La patología narcisista del Opus Dei

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dedicado a quienes trabajan en la Curia Romana

Por Oráculo, 26 octubre 2007


La corrupción original de las fuentes

1. No sé hasta qué punto muchos de los lectores de esta web son conscientes del singular momento que actualmente se vive ad intra, por dentro, en la institución Opus Dei, que para muchos lo fue de sus amores y también de sus desdichas, como bien claro dejaba el escrito de Robb del pasado 18 de octubre. El hecho cierto es que la página opuslibros está prestando un inestimable servicio a sus lectores y, en general, a cuantos desean conocer la verdad de ese fenómeno eclesial. Y no me cansaré de repetir esta opinión, por más que algunos se empeñen en trivializar ese valor tomando excusa en los aspectos más secundarios de cuanto aquí se escribe, se publica, se comenta o se discute. La sola presencia del apartado de Documentos internos es, por ejemplo, un aval de rigor del que carecen todas las páginas oficiales de la institución.

Hoy vuelvo a este foro para poner sobre la mesa algunas informaciones, en línea con temas ya comentados en otros escritos, porque lo reclama este “especial” momento que con el ministerio de Benedicto XVI se ha abierto para el Opus Dei. Juan Pablo II es ya historia pasada, bien que sea reciente. Los organismos de la Santa Sede que actualmente se ocupan de esta institución y de sus actividades (¡y también del seguimiento de esta página!) deberían esforzarse (y también “forzar”) lo necesario, y aun lo imposible, para alcanzar la luz segura que les permita emitir sus juicios y adoptar las decisiones certeras. No seré yo quien sugiera cuáles son. Pero sí deseo ayudarles llamando la atención sobre algunos obstáculos que les saldrán de continuo en el camino. De ahí mi dedicatoria...

Mis reflexiones enlazan con datos comentados en escritos anteriores que, versando sobre distintos temas, sin embargo poseen una unidad de fondo. Y como ese “fondo” es lo que no se percibe desde las apariencias, por eso conviene insistir en el asunto. Recordaré ahora, al menos, tres de mis colaboraciones: el escrito sobre La devoción al mito de José María Escrivá, otro anterior titulado Escritos y 'pseudoescritos' del fundador del Opus Dei, y también la más reciente colaboración sobre lLa historia inmoral del Opus Dei. No son los únicos, pero nos bastan estas referencias, de momento. Aunque sus temas son muy distintos, esos tres escritos pueden ser unificados desde la consideración de un mismo hecho, relevante tanto como verdadero, que a su vez podría compendiarse en esta descripción: la generalidad de las fuentes documentales del Opus Dei están “contaminadas” o, de otro modo, la generalidad de esas “fuentes” son documentos manipulados o manipuladores, porque buscan crear apariencias de una “historia” que nunca fue o que no fue así, como los “documentos” dicen.

Así pues, hablo de manipulación y, por tanto, también de “corrupción original” de las fuentes, porque este hecho es intencional: fue o es el método aplicado por una decidida voluntad que ha buscado crear las apariencias con visos de realidad. Y, en esto, la famosa Prelatura se ha hecho experta, y aun podría decirse que ha formado Escuela. Un hecho así exige entonces agudizar al máximo la capacidad crítica del observador, sobre los “datos aparentes” que la institución Opus Dei suele mostrar, porque no es infrecuente que las cosas no sean como parecen y, desde luego, nunca como “aparecen”. La aguda pluma de Marcus Tank ha llegado a sugerir una original línea de exégesis ante el obrar del Opus Dei: la regla del contrario, esto es: dicen que las cosas son de un modo, pues entonces sabemos ya que la realidad es su contrario. Tal vez exagera. Pero es cierto que, en cosas de Opus Dei, la verdad verdadera ha de rescatarse, no sin esfuerzo, por una acribia infatigable que sólo descanse en los datos verificados, incontrovertidos, y no en las suposiciones de la confianza natural.

Hoy deseo ilustrar esta realidad, de nuevo, mediante la reflexión sobre algunos hechos tan ciertos como poco conocidos y, a partir de ahí, sentar algunas conclusiones. Son hechos de tal envergadura, que permiten un diagnóstico general de la situación.


