Mis últimos años en la Obra

Por MMZ, 19/10/2012


El próximo 31 de octubre van a cumplirse seis años de mi salida del opus. Me encantaría tener la gracia que tienen muchos para contar mi historia pero mi pertenencia de casi 20 años a consejos locales, de los 32 en la obra, arruinaron mi narrativa y obligaron a decir las cosas de modo. Tener que buscar siempre el modo de escribir sin dar vueltas y de modo escueto, estilo requerido para los correos internos e informes, deja huella. Además aunque pienso que el opus no me afecta tanto porque no ocupa tiempo en mi vida una vez concluido el juicio laboral, no es cierto. Me falta encontrar algún sentido a mis 32 años allí. En fin, voy a intentar contar mis últimos años en la obra y espero que a alguno le sirva...

Llevaba ya quince años lejos de mi país y me había dedicado con todas mis fuerzas al trabajo de la administración, a un club de chicas y los últimos siete años en exclusiva a las numerarias auxiliares, sin dejar los trabajos de la administración y puesta en marcha de un secundario técnico para empleadas del hogar.

Empecé a notar que no podía dormir, peor… no necesitaba dormir y esto aumentó mi capacidad de trabajo y, por lo tanto, mi utilidad para las directoras que se apoyaban en mí para muchas cosas. Junto con esto, no me callaba ante las indicaciones de las directoras, tampoco de la delegación, con las que no estaba de acuerdo. Estaba totalmente irascible. Pasé casi cuatro años así “cocida” a correcciones fraternas hasta que un día, por exceso de trabajo y falta de afecto, me quebré y empecé a llorar y a no poder seguir adelante con los cinco trabajos que tenía. Literalmente me quebré! No sabía lo que me pasaba. Le decía a la directora de la delegación: “no sé qué me pasa, no puedo parar de llorar” y ella, muy comprensiva, me contestaba que me fuera a esas salas donde velan a los muertos y así podía llorar tranquila. A todo esto seguía siendo la subdirectora del centro.

Una mañana vino la de san Miguel y me dijo que me iba a trasladar a la residencia universitaria donde tendría cuarto individual. En la casa donde vivía, mi dormitorio era el hall de distribución sin ningún tipo de intimidad así que allí podría descansar un poco. De la noche a la mañana no tuve nada que hacer, solo la administración, y así llegó la depresión con todas sus fuerzas. Tenía dormitorio individual pero fue mi condena porque me dejaron sola. Tiene gracia lo del dormitorio individual pero de este modo evitaban que escandalizara a las demás con mi situación. Tengo la impresión de que en el opus la única enfermedad que vale es el cáncer terminal del que pueden sacar heroicidad; que Dios te libre de tener otra enfermedad porque te darás cuenta de que en la obra los enfermos no son ningún tesoro. Recuerdo con horror los días interminables en los que no podía levantarme de la cama y nadie, absolutamente nadie, me traía la comida. Eso sí, se aseguraban de que me levantara a la mañana muy temprano, para asistir a la Misa. No podía llamar la atención con mi ausencia.

Me dejaban sola. Un día bajé, los dormitorios estaban en la planta alta, en pijama a la zona de recepción y dirección y busqué a la secretaria que había pitado conmigo y le dije: a vos te parece que esto es cariño verdadero? Te parece que alguien puede estar enfermo y que nadie se acuerde de acompañarla o de llevarle la comida?. Se quedó avergonzada, tiene buen corazón, pero las cosas no cambiaron. Me sentía enjaulada, caminaba en mi cuarto diciéndome “me tengo que ir”, no sabía a dónde y no estaba en mi esquema mental irme del opus. Tardé doce larguísimos años en darme cuenta, y el único que me dio una mano fue el Espíritu Santo por el que entendí que aquel “me tengo que ir”, que tanto me repetía cuando estaba mal, era que me tenía que ir del opus. Una tarde estaba en mi cuarto llorando y vino la directora a decirme que me vistiera que salíamos. Me llevó a la delegación y allí me depositó como si fuera un bulto porque no sabía qué hacer conmigo. En la delegación tuve una conversación con una de las directoras que todavía la recuerdo y no entiendo cómo no le dí un tortazo y le saqué los dientes. Me llevó a una salita y me dijo que todo lo hacía por llamar la atención, que no tenía nada, etc., y para colmo le dí la razón, no me defendí, no tenía fuerzas.

