Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado III 17

APARTADO III Charla nº 17

Virtudes

Todos los actos humanos dejan una huella en las potencias del alma. Si se repiten, la huella se hace más profunda y crea una disposición -o si se quiere, una predisposición- a los mismos actos, que cuando es estable constituye un hábito operativo. Los hábitos operativos buenos se llaman virtudes (y los malos son los vicios). El atleta, entrenándose, a base de repetir ejercicios, mejora su forma física y adquiere facilidad para realizarlos.

Al facilitar los actos buenos -ordenados al verdadero fin de la persona-, las virtudes mejoran al hombre, lo perfeccionan, lo orientan cada vez más al bien, lo habilitan para dar respuesta pronta y adecuada al querer de Dios de cada momento.

3. Sin las virtudes resulta más costosa la realización del bien y es fácil caer en los vicios que impiden la unión con Dios y el cumplimiento de la vocación sobrenatural. "Quien no las tiene, está ciego y anda a tientas” (2 Pet 1,3-10). Las virtudes son necesarias para alcanzar la perfección en cualquier aspecto de la vida, para elegir siempre bien, e incluso para juzgar bien.

4. La vida cristiana, que tiende a la perfecta unión con Dios, por la semejanza e identificación con Cristo, tiene como objeto inmediato el desarrollo de las virtudes.

Como el fin del hombre -la santidad- es de hecho sobrenatural, son insuficientes para alcanzarlo las potencias humanas, aunque estén perfeccionadas por las virtudes naturales (prudencia, reciedumbre, sobriedad, etc.). Es preciso que las potencias humanas sean elevadas al orden sobrenatural, para que puedan hacer actos proporcionados al fin, y ser sujetos de hábitos del mismo orden. Todo esto sólo puede ser obra gratuita (inmerecida) de Dios que, efectivamente, con su gracia santificante, diviniza nuestra alma: sana y robustece nuestra naturaleza, facilita el cultivo de las virtudes naturales, e infunde las virtudes sobrenaturales (que también se llaman infusas).

Dios, con su gracia, nos infunde las virtudes sobrenaturales, que son, unas teologales, que tienen por objeto a Dios mismo y constituyen la esencia y fundamento de la vida cristiana: la fe, la esperanza y la caridad; y las demás, que se llaman morales, entre las que destacan las cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza).

Las virtudes morales pueden ser naturales o sobrenaturales, según tengan su origen en la facultad humana sola, o en la infusión por Dios con la gracia. Sin embargo, en la vida concreta del cristiano, es imposible distinguir entre actividades naturales y sobrenaturales, porque la gracia de Dios todo lo eleva, to-

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do lo diviniza.

8. Hay que tener en cuenta que para el ejercicio de las virtudes, aunque sean infusas, se requiere la aplicación del esfuerzo humano. De esto se derivan dos importantes consecuencias:

la importancia de la base humana para el ejercicio y desarrollo también de las virtudes infusas;

la insuficiencia aun de las virtudes sobrenaturales para alcanzar la perfección en el obrar que requiere la santidad; el elemento humano limita siempre esa perfección. Para salvar esa limitación, con la gracia, Dios infunde también en el alma los dones del Espíritu Santo; don de sabiduría, de entendimiento, de consejo, de fortaleza, de ciencia, de piedad y de temor de Dios.

9. Las virtudes infusas sobrenaturalizan los modos de obrar humanos y comunican al hombre la capacidad de desarrollar una conducta cristiana. Pero los doñeas del Espíritu Santo añaden unas operaciones enteramente nuevas y divinas, que elevan a una perfección y altura insospechadas la vida del cristiano. Mediante las virtudes, el cristiano sé mueve a comportarse de acuerdo con la vocación recibida; gracias a los dones, es el mismo Espíritu el que le mueve desde su interior, conformándole a su modo de obrar.

La posesión de los dones es inseparable de la caridad; tienen su asiento en todas las almas que están en gracia; se hallan en el camino diario de la santidad, a la que todos los cristianos están llamados.

"Nuestra santificación, y la santificación de las almas que tratamos, y la de la Iglesia entera, es obra del Espíritu Santo. Amad mucho a la tercera Persona de la Santísima Trinidad" (De nuestro Padre). En rigor, lo nuestro se reduce a quitar obstáculos -mediante el ejercicio de las virtudes- para que el Espíritu Santo obre en nosotros y nos conduzca con sus dones a la cumbre del Amor, de la santidad.

Aunque la santificación es enteramente obra de Dios (Tu solus Sanctus), El, en su bondad infinita, ha hecho necesaria la correspondencia humana, y ha puesto en nuestra naturaleza la capacidad de disponernos a la acción sobrenatural de la gracia. Mediante el cultivo de las virtudes humanas nos disponemos óptimamente a la acción del Espíritu Santo; nos acercamos a la "perfectio hominis ut homo est" (Del Padre, Escritos sobre el sacerdocio, 4a ed., p. 24); a la perfección del hombre en cuánto tal.

13- Se entiende así que "no es posible creer en la santidad de quienes fallan en las virtudes humanas más elementales" (Ibid., p. 28). "No pensemos que valdrá de algo nuestra aparente virtud de santos, si no va unida a las corrientes virtudes de cristianos. -Esto sería adornarse con espléndidas joyas sobre los paños menores" (Camino, n. 409; cfr. Ibid., nn. 3, 4, 17, 408, 429).

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14. "De este modo se explica que la Iglesia exija a sus santos no sólo el cultivo heroico de las virtudes teologales, sino también de las morales o humanas; y que las personas verdaderamente unidas a Dios por el ejercicio de las virtudes teologales se perfeccionan también desde el punto de vista humano, se afinan en su trato: son leales, afables, corteses, generosas, sinceras, precisamente porque tienen colocados en Dios todos los afectos de su alma" (Del Padre, o.c., p. 30).

15. "Por eso es parte muy principal del espíritu del Opus Dei fomentar en la vida, en el carácter de mis hijos, las virtudes humanas: nuestra Madre la Obra nos quiere amigos de la libertad y de la responsabilidad personal, sinceros, leales, generosos, abnegados, optimistas, tenaces, decididos, con rectitud de intención y capacidad de trabajo" (De nuestro Padre).

La importancia de las virtudes humanas en el apostolado es obvia (cfr. Camino, n. 661 y 48)). Además, contribuyen positivamente a la perfección humana de las realidades que son la materia y el ámbito de la vocación cristiana.

Para adquirir y aumentar las virtudes humanas se requiere nuestro esfuerzo personal (muchos actos concretos) y ayudarnos unos a otros con la corrección fraterna.