Los suicidios en el Opus Dei

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Por E.B.E., 19.09.2012


«Hay que pedirle al Señor que nos mande
la muerte antes que no perseverar»
(Escrivá, “Meditaciones”, V, pág. 404)

Este consejo de Escrivá, de “desear la muerte” antes que abandonar el Opus Dei, ¿puede provocar pensamientos suicidas, en quienes tengan una salud psicológica delicada? Tal vez no, siempre y cuando se permanezca dentro del Opus Dei (no sin una gran angustia). Pues, fijémonos que se persevera dentro del Opus Dei porque de lo contrario Dios mandará la muerte (y habrá que considerarla “un acto de misericordia”, una “gracia de Dios”). ¡Qué motivaciones ocultas más sorprendentes! ¿Por qué se permanece en el Opus Dei? Al menos, una de las razones más importantes es que afuera está la muerte...

Ahora bien: si Dios “no escuchara” la petición –pues la muerte hay que pedirla- y “no enviara la muerte” y se abandonara el Opus Dei, podría suceder que, en esas condiciones psicológicas delicadas, alguien se infligiera el auto-castigo a posteriori: al no “perseverar”, creyera que se merece “la muerte”. Es lo mismo que decía Escrivá: el orden de los factores no altera el producto.

¿Escrivá tuvo en cuenta esta posibilidad? Da la impresión que no. Da la impresión de que Escrivá no se daba cuenta de lo que decía ni de sus consecuencias, posiblemente a causa de centrar todo en su figura y en su organización. Es muy probable que su egocentrismo le hiciera perder la cordura y afirmar cosas como: «Si no pasáis por mi cabeza, si no pasáis por mi corazón, habéis equivocado el camino, no tenéis a Cristo» (“Meditaciones” IV, p. 354). ¿Quién puede creer semejante disparate? Es posible creerlo, si se padece un intenso adoctrinamiento, como el que imparte el Opus Dei.




Tengamos en cuenta esto: durante años se les machaca a los miembros del Opus Dei –especialmente los célibes- que “afuera está la muerte” y que es “deseable morir” antes que “no perseverar”. La presión psicológica que ello significa –para quien cree con la fuerza que exige el Opus Dei- es muy aguda, por no calificarla de siniestra.

La fe que el Opus Dei exige es extrema (de entrega total) y, desde esa fe extrema, se ordena creer en enunciados disparatados (como los citados en este escrito). Sin esa fe, esos enunciados causan gracia, pues son ridículos. Pero desde la fe extrema, se los toma tan en serio que llegan a causar daño. Esto es inexcusable, y el Opus Dei es responsable.

Pensemos que, para una persona con salud psicológica delicada, difícilmente dicha presión no signifique un atentado contra su vida. Ya de por sí, pedir la muerte -estando dentro del Opus Dei-, es algo traumático, por no decir una petición demencial: por eso, habrá que pedir la muerte con una fuerza tan terrible como la misma resistencia natural, pues se trata de un deseo que va contra el más básico instinto de supervivencia. Lo que aconseja Escrivá es un desquicio (y también una muestra de abierto fanatismo).

Escrivá considera que irse del Opus Dei es un horrendo crimen, en razón del cual es lícito pedir a Dios la muerte.

¿Acaso Elías no pidió la muerte para sí mismo (1Reyes, 19,4)? Sí, así fue, pero digamos que fue un escenario completamente distinto, o al revés de lo que propone la teología de Escrivá. Elías podría muy bien ser un estímulo para los miembros del Opus Dei: pedir la muerte para de una buena vez abandonar el Opus Dei, por no aguantarlo más. En las antípodas de Escrivá. Y no es raro que más de uno esté haciendo esa oración en su soledad, porque no ve la forma de librarse del Opus Dei.




Sigamos analizando el consejo de Escrivá.

Si la muerte no llegara “a tiempo”, si Dios no se dignara “escuchar la oración” del penitente (que pide por su muerte como si se tratar de su vida), vivir significaría “la perdición”. Exacto: vivir “no habiendo perseverado”, significaría un castigo peor que el de haber muerto (de hecho, la muerte habría sido “un alivio” y “un acto de misericordia” por parte de Dios, según la teología de Escrivá). Dios habría decidido “no salvar” al penitente mediante la muerte, y así entonces, la vida se transformaría en un tormento. Sobrevivir a la muerte, lejos de ser una alegría, sería un signo de condenación anticipada.

Recordemos las profecías del fundador:

«Si te sales de la barca [del Opus Dei], caerás entre las olas del mar, irás a la muerte, perecerás anegado en el océano, y dejarás de estar con Cristo» (Escrivá, “Vivir para la Gloria de Dios”).
«Si alguien se descaminara, le quedaría un remordimiento tremendo: sería un desgraciado. Hasta esas cosas que dan a la gente una relativa felicidad, en una persona que abandona su vocación se hacen amargas como la hiel, agrias como el vinagre, repugnantes como el rejalgar» (Escrivá, “Meditaciones” III, pág. 389).

Por lo cual, ¿qué tan difícil es pensar en el suicidio, en esas circunstancias de salud deteriorada? Si vivir no habiendo perseverado es peor que la muerte, ¿no será la muerte misma “la solución” a semejante vida desgraciada? Si, anteriormente, la muerte hubiera sido “la salvación” enviada por Dios, evitando “el descarrío”, y Dios no la ha enviado, permitiendo “el descamino”, y en definitiva, “la perdición”: ¿no será la muerte, señal entonces, de “un merecido castigo”, y al mismo tiempo, “un alivio” a semejante vida desgraciada? Si total, ya está todo perdido…




El Opus Dei es un tormento. Ya sea para los que viven dentro por temor a la muerte, como los que viven fuera creyendo que se han condenado (salvo que se tenga la gracia de perder la fe en el Opus Dei y en su fundador, lo cual no se consigue fácilmente).

Escrivá es recurrente con el tema de la muerte, de manera alarmante (hasta aconseja “matarse” por el proselitismo; y no lo dice en sentido “metafórico”: la presión de los directores es angustiante). La muerte es una gran aliada estratégica para el Opus Dei. Escrivá es un profeta de la muerte, que la proclama y la predica como medio de salvación y también como castigo. Sirve para todo.




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