La segunda contra reforma: el Opus Dei

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Autor: Jorge Bedregal La Vera


Introducción

Todos los científicos sociales, tarde o temprano, nos referimos de alguna manera al Opus Dei. Ya sea por lo vistoso que resulta la elección a las máximas prelaturas peruanas, Arequipa y Lima de connotados miembros de tal organización, o por el laberinto de pasiones que ha desencadenado en la prestigiosa Universidad Católica de Lima, la decisión del Arzobispo capitalino de hacer uso de sus prerrogativas para intervenir en el desarrollo académico y administrativo de tan importante centro de estudios. Desde la cancelación de la puesta en escena de la obra teatral “Galileo Galilei” por considerarla anticlerical, o las amenazas, cada vez menos encubiertas, a docentes que han cometido el “pecado” de divorciarse o de tener preferencias sexuales consideradas anormales en la obtusa mente de ciertos moralistas[1], la presencia del Opus Dei en el ámbito académico ha trascendido el carácter doméstico de ciertos problemas.

A pesar de que estos hechos han puesto de “moda” el tema del Opus Dei y sus implicancias, existe una gran desinformación generalizada al respecto del origen y desarrollo de tal institución. Salvar este escollo es una de las principales motivaciones del presente artículo que, esperamos, desate polémica y diálogo académicos. Para la elaboración del presente trabajo, consultamos una serie de obras publicadas por la misma organización en cuestión, amén de una serie de artículos de diferentes fuentes y posturas. A nuestras manos llegaron incluso, algunos documentos considerados reservados para los miembros plenos de la Obra, así como algunos documentos publicados por ex miembros de Opus Dei renegando de sus anteriores preferencias religiosas, que serán analizados en un posterior trabajo. De igual manera, a través del correo electrónico, iniciamos una interesante polémica académica personal con algunos detractores y defensores del Opus en todo el mundo, lo que sí se ve reflejado en la redacción del presente artículo.

Existe la sensación que la organización a la que pertenecen ambos clérigos, y que tiene entre sus miembros a connotados políticos como Martha Chávez o Rafael Rey, está creciendo de manera sensible y está tomando puestos claves de la política y de la vida académica de nuestro país. De igual manera, encontramos una suerte de certeza respecto al profundo conservadurismo de dicha organización. Sin embargo, lo cierto es que hay un gran desconocimiento de los principios y objetivos, de las características y de la historia en su conjunto del Opus Dei. Este desconocimiento es especialmente peligroso en nuestro país, donde esta organización cuenta, no sólo con dos de los cargos más importantes del clero del país, sino también porque en el territorio nacional se encuentra una de las cuatro universidades dirigidas por el Opus Dei a nivel mundial, la Universidad de Piura[2].

El presente artículo pretende acercar al lector a la historia de esta organización. Partimos de la hipótesis de que la fundación y el desarrollo del Opus en el mundo católico, tiene las mismas características (salvando las distancias temporales y geográficas) que motivaron ese profundo cambio que implicó la Contra reforma en la historia de la humanidad en el siglo XVI. Por lo tanto, no sería descabellado afirmar que la fundación del Opus Dei es el hecho más importante de la historia católica contemporánea desde el concilio de Trento y responde a la necesidad de una profunda reestructuración de la Iglesia Católica para enfrentar una crisis que, al parecer, estaba mellando profundamente las bases de una de las instituciones más inmanentes de nuestra historia.

Por lo tanto, así como Ignacio de Loyola se hizo cargo de manera protagónica y decisiva de la defensa de la fe cristiana y de la jerarquía romana y convirtiera a su organización, en uno de los organismos más vitales e influyentes de la Europa de su tiempo; Escrivá de Balaguer emprendió una cruzada en pos de la recuperación de la importancia de la Iglesia Católica en el mundo a través de una suerte de “recristianización” (si se permite el término), buscando la recuperación de las tradiciones católicas mediante la reafirmación de los dogmas en un marco de profundo respeto a las jerarquías y a sus ordenanzas provenientes de Roma.

Estos elementos sumados, darán al Opus Dei ese tufillo conservador (que a veces se convierte en un verdadero tinte indeleble que marca sus acciones) que es uno de los principales motivos de crítica en su contra, amén de que ha hecho estallar una verdadera discusión acerca de si dicha organización responde a las características de secta religiosa o no, por parte de apologistas y contrarios en el mundo académico.

Es cierto que en la actualidad no existe ningún cisma evidente al interior de la religión católica ni de su Iglesia, como sí lo hubo en la Europa del siglo XVI. Sin embargo, todos los historiadores, incluso los apologistas del Vaticano, coinciden en que entre las condiciones para el estallido del luteranismo y la Reforma como tal, mucha importancia tuvieron el relajamiento de la disciplina católica y la desmedida ambición de poder y riqueza por parte del papado. En el presente, es más que evidente que la fe católica ha perdido en algo su capacidad de gestión política y, por ende, su capacidad de negociación con el poder establecido.

En los países del orbe católico, resulta patológica la indiferencia con que muchos de los fieles reciben las ordenanzas provenientes de Roma. Si bien se cumple con los ritos y se consideran católicos en todo el sentido de la palabra (aunque más de un científico social tratará de buscar elementos culturales en esta relación creyente – iglesia) los fieles de a pie mantienen una relación sui generis con su institución religiosa. Resulta asombrosamente democrática esta relación para un gran número de cristianos, si la comparamos con la relación que tienen las mayorías musulmanas, judías o protestantes con sus jerarquías, donde el puritanismo y el fundamentalismo tienen un importante lugar en tal relación.

Un ejemplo claro de lo dicho, puede ser la encuesta realizada por nuestra universidad en Arequipa con motivo de la Conferencia Mundial de Población realizada en El Cairo. Un alto porcentaje de arequipeños (aproximadamente un 85%) se declararon católicos practicantes, sin embargo sólo un 30% de ellos estaba de acuerdo con la utilización de los métodos anticonceptivos recomendados por la Iglesia. El resto entendía su capacidad de decisión y discriminación personales como suficientes para la elección del método de control natal de su preferencia, sin que esto implicara una sensación pecaminosa o complicara sus relaciones personales con la Iglesia. Gracias a este tipo de indicadores, creemos que el Opus Dei deviene en una especie de contrarreforma sin reforma, es decir, una reestructuración profunda de la iglesia católica con el objetivo fundamental de evitar el paulatino desmoronamiento de su influencia política en nuestra sociedad y la recuperación de la disciplina católica buscando contar con fieles no sólo practicantes, sino militantes en una suerte de cruzada contemporánea.

La primera contra reforma

A inicios del siglo XVI, el mundo había cambiado de manera irreversible para el europeo común y corriente. A las noticias del hallazgo de un nuevo continente allende el Atlántico (lo que ampliaba de manera espectacular la cosmovisión y la sensación de espacio a la vez que las distancias hacia la mítica tierra de las especies del Asia se acortaban al conocer la ruta seguida por los descubridores portugueses), se le añadía una exacerbación radical de la política y las intrincadas relaciones de poder entre los innumerables señores feudales, que llevaban una guerra brutal entre sí por tierras, colonias y dominios. Si a esto le sumamos el cambio paulatino y seguro de las relaciones económicas que implicaban el paso de una economía rural y de subsistencia en un marco servil, a una basada en el desarrollo social y político de la ciudad, en el intercambio monetario y en la existencia de mercado; nos percatamos con facilidad que el mundo europeo estaba sufriendo una verdadera revolución en todos los sentidos.

