Mi vida sin mí

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Por Books, 14 de enero de 2008



Mis primeros pasos en el opus dei

Entre los catorce y los veinte años, supongo que mi vida fue parecida a la de la gente de mi edad.

Me gustaba ir a la discoteca, salir con la pandilla, cambiarme la ropa con mis amigas. Me encantaba que se organizaran fiestas en casa de alguien, pues de allí siempre salía algún amigo especial. Haciendo memoria he recordado que tuve unos cúantos, y tres de ellos, tal vez los que más me gustaban y con los que duré más tiempo, casualmente se llamaban josé maría, eso sí, escrito por separado un nombre de otro. Uno de ellos estudiaba arquitectura, más bien mal estudiante, repetía primero por tercera vez. Otro trabajaba en un banco, y el último hacía la mili en Sevilla, pero era asturiano y bastante mayor que yo. Había pedido la prórroga mil veces, hasta que ya no se lo consintieron más.

No sé a partir de qué momento olvidé todo ésto, y me olvidé, en fin, de mi vida anterior. Tampoco sé cuando dejé de ser yo y comencé a ser otra, pues no he sido consciente de este hecho hasta después de irme del opus dei y es ahora cuando estoy volviendo atrás e intentando ubicar el momento de mi transformación. Y haciendo este ejercicio mental, me han venido a la cabeza las veces que me dijeron que no era "dócil", claro que ésto adquiere más sentido, porque yo era calificada de indócil, cuando ya no era yo, sino que era la otra. Y ésto que parece un juego de palabras, no es más que un ejemplo, una muestra, un botón, de lo complicado que puede llegar a ser el opus dei, siendo tan simple transmitir un mensaje tan sencillo: el de "amarás a Dios sobre todas las cosas, y a prójimo como a tí mismo", que es al fin y al cabo el colofón de los diez mandamientos.

Tal vez fuera a mitad del primer año del centro de estudios, cuando empezó mi vida sin mí, o al menos, sin mucha parte de mí. Creo que hasta entonces añoré y eché en falta aquellas cosas que dejé, eso sí, porque quise.

Yo había estudiado secretariado de dirección en una obra corporativa, de mucho renombre en Sevilla. El último año, yo tenía diciecinueve, además de estudiar, trabajaba con un abogado. Ambos estábamos muy contentos el uno con el otro. Por eso se mosqueó tanto cuando le dije que lo dejaba. A mí tampoco me hizo mucha gracia, pero lo tuve que hacer ya que me prohibieron que trabajara con un hombre a solas, y es que yo acababa de pedir admisión en la obra.

De la noche a la mañana, siendo adscrita, me encontré viviendo en la administración de un colegio mayor, el centro de estudios de numerarios. Y de la mañana a la noche, me ví en Madrid, estudiando una nueva "carrera", "Ciencias Domésticas", pues decidieron que a mí se me daba la administración. Así que dije adiós para siempre al secretariado y adiós a Sevilla, por, al menos, cuatro años.

Fue por ello, que durante dos años estuve rodeada por numerarias, mañana y tarde ya que en mi nueva carrera, todas las estudiantes, teníamos esta condición, e incluso el profesorado estaba compuesto por personas de la obra, excepto la profesora de contabilidad, creo recordar.

Y creo que este hecho debió contribuir a dejarme atrás. Cambió mi forma de vestir, el modo de hablar, y de pensar o de "no pensar" y por lo tanto mi manera de hacer. Sí, tuvo que ser así porque si no, ¿cómo se explica que no me negara a salir a la calle a asaltar a niñas para hacerles encuestas absurdas sobre el univ, el Papa y sobre yo que sé? Claro que de estas encuestas, lo que nos importaba no eran las contestaciones, realmente, sino los datos como su nombre, su dirección o su teléfono, si es que nos los daban. Este era el método para "hacer amigas" que se nos imponía a las que hacíamos ciencias domésticas y veníamos de fuera. ¡Que vergüenza pasé¡, al principio, claro. Este modo de actuar no tenía nada que ver con mi manera de ser, pero a base de charlas, praxis, clases y encerronas en el centro de estudios, dejé de pasar vergüenza, sencillamente porque no sentía, porque ya se estaba efectuando en mí el cambio de persona corriente en numeraria impersonal.

Para colmo yo siempre llegaba al centro con muy poca producción, hasta que en segundo, Dios debió venir a verme y me concedió "cuatro amigas", que incluso hicieron un curso de retiro. Y me llamaban por teléfono, y salía mi número, el 62, en la pantalla que había en el comedor y yo chuleaba, cada vez que aparecía, así en grande y en color rojo. Pero ésto duró poco, debió ser que Dios me envió amigas de plástico.

Mi estancia en el centro de estudios no fue ni alegre ni triste, fue sencillamente indiferente, porque yo era indiferente.

Me fui a Madrid engañando a mis padres. Les dije que me iba por dos meses, los que duraba el semestre previo y el que tenía que haber hecho en Granada. Pero yo me enteré el día antes de irme, que mi destino era Madrid, y claro con tan poco tiempo fui incapaz de decirles que no volvería hasta dentro de cuatro años. Mis padres me dejaron de hablar cuando se enteraron, porque para colmo se lo comunicaron desde el centro de estudios, cuando al llamarme por teléfono, les dijeron que yo había ido a Atocha a recoger la ropa de invierno. Sí, así supieron que yo no vovía. Después arreglamos las cosas. Creó que ya por esta época empezó a cambiar mi corazón, y de ser una sentimental, pasé a ser alguien con muy pocos sentimientos.

En mi centro de estudios éramos unas cien. ¡menudo rebaño de ovejas¡ Todas de un lado para otro, ovejas con anteojeras de burros, con las que sólo podíamos ver a la que nos precedía, con los oidos muy abiertos, la boca excesivamente cerrada, el corazón encogido y el alma muy limpia.