La eliminación del teólogo Hans Urs Von Balthasar

2. Comencemos por lo más conocido: la eliminación del teólogo Hans Urs Von Balthasar (1905-1988) del universo doctrinal de los fieles de la Prelatura del Opus Dei, como si fuera un autor de doctrina pervertida, sospechosa o poco segura. ¿Por qué la inquina a priori hacia von Balthasar en esos ambientes? Ante todo, resulta patético que a estas alturas alguien se atreva a emitir juicios de semejante calado. La sola lectura del mensaje de Benedicto XVI al Congreso de 2005 sobre la obra del teólogo suizo, de fecha 6 de octubre de 2005, debería avergonzar a cuantos encierran a los demás en las sombras de la sospecha, mientras a sí mismos se atribuyen la nota de una fidelidad ortodoxa a la fe apostólica. Es curioso que algunos citan discursos de los Papas cuando les conviene, es decir: cuando parecen aceptar sus propios puntos de vista, pero los silencian cuando no es así. ¿No es esto altamente sospechoso? ¿Les interesa lo que dicen los Papas o que los Papas digan lo que yo digo? Curioso rasero de medida.

Sigo con algunos retazos del asunto “von Balthasar”. Este personaje es quien realmente hizo la crítica más seria a toda la teología de los “estados de perfección”, abriendo un camino a la teología del laicado actual, que por aquellas fechas desarrollaba Yves-Marie Congar entre otros y, no mucho después, algunos documentos del Concilio Vaticano II. Las críticas o las sugerencias de Karl Rahner nunca fueron tan certeras en esto. Balthasar lo hizo precisamente comentando la Constitución apostólicaProvida Mater Ecclesia” de 1947 e incluso el Motu proprio “Primo feliciter” de 1948 que abrió el camino para la solución canónica del Opus Dei definitiva, según expresión del mismísimo fundador, en 1950. Para hacerse cargo de este denso debate intelectual —en el que siempre estuvieron ausentes todo tipo de personas o personajes de la hoy Prelatura, porque iban entonces por otros derroteros— basta leer el volumen II de los Ensayos Teológicos del teólogo suizo subtitulado Sponsa Verbi (ed. Cristiandad, Madrid 2001).

O sea, el pionero en todo esto fue Balthasar, como en tantas cosas que luego han seguido Ratzinger y Juan Pablo II, pero no Escrivá o Escriba. La sintonía de Escrivá con la eclesiología de “viejo cuño” siempre fue notoria, e inequívoca, como también su absoluto desconocimiento de las aportaciones renovadoras de la teología centroeuropea de aquellos años. Y la mejor prueba de esto es su conferencia de 17 de diciembre de 1948, cuya existencia esta web ha rescatado de los silencios intencionados, para la verdad de la historia. O ¿acaso alguien pretenderá convencernos de que Escrivá simulaba entonces, mentía, o cedía sin conceder con ánimo de recuperar, como él mismo dirá unos lustros después? La literalidad de ese escrito, sus tonos y matices en su contexto, impiden aceptar esta posibilidad, ni siquiera como hipótesis. Sobre su calidad científica para el debate teológico sobre el tema… déjenme que sonría.

Por eso, el mayor inri de esta historia está en que, pocos años después de todos estos sucesos, el famoso fundador advirtió que le rentaba más montarse al carro de la “modernidad balthasariana” que a los “nuevos” enfoques de la vieja eclesiología. Y entonces, sí, hizo “una trampa monumental”: falsear un montón de escritos, sus famosas y “desconocidas” Cartas, casi todas redactadas entre los años 1964 y 1968, a las que puso fechas de los años 30, 40, 50 o también 60. Incluso se manipularon las redacciones para crear apariencias: primero borrador en castellano, luego pasaron al latín y, tras destruir el previo original español, se tradujeron desde ese latín al castellano. La estafa es monumental y obedece a la “manía” del fundador (es el sustantivo más suave que puedo utilizar) de “reescribir el pasado” a su gusto, manipulando personas y documentos. Marcus Tank nos ha dado una explicación de cómo pueden hacerse tales cosas con intención (subjetiva) recta, aunque patológica.