En este marco de cambio total, las instituciones que habían sostenido el aparato feudal tenían que ser protagonistas también de una suerte de reestructuración o de su propia desaparición si las características de su inercia así lo definían. La Iglesia Católica, magnífico ejemplo de perdurabilidad en la historia (más no único ni más antiguo), también tenía que pasar, indefectiblemente, por un proceso de cambio y reestructuración.

En la intrincada red de relaciones políticas en la Europa de inicios de siglo, la Roma católica jugaba un rol muy especial. Prácticamente no existía una sucesión real, una guerra entre soberanos o Estados o una simple controversia internacional donde la Iglesia no tuviera alguna participación. Por el simple hecho de estar inserta tan profundamente en todas las esferas sociales, desde la de gobierno hasta la doméstica y por gozar de un poderío económico e ideológico impresionantes, la Iglesia se había convertido en el principal ariete y escudo del régimen feudal.

Cuando las formas de hacer política cambian de manera irremediable a partir de la ruptura de viejos y obsoletos órdenes económicos y sociales, la Iglesia católica sufrirá a su vez también de estos cambios. El primer golpe que resentirá los cimientos de la institución más fuerte de su tiempo, será la rebeldía de un monje alemán renegado de la Iglesia que sentará su denuncia contra una de las prácticas más comunes de ese tiempo: la venta de indulgencias.

La indulgencia es una práctica católica que implica el perdón parcial o total ante Dios del castigo temporal por algún pecado cometido. La lógica cristiana decía que las culpas por los pecados cometidos debían ser en parte, o totalmente pagadas en este mundo y no esperar su redención en la otra vida. Antiguamente, las obras de expiación de estos pecados consistían en ayunos más o menos prolongados, en peregrinaciones (de ahí la importancia que tuvo y tiene Santiago de Compostela en España), flagelaciones u otros castigos. Sin embargo, las autoridades eclesiásticas fueron substituyendo estas prácticas por las de oraciones o limosnas, llegando incluso a dar la oportunidad de redención por períodos mayores de tiempo y por penas más severas. Quiere decir, que se perdonaba por adelantado no sólo los pecados cometidos, sino también los por cometer.

Hacia inicios del siglo XVI el papado emprendió la reconstrucción de la basilica de San Pedro, que luego sería sede del trono papal. Esta reconstrucción demandó ingentes cantidades de dinero que los prelados de toda Europa se apresuraron en conseguir a través de la venta de indulgencias a tirios y troyanos. La misma Iglesia ha reconocido los abusos que esta práctica trajo consigo. A esto se aúno la práctica común de venta de reliquias religiosas, que provocó una verdadera fiebre entre los señores feudales por poseer las reliquias más santas para así poder emprender con más justificación las innumerables guerras entre ellos en el período descrito. Hasta hace relativamente poco tiempo, en muchas iglesias europeas se seguían promocionando los tesoros que éstas guardaban para el culto por parte de los fieles. Personalmente hemos visto más de una decena de clavos “legítimos” provenientes de la cruz de Cristo, así como toneladas de astillas, que juntas harían varias decenas de cruces. Amén de algunos litros de sangre, cráneos y huesos varios de los santos más connotados de la época.

Martín Lutero se pronunció contra la práctica de venta de indulgencias por parte del papado mediante la redacción de 95 tesis, que, según cuenta la tradición, clavó por propia mano en la catedral de Wittemberg en 1517. Este pronunciamiento causó una verdadera conmoción en el centro europeo. Dio la oportunidad de oro a varios señores feudales de desembarazarse de la gran competencia ejercida contra ellos por la iglesia, como la mayor propietaria de tierras en toda Europa, y por ello muchos se apresuraron a abrazar la protesta de Lutero convirtiendo una mera discusión teológica en una verdadera guerra campesina que duraría varios años, ocasionaría miles de muertos en toda Europa y al final, ocasionaría la ruptura de la monolítica presencia política de Roma en el continente y la pérdida por parte del mundo católico de gran parte del territorio antes dominado. Una parte importante de Alemania, parte de los Países Bajos, Suiza, Eslovaquia e Inglaterra se separaron de la égida romano – cristiana y abrazaron el protestantismo y sus variantes.

No es casual encontrar que las regiones en las cuales el protestantismo avanzó de manera definitiva, fueran las de mayor desarrollo capitalista; así como no es casual que las regiones o países que permanecieron del lado de Roma (España, los reinos italianos, Francia, Flandes) fueran en los que aún se mantenían los viejos órdenes feudales. La ética protestante, que tan bien definiera Max Weber, resultó en arma de poder impresionante en manos de comerciantes y dueños de maestranzas, además de los nuevos políticos urbanos que rompían con el mundo feudal.

Evidentemente, la más afectada en todo esto resultó la Iglesia Católica, la cual debió tomar medidas urgentes para poder recuperar parte del terreno perdido, así como para afianzar sus estructuras de poder e impedir el avance en el resto del mundo. A estas medidas, en su conjunto, se les define como el proceso de Contra Reforma.

Roma va a emprender una serie de tareas para lograr aminorar el efecto que produjo la arremetida protestante, llegando a desempolvar antiguas instituciones eclesiásticas con el fin de perseguir la nueva herejía protestante; nos referimos específicamente al Tribunal de la Santa Inquisición, que no hizo sino involucrar a prácticamente todos los cristianos en la lucha militante (y en algunos casos sangrienta) en contra de los seguidores del protestantismo y del judaísmo, que eran considerados los principales enemigos del cristianismo en ese tiempo . El Concilio de Trento (entre 1545 y 1563) fue el punto central de este proceso. En este Concilio, los jesuitas tendrían un papel protagónico.

Fue el propio Martín Lutero el que propusiera la celebración de un concilio para resolver la polémica surgida, luego que el concilio de Letrán cesara sin lograr ningún pronunciamiento al respecto. Al parecer, el Papa Clemente VII temía sobremanera que se impusiera la idea de la supremacía del concilio sobre el papado lo que mermaría su poder político. Sin embargo, las condiciones de avance del protestantismo y las presiones políticas de varios monarcas afectos a Roma, que veían en el desarrollo de las ideas luteranas en Europa, no sólo una amenaza cierta a sus creencias, sino también una verdadera espada de Damocles que pendía sobre todas sus aspiraciones hegemónicas; hicieron que el Papa Paulo III, que fuera elegido con la promesa de realizar el tan esperado concilio, convocara a una asamblea de los obispos y principales dirigentes de la Iglesia Católica.

La ciudad elegida para tan magno evento fue la ciudad de Trento, al norte de Italia. Esta elección no resulta casual, ya que dicho poblado ocupaba un lugar muy estratégico en las rutas de comercio entre la península itálica y el resto de Europa, especialmente la parte central, que en esos momentos se encontraba atravesada por los conflictos religiosos. Por otra parte, por la misma situación estratégica de Trento y por haber atravesado a lo largo de su historia por varias conquistas de diverso tipo y procedencia, desde el siglo XVI era gobernada por el Obispo de la ciudad. Esto daba a la reunión una connotación interesante al tener la garantía de que las noticias de sus sesiones iban a llegar rápidamente a los territorios del centro europeo.

Por diferentes conflictos, el Concilio de Trento no fue continuo, más bien tuvo que realizarse en tres etapas sucesivas. A pesar que en un inicio la convocatoria fue más bien débil y la asamblea tenía pocos representantes, paulatinamente se fue incorporando a las sesiones un número cada vez mayor de obispos. La discusión, en las primeras reuniones, se centró principalmente en los conflictos que provocaban las propuestas luteranas. En este proceso se reafirmaron muchos de los dogmas que aún siguen vigentes entre los católicos y, lo más importante, la autoridad del Papa y la jerarquía eclesiástica se acrecentó. A pesar de que no hubieron reformas importantes en lo que a dogma se refiere (a pesar de la ambición de algunos representantes que no podían disimular su filo-protestantismo, y de aquellos que decididamente apoyaban una suerte de “modernización católica”) sí hubieron cambios en cuanto a métodos y formas de proselitismo se refiere.