!Qué charlas tan fuertes¡ Obediencia por encima de todo, "cariño sobrenatural" para con todas y para nuestra familia, sinceridad absoluta... pobreza. ¡Qué pobre éramos en el centro de estudios, sobre todo algunas que como yo íbamos con una beca, sí porque así se explicaba que yo, que ya había estudiado una cosa, empezara otra nueva. A mí ni se me pasó por la cabeza pedirle dinero a mis padres y a ellas tampoco, pero estaban haciendo una buena inversión: una futura adminstradora. En los dos años que estuve allí, por reyes me regalaron una botella de litro de colonia y unos leotardos color beig. Eso sí, lo del bote de litro me vino bien, pues una vez vacío lo llené de agua bendita, ya que el que yo tenía que era muy pequeño, se me acababa muy rápido y a mi me daba mucha rabia estar todo el día en la sacristía rellenándolo. Eso sí, a nadie le conté lo que hice, por si acaso era una falta de "buen espíritu".

¡Pobreza! Nunca olvidaré aquella clase. Nos la dió una que gritaba mucho. Por ponernos un ejemplo muy, pero que muy gráfico, gritó a todo pulmón: "si te encuentras una peseta por la calle, esa peseta no es tuya, esa peseta es del opus deiiiiiiii!. ¡Qué miedo¡. Pero luego me decía a mí misma que claro, que se trataba de que nos enterásemos bien, de que aprendiéramos a ser numerarias desde ya, todo era muy lógico. Y me parecía normal que me cambiaran la cabeza, y el modo de pensar, y que no me planteara nada distinto, pero claro, yo no sabía que todo ésto estaba ocurriendo en mí. ¡Qué fácil es llenar cabezas inmaduras de todo tipo de normas, reglas, costumbres... ¿Dónde estaba mi rebeldía?¿Dónde mi corazón? ¿Dónde mis ilusiones" Yo que fui la delegada de curso durante los cinco años que estuve en la obra corportiva, que me peleaba con todas las numerarias por defender a mis compañeras, que no aguantaba a la directora, que me echaban de clase, que hacía novillos, que quería a mis amigas.... Realmente el opus tiene poder, el poder de cambiar las mentes sin que tú te des cuenta, al menos eso fue lo que a mí me ocurrió.

Del centro de estudios se fueron varias, nos decían que no tenían vocación. De una de ellas, la explicación de su salida fue la siguiente: "Pepita se ha ido porque tiene vocación de monja". A mí eso de que quisiera ser religiosa me dio mucha pena. No sé si llegó a serlo, la cuestión es que hace un par de años, charlando con una exnumeraria del mismo centro de estudios, me preguntó: ¿Te acuerdas de Pepita, la que iba para monja? Sí, le contesté. "Pues me la encontré en un yate, en tal puerto, y !está montada en el dólar¡.... Supongo que cuando recuperó su cabeza decicidió recuperar también el tiempo perdido.

Segunda etapa

Al salir del centro de estudios fui a parar a un centro gris, en una calle gris, con un ambiente gris. Las que allí vivían eran casi todas mayores que yo. Había tres personas que me parecían especialmente tristes. Una de ellas, más que triste me parecía rara. Iba siempre algo despeinada, con las manos metidas en los bolsillos y mirando al suelo.

La directora nos reunió a todas un día para decirnos que esta persona se había ido con sus padres, que era lo mejor, que estaba mal y que encomendásemos. Era mi primer contacto con la enfermedad que luego ví padecer a otras, pero entonces yo no fui consciente de ello...

Recuerdo con horror los interrogatorios a los que era sometida, creo que una vez a la semana, por parte del consejo local. Ellas tres y yo: ¿A cuánta gente has conocido? ¿Quién va venir por el centro? ¿Con quién has quedado para la meditación? Y así, preguntas y más preguntas. Y yo aguantando la respiración, avergonzada porque no había conocido a nadie. Seguía rodeada de numerarias en clase. Iba a una catequesis en el quinto pino, que me llevaba toda una tarde, donde las que nos acompañaban ya estaban "cogidas". Daba clases de sevillanas o de guitarra en el sexto pino a dos o tres niñas que ya eran de san rafael del club en el que yo les daba clase. O sea, que lo tenía bastante complicado. Lo pasaba verdaderamente mal.

Gracias a Dios la estancia en este centro sólo fue de unos meses, ya que en marzo me iba a otra ciudad, desconocida aún, para hacer las prácticas del ceicid. Por otra parte mientras estuve en esta casa hice el curso de retiro y el curso anual.

¡Que ganas tenía de salir de aquel lugar tan lúgubre¡ ¡Que ganas de volver a ver a las del centro de estudios¡ Recuerdo que la mayoría, en el curso de retiro, estábamos como desatadas. Era el primero, nos sentíamos algo importantes y nos tomamos algunas libertades. En concreto, yo y otra, que ahora también está fuera, nos pásabamos lo ratos libres por el campo, charlando y riéndonos y conseguíamos desengrasar bastante y sorprendentemente nadie nos llamó la atención, aunque también es verdad que nos cuidábamos de ser vistas.

En marzo partí rumbo a Zaragoza, donde tenía que haber estado seis meses, pero fui devuelta a Madrid en dos, ya que no pasé por el aro en algo que a mi modo de ver no era tan importante como a la directora -joven e inflexible-, le parecía. Tuve incluso una conversación con la de san miguel de esta delegación. Sí, hasta esas instancias llegó mi problema. El tema era que yo no quería hablar con la persona designada, me empeñé en hacerlo con la directora, que era en un principio la que me habían colocado y con la que lo hice una o dos veces. No dí mi brazo a torcer y fui devuelta a Madrid. El tiempo que estuve en esta administración hice un poco mi vida, me levantaba tarde, me duchaba a deshora, ponía un cartel en la habitación de "no pasar" porque no hacía la cama. No me confesaba, en fín, que algo de mi rebeldía empezó a emerger.