Una médica reumatóloga empezó a medicarme con psicofármacos y cuando ya no pudo conmigo, me derivó a una psiquiatra numeraria en mi país al que empecé a viajar cada tres o cuatro meses (1.300 Km.). Que algún psiquiatra me diga si un tratamiento a distancia puede ayudar en algo. No tuve diagnóstico firme hasta pasados seis años del comienzo de los síntomas y no fueron los psiquiatras de la obra los que acertaron.

Viví tres años en la residencia donde tenía dormitorio individual hasta que tuve fuerzas para decir que me volvía a mi país. Me decían: ahora no, espera a estar mejor, pero yo me mantuve firme: que si no me iba en ese momento, después ya no iba a servir más para nada. Es notable que no me planteara irme del opus, era tremendamente infeliz pero creía que allí tenía que morir. Identificaba a Dios con la obra y no quería abandonarlo.

Entonces me volví, en ómnibus, sola, y al llegar no había nadie esperándome, volvía a mi país después de casi 20 años y no había nadie esperándome. Qué hice? Me rebelé (qué absurdo me parece ahora llamar a eso rebelarse) y tomé un taxi a casa de mi madre. La rebelión me duró una hora porque llamé a la asesoría. La auxiliar que me atendió el teléfono me dijo que la secretaria regional estaba ocupada en la tertulia y entonces le contesté: dígale que si realmente le interesa MMZ (yo) está en casa de su madre!! A los minutos me estaban llamando. Qué pena me da ahora no haber reaccionado en ese momento, hubiera recuperado mi vida siete años antes!!

Supuse que me quedaría en esa ciudad cercana a la del psiquiatra y a mi familia pero no, me mandaron lejos a una provincia otra vez a 1300 Km, pero al suroeste y no al norte, donde tuve que volver a empezar con un psiquiatra supernumerario. La soledad se repitió en el nuevo centro con algunas mejoras. Ya no pude trabajar más que a ratos, no participé de casi ninguna labor. Fue allí donde dejé de leer a escrivá porque al leer en uno de los Cuadernos lo que decía “una hija mía que llora no me sirve” pensé: no te sirvo? Y nunca más leí sus escritos, de a poquito muy de a poquito me iba separando. No toleraba las predicaciones, en los círculos lloraba y muchas veces me dispensaban de asistir.

Pasados tres años el psiquiatra me hizo una evaluación y el resultado fue que seguí con depresión mayor. Así como tuve que imponerme para volver a mi país, ahora tuve la claridad de mente para darme cuenta que sin afecto no me iba a curar. El sencillo argumento fue que de esa depresión no saldría sin besos y abrazos y que en el opus dei no los conseguiría y así aunque seguía con el pensamiento de seguir siendo fiel, me iría a vivir con mi madre en su ciudad.

Así lo dije a las de la asesoría y así me dejaron. En ese momento y hasta el final fui ejemplo de fidelidad, eso decían ellas, pero ahora tengo la duda de si no les fui allanando el camino para irme y sacarles un problema de encima. Nunca lo sabré pero a juzgar como me trataron, una vez fuera me entra la duda o más bien voy teniendo la certeza.

Me instalé en con mi madre y conseguí que me atendiera un psiquiatra que no fuera de la obra. Igual iba con la directora que entraba conmigo a la consulta. Tan obsesionada estaba con la fidelidad que mi único problema era qué pasaría si, cuando me curara, me querría ir de la obra.

Me diagnosticaron un trastorno bipolar y tardé tres años en conseguir la estabilidad. Tengo familiares con esta enfermedad. El médico me dijo que se detonó por falta de afecto, exigencia extrema y ausencia de libertad. Solo se me detonó a mí de entre más de una docena de hermanos. Mi madre, supernumeraria, junto con mis hermanos, fueron determinantes en mi mejoría. Estos años fueron de acercamiento a la familia, de perder rigideces en los modos de vivir, de adaptarme a las formas de vestir acorde al resto de mis hermanas (de sangre).

Mamá me recibió con inmenso cariño, me acompañó, me abrazó, me besó, me mimó, sentí como un bálsamo que me iba curando. Otro tanto el montón de hermanos que tengo. Cuando ya estaba estable, Dios me hizo el regalazo de poder cuidar a mi madre ya enferma los últimos tres años de su vida. Fui testigo de cómo la abandonaron, no venían a recibir su charla, el sacerdote no le traía la comunión. Yo, firme en mi deseo de fidelidad, llegué a la conclusión de que si a ella la abandonaban, el pedazo de la obra que yo sacaría adelante era mi propia madre. Así me empeñé, puse todo el amor del que fui capaz.

