Mi "formación" comenzó a los 10 años

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Por Marcio Fernandes da Silva, São Paulo, 10 de diciembre de 2003


Club pinar

Conocí el Opus cuando tenía casi 10 años. Un chico, vecino mío, me invitó a participar en las actividades del club Pinar. Este club se encontraba -y quizá aún se encuentre- en el sótano del Centro Cultural Pinos, en la calle Joaquim Antunes, en el barrio de Pinos, en Sao Paulo.

En aquel ambiente de actividades manuales, bromas, competiciones, excursiones... encontraba todo muy divertido.

Como parte de las actividades en el club, también asistía a clases de catecismo, dadas por un sacerdote del Opus. Las clases consistian en aprender las respuestas del llamado catecismo “verdinho”. Recuerdo que el sacerdote hacía competiciones de catecismo y como premios recibíamos caramelos.

Mis padres no sabian nada del Opus y permitieron que yo frecuentara el club.

Centro cultural pinos

Algunos años después, cerca de los 14, pasé del club al centro. ¿Y qué hacía en el centro? Básicamente estudiar y “recibir formación”. En relación a los estudios recuerdo las llamadas “guerras de estudios”. Era un juego semejante al de la guerra “War”, jugado por equipos. El equipo que estuviera más tiempo estudiando en la sala de estudios del centro, tenía más soldados para colocar en el juego. Había gente que se lo tomaba muy en serio. A mí me gustaba jugar porque me estudiaba estudiar.

Poco a poco iba aumentando la dosis de la “formación” que recibía. La “formación” consistía en participar en las siguientes actividades:

  1. Conversación semanal con el sacerdote (ya la hacía en el club)
  2. Meditación semanal predicada por un sacerdote. Estas meditaciones tenían lugar en el oratorio del centro. El sacerdote entraba por el fondo del oratorio y al entrar él, todos nos levantábamos. Se dirigía al altar, se arrodillaba y rezaba la oración inicial de las meditaciones: “señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves y que me oyes...” Después se sentaba en una silla, detrás de una mesa pequeña donde colocaba los papeles que traía con el contenido de la meditación. Y entonces se ponía a predicar.
  3. Círculo. Charlas que un miembro del Opus daba a un grupo reducido de muchachos.
  4. Recogimiento. Un periodo en el que el sacerdote predicaba dos meditaciones.
  5. Retiro. Un fin de semana en un casa de campo, con una programación intensa de “formación”, que incluía diversas meditaciones y charlas. En los retiros, el silencio era obligatorio.
  6. Convivencia. También era un tiempo que pasábamos en una casa de campo pero que el silencio no era obligatorio.

Está claro que no pasé a realizar todas esas actividades de la noche a la mañana. Las personas del centro me fueron proponiendo participar en cada una de ellas de una manera gradual.

También hacía las “prácticas de piedad” o “normas”. El sacerdote me fue pidiendo poco a poco que hiciera: lectura del evangelio, lectura espiritual, oración mental, misa diaria, etc.

Otras cosas que me pidieron hacer fueron:

  1. Visitas a hospitales. Visité, a invitación de un miembro del Opus, una enfermería de ortopedia infantil. Llevamos algunos dulces para los niños que estaban internados.
  2. Visitas a los pobres. Fui, también en compañía de un miembro del Opus, a una chabola de una favela de Sao Paulo. Les llevamos algunas ropas usadas.

Las visitas a hospitales y a los pobres no tenían ninguna finalidad de asistir a los necesitados. La finalidad era suscitar en el muchacho un sentimiento de querer ayudar, de ser generoso. Ese sentimiento sería utilizado por el Opus, posteriormente, para conducir al muchacho a pedir la admisión en la institución.

Pedir la admisión

Llegó un momento en el que iba casi todos los días al centro. Tenía sólo 15 años.

Uno de los miembros del Opus comenzó a insistir en que yo también fuera miembro de la Obra. No le daba importancia ni me lo tomaba en serio. Encontraba que él estaba engañándose porque yo no tenía vocación alguna.

Ahí hice un retiro. En ese retiro, una de las meditaciones tuvo como tema “la vocación”. El sacerdote que predicaba el retiro fue muy contundente en la posibilidad de tener vocación para el Opus: insistió en la necesidad de que fuéramos generosos y... bla, bla, bla.

