No siempre los sacerdotes del Opus están en las nubes

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Por Josef Knecht, 3/02/2014


El último artículo de Gervasio del 31.01.2014, Más sobre gobierno en el Opus Dei, me ha parecido, como todas sus intervenciones, excelente por su contenido argumental y por su atinado sentido del humor. Leyendo a Gervasio, se llega a saborear con salero el espíritu que merodea en el “mundillo” interno del Opus Dei. Sin embargo, me permito, de manera cordial y amigable, discrepar parcialmente de la rotunda afirmación según la cual los sacerdotes numerarios de la prelatura viven en las nubes. En mi modesta opinión, sin ánimo de polemizar con Gervasio, sino de continuar su argumentación, hay por lo menos cuatro ámbitos en los que los sacerdotes prelaticios tienen los pies bien puestos sobre la tierra y suelen desenvolverse con eficaz soltura. Esos cuatro ámbitos pertenecen al gobierno de la institución. Veámoslos...


1º) El proselitismo. Su autoridad ensotanada resulta muy útil en bastantes casos para captar nuevas vocaciones para la institución.

2º) El control de las conciencias de los miembros del Opus. Su autoridad ensotanada es una pieza clave para conseguir ese control de las conciencias que caracteriza la dirección espiritual practicada en el Opus. Hablé sobre este tema en mi artículo del 15.07.2009 acerca de los Sacerdotes del Opus Dei. Matizaciones al escrito de Brian.

3º) La obtención de dinero para la institución vía donativos de gente rica o vía herencias. Su autoridad ensotanada es una de las variadas fuentes de financiación del Opus Dei.

4º) Las relaciones con obispos diocesanos y con otros clérigos (vicarios generales, párrocos, etc.) y con monseñores de la curia vaticana. En este caso, más que de autoridad ensotanada, habría que hablar de fraternidad ensotanada, capaz de obtener no pocas veces suculentos beneficios para el desarrollo de la institución. Los sacerdotes diocesanos de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz ayudan a los clérigos de la prelatura en la consecución de este objetivo. El Vicario General y previsible sucesor de don Javier Echevarría, por poner un ejemplo, corretea como un sagaz lince en este terreno después de tantos decenios de experiencia: en esto ha consistido precisamente toda su aburrida vida.


En los demás ámbitos de la vida humana (planteamientos culturales de la sociedad, conflictos de justicia social, corrientes teológicas actuales, innombrables aspectos de la vida cotidiana como, por ejemplo, el pago de la factura de la electricidad, e incluso algunos aspectos de la vida clerical que los sacerdotes diocesanos dominan a la perfección) son muchas veces desconocidos por los clérigos del Opus Dei, y aquí sí es correcto afirmar que viven en las nubes, cosa que se nota casi siempre en el trato personal con ellos.

Quisiera explayarme en el tercer ámbito más arriba mencionado, el de la obtención de dinero para la institución. Hace unos años conocí a una supernumeraria anciana y muy adinerada que tenía tres hijos, ninguno de los cuales pertenecía al Opus Dei. En esa familia, los hijos y nietos solían decir que, de cara al reparto de la futura herencia, los hermanos iban a ser en realidad cuatro, siendo el cuarto el Opus Dei. Un sacerdote numerario, también anciano y experimentado en la vida interna de la institución, visitaba de vez en cuando a esa supernumeraria en su casa interesándose por su salud corporal y espiritual. La verdad es que no eran visitas frecuentes, sino que acudía allí cada tres meses más o menos para conversar cortésmente con ella. Es probable que yo sea un malpensado, pero me temo que con aquellas visitas de cortesía pretendía recordar a los tres hijos de la señora quién era el cuarto hermano de la futura herencia. Me acordé del argumento de la intrigante película británica (1949), ambientada en Viena y titulada El tercer hombre, que tanto me gusta incluida su famosa banda sonora. Escúchenla ahora para descansar un poco del rollete que les estoy escribiendo.

También me acuerdo de un matrimonio de supernumerarios, que tenía tres hijos: uno era sacerdote de la prelatura, y los otros dos eran más bien hostiles al Opus. Me consta que se planteó entre ellos una disputa sobre la cuestión de la herencia paterna y materna, pues estos dos hermanos estaban seguros de que el cura se iba a quedar con más renta a partir de lo establecido por los testamentos del padre y de la madre. Estando así las cosas, los directores de la prelatura decidieron que el sacerdote numerario cambiara de país para que regresara a España y residiera en la misma ciudad que sus padres. Un día me lo encontré por la calle, y se sintió en la obligación de explicarme su presencia: “Estoy muy agradecido a los directores –me dijo–, porque han permitido que acompañe a mis padres en los últimos años de su ancianidad”, y añadió como enfatizando cuán caritativos habían sido los directores con ese traslado de país: “Nunca me lo hubiera imaginado”. No sabía que uno de sus hermanos ya me había contado los entresijos de su regreso a España. En este caso, su función y comportamiento se parecían a los “del tercer hombre”, bien agazapado como en la película.

Cuento estas anécdotas, bastante rastreras y poco edificantes, para que se vea que, a la hora de cuidar las “gallinas de los huevos de oro”, los sacerdotes numerarios del Opus Dei tienen los pies bien puestos en el suelo del gallinero por muy resbaladizo y embadurnado de cagarrutas que esté.

Por cierto, mientras escuchaba la reconfortante banda sonora del mencionado filme, me ha venido a la cabeza la idea de que el actual prelado del Opus es “el tercer hombre” de la historia del gallinero: ¡qué cosas! Esa melodía le viene como anillo al dedo, equiparable al anillo de la fidelidad, pues su vida personal no ha sido otra cosa que vivir agazapado en Villa Tevere a la espera de convertirse en “el tercer hombre”, y así está siendo también la vida del Vicario General, el “cuarto hombre”.



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