Es en este contexto que cobran especial relevancia los Jesuitas. La Compañía de Jesús es un instituto religioso de clérigos regulares de la Iglesia Católica. Fue fundada por un iluminado vasco en 1534, Ignacio de Loyola y reconocida oficialmente por el Papa Pablo III en 1540. Su objetivo fue el la difusión de la fe católica mediante la predicación y la educación. Desde los primeros años de existencia de la orden, la educación ha sido una de sus principales actividades. Por eso no es casual que los jesuitas y sus institutos tengan una bien ganada fama académica.

Íñigo de Óñez y Loyola, más conocido por Ignacio de Loyola, nació en Azpeitía, provincia vasca de Guipúzcoa en 1491. Clásico personaje de su tiempo, que combinaba su educación noble con la milicia a órdenes de los principales señores feudales, participó en la guerra que llevó a cabo Carlos V en contra de las comunas castellanas que, cansadas de las exacciones de los funcionarios y de la Inquisición, luego de la muerte de Isabel y del reinado de Fernando el Católico, se levantaron en armas y lograron poner en jaque varias ciudades importantes de la península. En estas batallas fue herido gravemente en una pierna, lo que lo invalidó en su carrera militar. Hombre de profundas convicciones religiosas, pero de innegable espíritu militar, decidió mezclar ambas aptitudes y creó una organización de características castrenses (de ahí el nombre de “Compañía”, en clara alusión a una división militar), empeñada en la defensa de la fe católica y de su jerarquía. Ignacio de Loyola se convirtió en el primer general de la Orden, luego que recibiera la autorización del Papa de hacer proselitismo.

Parecería sorprendente que, apenas reconocida la Orden, ésta recibiera tantos derechos juntos, ya que por la bula Mare Magnum, la Compañía de Jesús fue declarada exenta de jurisdicción episcopal y de tributación. Mientras en algunos países católicos, como Francia y España, funcionaba el Real Patronato, que obligaba a los miembros de todas las órdenes religiosas a reconocer la autoridad previa del Rey ante la del Papa, los jesuitas sólo respondían ante la máxima autoridad eclesiástica, convirtiéndose así en poderosas armas de infiltración, tanto en los países mencionados, como en sus colonias.

Por otra parte, los jesuitas tenían varias ventajas en contraposición a los sacerdotes de otras órdenes religiosas. En primer lugar, no tenían conventos de reclusión, por lo tanto, medraban en sociedad, ocupando incluso importantes cargos políticos. Es rápido prestigio alcanzado por la orden, se vio reflejado también en el considerable y creciente poder económico que iba adquiriendo en base a donaciones y herencias, algunas voluntarias y otras no tanto, que los miembros de los círculos de poder realizaban en su favor. Por otra parte y por principio, los jesuitas se convirtieron en una de las principales armas del papado en contra del avance protestante, a la vez que intervinieron radicalmente en la política doméstica e internacional de la época, como una organización sólida, muy cohesionada y coherente con sus principios de defensa irrestricta de las políticas emanadas de Roma.

Desde su fundación, la orden se ha caracterizado por la importancia dada a la educación. Este interés se manifiesta no sólo en la participación de los jesuitas en la organización y gestión de diversos colegios y universidades en todo el mundo, sino también a través de la preparación exhaustiva y permanente de sus miembros. La preparación de una persona para alcanzar el grado de sacerdote resulta mucho más larga y sacrificada (académicamente hablando) que la de otras órdenes religiosas. A la preparación teológica propiamente dicha, se le añade una sustancial preparación en matemáticas, ciencias físicas y filosofía.

Si bien el tiempo que media entre la celebración del Concilio de Trento hasta bien entrado el siglo XX fue llamado por algunos apologistas como la “Era Trentina” de la Iglesia católica, haciendo alusión al innegable desarrollo de la institución eclesiástica; nosotros no nos atreveríamos a pecar de tal ligereza. Somos conscientes de la importancia que jugó dicha asamblea en el proceso histórico de la Iglesia, pero consideramos que fueron varios factores más los que, sumados, darían la configuración actual de la Iglesia Católica Apostólica y Romana. En los que sí estamos claros es que hablar de la Iglesia Católica es hablar de una de las organizaciones más importantes de nuestra historia occidental, que ha marcado profundamente nuestra propia formación de cultura y que es un referente muy importante cuando tratamos de reconstruir el pasado. La Contra reforma constituye entonces, un verdadero hito en la historia moderna de la humanidad, ya que demuestra esa tremenda capacidad de adaptación de la Iglesia a los cambios políticos, sociales y económicos de la sociedad, que ha hecho que su organización sea continua e inmanente a lo largo de muchos siglos.

Según lo que proponemos entonces, la formación y avance del Opus Dei constituye en realidad un momento similar en este proceso de adaptación de la Iglesia y trata de recuperar un terreno aparentemente perdido, ad portas de un nuevo milenio.

La segunda contra reforma

Hacia la segunda década del presente siglo, las cosas se presentaban más bien oscuras para el mundo europeo en general. Luego del enfrentamiento bélico que marcaría de manera indeleble a la humanidad en su conjunto, siguieron algunos años de falaz bonanza. A la muerte, destrucción y hambre que los europeos vieron con terror, siguieron los “dorados años veinte” que en realidad acabaron antes de la década, ya que la conflagración mundial en la que intervinieron casi todos los estados del orbe occidental desarrollado, no solucionó los principales conflictos que desencadenaron la guerra.

Está extendida entre los historiadores contemporáneos la idea de que la Segunda Guerra Mundial no arranca con la invasión de Polonia por los nazis, sino que en realidad se inicia justamente allí donde se culminó con la Primera Guerra; es decir con la firma del tratado de paz que obligaba a Alemania a duras reparaciones de guerra, exacerbando de esta manera las contradicciones que estallarían luego, con más fuerza y crueldad, involucrando a millones de personas en un fárrago de odio, intolerancia, muerte y destrucción.

El mundo, después de la Guerra Mundial (hasta 1939 se le llamó así, luego recibiría el apellido de Primera), cambió de manera radical. El mapa político se complicó sobremanera al aparecer una serie de estados nacionales nuevos y, lo más importante, consolidó la presencia de un país que pasó de ser uno de los más pobres y atrasados del mundo a uno de los polos de desarrollo, siguiendo esta vez, cauces diferentes al “normal” desarrollo capitalista. Nos referimos específicamente a la Rusia Soviética, que amenazaba al mundo capitalista no sólo por su innegable y creciente potencial económico, sino por su organizada influencia política entre los sindicatos de trabajadores y partidos políticos radicales. No es exagerado afirmar que, como describiera Neruda, la amenaza “roja” fuera más que tangible a las cúpulas dominantes del resto de Europa, “como un tremendo cangrejo que cierne sus pinzas de liberación sobre el continente”, (Neruda 1974:236).[3]

Todas las tiendas políticas tuvieron que diseñar nuevas formas de propaganda y proselitismo, ya que las ideas marxistas encontraron un caldo de cultivo bastante fértil entre los trabajadores que se habían dado cuenta de las tácticas chovinistas con que fueron empujados a un conflicto que benefició sólo a aquellos que mantenían ingentes intereses económicos, relacionados con las finanzas y las industrias bélicas. Los partidos socialistas y comunistas, influenciados, y algunas veces, dirigidos y financiados desde Moscú, crecieron en importancia en prácticamente todos los países del mundo, no sólo de occidente, hasta convertirlos en interlocutores con poder de negociación. Si a este panorama le añadimos que las contradicciones propias del sistema económico capitalista, no resueltas de ninguna manera con la conflagración mundial, están en un franco proceso de estallido, veremos que el panorama político, tanto como el social y el económico, se encontraba al borde de una crisis, la mayor que el ser humano conociera en su historia[4].