José Luís Gutiérrez, entre otros, podría contarnos con más detalle esta historia. ¿No sería oportuno que fuese requerido formalmente por la Congregación para la Doctrina de la Fe para declarar bajo juramento sobre la verdad de estos hechos? No se olvide que todos estos escritos fueron presentados en los respectivos procesos de beatificación y de canonización de Escrivá como elementos auténticos de una “historia” de hechos, que es falsa. Y no deja de ser curioso que este Gutiérrez sea o era consultor de la Congregación para las Causas de los Santos. Por eso precisamente debería ser requerido por la Doctrina de la Fe. Su declaración bajo juramento interesa mucho: para desmontar la estafa a la verdad histórica, sin duda, pero sobre todo porque la Iglesia de hoy, de mañana y de pasado mañana, debe guiarse en su obrar por la luz de la verdad, que es ajena a toda connivencia con las mentiras.

Pero, sigamos. Todas estas falsificaciones se enmarcan en el contexto de la decisión del famoso fundador de “salirse del estado de perfección”, pero conservando todas las ventajas que había adquirido a través del “moderno” derecho de religiosos de los Institutos seculares: esto es, la autonomía jurisdiccional y el derecho de incardinación. Es ahora cuando comienza una verdadera “historia” de cambios institucionales, deseados y buscados, para quedar fuera de todo control y para ir completamente al propio aire, con la excusa de la secularidad, de modo que el supuesto carisma (la real gana del fundador) fluyese “libremente”. El fundador nunca consiguió manipular a Juan XXIII ni a Pablo VI. Y, es más, éste llegó a reprenderle por escrito (aunque jamás se muestran o publican los párrafos ad hoc de ese quirógrafo pontificio) diciendo que se quedara tranquilo con lo que tenía y como estaba y, si hubieran de hacerse cambios, lo mejor sería volver a las fórmulas asociativas iniciales. Es obvio que el Papa no era tonto y sabía de lo que hablaba, pues conocía de cerca la realidad de esa fundación y sus apostolados.

Y es obvio también que el fundador pasó olímpicamente de los Papas y nunca sometió su pretendido carisma al discernimiento definitivo de la autoridad suprema. ¡Ahí es donde le sorprendemos en falta y sus afirmaciones de “sobrenaturalidad” pierden la sustancia afirmada! Reiteradamente engañó a la Santa Sede con sus propuestas porque, aparte las manipulaciones de la documentación interna, nunca mostró desnudamente la realidad de las cosas. Esos modos de obrar nada tienen de “divinos”. Y hoy todavía muchos inocentes sufren las consecuencias, porque han quedado atrapados en esa gnosis que el escrito de Robb señalaba. Por eso las reflexiones de Marcus Tank discutiendo la supuesta “sobrenaturalidad radical” de esta fundación son, a mi entender, plenamente acertadas. Es muy importante conocer al completo los verdaderos datos de la historia para llegar a un juicio recto de “discernimiento”.


3. Pero ¿de dónde viene la inquina particular contra von Balthasar? En realidad proviene directamente de otro asunto: de la publicación de su crítica a la espiritualidad de Camino, en 1963, y de sus certeras advertencias sobre la “desviación espiritual” que late en esa obra y, en general, en los planteamientos eclesiológicos de su fundador, por aquellos años en boga y en expansión bajo la tutela política y financiera del franquismo tecnocrático. A la vista de la evolución posterior de la institución Opus Dei, su diagnóstico ha resultado profético.

Como conozco de primerísima mano las “supuestas” gestiones hechas para conseguir que Balthasar rectificase, promovidas desde Roma por el Consejo General, diré algo del asunto, ya que la historieta no carece de aspectos chuscos. No hubo realmente gestión efectiva ninguna, y todo fracasó por la falta de consistencia de las propuestas y los afanes controladores del Consejo General. ¿Fue un debate intelectual para aclarar o rectificar ideas? En absoluto: meras gestiones de relaciones públicas, buscando conseguir una imagen exterior. Y, como es sabido, estas cosas les suelen resbalar a los intelectuales, más cuanto más serios son.