Las palabras del sacerdote lograron que me quedara con el tema de la vocación en mi cabeza, no sólo en el retiro sino en los días posteriores y empecé a pensar si tendría o no vocación para ser del Opus.

La primera persona a la que le pregunté abiertamente: “¿usted cree que yo tengo vocación para ser de la Obra?” fue al sacerdote del centro. Y me dijo que “sí”, sin dudar.

El sacerdote del Centro Cultural Pinos, en aquel tiempo era Don R.S. Utilizo sus iniciales porque he sabido que, gracias a dios, dejó de creer en los absurdos que predicaba y dejó el Opus.

vuelvo al relato de mi vocación. Después de la pregunta al sacerdote, mi mundo se vino abajo. Aquel sacerdote con quien conversaba desde hacía años, ejercía una gran influencia sobre mí. Yo no esperaba su respuesta afirmativa, no contaba con aquello. Mi reacción inicial fue de asombro, de una gran sorpresa. Mi ideal de vida era casarme, tener hijos, ser un cristiano corriente...

La duda respecto a mi vocación ocupaba ahora más tiempo y espacio en mis pensamientos. Era imposible no pensar en aquel tema durante esos días.

Ya había conversado con cierta frecuencia con el director del centro, Joao Malheiros. Digo su nombre porque, según la última información que tuve de él, sigue todavía en el Opus Dei. Espero que cuando lea este testimonio, se dé cuenta del error que cometió conmigo, cuando yo era sólo un crío de 15 años.

Pues bien, Joao Malheiros también de dijo que yo tenía vocación.

Todo aquello me proporció un enorme malestar, una sensación de estar en un callejón sin salida. Eran las personas que más apreciaba, era mi principal círculo de amistades. Era mi vínculo emocional y afectivo más fuerte, tal vez i gual o mayor que el que tenía con mis padres y hermanos en aquel momento de mi vida.

Esa situación de ‘shock’ duró algunos días, tal vez 10, hasta que “pité”. (“Pitar”, para quien no lo sepa, es una palabra usada en el argot del Opus y significa pedir la admisión como miembro de la Obra).

Cansado de aquella situación indefinida y muy desagradable, acabé por decirle al sacerdote que sí, que había decidido pedir la admisión. El sacerdote me dijo que le comunicara mi decisión al director del centro. Entré en el despacho de Joao y le dije que quería pedir la admisión. Joao me comunicó que tenía que escribir una carta al Padre, o sea, al prelado del Opus, pidiéndole la admisión como numerario. (Numerario es el miembro que es célibe y que vive en las residencias y centros de la institución). Fui a una de las salas del centro y escribí la carta.

Joao Malheiros, al leer la carta, me dijo que estaba escrita en un tono y estilo demasiado coloquial e infantil. ¡Manda pelotas! ¿Qué estilo podría esperar de un chaval de 15 años?

A partir de aquel instante había pasado a “ser de casa”. Algunos numerarios vinieron a felicitame diciéndome “¡Pax!”. Yo debía responder: “¡In aeternum!” (Ese es el saludo secreto de los miembros. En latín significa: “paz, para siempre”). Uno de los numerarios me comentó que yo había pasado a ser el “farolillo rojo” del centro, es decir, la vocación más reciente.

Me vino una enorme sensación de paz. ¡Fui generoso! pensé. En el fondo, lo que explica esta sensación de paz es el punto y final, la solución que había encontrado para poner fin a aquel conflicto respecto a la vocación.

Un conflicto que me fue creado por miembros de la Obra. De hecho, la insistencia de uno de los numerarios para que yo fuera miembro, la predicación del sacerdote en el retiro, la postura firme de don R.S. en cuando a la “certeza” de mi vocación, la misma postura de Joao Malheiros... Todo eso formaba parte de un plan cuidadosamente ejecutado, en conjunto, por los miembros del Opus.

Lógicamente, en el momento en que pedí la admisión, tenía fe en el Dios del Catolicismo -Jesucristo- (fe que hoy, a pesar de la experiencia que tuve con el Opus, aún conservo aunque muy lejos de cualquier fundamentalismo o fanatismo). En aquel momento yo creía que Dios, que me hablaba a través del sacerdote y del director, quería que yo fuera miembro de la Obra. Gracias a Dios, más tarde, dejé de creerlo.