Si bien España no participó directamente en la guerra, su economía se vio seriamente afectada al reducirse los mercados exteriores producto de la guerra y, fundamentalmente por el atraso evidente de sus fuerzas productivas, lo que caldeó de manera irreversible el ambiente político español. En este contexto, las fuerzas políticas radicales como los anarquistas, los socialistas y los comunistas, iniciaron un ascenso sin precedentes entre las capas urbano – campesinas pobres de España, al respecto del advenimiento del Estado liberal Ortega y Gasset escribió:

"Las fuerzas sociales cuyo desarrollo había roto el dique del viejo Estado buscando ciegamente un nuevo equilibrio político, eran principalmente: un proletariado industrial de alta formación y con un elevado nivel de vida; un campesinado de formación tradicionalista y actitud conservadora en las regiones de pequeña propiedad rural, y un campesinado inculto y rebelde, oprimido por la miseria última, en las zonas de latifundio; una burguesía empresaria fuerte, en determinadas regiones; una clase de grandes propietarios rurales absentistas, con mentalidad semifeudal; una clase media rentista, comercial y pequeña burguesía, de orientación conservadora v clerical en todo el país; y en fin, los grupos institucionales: ejército, policía, burocracia e Iglesia." (Ortega y Gasset, en: Rama 1962:105)

Como vemos, las condiciones de España hacia finales de los años veinte eran por demás explosivas. Demás está decir que la Iglesia se encontraba muy preocupada del avance de los sectores políticos radicales que podrían amenazar el statu quo reinante, semifeudal y anacrónico que era el que le permitía mantener niveles de poder inéditos en el resto de Europa.

Más grave aún para la alta jerarquía eclesiástica resultaba la aparición de ideólogos y pensadores que trataron de compatibilizar las ideas socialistas emanadas de la revolución rusa, con la filosofía cristiana, buscando captar a las masas trabajadoras educadas bajo un marco cultural católico y que eran las más proclives a entender el mensaje marxista (Touchard 1994: 645-646). Es en este contexto que se origina el Opus Dei, institución polémica desde sus inicios y que recibiría a lo largo de su historia la mayor cantidad de epítetos que cualquier otra institución eclesial contemporánea.

El Opus Dei[5], (cuyo nombre completo es Prelatura de la Santa Cruz y del Opus Dei) fue fundado en 1928 por Josemaría Julián Mariano Escrivá de Balaguer y Albás. Tras tan extenso y aparentemente rimbombante nombre, se escondía un humilde y joven sacerdote, nacido en Barbastro, Huesca (España) en 1902.

Huesca no es una de las zonas más prósperas de España, mucho menos a inicios del presente siglo. Sin embargo podríamos decir que Escrivá de Balaguer nació en un ambiente favorecido comparado con la abrumadora mayoría de sus paisanos, ya que su padre lograba mantener una familia relativamente grande (a pesar de haber perdido tres niñas por diversas enfermedades) con cierta solvencia, a partir de un negocio de telas y una pequeña fábrica de chocolates. Sin embargo, luego de una quiebra en los negocios familiares, la familia entera debió migrar a Logroño.

Fue precisamente en esta ciudad donde Josemaría Escrivá decidió su vocación sacerdotal. Él mismo contaría después los eventos que lo empujarían por ese camino. Resulta que, apenas cumplidos los 16 años y siendo un joven absolutamente normal, recibió el impacto de encontrar marcadas sobre la nieve, las huellas de unos pies descalzos de un sacerdote carmelita. Este hecho impresionó de tal manera su adolescencia, que no pasaría mucho tiempo antes de tomar la decisión de convertirse en sacerdote.

Es necesario anotar, y como lo veremos a lo largo de este trabajo, la íntima relación que guardan ciertos hechos como “visiones” que Escrivá tendría a lo largo de su vida y que se manifestarían en el proceso mismo de la “Obra”. El simbolismo de las huellas sobre la nieve temprana en una callejuela empedrada en un pueblito perdido en la España de inicios de siglo tiene muchísima mayor importancia que lo que nosotros, generaciones de otros iconos y mensajes, suponemos.

Así, en 1920 ingresa al seminario de San Francisco de Paula. Aún en el seminario, inicia estudios de Derecho aunque nunca alcanzó a titularse. Fue ordenado sacerdote en 1925 y se radica en Madrid con la intención de obtener su grado académico en leyes. Es en estas circunstancias que, estando en un retiro espiritual en un convento paulista y escuchando las campanas del mismo, Escrivá “vio” el Opus Dei “..tal como el señor quería que fuese” (Helming 1987:18). Decimos “vio” entre comillas, porque así lo relataría luego él mismo en sus escritos. Algo así como una imagen mental muy clara con la que, según Escrivá, recibió el mensaje divino de la formación del Opus. Al respecto Escrivá diría:

“Hoy hace tres años – escribió el 2 de octubre de 1931- que en el Convento de los Paúles, recopilé con alguna unidad, las notas sueltas que hasta entonces venía tomando; desde aquel día el borrico sarnoso (sic)[6] se dio cuenta de la hermosa y pesada carga que el Señor, en su bondad inexplicable, había puesto sobre sus espaldas. Ese día el Señor fundó su Obra: desde entonces comencé a tratar almas de seglares, estudiantes o no, pero jóvenes. Y a formar grupos. Y a rezar y a hacer rezar. Y a sufrir… recibí la iluminación sobre toda la Obra, mientras leía aquellos papeles. Conmovido me arrodillé –estaba solo en mi cuarto, entre plática y plática- di gracias al Señor y recuerdo con emoción el tocar de las campanas de la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles[7]” (en VV.AA. 1992:28-29)

Sus primeros “clientes” fueron estudiantes universitarios como él, conmovidos profundamente por el espíritu carismático y convencido del fundador, el cual proponía una asociación semi mística que encajaba perfectamente con el clima religioso de la España que recién bostezaba despertando en sus sábanas medievales. A través del convencimiento y con la excusa de la ansiada perfección tan mentada en el catolicismo, poco a poco fue integrando una serie de jóvenes, quienes se reunían no sólo en fervientes sesiones de oración, sino también en actividades para el mejoramiento del desempeño académico de los mismos. Su idea era crear “hombres nuevos” para perpetuar la cristiandad. Los apologistas hablan del importante papel que debía tener, según la “visión” divina que recibiera Escrivá, al tratar de resolver un largo desequilibrio: “…Me refiero a los que pensaban que se encuentra mejor a Dios al margen del trabajo y de la familia, como si Él no estuviera en la entraña de este mundo…” (Helming 1987:6).

En la cita se puede leer un crítica velada a la forma añosa cómo el cristianismo había separado la formación de cristianos: por un lado los tonsurados, envueltos en halos de misterio y clausura y por otro, una población ansiosa (por lo menos en la lógica del fundador) de prestarse a similares disciplinas que los primeros, pero que no podían dejar el mundo del trabajo y la familia. Esto deviene en una propuesta novedosa, al no diferenciar entre la disciplina católica obligatoria, entre sacerdotes y fieles. Escrivá trataba de incluir a un número cada vez mayor de católicos militantes, y con ciertas ventajas, especialmente su cercanía a los círculos de poder político y económico, y su sólida preparación profesional, como lo veremos más adelante.