Uno de los protagonista directos de esas gestiones fue el sacerdote catalán Josef Arquer, que se cuenta entre los primeros que iniciaron los trabajos del Opus Dei en Alemania, a donde llegó un año después que otro sacerdote catalán, Alfonso Par, de parecida edad, pero hoy ya fallecido. Hubo de traducirse “perfectamente” el artículo de von Balthasar para que en Roma se estudiase la posible respuesta. Ésta se eternizó entre borradores, correcciones y matices, sobre lo que debía decirse y lo que no y de qué manera: un diálogo interno por escrito, que requería traducciones precipitadas, cuyo estudio luego se eternizaba. Total: sucedió que, cuando casi todo el mundo había olvidado el tema, el Consejo General de Roma reabrió la polémica con una “respuesta” extemporánea, hasta tal punto que von Balthasar ni se acordaba del asunto cuando tuvo noticia de ella. No obstante, el teólogo suizo respondió cortésmente que no era su intención entrar en ninguna polémica sobre ese asunto.

Conclusión inmediata: Balthasar fue suprimido del universo vital de Escrivá, lo que significaba suprimirlo del universo mundo, si posible fuera. Por supuesto, fue suprimido del mundo “cultural” de todos los suyos. Y, al igual que se ha hecho con tantas otras cosas, “se fabuló” entonces una historia (una “historieta”), que los suyos incautos repiten como loros, a media voz y plagada de medias verdades (o sea, mentiras), en su propio gueto interno. Sobre este asunto, tengo a la vista el relato de un numerario, hoy sacerdote, con el testimonio de su experiencia: Yo recuerdo, recién llegado a Cavabianca, que xxx dijo de von Balthasar que era un cabrón, pero entonces yo no conocía quién era, ni siquiera el nombre. Y recuerdo que me extrañó mucho cuando supe que era un teólogo, y mucho más cuando el Papa Juan Pablo II, al final de una Misa de ordenaciones, anunció que iba a nombrar 25 nuevos cardenales, entre los que se encontraba precisamente von Balthasar. Por eso, cuando rara vez se menciona al teólogo suizo en los ambientes internos del Opus Dei, el numerario o numeraria ingenuos preguntarán siempre más o menos de esta manera: “¿Este hombre rectificó al final, ¿no?” ¡Como si hubiera algo que rectificar! Pero ésa es la impresión sobre Balthasar que tienen las gentes “formadas” del Opus Dei: un hablar de oídas y desde un preconcepto negativo.

El maestro suizo mantuvo sus puntos de vista hasta el final de sus días, al menos por pura coherencia con el pensamiento de su Teodramática y demás escritos, que con justicia le han convertido en uno de los teólogos más sólidos e importantes del siglo XX. ¡Qué duda cabe que esta autoridad doctrinal fue siempre un baldón de censura para Escrivá! De ahí que, cuando se consiguió acelerar su proceso de beatificación, la “eficaz política previsora” necesitase neutralizar una opinión tan negativa sobre el libro más difundido de Escrivá, tan vinculado a su persona y a su espiritualidad. En este contexto es donde la publicación póstuma del libro Forja (Madrid 1987) aportó nuevas luces para valorar la vida espiritual del neosanto.

José María Escrivá no es autor de Forja

4. Y ahora vengamos al comentario de otro hecho nada conocido, que hemos de situar en la misma secuencia de los hasta ahora comentados. Sé que va a sorprender, pero es la verdad: una verdad que resulta muy oportuno dar a conocer en este momento, porque muestra la intensidad del grado de manipulación al que se ha llegado en todo cuanto afecta a la historia del Opus Dei y la figura de su fundador. Resumiré el hecho en pocas palabras: José María Escrivá no es autor de Forja en ningún sentido, ni existe ningún original manuscrito que él hubiera dejado más o menos listo para la imprenta, ni aun parcialmente incompleto. Sencillamente éste es un libro concebido y redactado por otro autor, por encargo de Álvaro del Portillo, e impreso por conveniencias para su atribución a Escrivá.