En Madrid fui muy bien recibida por la directora y las numerarias auxiliares de la administración de las Peñas, creo que era el centro de estudios de ellos, que se llamaba santillana.

La directora era madurita, hablaba con ella con confianza y a mí me parecía que tenía bastante sentido común. Se pasaba días en la cama con unas jaquecas tremendas. Las auxiliares la querían mucho.

Mi estancia en esta casa fue bastante positiva. Sólo hubo dos episodios que no me gustaron.

Un día, había para comer lengua empanada. A mí me daba bastante asco y no me serví. La directora dijo que me hicieran una tortilla francesa. La numeraria, encargada de cocina, que pasaba por una situación un poco especial, montó en cólera. Empezó a gritar, a decir que qué me había creido, que tenía que molestar para que me dieran otra cosa. No recuerdo qué otras cosas dijo. Se levantó, tiró la servilleta y se fue. Según después me contaron, cogió el coche sin rumbo fijo. Yo me sentí fatal. Estaba en aquella casa de paso, era la más joven. Por una parte humillada, por otra creía ser culpable del enfado de esa numeraria. Parece ser que siempre actuaba así cuando se le cruzaban los cables.

Yo pasé un par de días bastante triste, me cruzaba con la gente y apenas les hablaba. Pero esta historia acabó bien. El domingo, dos días después, vino a la tertulia alguien de la delegación. Notó que a mí me pasaba algo. Se informó. Habló conmigo, me alentó y yo volví a estar normal.

Muchos años después coincidí en un curso anual con la numeraria de la cocina. Aquello se olvidó y lo pasamos realmente bien, pues las dos éramos bastante juerguistas. Nos apuntamos juntas en una excursión a isla mágica en el grupo de las intrépidas. Probamos los cacharros más peligrosos. Creo que ambas, al menos yo, ha sido la vez que más he gritado y más he rezado, pues pensaba que era mi último viaje.

Otra cosa que recuerdo fue la genial idea que tuvo alguien en verano. En la residencia estaban haciendo obras. No podíamos pasar a limpiar. Pues bien, hubo una iluminada que sugirió que nos pasaran las ventanas a la administración para limpiarlas. El trabajo fue agotador, descargándolas de los carros, colocándolas en un jardín y después fregándolas a base de bien. Lo peor fue colocarlas en sus lugares, ya que no encajaban. Creo que aquí fue donde empecé a padecer el mal de cuello, aunque por otra parte pienso que de Zaragoza ya me traje algo, pues teníamos que hacer a diario todas las camas de los residentes, a los que parece ser que no les importaba pagar más con tal de que se les hicieran las camas.

Algo simpático que también sucedió en las peñas fue lo siguiente.

Nos tocaba ir de excursión. Esta consistía en irnos a la piscina desde las 12,00 hasta las 6,00 de la tarde más o menos. Eramos tres, dos auxiliares, una andaluza "pa tirarse por los suelos" y otra, no recuerdo de donde pero con mucha guasa también. Acababa de salir al mercado la crema de zanahoria. Compramos un bote entre las tres, para probarla. Nos colocamos cara al sol bien huntadas de pringue. Cada poco nos mirábamos. Al ver que parecía que no había hecho efecto, nos huntábamos más y así una y otra vez, sin bañarnos, pues era a principios de verano y el agua nos parecía fría.

Cuando volvimos a arreglarnos, una de las auxiliares tuvo que ser llevada a urgencias con una insolación. La otra tenía la boca llena de herpes y yo la cara completamente echada abajo.

Llegó la hora de la cena. Cuando la directora me vió aparecer en el comedor con esa cara de leprosa, me dijo que no volviera por allí mientras no estuviera en condiciones.

Una numeraria muy buena que se apiadó de mí me metió la cabeza bajo una toalla en un lavabo lleno e agua hirviendo para que me dieran los vapores. Después. casi axfisiada, me frotó con una mezcla de crema y arenilla de fregar los cacharros de la cocina. Me dejó la cara como el culo de un bebé.

En otra ocasión, entraba en la cámara con un bol de ensalada. Resbalé y me metí dentro de una marmita llena de ¡crema de zanahoria¡. Salí de allí abochornada, envuelta en crema, de los pies a la cabeza.

Un día, en el que había algún problema con la comida del día siguiente, que era fiesta, pensamos que Dios nos había venido a ver. La directora nos dijo que fuéramos al "bar" a recoger lo que habían pescado los de la residencia. Vimos el cielo abierto, habría pescado de segundo plato. A mí y a otra auxiliar nos mandaron a recoger la pesca. Cogimos dos carros bien grandes. Cuando llegamos no vimos nada.

La directora llamó a la residencia: que no lo habían pasado. El director dijo que sí. La auxiliar y yo nos miramos, perplejas. Volvimos con los carros al ascensor, miramos bien en el bar, y allí, en una esquina había una neverita de plástico con un pececito. Así que la comida del día siguiente no se resolvía, a no ser que viniera Jesús por la noche y obrara por segunda vez la multiplicación de los peces, o tal vez el director creía que nosotros seríamos capaces de realizarlo.

Me dió pena irme de esta casa.