Es más, Escrivá afirmaba que se acercaba la necrosis del cristianismo si no se hace la extensión de la “locura” divina de la obra. Con esta visión apocalíptica, convenció a muchos jóvenes educados bajo una cultura sólidamente cristiana, que veían en el avance del liberalismo en su país una seria amenaza al orden mental constituido durante siglos. Para poder enfrentarse a esto, sin salirse de los cánones papales, Escrivá le dará a su fundación una característica refrescante, ante la cerrazón medieval católica española de su tiempo, otorgándole una gran importancia al trabajo personal. De esta manera conquistaba para la causa vaticana a aquel sector que podía caer más fácilmente en las atractivas redes del liberalismo, los profesionales liberales. Por esto no es casual el nombre de la academia primigenia del Opus: Academia Derecho y Arquitectura[8].

Cayendo en el plano de la especulación, se podría afirmar en que esta “santificación del trabajo” (Fuenmayor y otros 1989:39-40) late una similitud importante con el pensamiento protestante que implementó, al decir de Weber, una verdadera “ética” protestante. Si recordamos, especialmente el ideario de Jean Calvino, nos encontramos que postulaba que cada hombre, esté donde esté, o haga lo que haga, debe sentirse un “elegido”, es decir, debe cumplir a la perfección las tareas que lo sostienen, léase trabajo, porque ese también es un camino hacia esa perfección. Son evidentes las connotaciones burguesas de tal postulado, sin embargo, Escrivá puso el parche antes de que aparezca el chupo de tal especulación, ya que enseñaba, a contrapelo de los múltiples consejos santificadores del trabajo, afirmando que “…el arma del opus Dei no es el trabajo, es la oración” (Escrivá 1989:55).

En un inicio, se consideraba que el Opus debía ser un organismo esencialmente masculino. Así lo determino su fundador que escribió en su momento que “ni de broma” integraría a mujeres en la Obra (VV.AA. 1992:30). Sin embargo, así como “vio” la formación de dicha organización, también “vería” la necesidad de que a ella se integraran mujeres en 1930. La decisión inicial de excluir al género femenino del Opus, se debe principalmente al secular temor que el catolicismo mantenía con respecto a la mujer, a la que observaba como un ser humano inferior, instigador de pecado y, por lo tanto, sin acceso a la elite jerárquica de la iglesia o a ciertas responsabilidades limitadas sólo a los varones[9].

Al margen de estas consideraciones, existía un escollo difícil de sortear en este contexto y era la limitada libertad de movimientos que, en general tenían las mujeres en la España de inicios de siglo. La desconfianza, por parte de muchos maridos y padres, de que las mujeres integraran instituciones mixtas, tuvo que resolverse a través de la estricta división entre ambos sexos, tanto en actividades como en funciones. Por otra parte, este limitado acceso a lo mundano que mantenía a las mujeres en sus casas se extendía también a la educación. Era muy frecuente que las mujeres no asistieran a la escuela, siendo el índice de analfabetismo marcadamente femenino y no existían muchas posibilidades como para que una mujer que haya culminado la escuela satisfactoriamente, pudiera adquirir una profesión.

A pesar del cambio de rumbo en cuanto a la integración del género femenino a la Obra, aún hoy se pueden apreciar ciertos rasgos al respecto que más bien causan suspicacia. El fundador del Opus exaltaba la labor doméstica de las mujeres de la Obra en las casas de la institución como el “Apostolado de Apostolados”, insistiendo en claras pautas cristianas, tanto en la forma de vestir (recatada, por supuesto), tanto como en la de cocinar o limpiar. Las primeras mujeres integrantes de la Obra o cercanas a ella, se dedicaron precisamente al servicio doméstico de los varones, manteniendo a las casas del Opus y a sus miembros en perfecto estado de beatífica limpieza.

Hacia 1933, existían en Madrid diversos círculos de formación cristiana, especialmente diseñados para universitarios. Los jóvenes inflamados por el misticismo del fundador, llegaban a las casas de la Obra, en muchos casos para radicar en ellas, buscando tanto la asesoría espiritual ofrecida, como también un espacio de consolidación de conocimientos universitarios. Esta costumbre, saludable por cierto, se mantiene hasta hoy y es frecuente la presencia de muchos jóvenes en las distintas casas de la Obra, resolviendo las tareas escolares o universitarias. Este elemento, amén de la permanente exigencia del jefe del Opus con respecto a la obtención de excelencias académicas, acrecentó la imagen positiva de la Obra entre los estudiantes universitarios y permitió un crecimiento relativamente rápido del número de simpatizantes y miembros.

En 1934, Josemaría Escrivá escribió su primera obra titulada “Consideraciones Espirituales” que, a partir de 1939 se conocería con el simple e impactante nombre de “Camino”. En realidad, el opúsculo en mención es una suerte de compilación de diversas ideas, con un estilo medio de moraleja, medio de argumento cornuto[10] o disyuntivo, pero que, en su conjunto, trata de sistematizar las principales ideas del fundador con respecto a los objetivos centrales de la “Obra” así como de la actitud que sus miembros deben asumir ante cualquier situación.

Un hito fundamental de la historia del Opus Dei, constituye la instalación de la Academia DYA. En realidad era un centro de reunión de estudiantes, tanto de derecho como de arquitectura (de ahí las siglas), para la preparación de clases, estudio y asesoría espiritual. Casi inmediatamente se convirtió en residencia permanente de algunos miembros que mezclaban, con juvenil entusiasmo, partidos de básquet, reuniones académicas con asesores académicos y sendas charlas y conversaciones espirituales con los miembros de la Obra. Desde el principio, Escrivá determinó que dicha residencia tenía que tener “un aire de hogar”. Para ello, sacando muebles de su propia casa y de las de los miembros, adornó el recinto con las comodidades propias de un hogar español típico de la época, tanto así que su propia madre, tanto como una hermana, se integraron a la residencia para el servicio doméstico de sus habitantes.

El desarrollo del Opus Dei se vio interrumpido al estallar la Guerra Civil Española en 1937. En realidad este era un conflicto que se venía gestando desde antes por las profundas contradicciones de la sociedad española, que se debatía, a veces con violencia inusitada, entre un núbil liberalismo y unas ancestrales y obsoletas formas de gobernar. Las organizaciones radicales españolas, como el Partido Comunista de España y los grupos anarquistas iniciaron, a partir de la instauración de la república, enfrentamientos directos con las organizaciones conservadoras. En todo este proceso, la Iglesia Católica se encontró directamente involucrada por su estrecha relación con éstas últimas, es decir, desde un inicio la jerarquía eclesiástica española asumió con pasión el bando nacionalista y conservador, colocando a sus miembros en una muy difícil situación, ya que, al haber una clara diferenciación geográfica y social de ambos bandos en conflicto, los sacerdotes que se encontraban en el área dominada por los republicanos fueron objeto de persecuciones, muerte y tortura. Es innegable que fueron muchas las víctimas inútiles en este conflicto, y entre los que cayeron primero se encontraban los sacerdotes y curas.

A pesar de que no existe ninguna prueba al respecto, se decía que el mismo Escrivá fue perseguido y que incluso fue asesinada una persona físicamente parecida a él en las cercanías de su domicilio. Lo cierto es que en el fragor del enfrentamiento, el fundador del Opus se vio obligado a abandonar la Academia DYA, refugiándose primero en la legación diplomática de Honduras en Madrid, compartiendo asilo con varias decenas de sacerdotes y perseguidos políticos; y luego en un manicomio, es desesperado intento por pasar desapercibido[11].