No le dije nada a mis padres sobre mi vocación. En la Obra te dicen que la vocación es una cosa muy personal. Te dicen también que la mayoría de las veces, los padres no entienden la vocación de los hijos y por eso es mejor no comentar nada con la familia.

Pasé, entonces, a ser “adjunto” (adjunto es el numerario que aún no vive en un centro).

Adjunto

En las semanas que siguieron a pedir la admisión, hablaba con frecuencia con Joao. En esas conversaciones iba explicándome, poco a poco, cómo vivir el llamado “espíritu de la Obra”. Me habló sobre las “preces” (oración privada de los miembros del Opus), y me dio una copia plastificada del texto, en latín. Me dio también una agenda de la marca “Finocam” -una marca española. Otros numerarios utilizaban agendas de la misma marca o “Luxindex”. Me habló del cilicio y de las disciplinas y me gané un “kit” de flagelación. Me habló de la cuenta de gastos (una relación de todos los gastos personales, hasta los más mínimos, que debería presentar al director), Me habló de la corrección fraterna (la forma que tiene un miembro de ver en los demás los desvíos en su comportamiento del “espíritu de la Obra”, del agua bendita para rociar la cama y las tres avemarías con los brazos en cruz, antes de dormir. De besar el suelo al levantarme de la cama, diciendo ”serviam!” (¡serviré!), la confidencia o charla fraterna (conversarción semanal obligatoria con el director). Me habló de “Crónica” (la revista interna)... Me quedaba sorprendido y pensaba para mis adentros: “y ahora, ¿qué más sorpresas tendrá para mí?”. Joao me dio una pequeña lista con las normas en una cuadrícula para anotar, al hacer el exámen de la noche, las que había hecho y las que había dejado sin hacer.

Mi día a día como adjunto era extenuante: me levantaba a las 5.00 h., me duchaba con agua fría e iba para el centro para oir Misa. Del centro, al colegio. Comía y volvía al centro. Rezabas las precer, hacía la lectura del evangelio y de un libro espiritual, en el oratorio. Me ponía el cilicio durante 2 horas. Estudiaba en la sala de estudio o hacía algún encargo. A las 4.30, oración mental. A las 5 de la tarde, tertulia con café: nos sentábamos en los sofás o en las sillas y conversábamos durante media hora, aproximadamente. A las 17.30, más estudio, o hacer la charla, o algún encargi. Y más o menos, a las 19.00 me iba a coger el autobús para ir a mi casa. En el autobús rezaba el rosario. Llegaba a casa, cenaba y deseaba meterme en la cama, agotado de cansancio. Todo eso lo hacía también los sábados y domingos, aunque los domingos se solía hacer alguna excursión o jugar al fútbol.

Fui víctima de una persecución en el colegio en el que estudiaba. En un momento dado, un profesor habló mal del Opus y defendí a la Obra. Comenté lo ocurrido con el sacerdote y con Joao Malheiros y aplaudieron mi valor, con una frase del tipo: “Dio nos va colocando en situaciones duras... Ser perseguido es señal de la predilección de Dios... Eres valiente!”

El hecho es que la crítica del profesor reforzó mi creencia en el Opus. Eso es frecuente en las sectas: debido a los argumentos que se inculcan en el proceso de “formación”, una crítica externa acaba por estrechar los vínculos del miembro con su secta.

Hacer proselitismo es una obligación de todos los numerarios. En mis años de colegio invité a alguno de mis compañeros a ir al centro. Algunos de esos compañeros, felizmente, tenían padres mejor informados que los míos, sobre el Opus, y esos chicos dejaron de acudir. Desgraciadamente tenía un amigo que sí estuvo yendo más tiempo; no llegó a hacerse miembro pero, aún así, me comentó que las conversaciones que tenía con el sacerdote, contribuyeron a hacer tambalear su salud mental.

Me acuerdo que Joao Malheiros, a veces, me decía que “preparara algún tema para la tertulia”. O sea, que aquellas reuniones supuestamente informales, no eran muy naturales ni espontáneas.