Por otra parte estaba contenta, ya que yo había dicho que sólo quería hacer hasta tercero, en ciencias domésticas. Podías elegir esta opción, o estudiar los cuatro años. Cuando ya estaba contando los días que me faltaban para volver a mi tierra, me llamaron a la delegación. Después de mucho rollo, la de estudios me dijo que habían pensado que hiciera el último año. Yo no me lo podía creer. En más de una ocasión me recordaban que yo estaba allí con una beca, como para que lo agradeciera y no me quejara. Cuando decido empezar a trabajar, me dicen que siga estudiando. Yo no entendía nada, qué contradicción. Y para colmo yo estaba hasta las narices de estudiar. Pero una vez más obedecí, pues se trataba de eso. Y pasé otro año más en Madrid.

Moncloa

Bien, pues. La otra, obedeció y se fue a vivir a la administración de Moncloa, mientras estudiaba ¡el 4º curso de ciencias dométicas! ¡Oh Dios, qué dócil era la otra! Pero también gracias a Dios mi yo anterior empezó a asomar, consecuencia del incidente en Zaragoza y en este caso ese yo hizo que la otra viviera más contenta, que sintiera algo, que la piedra se calentara un poco.

También es cierto, que mi pena por no volver a Sevilla fue menor, gracias a que el ambiente de esta casa me gustaba.

Tanto la administración como la residencia estaban algo viejas, con muy pocas comodidades y dificultades a la hora de hacer el trabajo. Las del ceicid, que me parece que éramos unas cinco, ayúdabamos en los turnos y los fines de semana. En algunas ocasiones nos dieron las dos o las tres de la mañana planchando camisas y comiendo chocolate...

La gente era joven. Trabajaban con nosotras niñas de la calle. En los servicios no había numerarias auxiliares. Al frente de cada uno de ellos estaba una agregada. ¡Y qué agregadas! Eran increibles, mayores, pero fuertes y muy competentes. La del office era el no va más. Si la dejabas sola, sacaba ella todo el trabajo. Nada se le ponía por delante y además era simpatiquísma y siempre estaba de buen humor aunque pasáramos por momentos de apuro.

¡Qué viejo era todo! Al menos yo lo recuerdo así. Creo que incluso para pasar a una zona de la residencia teníamos que ir por la calle, por una especie de patio o azotea, y por ahí también conducíamos los carros con la ropa limpia. ¡Qué numerito los días de lluvia!. Las sábanas sucias las tirábamos hechas unos bultos por el hueco de la escalera. Todo ésto era como una viñeta de comics.

Pero a pesar de todo lo recuerdo con cariño. Además me sentía útil. Por otra parte ningún día era igual al anterior, siempre había mucha actividad, y además estaban las clases por la mañana, y algo de estudio por las tardes.

Aquí tropecé con la tercera persona con problemas, pero muy distinta a las anteriores. Su actitud era positiva y siempre intentaba sonreir, aunque se le notaba con poca fuerza. Era cariñosa y detallista. A veces se encontraba mal pero la seguíamos tratando con naturalidad y no le dábamos importancia.

Es verdad que el tiempo pasaba muy de prisa y la idea de volver a Sevilla me animaba mucho.

Reconcozco que Madrid es una ciudad bonita, con muchas posibilidades, actividad, movida... Pero por mi condición de numeraria, estudiante y en una administración, la verdad es que participaba poco o nada de lo que Madrid ofrecía. Por otra parte acabé un poco harta de metro, de estaciones abarrotadas. En varias ocasiones no me pude bajar en mi parada porque la gente no me dejaba salir.

Sin paraba a alguien por la calle para preguntarle por alguna alguna dirección, me contestaban mientras seguían andando y no me enteraba de nada. ¡Qué prisas tenía todo el mundo!

¡Pero por fin se acabó el ceicid! Cuatro años estudiando y sin ningún título. Me costó bastante trabajo, años después, que me dieran algún papel que al menos demostrara qué había hecho durante ese tiempo, las asignaturas cursadas, las prácticas, los exámenes, las notas ¡algo! Y sí, por fin me dieron algo, ¡pero con qué mala cara me lo dieron! Y eso que yo cuando lo pedí, era de la obra.

No me entusiasma hablar de ciencias dosmésticas. Sólo recuerdo unas cuántas cosas, las profesoras, algunas anécdotas.

A los pocos días de empezar, o sea en primero, a mí y a otra ¡nos echaron de clase!. A dos numerarias, en una clase llena de numerarias, en una escuela llena de numerarias. ¡Qué bochorno! Cuando las profesoras nos vieron fuera de clase nos miraban como si fuéramos fantasmas. Tuvimos que contarle por separado a la de estudios, por qué nos habían echado. Fue únicamente por reirnos de lo que dijo la que nos daba clase en aquel momento. Hablaba de las legumbres: "las legumbres, entre otras cosas provocan flatulencias". La que estaba mi lado que era conocida por lo muy marrón, me hizo un comentario que no recuerdo, pero empezamos a carcajearnos y nos echó. Y después a contarle a la de estudios, y más tarde lo supo todo el ceicid, porque no era normal que echaran de clase a nadie, y menos aun en primero. Total que dimos la nota.

Había algunas profesoras que te hacían partirte de risa, pero no porque fueran graciosas, sino por sus ademanes, gestos, ocurrencias, a veces un poco ridículos.

Suspendí una asignatura, creo que antroplogía y me hicieron examinarme oral delante de la directora y de otras tres profesoras más. ¡Qué vergüenza, qué mal rarto!

Me gustaban mucho las signaturas de fisiología y dietoerapia. Odiaba la física. Solo disfruté un día en que a una de las empollonas le explotó una fuente de alimentación haciendo prácticas. A ella no la echaron de clase. En cambio a mí y a la otra expulsada nos volvieron a llamar al orden un día que dejamos una olla a presión en el fuego, en clase de "cocina práctica" y casi explota, pues en lugar de vigilarla nos fuimos a la biblioteca a copiar los asientos de contabilidad.

No me gustaban nada las prácticas de limpieza. Teníamos que ir por la tarde y se ahorraban "personal". Las alumnas lo dejábamos todo como los chorros del oro.

