Opus Dei: la religión de la miseria

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Por E.B.E., 31 de marzo de 2014


«Lo primero que hacemos es quitarles, a todos, hasta la camisa»
J.M. Escrivá


Me decía un gran amigo que conoció en profundidad una seria institución de la Iglesia, es decir donde las cosas se hacen en serio y son en serio, que, por contraste, le sorprendía –y le sorprende- el modo de funcionar del Opus Dei en relación a sus socios del entonces Instituto secular (y luego, sus laicos cooperadores de la prelatura), especialmente en un punto: cómo les quitaba –y les quita- todo lo posible.

En ese aspecto, me decía, muchas órdenes de la Iglesia, si bien pueden recibir importantes donaciones, se mantienen con fuentes de ingresos genuinos y recursos propios, sin necesidad de quitarles a sus propios hermanos hasta la camiseta...

Desde este punto de vista, el Opus Dei le parecía una institución signada por un tono miserable, como desesperada por obtener medios para sostenerse, a falta de propios. Pues, por ejemplo, hay órdenes que tiene su propia producción de algún producto y los venden, es decir, trabajan.

En cambio, el Opus Dei siempre está lamentando y declamando que todas sus iniciativas son deficitarias y que, en definitiva, es una institución pobre.

En realidad, desde otro enfoque, es posible interpretar esos lamentos institucionales como propios de una institución miserable (en un sentido polisémico).

El Opus Dei, que se debería caracterizar por la santificación del trabajo, según su carisma, económicamente pareciera caracterizarse por la santificación del desvalijamiento. Curiosa forma de ganarse la vida.

En términos generales, el Opus Dei no produce sino que pide, pide y pide, siempre en nombre de Dios y del déficit.




No sé si ha sido producto de las privaciones que el fundador haya vivido en su propia familia, con la quiebra de la empresa familiar en su infancia, o las posteriores privaciones de la Guerra Civil: la cuestión es que Escrivá mismo lo decía muy gráficamente: «lo primero que hacemos es quitarles a todos hasta la camisa», por cierto, una expresión un tanto brusca, si no rústica. Ese desnudamiento del cuerpo es fácilmente asociable con el vaciamiento interior, el holocausto del yo.

Si bien las palabras de Escrivá se pueden leer en tono heroico, de exigencia, también pueden leerse en tono miserable. El asunto es contrastar sus palabras con los hechos, las prácticas institucionales y las consecuencias en las personas.

«A uno que preguntaba; "¿y si alguno viene a la Obra para buscar ayudas humanas?", nuestro Padre le dijo: ¡que pruebe! Lo primero que hacemos es quitarles, a todos, hasta la camisa» (Instrucción, mayo-1935, 14-IX-1950, nota 41).

Sin duda Escrivá se quería atajar de lo contrario: que le sacaran algo, aunque fuera mínimo (lo cual revela una cierta escasez de alma). Por eso, él se adelantaba a quitarle todo al otro, apuntando a lo máximo. Llamativo espíritu evangélico: muy lejano de la generosidad del buen samaritano. Digamos que, generoso, el Opus Dei no suele ser.




¿Por qué se pregunta Escrivá –a través de un tercero anónimo- si alguno podría venir a buscar ayudas humanas, es decir, “aprovecharse” del Opus Dei? “¿Y si alguno viniera al Ejército a buscar ayudas humanas?” No parece tener mucho sentido (incluso, por más disciplina militar, con el paso del tiempo y ascensos, un superior puede servirse de la institución para sus propios intereses). ¿Y si alguno viniera a los Jesuitas a buscar ayudas humanas?

Esa situación se da cuando, de alguna forma, la institución lo permite o lo alienta, de lo contrario la pregunta no tiene sentido, o al menos, no tiene la envergadura que Escrivá le concede, salvo si se acepta que existe la amenaza real de que muchos quieran venir al Opus Dei a saquearlo o aprovecharse de sus recursos.

¿Es real esa amenaza? ¿Cuántos son los que pueden constituir dicha amenaza?

No parece muy sensato, salvo por dos cosas: el Opus Dei mismo incentiva la búsqueda de éxito (seduce), o sea él mismo se crea esa amenaza, y por otro lado una cierta amenaza ficticia le sirve al Opus Dei para establecer una “disciplina del despojamiento”.

Escrivá “se hace preguntar” para legitimar el expolio de quienes se alistan al Opus Dei. Quitamos la camiseta porque así nadie vendrá a buscar ayudas humanas. Rebuscado modo de argumentar.

Nuevamente me pregunto: ¿cuántos podrían venir a buscar ayudas humanas y quitarle algo al Opus Dei? Contrariamente, el Opus Dei les quita a todos hasta la camiseta. Entonces, ¿y si fuera “la Obra” la que viniera a buscar ayudas humanas? Pues habría que quitarle al Opus Dei hasta su camiseta.




Lo primero no es predicar la palabra de Dios sino quitar todo. ¿Por qué no es lo segundo, lo tercero, o lo undécimo? Resulta sintomático que sea lo primero en la lista de prioridades.

Ello habla mucho del perfil psicológico de Escrivá y de esa psicología de la miseria, junto al ya conocido «apostolado de no dar», que complementa el panorama.

Es la miseria de quien no tiene (y no quiere que le saquen lo poco que tiene), pero también la miseria de quien quita (lo poco que tiene lo acrecienta a costa de los demás).

Es digno de notar que ese quitarle todo no es simplemente una forma de castigo a quien intentó “tomar algo” del Opus Dei: es la norma, que se aplica a todos, inocentes y culpables.

Luego sigue diciendo Escrivá:

«Tendrá que obedecer, que trabajar como un burro, que ser casto: tendrá que mortificarse, y además se deberá ver que la alegría le rebosa por todos los poros. ¿Cree Vd. que es posible que persevere» (Ibídem).

Muy bien el planteo ascético-espiritual. Pero primero lo primero: quitarle todo. No suena muy espiritual. Suena a disciplina militar. Pero también tiene la apariencia propia de la escasez, e incluso, de la tacañería y la ávida avaricia.




No es sorprendente que, a la hora de abandonar la institución, el Opus Dei no quiera ayudar a nadie, ni menos aún pensar en devolverle nada, no ya porque exceda a su deber (Cfr. Statut, n. 34) sino porque espiritualmente cultiva la miseria (vive pidiendo y no dando), y por lo tanto, desprenderse de cualquier cosa material le resulta impensable, e insufrible.

Tengo entendido que las órdenes religiosas también suelen tener esa misma disposición, que les dispensa de toda compensación a quienes abandonan la orden, pero en los hechos suelen manifestar una cierta generosidad hacia quien se va, algo totalmente ausente en el caso del Opus Dei.

Miseria para quitar, miseria para restituir o ayudar.

Pues, hablando de restitución, recordemos que la mayoría -si no todos- ingresaron al Opus Dei para vivir como laicos, sin ninguna condición o condicionante religioso, para más tarde descubrir que -desde el principio hasta el final, solicitando la dispensa- todos han vivido según el modelo de los estados de perfección, es decir, la vida propia de religiosos, sin consentirlo ni ser conscientes.

Esto debería ser un elemento a considerar seriamente en relación a la posibilidad moral de restituir «lo quitado», el desvalijamiento sufrido por todos aquellos que, en definitiva, se sintieron profundamente defraudados.

No sólo el Opus Dei no fue lo que prometió ser, sino que además (les) quitó todo. ¿No es acaso la esencial de la estaba o el fraude?




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