Urgido por el exilio en su propio país, Escrivá de Balaguer decide huir hacia el lado nacionalista, luego de que las tropas de Francisco Franco lograran controlar gran parte del norte de España. Esta huida es relatada en forma de epopeya por sus biógrafos y constituye una página fundamental en su historia de vida. La travesía no estuvo exenta de aquellos símbolos místicos que acompañaron al fundador durante toda su vida. Por ejemplo, ante las ruinas de una iglesia destruida por los bombardeos, halla intacta una rosa tallada en madera cubierta de pan de oro perteneciente a uno de los altares en ruinas, que fue utilizada luego como símbolo inequívoco de la fuerza mística de la obra y su fundador.

Ya en la seguridad del campo nacionalista, se relaciona con los principales jefes militares golpistas. Esta relación fue tan profunda que Josemaría Escrivá se convierte en el primer civil que ingresa a Madrid, luego de la derrota republicana (Helming 1987:43). Esta relación con las cúpulas de poder, que tanto bien le haría a la Obra en su desarrollo, determinó sin lugar a dudas la innegable forma de hacer política del Opus Dei y su bien ganada fama de conservadurismo. A partir de este momento, la Obra no dejará de crecer al amparo del poder constituido en España.

No deja de llamar la atención que, en todas las biografías de Escrivá de Balaguer que hemos consultado o los tratados de la historia de la Obra, sin excepción, no se encuentra mayor referencia a la Segunda Guerra mundial y sus consecuencias. Más bien, pareciera que se trata de obviar las innegables similitudes entre Francisco Franco y los dictadores fascistas que asolaron Europa, y evidentemente, tratar de echar un velo sobre la vergonzosa participación de España en el conflicto, ya que, a pesar de haberse proclamado neutral, participó con toda una división en el bloqueo a San Petersburgo, por supuesto, al lado de las tropas nazis. De igual manera, no hemos encontrado ninguna crítica, ni siquiera de soslayo a las terribles matanzas provocadas por los nazis en los territorios ocupados y en los que murieron algunos cientos de españoles refugiados luego de la Guerra Civil.

Lo cierto es que en 1945, el Opus Dei ya contaba con centros de captación de jóvenes en nueve ciudades españolas, todas ellas con universidad, y que a partir de 1946 inicia su expansión internacional a Portugal, Inglaterra, Italia, Francia e Irlanda (Helming 1987:52). Esta expansión, realizada bajo los mismos parámetros con los que se extendió por España, determinó el carácter de universalidad largamente acariciado por Escrivá. Pero también hizo urgente el indispensable reconocimiento por parte del Vaticano para poder continuar con la labor de expansión al resto del mundo.

El papa Pío XII será el que tome la decisión de un reconocimiento parcial de la labor de la Obra. Al parecer, trató de controlar de alguna manera el avance tan explosivo de la institución, ya que no otorgó el status jurídico que pretendía Josemaría Escrivá negándole la posibilidad de constituirse como Prelatura Personal, a la que no accedería sino hasta bien entrados los años 80´. Sin embargo le otorgará el título de Monseñor. A pesar de esto, el reconocimiento limitado le permitió continuar con la difusión a otros países del orbe católico en una campaña que recuerda, por la virulencia de los argumentos, el fanatismo místico de sus integrantes y la compulsiva necesidad de asentar sus reales en otras tierras y otros ámbitos, a las campañas misioneras de siglos pasados.

Siendo uno de los objetivos fundamentales de la Obra la integración de los laicos a una disciplina eclesial rígida, y habiendo vencido antiguas reticencias hacia la participación de mujeres en la organización, se inició la captación de personas casadas hacia finales de la década del 40´. Hasta ese momento, el concurso de personas casadas en organizaciones religiosas fue limitada. Sin embargo, Escrivá entendió el inmenso potencial político y social que hogares aparentemente bien constituidos podían aportar al desarrollo del Opus Dei.

Hacia la misma época, se dio un salto cualitativo importante en la proyección del Opus hacia la sociedad. Nos referimos específicamente a la red de “cooperadores”, que aportaban un contingente, nunca publicado, de limosnas. Según los documentos a los que tuvimos acceso, en todos se menciona que muchos de estos cooperadores no eran católicos (Helming 1987:55). Este punto sorprendería al analista poco perspicaz, sin embargo es claro el poder político creciente de la Obra en los distintos países en los que se iba asentando, por lo tanto, el Opus Dei iniciaba, en realidad, su vida política con la fuerza necesaria como para tener capacidad de negociación. Esto hacía que el resto de sujetos políticos viera con especial atención las capacidades de la organización y los obligaba a buscar niveles de contacto racionales con sus dirigentes[12].

Con el fin de estar lo más cerca posible de las cúpulas de poder católicas, también a fines de los 40´, Escrivá decide trasladar la cabecera de su organización a Roma. Allí compra una villa para la instalación de dos colegios, uno masculino llamado Colegio Romano de la Santa Cruz; y uno femenino, el Colegio Romano de Santa María. Estas instituciones aportarían con una experiencia invaluable para el Opus en las cuitas de la educación de jóvenes y servirían de modelo para la réplica de similares organizaciones en otras partes del globo.

En 1949, el Opus Dei realizó el gran salto, estableciendo células en América, particularmente en México y los Estados Unidos, y un año más tarde ingresaría con gran fuerza en Latino América a través de Argentina y Chile. A propósito, Escrivá insistía que “… en cada país el Opus Dei se convirtiera en un fenómeno propio del mismo, sin perder por ello su propia identidad… quería que esas obras apostólicas se pusieran al servicio de los más necesitados.” (Helming 1987:65). Con estas directivas, en realidad se estaba planteando una verdadera estrategia de intervención social, política y cultural en todos los países del mundo. Personalmente nos parece una medida inteligente el hecho de captar individuos pertenecientes a las clases dirigenciales de cada país, así se estrechaban, de manera sólida y permanente, los lazos del poder del Opus.

Decíamos líneas arriba, que desde su origen mismo, las universidades se convirtieron en verdaderas fuentes inagotables de miembros para el Opus Dei. Por ello, no es de extrañar la gran fuerza que pusieron algunos miembros de la Obra en la fundación de la primera universidad perteneciente a la organización. Nos referimos a la Universidad de Navarra, institución en la que la presencia del Opus era más que evidente en los contenidos académicos, la elección de docentes, las currículas y las autoridades. Esta universidad sería uno de los centros de preparación académica de muchos de los miembros más connotados de la Obra.

Es interesante anotar que la Obra se manifestaba no sólo a través de este tipo de organizaciones educativas. Más bien la variedad de instituciones allegadas al Opus es sorprendente: desde colegios, centros de formación profesional de diverso tipo, dispensarios médicos, hasta escuelas hogar, pasando por las modernas escuelas para padres. Esto no implicaba que los miembros de la Obra no estuvieran siempre atentos para hacerse con instituciones varias, establecidas previamente, tanto públicas como privadas. Un punto interesante en esta estrategia de crecimiento, lo constituyen las “Obras Corporativas”, que no son sino un suerte de enganche de profesionales “amigos” de la Obra. El eje fundamental de estas organizaciones es la formación cristiana, así “un estudiante de informática (que estudia en alguna institución de la Obra) por ejemplo, aprendería a usar un ordenador, pero, al mismo tiempo, a ser un buen cristiano y un buen profesional” (Helming 1987:66). Esta lógica tan íntima entre formación profesional de calidad con la educación religiosa estricta, es quizá la parte más vistosa de estas instituciones.