En costura me pusieron un 10, aunque me cargué montones de agujas en la máquina de coser. Las envidiosas decían que yo le caía bien a la profesora, y sí, era verdad.

Lo que recuerdo con horror eran las prácticas de oratorio. Todo tan medido y tan perfecto y tanto bordado y tanta historia. Años más tarde en una ocasión mi encargo era éste, yo creo que si alguna vez he estado deprimida fue en esta época (creo que también me deprimía los sábados por la tarde, durante toda mi vida en el opus dei). Según decían en el vademecum o yo no sé dónde, el encargo de oratorio lo hacian personas con el alma muy fina, y era muy agradable a Dios y yo que sé. Mentira, nadie quería el ecargo de oratorio y me calló a mí el marrón. Y yo lo hacía con una mala.... ¡un alma delicada! y yo subiéndome por las paredes con tanta chorradita:

- 1 mm por debajo de la cruz.

- 2 cm por encima de la costura.

- 3 pliegues por la derecha, 4 pliegues por la izquierda.

Llegaron a decirme que utilizara un metro o una regla ¡por Dios! De verdad ¿Dios es tan exigente? Yo siempre decía que me parecía bien que todo estuviera limpio y cuidado, pero, joder, hasta esos extremos, no. ¡Cómo respiré cuando me quitaron el encargo! Endosarle a otra los bordaditos de tanta alba y tanto roquete de algodón ¿y las tirillas? De chinos.

En fin, que para terminar por hoy y volviendo al ceicid, decir, que estaba deseando acabarlo, que aprendí, sí, que me fue útil en algunos momentos, pero que no me sirvió de mucho cuando tuve que estar al frente de una cocina para 130 personas. Pero ésto es otro capítulo. Si alguien tiene cierta "inquietud" por el tema - del ceicid- o siente alguna curiosidad, pues que pregunte, que si sé contestarle lo haré con mucho gusto.

Sevilla

En Sevilla pasé cinco años en administraciones de colegios mayores. En una de ellas el trabajo era bastante duro.

En una ocasión en la plantilla teníamos a cinco niñas, creo que nos faltaban quince. Yo estaba al frente de la cocina, y no tenía mucha idea. Para colmo, la numeraria auxiliar de este servicio se fue al curso anual y sólo contaba con dos niñas para dar de comer a más de cien personas. !Qué mal lo pasé! Hubo veces en las que lloré, por tanta tensión y por impotencia. Soñaba con pollos, sacos de patatas, zanahorias, macarrones... pesadillas en las que ocurrían verdaderos desastres.

El primer año fue agotador. Toda la mañana trabajando, excepto los ratos de la oración y la misa. Paraba para comer. A veces lo hacía sin quitarme la bata, y en un cuarto de hora. El turno se acababa a las 4,00, me duchaba, y sin tertulia ni descanso volvía a la cocina para dar clases de cocina teórica a las niñas. Rezaba y de nuevo a la cocina. Así de octubre a mayo...

Las demás, por supuesto también trabajaban mucho, y más cuando la plantilla no estaba completa que era siempre.

Hice de todo. Planché camisas, abrí bolsas y más bolsas de ropa sucia, acristalé pasillos muy largos, fregué enormes cacerolas y máquinas. Hice pizzas y más pizzas, tortillas y más torillas. Freí muchas patatas y croquetas y pollo.

Nos pasaba de todo. En una ocasión una de las niñas aliñó veinte ensaladas con claras de huevo. En otra rellenó las jarras de vino, con almibar de cocer peras al vino tinto. Otra, tiró alrededor de veinte litros de leche, porque olvidó cerrar la marmita. Otra, dejó que se fueran diez kilos de macarrones, por el mismo orificio. En una ocasión una que veía muy poco metió en la lavadora unos quince jerseys a 90º. Todo ésto lo recuerdo sin hacer esfuerzos. Parece que cuando había más problemas, lo pasábamos mejor, porque decidimos reirnos en lugar de llorar. Lo peor era cuando los desastres ocurrían diez minutos antes de abrir el comedor. En una ocasión llevábamos entre una niña y yo un "auto" con el "primero" al comedor de la residencia. La niña lo cogía por un extremo y yo por el otro. Resbaló y le cayeron encima unos ocho kilos de menestra.

En vacaciones, cuando no había residentes, llegaban a veces convivencias de supernumerarios. El primer día nos pasaba el director una lista de 12 o 13 regímenes. Esto era un trabajo extra que nos llevaba mucho tiempo. Lo peor era que luego los del régimen se comían los platos normales, se nos quedaban colgados lo de régimen y nos faltaban para los que no lo tenían.

Recuerdo como en más de una ocasión nos dieron la una o las dos de noche, haciendo pastelitos, porque al día siguiente había apertura o clausura de curso o fiesta de padres.

Algo que no me gustaba, pero a lo que me acostumbré, fue a acompañar a las niñas a todas partes, no sólo cuando salían a la calle, el sábado o domingo por la tarde. También las vigilábamos mientras se duchaban y estaban por sus habitaciones, siempre había alguna de turno. Menos mal que ésto cambió, aunque a mí sólo me pilló un año.

Durante mis años en colegios mayores pitaron unas nueve o diez numerarias auxiliares, de las que hoy, sólo queda una o quedaba, pues no sé de ella desde hace muchos años.

Volví a encontrarme con enfermas en estos años. Una de ellas se pasaba el día en su habitación. Otra parecía hacer una vida más normal, pero años después no sabíamos nada de ella. Un día que pregunté, me dijeron que se había matado, que había caido por las escaleras. La que recuerdo con horror fue una que estaba muy mal, a mí me daba miedo, yo era incapaz de mirarle a la cara, cuando me tocaba acompañarla a comer, me moría. Lo dije, pero no hubo tu tía.