Hice una convivencia poco tiempo después de “pitar” para acompañar a algunos muchachos que eran potenciales futuros miembros. Me quedé triste en esa convivencia. Sufrí la frialdad de los otros “de casa”: como sabian que yo había “pitado”, era como si yo no existiera. Una vez que había mordido el anzuelo y era miembro de la Obra, ya no necesitan hacerse los simpáticos conmigo.

Durante esta convivencia, en el horario del deporte o de algún tiempo libre, invité a un chico a jugar al ajedrez y jugamos en un sitio alejado de la casa. Recibí una corrección fraterna: me dijeron que el ajedrez estaba prohibido. ¿Será que el Opus prohíbe jugar al ajedrez porque estimula el desarrollo del raciocinio?

En una época del año, los numerarios del centro tenían que conseguir suscriptores para el “Círculo de Lectura”. Se trata de una suscripción anual de publicaciones de la editorial Cuadrante. Los numerarios no recibían ninguna comisión por conseguir esas firmas. Era un trabajo gratuíto hecho por los numerarios, que genera grandes sumas de dinero para las arcas del Opus. Conseguí varias de esas suscripciones.

Residente

Al cumplir los 18 años fui a vivir al centro. Me pusieron en un cuarto con dos numerarios más. Recibí una corrección fraterna por “ducharme muy rápido”. La verdad es que yo volaba en aquel baño porque, durante el invierno, también tenía que ducharme con agua fria.

Todos los días, por la mañana, hacíamos la oración y asistiamos a misa en el oratorio del centro. La misa terminaba alrededor de las 7.00 h. Mis clases comenzaban en la facultad, a las 7.30 h., en el campus de la USP. La única manera que encontré para llegar a tiempo fue la de ir en bicicleta. A los numerarios, en general, no se les permitía tener coche y ese era mi caso. Tomar el autobús significaba llegar tarde porque tenía que desplazarme hasta la parada, esperar a que llegara el autobús y luego sufrir las interminables vueltas que daba en el campus de la USP, hasta llegar a mi facultad.

Después de algún tiempo, Joao Malheiros me prohibió que fuera en bicicleta a la facultad. Pero no lo hizo porque lo encontrara peligroso con el tráfico de Sao Paulo. Lejos de eso... ¡Me dijo que debía ir en autobús para hacer apostolado con los pasajeros! Y añadió: “no tiene importancia que llegues tarde”... No lo entendía. Llegar tarde implicaba para mí no vivir la virtud humana de la puntualidad en el trabajo profesional. Un trabajo profesional que, en mi caso, era el estudio. ¿Dónde quedaba lo de “santificar el trabajo profesional”, uno de los puntos centrales de la doctrina del Opus?

Comencé a vivir la costumbre del “día de guardia”, obligación semanal para los numerarios. En la víspera del “día de guardia”, el numerario tiene que dormir en el suelo. Yo no dormía nada a causa de la incomodidad y del frío. Encontraba contraproducente lo de dormir en el suelo porque, habiendo dormido mal, me moría de sueño al día siguiente. Eso significaba que ese día no era nada productivo, o sea, se contraponía a “santificar el trabajo profesional".

Quise hacer un curso de lengua extranjera. Joao no lo permitió. Yo no entendía por qué él, a media tarde, encendía la TV para “echar una miradita” a un partido de fútbol. Ver un partido de fútbol sí se podía pero estudiar una lengua extranjera, no. Y decían que el Opus se interesaba especialmente por los intelectuales... (y no tengo nada contra el fútbol).

Un día apareció en el centro un numerario de otro centro con una furgoneta. Me escogió a mí y a tres numerarios más y nos llevó a arrancar hierbas dañinas del jardín de Aroeira. Aroeira es una casa grande de retiros. Nos quedamos allí todo el día arrancando las hierbas. Con ingenuidad juvenil comenté con un numerario que debía de haber alguna manera de dormir menos para tener más tiempo para hacer las cosas y para rendir más... Y este numerario, que era mayor, me respondió: “¡pero si el único tiempo que tenemos para nosotros es cuando dormimos...!” Sin comentarios.