Durante los últimos años, siete, que viví con mi madre, mi pertenencia a la obra solo me exigía la charla semanal y la confesión. Apenas podía rezar y dejé de ir a los círculos y retiros. Esporádicamente asistía solo para comprobar que me producían una angustia inmensa. Llevaba una vida normal siempre que no tuviera que participara de las cosas de la obra.

En los cursos anuales, en los que solo resistía estar menos de una semana, no hacía lo que hacían todas. Con la venia de las directoras no me levantaba para la limpieza, asistía a la meditación y a la Misa y después del desayuno, mientras que todas iban a clase, yo me iba a la piscina hasta el mediodía. Después del almuerzo tertulia, si me angustiaba me levantaba y me iba. Después de la tertulia, mientras las demás estudiaban, yo me iba a dormir la siesta hasta la hora del té. Después del té leía o veía alguna película acompañada o no de otra numeraria. De acuerdo con la directora a veces me prestaban una laptop para ver en mi cuarto alguna película en DVD.

Ahora me pregunto qué hacía allí? Para vivir así había entregado la vida y renunciado a tener amor e hijos? Mis hermanos dicen que la última que se enteró que se iba, que dejaba de ser numeraria, fui yo. Los demás ya se lo imaginaban.

Venía a ayudarme en el cuidado de mi madre una monjita tres veces por semana, se quedaba toda la noche rezando para facilitarme a mí el descanso. Esto me hizo pensar que la entrega como numeraria y además enferma, no servía de mucho. Me impresionó la entrega de esa monjita y pensé esto sí es vocación.

Mi madre murió en el mes de abril. Para mi murió con ella el opus dei, la parte que yo sacaba adelante, ya no tenía razón de ser mi pertenencia a él.


Pasaron solo seis meses y siguiendo el consejo de mí hermana mayor hice una novena al Espíritu Santo para pedirle luces y ver cómo continuaba mi vida. Al tercer día me levanté con la determinación de escribir la carta pidiendo la dispensa.

De estos días recuerdo algunos comentarios:

Al sacerdote director de la Delegación con el que me había confesado semanalmente durante siete años, le dije si podía confesarme con él (qué horror me parece ahora!). Me respondió sin anestesia que había buenos sacerdotes por ahí. Nunca volví a saber de él, qué buen espíritu sacerdotal.

La directora del último centro al que pertenecí y que tenía solo 28 años me dijo muy suelta: he visto claro en la oración que Dios te quiere enferma pero en el opus dei. Les dejo a ustedes el comentario.

La de san Miguel, cuando le entregué la carta -yo había sido oficial de asesoría durante el último año-, me dijo “si te vas hemos fallado”. Nunca más supe de ella y era compañera de colegio de mi hermana menor.

Algunos dicen que la obra tiene que pedir perdón pero qué significa realmente esto. A mi me pidieron perdón “en nombre de la obra” directoras, sacerdotes, numerarias de a pie. Cuando dicen así, les echan la culpa a las personas deslindándose de responsabilidades cuando todos sabemos que la que es realmente culpable es la obra y no quiere ni le interesa hacer de nada.

Han pasado seis años, me he encontrado con el amor de mi adolescencia nos casamos nueve meses después de que me fui de allí. Llevamos casi cinco años de casados y estamos felices, con todo lo que implica ser felices. De mi bipolaridad me quedan los remedios que tomo con mucho orden y constancia. Llevo totalmente estable nueve años y espero que siga así. No logro digerir todavía los 32 años que fui numeraria, no entiendo qué hice allá. Esos años son como no vividos por falta de conexión con las que quedan allí, que quiero y quise mucho, y con mi vida actual en la que nada tiene que ver con el opus.

No han sido fáciles estos años en los que demandé a la prelatura, a la asociación y a dos numerarias por no haberme hecho aportes durante mis años de trabajo profesional allí. Fueron cuatro años de litigio que terminaron en una “indemnización por despido” por parte de la Asociación. No pude conseguir la cantidad que pedía pero sí cuatro veces más de lo que querían darme como consuelo. No demandé por mis años de entrega a Dios y no a la obra, que así los considero y entre El y yo iremos encontrando el sentido. No me apuro y tengo la paciencia y la paz de saber que Dios se está ocupando de esto.

Por otro lado, quién me iba a decir que sin haber podido ser madre sería abuela de dos nietos preciosos? Cada vez que veo mi realidad actual me digo: gracias a Dios me fui.

Un gran abrazo a todos, a Agustina y a muchos que conozco personalmente. Es notable, dentro de la obra la fraternidad no es verdadera y una vez fuera sí. Todos somos ex combatientes.




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