Durante cuatro años despúes de estas experiencias, pasé a dar clases en una obra corporativa. El primero de ellos, aministraba una casa pequeña por las mañanas y estaba en la escuela por las tardes.

Después de leer tantos escritos en esta página, he llegado a la conclusión de que fui sujeto de una admonición. Yo cada vez era más yo de la de antes, sobre todo al empezar a salir a la calle y trabajar con profesoras que no eran de la obra. Pues bien, en la escuela había dos grupos claramente definidos, profesoras del opus y profesoras de no opus. En la sala de profesoras, cada una tenía su sitio. De la mitad hacia la izquierda, las no opus, de la mitad a la derecha las del opus, yo en medio. Congeniaba mucho más con el grupo de las infieles, y siempre las apoyaba. Me ponía en contra, como ellas ante algunas indicaciones de dirección. Fue por ello por lo que me llamaron al orden, las tres que formaban el consejo de dirección: "No puedes estar en contra de las órdenes de dirección, tienes que apoyarlas siempre, aunque no creas que estén bien. Estás faltando a la unidad. Tienes que estar con las de casa"

En una ocasión echaron a una profesora no del opus. Según creo querían meter a una de "casa" en la escuela. La echaron, no sé con qué excusa, que no era buena profesora, que no daba bien las clases, no recuerdo. Esta profesora era amiga mía. Me invitó a comer a su casa y me contó su versión de los hechos. Estaba que fumaba en pipa. Bien, no sé cómo se enteraron en la escuela. Un día me dicen en mi centro que tengo que ir a la delegación, que alguien quería hablar conmigo. Oh, misterio. Bi Mientras esperaba a que viniera la que tuviera que venir, yo pensaba qué pasaría. Apereció la de estudios. Después de un rollo que no recuerdo me dijo: nos hemos enterado de que has estado comiendo en casa de tal profesora. Eso no lo puedes hacer. La han echado, por lo tanto ya no hay que hacerle caso. Y además ¿De qué hablásteis? Faltaste a la unidad, seguro". Yo me encontraba fatal, empecé a tener grandes dudas, sobre mi amistad, sobre la unidad, sobre lo harta que estaba ya de llamadas de atención. En fin, que me fui de allí hecha polvo. Pero se me hincharon las narices y dejé la escuela porque ya no aguantaba más y además prefería irme yo a que me echaran. Y volví a la administración.

"El paso del ecuador"

No sabía, como titularlo, pero al pensarlo me vino a la cabeza, que habían pasado once años y que me quedaban otros once en la obra.

Estos años fueron distintos, por mi edad, por las distintas casas en las que viví, por las diferentes labores que realicé. Yo de algún modo empezaba a espabilarme. Mi otro yo se quejaba por su poco protagonismo.

Conocí distintos tipos de casa y de administraciones. Centros de auxiliares y de san Gabriel, administraciones de casas pequeñas, clubs de bachilleres, de universitarias, centros de san Gabriel de las dos secciones.

A lo largo de este tiempo tuve la suerte vivir temporadas bastante contenta, porque me sentía, útil, se apoyaban en mí de algún modo.

El primer grupo de supernumerarias que tuve lo recuerdo con gran cariño. Me doblaban la edad. Solíamos quedarnos charlando un buen rato después del círculo. Nos reiamos mucho, contaban cosas divertidas, algunas tenían mucha guasa y lo pasábamos en grande. Una de ellas cumplió 80, era la más mayor con bastante diferencia sobre las demás. Lo celebramos en su casa por todo lo alto. Una merienda puesta con inmenso cuidado. Le hicimos poesías, murales y chistes. Bailamos y cantamos sevillanas. Recordábamos con frecuencia este día. Alguna vez me he encontrado con algunas de ellas, y nos damos unos inmensos achuchones.

Los grupos siguientes, fueron totalmente distintos. Llegaban tarde, se iban corriendo, siempre con mucha prisa. Yo creo que no se enteraban de casi nada.

Cuando me tocó dar clases a cuatro supernumerarias, lo pasé fatal. Tenía que ir a dos pueblos, en autobús. Las veía, donde podía, casi siempre en algún bar con mucho ruido y mucha gente. Para colmo, siempre iban corriendo y para rematarlo, a veces tenía que explicarles tres o cuatro temas en un cuarto de hora o veinte minutos, porque tenían que hacer "la incorporación". Yo me sentía tensa, por las corridas, el levanatar la voz. Me daba la impresión de ser un loro, ya que lo repetía todo de carrerilla. A veces les preguntaba sobre la clase de la semana anterior, y lógicamente no me sabían responder. Yo ésto lo decía, me parecía absurdo, tanto esfuerzo y tanto tiempo desperdiciado, pero era necesario que se rellenaran todas las casillas del plan de formación antes del día señalado ¡qué absurdo!

Conocí a lo largo de estos años a directoras estupendas, a otras prepotentes, unas indiferentes, otras cínicas. Coincidí con numerarias sibaritas y numerarias estsupendas, numerarias indiferentes y numerarias robots. Supe de administradoras de pacotilla y digo supe, porque me lo contaban las empleadas y las auxiliares. Me acuerdo que en una ocasión, una de ellas me dijo: "Fulanita viene -cuando viene- a pasearse". Viví situaciones cómicas en algunas administraciones...

El yo escondido asoma

Si, tuve algunas directoras, yo diría, normales, sin dárselas de nada. Simpáticas, dialogantes.

Hubo centros en los que de vez en cuando desaparecía la directora o la subdirectora durante unos días. Pero no nos decían nada, ni a dónde iba, ni cuando volvía. De repente no estaba, y del mismo modo aparecía. A mí me extrañaba muchísimo, no entendía aquel silencio... ellas sabrían, pero qué cosas más raras en una familia.