Crisis

El tiempo iba pasando y empecé a percibir cosas equivocadas en el centro.

Empecé a hablar con Joao de que tenía dudas sobre mi vocación. Yo le decía: “mi cabeza ya no está aquí”, “si me quedo aquí voy a terminar mal de la cabeza pero ya no creo en esto”, “¿cómo voy a hacer proselitismo si no creo en todo esto?”... Pasé a no estar de acuerdo con un montón de cosas. Pasé a no soportar las incongruencias y la hipocresía. Aquellas tonterías de las meditaciones, de los círculos, la “formación” como un todo,... “no descendían” sobre mí. Eran innumerables las contradicciones que ya no conseguía digerir.

Por ejemplo, por un lado decían que había que tener “iniciativas apostólicas” y, al mismo tiempo, que todo, absolutamente todo en materia de apostolado, tendría que hacerse de acuerdo con las detalladas instrucciones del director. Entonces pensaba para mí: ¿para qué tener iniciativas si el director mandará que se haga otra cosa?

Vi que era imposible ser natural, espontáneo, y que la falta de naturalidad y espontaneidad robaba todo el entusiasmo al hacer algo. Vi que, para hacer alguna cosa con gusto, con amor, -sobre todo las cosas relativas a Dios-, tenían que nacer de nuestra intimidad, tenían que nacer de una convicción personal. Tenía que nacer del área de nuestro ser intangible. Por lo tanto, ese actuar mecánico por simple indicación del director, significaba actuar despersonalizado. Eso puede tener cabida en instituciones humanas, pero no cuando se trata de algo relativo a Dios.

Vi que las personas del centro eran infelices. Y el colmo de la infelicidad lo veía en el sacerdote. De hecho, la insatisfacción y el descontento se reflejaban en su semblante. Yo no lo entendía...

Vi que muchos numerarios desaparecían misteriosamente, de un día para otro. Joao daba una disculpa inventada como “se ha ido porque está enfermo...”

Alguna vez, sin embargo, Joao admitía que algún numerario había abandonado el Opus. En ese caso decía de ese numerario: “no perseveró”, añadiendo a continuación: “las hojas secas se caen por sí solas”...

En resumen, yo me estaba empapando de las contradicciones e infelicidad de aquel ambiente.

El tema de la obediencia al director era intragable. Ya no aceptaba tener que llegar tarde a la facultad, no poder estudiar las horas que entendía que debía estudiar, tener que consultar cualquier cosa que se saliera de mi rutina de “robot”, con el director, etc.

La situación era especialmente delicada porque estaba el agravante de no poder hacer cualquier comentario crítico al respecto de cualquier aspecto de la institución, con los demás miembros y, menos aún, está claro, con los no miembros. Eso estaba prohibidísimo. En la “formación” enfatizaban que cualquier comentario crítico respecto a la Obra se tenía que hacer sólo con el director. Y en este caso, el director trataba de persuadir al miembro para que tuviera menos espíritu crítico.

Llegó el momento en el que me quedaba pensando todas esas cosas en la cama, antes de dormir. Me quedaba pensando, pensando y pensando. Pensaba tanto que llegué a pasar noches enteras sin dormir.

En ese periodo de mucha reflexión, redacté un documento que se podría titular como “Motivos por los que dejé la Obra”. En tres folios escribí, enumerando, algunas cosas que había pensado. Por ejemplo:

-¿Vocación? A mí Dios nunca me la manifestó de forma clara.

Fue una lástima que lo destruyera años después de haber dejado el Opus, en un momento en el que tuve algunos problemas psicológicos y no sabía aún cuál era la causa. La causa fue mi propia implicación en el Opus.

En relación a la salud física, recuerdo que, una tarde y a consecuencia de una gripe fuerte, me encontraba extremadamente débil y exhausto. Se lo dije al director pero no me autorizó a irme a la cama. Aún así, me fui a la cama porque, simplemente, no aguantaba más de pie.

Un día me desmayé en la bañera después de haberme bañado. Ya me había despertado medio sonámbulo por el cansancio físico y mental. Tambaleándome, me fuí hacia la puerta del inodoro y cerré la puerta. Mi visión se oscureció y me caí en el suelo de aquel cubículo. Después de un tiempo me recuperé y me levanté. Decidí no comentarlo con nadie.