A pesar de su cerrada defensa de la jerarquía, la Obra tuvo que emplear mucha energía y relaciones para conseguir lo que se proponía. Desde el reconocimiento por parte del papado, hasta el derecho a ordenación. Resulta que Escrivá y su grupo, se sentían con la necesidad de contar con sacerdotes fieles a la causa y los principios del Opus. Nada mejor que conseguir la autorización del Vaticano para poder ordenar sus propios sacerdotes. Precisamente con este objetivo se creó, en 1943 la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, cuya fundación también la “vio” Escrivá de Balaguer, por mensaje divino. En 1944 ordena al primer grupo de sacerdotes conformado por cuatro de los miembros iniciales del Opus y que serían luego, los herederos del gobierno de la Obra. Al parecer, Escrivá con esta sociedad, trataba de salvar ese escollo que representaba su origen como grupo de laicos, quienes por lo mismo, no tenían posibilidad alguna de influir en la política eclesiástica por no contar con sacerdotes propios (VV.AA. 1992:55).

Un dato que abona en nuestro planteamiento original de las similitudes entre la Obra y los jesuitas de la primera Contra Reforma, radica en que llegan a asumir algunas cargas misioneras importantes. En 1957 el Papa Pío XII le confía al Opus Dei la prelatura de Yauyos en nuestro país. Prelatura que, según la historia oficial de la Obra, ninguna institución católica quería asumir. No hemos tenido oportunidad de contrastar esta afirmación, lo cierto es que cualquier avanzada religiosa en la selva peruana, tanto en este siglo, como en pasados, resultaba en una aventura peligrosa. De igual manera como los jesuitas asumieron la defensa irrestricta de la autoridad papal, el Opus definiría de manera unívoca su relación con el Pontífice de la manera más radical:

“Ama, venera, reza, mortifícate –cada día con mayor cariño- por el Romano Pontífice, piedra basilar de la Iglesia, que prolonga, entre todos los hombres, a lo largo de los siglos y hasta el fin de los tiempos, aquella labor de santificación y gobierno que Jesús confió a Pedro” (Escrivá Forja 134, citado en VV.AA. 1987:62). “La fidelidad al Romano Pontífice implica una obligación clara y determinada: la de conocer el pensamiento del Papa, manifestado en Encíclicas o en otros documentos, haciendo cuanto esté de nuestra parte para que todos los católicos atiendan al magisterio del Padre Santo, y acomoden a esas enseñanzas su actuación en la vida” (Op. Cit. 633, citado en VV.AA. 1987:62)

Este paulatino, y no siempre sencillo, acercamiento a la máxima autoridad de la Iglesia, tendrá su punto culminante en el Concilio Vaticano II. Este concilio, el vigésimo primero reconocido por la iglesia, se ha convertido en una suerte de símbolo que representa la apertura eclesiástica al mundo moderno. Anunciado e inaugurado por Juan XIII, sería Paulo VI el encargado de su clausura a raíz de la muerte del primero en 1963. En 178 sesiones, celebradas en los meses otoñales durante cuatro años consecutivos (1962 – 1965), se caracteriza por la importante participación de los obispos provenientes de América Latina y África, y por haber invitado a representantes de las Iglesias Ortodoxa y Protestante. Durante el transcurso de las sesiones, fueron invitados observadores laicos que inclusive dirigieron la palabra al Concilio en pleno, de igual manera se invitó, por primera vez en la historia de los Concilios, a observadoras mujeres. Entre los temas discutidos, que fueron muchos, especial importancia tuvieron aquellos referidos a los medios masivos de comunicación, la libertad religiosa, los contactos con otros grupos religiosos, el papel y la educación de sacerdotes y obispos y, aquí entra a tallar la Obra, la participación de los laicos en la Iglesia Católica.

Desde un inicio se manifestaron diferentes corrientes políticas al interior del Concilio, lo que hace complejo un análisis del mismo, que por otra parte no es objetivo de la presente investigación. Sin embargo, es necesario anotar que algunos de los acuerdos aprobados por la asamblea de obispos, causaron un gran resquemor entre los distintos grupos de opinión en su interior. El sector conservador, por ejemplo, veía con demasiada suspicacia la medida de eliminar el latín en la liturgia de la misa. Esto provocó un “micro” cisma, con la presencia del grupo liderado por Marcel Lefébvre y algunos otros disidentes menores, que no titubearon en enfrentarse al Papa y su autoridad. Los años 70´ constituyen una época plagada de polémica en torno a tales decisiones.

El Opus fue duramente criticado por algunos sectores de la Iglesia, especialmente a raíz de sus estrechas relaciones con los grupos más conservadores de la política española y por su abierto apoyo y participación en la larga dictadura franquista. Este apoyo casi incondicional a uno de los dictadores más sangrientos y longevos del mundo, le imprimió esa fama de conservadurismo permanente hasta el presente. Sin embargo, el Concilio Vaticano II reconoció la Prelatura Personal como figura jurídica del Opus Dei. Esta figura es muy reciente en el derecho de la Iglesia y (según del decreto conciliar Presbiterum Ordinis del 7 de diciembre de 1965) establecía que para “la realización de tareas pastorales peculiares a favor de distintos grupos sociales en determinadas regiones o naciones, o incluso en todo el mundo” se podrían constituir en el futuro, entre otras instituciones, “peculiares diócesis o prelaturas personales” (Cit. en Müller 1996:7)

De esta manera, “ …el Opus Dei era ya una unidad orgánica compuesta por laicos y sacerdotes que cooperan en una misión concreta, una peculiar tarea pastoral y apostólica, de ámbito internacional. Esa misión concreta consiste en difundir el ideal de santidad en medio del mundo, en el trabajo profesional y en las circunstancias ordinarias de cada uno” (Op. Cit :9) La aplicación de esta tan original figura jurídica se dará recién en 1982, es decir, Escrivá no alcanzó a ver el tremendo triunfo de su movimiento.

Los ataques al Opus, que en muchos casos provenían de la propia Iglesia Católica, se extendieron más allá de los límites del Concilio Vaticano II. En 1970 Escrivá escribía, con cierto pesimismo por la andanada de críticas que recibía y por el crecimiento sostenido por parte de grupos católicos muy cercanos a las ideas socialistas en todo el mundo, lo siguiente:

“Sufro muchísimo (sic). Estamos viviendo un momento de locura. Las almas, a millones, se sienten confundidas. Hay peligro grande que en la práctica, se vacíen de contenido los Sacramentos –todos, hasta el Bautismo-, y los mismos Mandamientos de la ley de Dios pierdan sentido en sus conciencias” (en Helming 1987:71)

Esta cita demuestra la desesperación mística de Balaguer, que entendía el proceso moderno de la Iglesia como algo peligroso en tanto que la esencia misma de la enseñanza bíblica se estaba perdiendo a favor de una secularización de la misma. Por ello, su insistencia a integrar a los laicos a las disciplinas y usos del sacerdocio a través de una campaña agresiva de captación de “laicos consagrados”, capaces incluso de hacer una vida casi monástica y de asumir votos de castidad como un sacerdote cualquiera.