Tuve una directora con dos caras. Simpática, graciosa, con chispa, con golpes muy buenos en algunas ocasiones. En otras era prepotente, irónica, hiriente. Llamaba la atención en el comedor, en el cuarto de estar, en público a dos personas en concreto. Yo creo que nadie se atrevía a decirle nada, por su prepotencia, porque te podía mandar a hacer puñetas. Además, cuando se enfadaba te gritaba, le daba igual quien estuviera delante y la edad que tuvieras. A mí un día me pegó tales gritos que decidí irme y no volver, pedí no volver a pisar aquel centro. Yo ya tenía 40 años, y me hallaba rumiando mi salida y ya no lo aguantaba todo...

Viví con numerarias sibaritas, siempre quejándose. Eran precisamente las que nunca movían un dedo, las que nunca tenían tiempo para echar una mano. !Pobre administradora si faltaban los confles en el desayuno!

En una ocasión una empleada le dijo a una administradora:

"Me voy"
ad: ¿Pero por qué? ¿No está contenta?
em: Me voy porque ya estoy harta de tanta leche.
Ad: ¿cómo?
em: Sí de los desayunos, tanta leche desnatada, leche semidesnatada, leche fría, leche caliente, leche y más leche. Me voy.

Conocí a administradoras de pacotilla y a otras que se dejaban los huesos.

Las de pacotilla, eran las que iban a pasearse por la administración y a enredar al personal, se metían en todo pero no hacían nada.

Luego estaban las que se dejaban los huesos, trabajaban igual o más que las empledas.

En una ocasión me tocó administrar una casa de numerarios con señoras de la calle. Trabajé mucho, pues eran madres de familia, no acostumbradas a ese tipo tan concreto de residencias, no entendían nada ni de separaciones, ni de doncellas para una gente tan joven, ni de una capilla en una casa normal. Les explicaba como podía, que era un club, que patatín, que patatán, pero ellas no entendían que sólo pudiésemos hablar por un teléfono.

En octubre, mis cuatro señoras y yo teníamos en la residencia a catorce. De buenas a primeras, sin previo aviso, en diciembre, cuando se acercaban las navidades, eran dieciocho. Yo debía tener cara de tonta, porque ésto no se lo hacían a cualquiera.

Al principio no me iba a comer a mi centro y que quedaba con ellas en el turno. Uno de esos días, sale del comedor una de las señoras con los pelos chorreando. Yo no la había visto entrar. Le dije, que mejor se lavara la cabeza después. Ella me dijo, que una auxiliar (estuvieron dos durante 15 días con ellas y conmigo) le había dicho que se bañara antes de entrar al comedor.

Otra me decía: "Izabelita, que el padre ceztá quedando mú flaco"

En una ocasión que habían tenido bendición, viene una diciéndome: Izabelita, ¿Dónde pongo el botafumeiro? Cogían los atriles, los misales, los candelabros con pañitos. Lo que más me gustaba era "zu genufleción"

Tenía a una en la cocina que hacía tres tortillas para la residencia, y una para ella, tres pizzas para la residencia y una para ella, tres empanadas para ellos y una para ella, hasta que la pillé.

Un día la del office se empeñó en que ella hacía huevos a la flamenca en el microondas. Bueno, pues adelante, le dije. Salieron monísimos, con su choricito y su tomate. Se pusieron a comer y cuando pincharon los huevos les explotaron en la cara.

Cuando pasábamos a la residencia había una que me decía: Izabelita, pa lante, que ya no hay moro gen la costa.

En fin demasiado para madres de familia acostumbradas a su marido y a sus hijos y sin tantas tonterías. Lo cierto es que trabajábamos mucho, pero nos reíamos más, si cabe.

En varias ocasiones comenté en mi centro lo que tenía que correr. Yo llegaba por las mañanas a la hora de las empleadas, y casi siempre llegaba tarde a comer o me quedaba en la administración. Un día, una administradora me comentó "en privado" que cuando hablaba de mi administración parecía que iba a apagar fuegos, que la administración... bla, bla,bla. Ella tenía a cuatro numerarias auxiliares en un centro de personas maduras, no tenía ni idea de lo que era una administración, por lo menos lo que era deslomarse.

Ya iba encontrándome con mi yo perdido. Trabajé en una casa de la que acabé bastante harta, y no porque hubiera mucho trabajo, que lo había, sino por otras cuestiones. Lo dije en la delegación. Un día me llama una del consejo local de mi centro y me dice: que ha llegado de la delegación, que te vas a encargar de tal tarea.

Yo lo dejé estar aquella tarde. A la mañana siguiente, busqué a esta persona y le dije que contestara a la delegación que me encontraba cansada física y mentalmente y que no podía llevar a cabo aquello que me pedían. Pasaron los días, y me llaman de la delegación: "Mira que podíamos quedar para hablar de tu tarea, qué bien, así te desengrasas de tu trabajo anterior".....

¿Qué? ¡Pero si yo dije que no estaba en condiciones, que os lo comunicaran!

"Aquí no ha llegado nada"

Yo me quedé tiesa. Ella al ver mi reacción me dijo, que podíamos quedar para tomar algo y hablar. Y quedamos.

Antes, busqué a la del consejo local: "En la delegación me han dicho que no sabían nada de lo que os dije, que no les ha llegado ningún papel, ni habéis hablado con ellas"

Ah ¿Pero aquello lo dijiste en serio?

Me entraron unas ganas de pegarle un trompazo, !Será la tía! Fue la misma que en mis ultimos tiempos de coletazos, me dijo que no podía dejar de ir a la oración cuando quisiera, que daba mal ejemplo a las auxiliares. La misma, que siempre creí que me ayudaba, y se estaba riendo de mí.