Las conversaciones sobre la vocación con el director, se iban sucediendo. Llegó un momento en que le dije que me iba. Me pidió “que me quedara un poco más, que lo pensara mejor”... Y pasó cierto tiempo y yo, de nuevo: “me voy la semana que viene”. Y él: “deja pasar más tiempo”... No sé cuánto tiempo estuve en esa situación, calculo que unas 6 semanas.

Y entonces llegó el retiro para los numerarios. Cinco días en silencio, sólo oyendo aquellas meditaciones y aquellas charlas. ¡Amigo! Ese retiro me sirvió para confirmar que me tenía que ir cuanto antes.

En el retiro, cuando llegó el momento de la conversación con el sacerdote, le comenté mis dudas respecto a mi vocación y mis deseos de irme. Se mostró sorprendido y perplejo. Me preguntó: “¿tu director sabía eso cuando te dijo que vinieras al retiro?” Le dije: “sí, lo sabe, y por eso me pidió que viniera al retiro”... El sacerdote se quedó tan cortado que no quiso seguir conversando. Creo que esa era la defensa de aquel sacerdote: huir cuando el asunto era serio. ¿Un sacerdote que no sabe conversar sobre el tema de la vocación divina? ¿Qué cosa tan rara!

Después del retiro, volví al centro. Hablé con el director sobre lo visto en el retiro y que mi decisión era irme inmediatamente.

En ese momento yo tenía un encargo sobre el mantenimiento material del centro, muy a disgusto. El secretario del centro era el que venía a pedirme este tipo de encargos. Un día antes de marcharme, me pidió que hiciera otro, pero le contesté: “esta vez no lo podré hacer porque mañana me voy”. Él se fue en silencio. Hoy me doy cuenta de que esa multitud de encargos era una táctica para retenerme en la Obra por más tiempo y me impidieran pensar. Gracias a Dios, encontré tiempo, lucidez y serenidad para estar muy seguro del paso que iba a dar.

Llegó el dia que había establecido para irme. Salí en silencio, sin hablar con nadie, llevándome mis pocas pertenencias.

Hablando de pertenencias, algunos días después de haber dejado el centro, decidí deshacerme del cilicio y de las disciplinas. Tomé estos instrumentos de autoflagelación y los arrojé a un río.

Nunca me arrepentí de haberme ido del Opus. En los momentos de mayor tristeza o dificultades, nunca me he dicho a mí mismo: “es que nunca debería haber salido de la Obra”... En esos momentos he pensado otras cosas, como por ejemplo, que soy bastante suigéneris, pero nunca pensé en algo como “mi lugar era estar en el Opus Dei como numerario”. De hecho, cuando en sueños me veía de nuevo como numerario, al despertar decía: “Uff, qué bien que sólo ha sido un sueño!”

Consecuencias

A pesar de haber dejado de ser miembro de la institución, psicológicamente tenía una fuerte atadura con el Opus. Después de haber recibido toda aquella “formación” de los 10 a los 18 años, no sabía vivir de otra manera si no era basándome en las enseñanzas del Opus.

Las enseñanzas de la Obra estaban demasiado arraigadas en mi ser. Se habían impreso en mi mente, habían sido talladas con bastante profundidad.

Como resultado de mi implicación en el Opus y de la “formación” recibida, tuve problemas psicológicos, años despues de haber dejado de ser miembro de la institución.

Gracias a Dios, gracias a la ayuda de una excelente psicóloga y gracias a mi esfuerzo personal, conseguí vencer los problemas.

Al liberarme de la prisión mental que significa la "formación" recibida en el Opus, tuve la nítida sensación de haber nacido nuevamente. Todo para mí era novedad! Dios, las personas, las cosas del mundo... Pasé a ver todo eso con mis propios ojos, sin ningún filtro que deformara de alguna forma la realidad. Después de haber hecho un "viaje" muy extraño y auto-destructivo por el "mundo del Opus", yo estaba "aterrizando" de vuelta al planeta Tierra. Puede parecer que estoy exagerando, pero es muy en serio: en esta fase, hasta tomar un simple cafeé con galletas era algo que me dejaba exultante de alegría!


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