Las relaciones entre América Latina y España no sólo se limitan a un simple accidente histórico de conquista y dominación colonial a lo largo de varios siglos. Es mucho más profunda y en el marco del Concilio se vio la gran importancia que tenía la religión católica en esta región, no sólo desde el punto de vista del número abrumadoramente mayoritario de católicos, sino por el peso de la misma en lo referente a cultura y educación. Por ello, Escrivá emprendió un viaje a algunos países latinoamericanos, entre los que se encontraba el Perú, para comprobar in situ, el desarrollo de la Obra. Escrivá llegará a nuestro país en un contexto interesante, ya que el gobierno de Velasco Alvarado se había acercado a los países de la órbita socialista en pos de armas y para ampliar comercio, amén del discurso socialistoide de la Junta de Gobierno. Además, desde algunas décadas antes, se venía observando la paulatina e incesante penetración de otras confesiones, específicamente provenientes de los Estados Unidos, que amenazaban con romper la sólida hegemonía de la confesión católica. Este momento de la historia de la Obra en nuestro país merecería ser analizado en posteriores investigaciones.




Decíamos anteriormente que el misticismo religioso estuvo siempre presente en la vida de Escrivá de Balaguer. Desde la forma como “vio” la fundación de la Obra, hasta la milagrosa curación que tuvo de una diabetes mellitus grave, amén de una salvación maravillosa cuando era aún un niño de pecho. Se dice también que llegó a tener conversaciones “privadas” con Dios. Esta forma mesiánica y mística de ver las cosas en el presente siglo, es un tema sumamente interesante y requeriría de la participación de especialistas en cultura e historiadores para su dilucidación. Lo cierto es que la salud del fundador, que aparece en casi todas las fotografías de época con unas rollizas mejillas, propias de una persona de buen comer; fue siempre endeble. Escrivá de Balaguer muere en Roma en 1975. Su segundo y mano derecha durante décadas, Álvaro Portillo, también español, asume la dirección. Sobre su tumba, en una piedra negra pulida, sólo se lee el siguiente epitafio. “El Padre” y las fechas de su nacimiento y muerte.

Con inusual celeridad, se abre el expediente de su canonización en 1981 y, contraviniendo todas las costumbres del Vaticano, siempre renuente a integrar más santos al ya hacinado calendario, que determinan que cualquier candidato al santoral católico no tenga parientes directos vivos, el Papa Juan Pablo II lo beatificó en 1992 a solo 16 años de su fallecimiento. Para esto, en 1991 se decretó el carácter “milagroso” de una curación atribuida a su intercesión, en la persona de una monja carmelita española, curada de una enfermedad terminal.

En la actualidad, el Opus Dei cuenta con más de 80,000 miembros en los cinco continentes, de los que más de 1,600 son sacerdotes. (Müller 1996:5). Está constituido por un prelado, un presbiterio o clero propio y laicos, mujeres y hombres. El clero de la prelatura proviene de los laicos numerarios y agregados al Opus Dei que están libremente dispuestos a ser sacerdotes y son invitados por el prelado.

La condición de miembro del Opus Dei se da en tres formas diferentes:

  • Los supernumerarios, que constituyes la mayoría de los miembros, (alrededor del 70%). Lo más frecuente es que sean hombres y mujeres casados.
  • Los Agregados, que son hombres y mujeres célibes, quienes por su mayor disponibilidad, se encargan de tareas apostólicas.
  • Los Numerarios, también célibes, encargados de labores apostólicas y formación de fieles y radican en los centros de la prelatura.

Resulta llamativo que en ninguno de los documentos y publicaciones del Opus Dei, a los cuales hemos tenido acceso, se haga la menor referencia a la Orden de los Jesuitas, a pesar de las innumerables coincidencias que guardan entre sí. Sin embargo, creemos haber demostrado la hipótesis inicial. Este artículo, con sus imperfecciones y sus limitaciones, pretende ser el inicio de una saludable polémica en torno a la historia de la Obra y de la Religión en el presente siglo. Por ellos, resultarán bienvenidos todos los comentarios y críticas al mismo.

Arequipa, marzo 1999.

Comentarios y correspondencia: jorpa@unsa.edu.pe

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Notas

  1. En CARETAS 1558 del 11 de marzo de 1999, Fernando Rospigliosi publicó en su columna habitual “Controversias” (Rospigliosi 1999), un polémico artículo denunciando las pretensiones de la Obra en el desarrollo académico de la PUCP. Tal escrito desató una candente polémica en los números siguientes, donde menudearon opiniones a favor y en contra de la actitud del Arzobispo limeño. Incluso se llegó a mencionar que el bastión del Opus Dei en la universidad Católica de Lima estaría en la Escuela Profesional de Historia (CARETAS 1559), por la presencia de Margarita Guerra y José De la Puente y Cándamo, miembros de la Obra.
  2. Las otras tres se encuentran en España, Colombia y Filipinas.
  3. Si observamos el mapa de Europa, pareciera como si, tanto Turquía, como los países escandinavos, forman un juego de tenazas que apunta a Europa, estando la cabeza en Rusia.
  4. Es usual en la historiografía contemporánea definir éstas como: Las contradicciones entre países desarrollados, de éstos con los países menos desarrollados en la lucha colonial; las contradicciones entre regiones más desarrolladas que otras; las contradicciones existentes entre el desarrollo desigual de las diferentes áreas económicas y ramas productivas; etc.; sin dejar de anotar la principal, es decir, la contradicción entre las formas ampliadas y masivas de producción y las formas cada vez más excluyentes y privadas de apropiación de la riqueza. (p.ej. Alexandrov 1986:25-55)
  5. Del latín Obra de Dios.
  6. Este tratamiento no es infrecuente en la Iglesia Católica y representa una manifestación de humildad suprema. Recordamos ciertas historias al respecto de Agustín de Hipona, quien incluso llegó a contratar a un esclavo para que lo vaya insultando de la peor manera en su caminar por las calles, en las que recibía siempre encendidos elogios, para no pecar de orgullo. De igual manera recordamos la caricatura de esta costumbre que hiciera el genial cineasta español Pedro de Almodóvar en uno de sus filmes que transcurre en un convento católico y donde las monjas se rebautizaban asumiendo nombres como “Sor Rata” o “Sor Cloaca”.
  7. Al respecto de las campanas que sonaron cuando la Obra fue “vista” por el fundador, resulta que fueron destruidas durante la guerra por los comunistas, excepto una que fue llevada a Torreciudad, al templo donde fue curado milagrosamente el fundador cuando era niño.
  8. Aunque, siempre fiel en la búsqueda de elementos mágicos e iconos fáciles de entender por los cristianos, Escrivá diría que las siglas también se podrían traducir como Academia Dios y Audacia (VV.AA. 1992:39)
  9. Si bien es cierto que en las últimas décadas este carácter machista de la organización católica ha disminuido relativamente, aún se siguen manteniendo ciertas pautas limitantes y excluyentes con respecto a las mujeres. La decisión, revolucionaria para algunos y desquiciada para otros, de la Iglesia Anglicana de dar posibilidad a las mujeres el acceso al sacerdocio, provocó la migración de muchos fieles anglicanos a la iglesia católica por el temor descrito.
  10. Cornuto o de dilema, es el argumento formado por dos proposiciones contrarias disyuntivamente. Este es el estilo de algunos de los clásicos escritores moralistas, quienes a través de frases cortas y contundentes, pretenden dar una verdadera compilación de moral y comportamiento. Hacemos esta aclaración para evitar malentendidos.
  11. En una conversación con un fiel miembro del Opus, sugerí, medio en broma, medio en serio, la posibilidad de que Escrivá realmente necesitaba ayuda psiquiátrica y que su supuesto escondite en realidad fue parte de un tratamiento clínico. El amigo interrogado respondió con indisimulada furia a tal suposición, al parecer herética de mi parte.
  12. La pregunta de oro en este caso sería: ¿qué esperaban ganar con estas “limosnas” los no católicos?, evidentemente hablamos de un proceso de negociación política.

Fuente