Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado III 37

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APARTADO III Charla nº 37

Confesión

"En el Sacramento de la Penitencia es donde tú y yo nos revestimos de Jesucristo y de sus merecimientos" (Camino, n. 310). Todos los sacramentos nos aplican la redención de Cristo, y cada uno de ellos auxilia en una necesidad específica. La Confesión nos hace participar en la Pasión y Resurrección de Cristo; morimos al pecado para renacer a la vida de la gracia o para intensificarla tanto más cuanto más contrita fue la confesión.

Para nosotros, la Confesión, además de sacramento es medio de formación, es decir, de mayor conocimiento y de identificación con el espíritu de la Obra, según el cual ha querido Dios que nos santifiquemos.

Por tanto, siempre que sea posible, hemos de confesarnos con sacerdotes que tengan nuestro espíritu, es decir, con sacerdotes de la Obra; aunque para lograrlo alguna vez hubiera que poner medios extraordinarios.

Tenemos libertad, derecho, para confesarnos con cualquier sacerdote que tenga licencias ministeriales del Ordinario del lugar. Pero "¿Sabéis quién es, para mis ovejas, el Buen Pastor? El que tiene misión dada por mí. Y yo la doy, ordinariamente a los Directores y a los sacerdotes de la Obra. Gente que no conoce el Opus Dei no está dispuesta para ser el pastor de mis ovejas, aunque sean buenos pastores de otras ovejas y aunque sean santos" (De nuestro Padre).

"Podéis ir a confesaros con cualquier sacerdote que tenga licencias del Ordinario. De esta manera, yo defiendo la libertad, pero con sentido común. Todos mis hijos tienen libertad para confesarse con cualquier sacerdote aprobado por el Ordinario, y no está obligado a decir a los Directores de la Obra que lo ha hecho, ¿uno que haga esto peca? ¡No! ¿Tiene buen espíritu? ¡No! Está en camino de escuchar la voz del mal pastor" (De nuestro Padre). "Los que no tienen misión dada por los Directores, no son buenos pastores, aunque hagan milagros" (De nuestro Padre).

"Vosotros iréis a sacerdotes hermanos vuestros, como voy yo. Y les abriréis el corazón de par en par -¡podrido, si estuviese podrido!-, con sinceridad, con ganas de curaros; si no, esa podredumbre no sé curaría nunca. Si fuésemos a una persona que solo puede curarnos superficialmente la herida... es porque seríamos cobardes, porque no seríamos buenas ovejas, porque iríamos a ocultar la verdad, en daño nuestro. Y haciéndonos este mal, buscando a un médico de ocasión que no puede dedicarnos más que unos segundos, que no puede meter el bisturí, y cauterizar la herida, también estaríamos haciendo un daño a la Obra. Si tú hicieras eso, tendrías mal espíritu, serías un desgraciado. Por ese acto no pecarías, pero ¡ay de ti!, habrías comenzado a errar, a

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equivocarte. Habrías comenzado a oír la voz del mal pastor, al no querer curarte, al no querer poner los medios, y estarías haciendo un daño a los demás" (De nuestro Padre)

8. "La ropa sucia se lava en casa. La primera manifestación de que os dais, es no tener la cobardía de ir a lavar fuera de la Obra la ropa sucia. Si es que queréis ser santos: si no, estáis de más" (De nuestro Padre).

8. Puesto que los frutos sobrenaturales de la Confesión dependen, en cierta medida, de las disposiciones interiores, es preciso prepararse muy bien para recibir el sacramento.

Con un examen hondo, que no es simple introspección, sino mirar nuestra vida a la luz de Dios. Sin colar el mosquito tragándose el camello. Sin detenerse en detalles nimios. Si no se trata de pecados mortales, más que el número de las faltas importan los hábitos, las inclinaciones, las disposiciones.

Con un dolor profundo de nuestros pecados e imperfecciones: no ha de manifestarse en algo sensible -aunque a veces lo sensible sea su signo-, sino en un acto de voluntad, por el que, por ser ofensa a Dios, se aborrece el pecado. Una ausencia total de dolor invalidaría el sacramento. Para evitar la posible rutina, siempre será bueno ponderar la Pasión del Señor, que nuestros pecados han causado; y renovar el dolor por los pecados de nuestra vida pasada.

Del dolor de amor, brotarán los propósitos eficaces, que tampoco pueden faltar, y que quizá habremos de renovar muchas veces.

La confesión: concisa, concreta, clara y completa. Si es necesario, con sinceridad salvaje. "Acordaos del cuento del gitano, que fue a confesar: Padre cura, yo me acuso de haber robado un ronzal... Y detrás había una muía; y detrás, otro ronzal; y otra muía, y así hasta veinte" (De nuestro Padre).

La satisfacción o penitencia: cuanto antes, con generosidad. Y después, dar a toda nuestra vida un sentido de desagravio.

9. De este modo, haremos de la Confesión una fiesta, porque en ella se encuentra la plena armonía entre la justicia y la misericordia divina; entre nuestro dolor y nuestro gozo: semper doleat poenitens -decía San Agustín- et de dolor gaudeat.

La charla con el sacerdote: Apartado II-13, I, 7.

"¿Y luego? ¿Qué haremos, además de ir nosotros a la Confesión? ¡Llevar a otros! A esos amigos vuestros, parientes, conocidos, colegas, compañeros de trabajo, que están apartados de Dios... y no son malos, sino un poco abandonados, acercadlos al Sacramento de la Penitencia (...) Si deseáis que vivan felices, empujad a vuestros amigos a confesar; y, luego, a comulgar" (De nuestro Padre). Les enseñaremos con nuestro ejemplo y con nuestra

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palabra -coepit facere et docere- que la Confesión es el Sacramento de la alegría.