos enriquecemos con sus virtudes y, por esta senda, recibiremos la Eucaristía cada día más puros, más humildes, más enamorados.

¿Cómo era la pureza de Nuestra Madre? Inmaculada. Ella nos purificará, para que podamos acercarnos al Señor sancti et immaculati. La Comunión espiritual, nos encenderá en deseos de ser cada día más limpios y lucharemos para que así sea.

La humildad de María Santísima, ancilla Domini. Por contraste, nuestra indignidad.

La devoción -fe llena de Amor- de nuestra Madre. No hay palabras para expresarla. Es preciso acudir a Ella para que nos la diga en confidencia.

8. El espíritu y fervor de los santos. El ejemplo de nuestro queridísimo Fundador: "¡Creo!: quiero creer como el que más. ¡Espero!: quiero esperar como el que más. ¡Amo!: quiero amar como el que más" (Apuntes, en el Epílogo).

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Generosidad. Desasimiento

La generosidad es un deseo siempre insatisfecho de dar cada vez más, como consecuencia de un amor creciente. Se opone radicalmente al egoísmo y requiere por tanto la humildad. Es una virtud con doble dimensión: natural y sobrenatural. A nosotros nos ha de mover siempre el amor de Dios; hemos de sobrenaturalizar, divinizar, todo lo humano noble.

La generosidad con Dios es, en rigor, un deber de justicia: todo es suyo y El es nuestro Todo. Nosotros nada somos. Si somos algo, ese algo es de Dios. Consecuencia lógica: "Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad; todo mi haber y mi poseer. Vos me lo disteis; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad. Dadme vuestro amor y gracia, que esto me basta" (oración Oblatio sui). Es una de las oraciones que tantas veces rezó nuestro Padre en la acción de gracias de la Comunión.

"Hemos visto en el Evangelio cómo los Apóstoles siguieron al Señor relictis ómnibus (Lc 5,11). ¡Hay que quemarlo todo, todo! Y no una sola vez, sino muchas, de una manera o de otra. Algunos parece que se quedan en el omnibus, y hay que pegarle fuego a eso: ¡todo!, ¡todo!, ¡todo! Al corazón, en primer lugar. Cuando se entrega de verdad, cuando la donación es plena, ¡plena!, y se dice al Señor que tome posesión de él, entonces el cariño que nace es santo siempre (...)" (De nuestro Padre, cn 1972, p. 638).

El desasimiento de las cosas de la tierra ha de ser total. Es preciso alcanzar la cumbre del Calvario donde triunfa Nuestro Señor: "es el expolio, el despojo, la pobreza más absoluta. Nada ha quedado al Señor, sino un madero.

"Para llegar a Dios, Cristo es el camino; pero Cristo está en la Cruz, y para subir a la Cruz hay que tener el corazón libre, desasido de las cosas de la tierra" (Via Crucis, X).

5. El ejemplo del Señor es impresionante: "Bastan unos rasgos del amor de Dios que se encarna, y su generosidad nos toca el alma, nos enciende, nos empuja con suavidad a un dolor contrito por nuestro comportamiento, mezquino y egoísta en tantas ocasiones" (Amigos de Dios, n. 112). "(...) convenceos de que si de veras deseamos seguir de cerca al Señor y prestar un servicio auténtico a Dios y a la humanidad entera, hemos de estar seriamente desprendidos de nosotros mismos: de los dones de la inteligencia, de la salud, de la honra, de las ambiciones nobles, de los triunfos, de los éxitos.

"Me refiero también -porque hasta ahí debe llegar tu decisión- a esas ilusiones limpias, con las que buscamos exclusivamente dar toda la gloria a Dios y alabarle, ajustando nuestra voluntad a esta norma clara y precisa: Señor, quiero estoco aquello sólo si a Ti te agrada, porque si no, a mí, ¿para qué me interesa? Asestamos así un golpe mortal al egoísmo y a la vanidad, que serpean en todas las conciencias; de paso que alcanzamos la verdadera paz en nuestras almas, con un desasimiento que acaba en la posesión de Dios, cada vez más íntima y más intensa.

"Para imitar a Jesucristo, el corazón ha de estar enteramente libre de apegamientos (...)" (Amigos de Dios, n. 114).

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"Corazones generosos, con desprendimiento verdadero, pide el Señor. Lo conseguiremos, si soltamos con entereza las amarras o los hilos sutiles que nos atan a nuestro yo. No os oculto que esta determinación exige una lucha constante, un saltar por encima del propio entendimiento y de la propia voluntad, una renuncia -en pocas palabras- más ardua que el abandono de los bienes materiales más codiciados" (Amigos de Dios, n. 115).

"Si queréis actuar a toda hora como señores de vosotros mismos, os aconsejo que pongáis un empeño muy grande en estar desprendidos de todo, sin miedo, sin temores ni recelos. Después, al atender y al cumplir vuestras obligaciones personales, familiares., emplead los medios terrenos honestos con rectitud, pensando en el servicio a Dios, a la Iglesia, a los vuestros, a vuestra tarea profesional, a vuestro país, a la humanidad entera. Mirad que lo importante no se concreta en la materialidad de poseer esto o de carecer de lo otro, sino en conducirse de acuerdo con la verdad que nos enseña nuestra fe cristiana: los bienes creados son sólo eso, medios" (Amigos de Dios, n. 118).

Dios no se dejará ganar nunca en generosidad.