Bien, pues quedé con la delegación: "Mira, se trata tan sólo de "A", eso es lo que tu tienes que hacer".

Bien, no era lo que yo creía así que accedí.

Cuando quedaban un par de días, para comenzar, me vuleve a llamar: "Mira, que como tú a la administración faltabas un día a la semana, hemos pensado que "A y B"

Yo aluciné. ¿Que yo no voy un día a la semana? ¿Pero de dónde ha salido eso?

Ella: ¿Tú no cuidas de tu padre un día?
Yo: Sí, un sábado al mes y me llevo a mi padre, lo meto en el coche, lo dejo en el planchero, y mientras yo me paso un par de horas echándole una mano a la empleada. Así que no.

Y es que yo ya había hablado con la que tuvo la misión el año anterior, y sabía que A y B, sería, también C y D, justo lo que yo me imaginaba cuando me negué, y no hice la tarea.

Qué indignante que te dijeran las cosas así, porque eso en la tierra de los normales es actuar engañando, y mi yo ya estaba haciendo acto de presencia, aunque aún no a lo grande.

También me ocurrieron cosas del estilo en la labor apostólica, y también dije aquí estoy yo, y en la vida "de familia", pero también estaba yo.

Sí, yo había empezado a pensar , totalmente por mi cuenta, justo cuando iba a cumplir los 40, y sí yo fui de la que tuvo esa crisis de esos años de la que el fundador decía que el que era arquitecto quería ser abogado, y el ama de casa, no sé qué, y el casado no sé cuanto. Sí, yo no era yo y quería ser yo, o sea que sí que fui de la de las crisis de los 40, porque gracias a ella me fui.

Me empecé a preguntar qué puñetas hacía allí, tanta obediencia de la porra, tanta charla en la que predicaba mentiras, tanto aparentar, tanto ir, tanto venir, tanto mentir, tanto aguantar. ¿Por qué? Y así pasé tres años, pensando unas veces que me iba y otras que me quedaba.

Yo no quería hablar de una pobreza en la que no creía, qué cantidad de tonterías le decía a una cooperadora, que casi se desmaya al ver valparaiso. Cuando yo decía que me parecía excesivo lo del pozoalbero, servicio de hotel de cinco estrellas, y me respondían que era para "formar" y yo me callaba y después pensaba, que en cualquier caso deformaba.

Mi último año en la obra fue un tanto original por llamarlo de alguna manera. A lo largo de ese tiempo hablaba con una persona de la delegación, a la que recuerdo con cariño. Era sencilla, natural, delicada, me comprendía, jamás levantaba la voz, me ayudó mucho. Me sentía muy bien cuando estaba con ella. En cambio, en el centro todo me hacía saltar. Ya no podía ni si quiera bendecir la mesa en latín. Cuando por segunda o tercera vez lo hice en castellano, me dijo la directora: "En casa, es costumbre bendecir en latín" Menuda chorrada, después de veintidós años, me explica la costumbre, no sé en qué estaría pensando.

Yo ya no me callaba nada, si no estaba de acuerdo lo decía con toda la claridad del mundo. Cada dos por tres, me venía una ¿Tienes un momento? Y yo, depende del momento en que me pillara, le decía: "Pues no, tengo mucha prisa otra vez será" A otras, si me cogían con el cuerpo de jota les decía: "Por Dios, claro que sí, todos los momentos que quieras, venga, hija dime"... "No aquí, no en una salita"... "Venga ya, si a mí me da igual". Y entonces me decía que bla, bla, bla. Yo al final, le ponía la mano en el hombro y le decía, pues hija, ¿sabes que no estoy de acuerdo? Porque mira, yo creo que...

Y después venía la directora a explicarle que la costumbre, o la norma, no me acuerdo, era que no se comentaba nada... ¡y yo 22 años sin enterarme!

En los últimos años no soportaba ni los círculos ni la oración de la mañana, ni ná de ná, todo me electrificaba. En el penúltimo curso de retiro duré, dos meditaciones y una misa. No pude aguantar al sacerdote, de estos que gritaban sobre entrega, que pienso que le escuchaban hasta en la administración, con lo agradable que lo hacían otros, diciendo que sólo por acudir por la mañana a la oración y la misa ya estábamos entregadas y mucho.

¡Se me ocurren tantas cosas!. Pero ya voy a ir terminando. Yo, no por estar en "ese plan" fui relegada de mis encargos, sí al final. Seguía con las supernumerarias, las auxiliares. Me endosaban círculos a las de la casa y charlas en los retiros. Pero yo cambié mis guiones, y eso que nunca fui de las clásicas. Pero este año cogía cualquier libro, excepto los internos y si tenía que hablar de sinceridad, yo hablaba de verdad, y si tenía que hablar de fraternidad, yo hablaba de amor, y si el tema era obediencia, yo hablaba de conciencia.

Decía el fundador que nunca había tenido secretos y que la obra tampoco los tendría. Pero en la obra hay mucho secreto y por ello les molesta que contemos lo que hemos vivido. Decía M.T. Cicerón "La verdad se corrompe tanto con la mentira como con el silencio", y Séneca "El lenguaje de la verdad debe ser sin duda alguna, simple y sin artificios".Es lo que yo he intentado hacer.

A mí nadie me presionó para entrar ni para salir. Sí que tuve que escribir dos cartas, y que tardaron unos cuatro o cinco meses en decirme que ya no era de la obra, y que aún así, si quería podía desdecirme, pero yo la verdad es que no lo sentí como presión. Tampoco nadie me dijo cómo tenía que escribir el texto y qué debía decir. Yo expuse mis argumentos y punto. Yo no me sentía libre y lo quería ser.

"A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un instante" Oscar Wilde.

Bueno, pues ésto es todo, o no.



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