El hecho es muy fuerte, porque sobrepasa todos los límites de las falsedades cometidas ante los hombres, ante la Iglesia y en sus procesos canónicos y, por tanto, también ante Dios, aunque cierto es que “a Dios nadie le engaña”. Forja se compuso con la intención de “crear unas apariencias” que no se corresponden con la realidad o con la verdad de la historia, pues el libro se presentó y se difunde como una de las obras originales de Escrivá, tanto como Camino, pero todavía inédita en el momento de su fallecimiento. Es más, al prologar su primera edición, la Presentación inicial de Álvaro del Portillo intenta persuadir de este hecho, no sin una brillante habilidad, de modo que la mentira de su impostura pase como realidad de la historia.

En efecto, tras citar un apunte manuscrito de Escrivá de 17 de agosto de 1931, donde éste anota que desearía escribir libros de fuego, que corrieran por el mundo como llama viva, Álvaro del Portillo añade: Fruto de esas ansias fueron también Camino, Surco y Forja; aunque estas dos últimas obras se han publicado como póstumas, nacieron entonces… Ergo, hemos de suponer que en los años treinta, por esa ilación que Del Portillo establece con la nota manuscrita de Escrivá, y también de un modo semejante a Camino. Poco después, de hecho, pretende que el lector deduzca esa conclusión, al entremezclar la redacción de Forja con las anotaciones espirituales íntimas del fundador de aquellos tiempos y mostrar algunos ejemplos. Copio su descripción: Forja consta de 1055 puntos de meditación, distribuidos en trece capítulos. Muchos de esos puntos tienen un claro talante autobiográfico: son anotaciones escritas por el Fundador del Opus Dei en unos cuadernos espirituales que, sin ser un diario, llevó durante los años treinta. En esos apuntes personales, recogía algunas muestras de la acción divina en su alma, para meditarlas una vez y otra en su oración personal, y también sucesos y anécdotas de la vida corriente, de los que se esforzaba por sacar siempre una enseñanza sobrenatural. Como es característico de Mons. Escrivá de Balaguer, que siempre huyó de llamar la atención, las referencias a situaciones y sucesos de carácter autobiográfico suelen aparecer narradas en tercera persona. Hoy, sin embargo, después de tomar distancias y viendo el personaje en perspectiva, los perfiles relevantes parecen ser muy distintos a la personalidad que Del Portillo subraya.

Por si hubiera dudas sobre la autoría de Forja, en los términos ya descritos, Del Portillo añade otro párrafo, bien expresivo: Muchas veces a los que teníamos la gran fortuna de vivir a su lado nos habló de este libro, que fue tomando cuerpo a lo largo de los años. Deseaba, además de darle el orden definitivo, leer despacio cada uno de los puntos, para poner todo su amor sacerdotal al servicio del lector: no le interesaba abonitarlos, sólo pretendía llegar a la intimidad de las almas, y en esa espera… le llamó el Señor a su intimidad. Y tal como los dejó, aparecen ahora al público. Bien, pues si esto es verdad, que nos muestren ese original manuscrito del autor, al igual que existen esos otros Cuadernos autobiográficos de los que brotó la obra Camino. Y, por mi parte, con gusto rectificaría mis afirmaciones de hoy. Pero lo cierto es que ese “supuesto original” de Forja no existe, ya que esta obra fue ideada por Álvaro del Portillo y materialmente compuesta por otra persona, años después de la muerte de Escrivá.

Nadie puede sorprenderse de que a un personaje relevante le redacten a veces algunos de sus escritos, discursos, e incluso parte de su correspondencia, como sucede con el mismísimo Papa. Pero una cosa es una cosa y otra otra: no podría decirse que el Cántico espiritual de San Juan de la Cruz fue compuesto por el arzobispo Carranza, por poner un ejemplo, pues una tal atribución cambiaría sustancialmente la percepción de las personas. Me abstengo de juzgar ahora la conducta de Álvaro, de quien sólo desearía decir cosas buenas. Pero en esto diré eso de amicus Plato, sed magis amica veritas! Mi afecto hacia Álvaro del Portillo es sincero, como entrañable y amable es el recuerdo de su persona, pero “soy más amigo de la verdad que de Álvaro”. Y pienso que ha llegado el tiempo en que conviene que estas cosas se sepan y también sean de conocimiento público. De no actuar así, difícilmente podrá acabarse con esta “locura colectiva” que ha promovido tantos engaños, tantas decepciones, y ha causado tanto daño a tantos, y aún los sigue causando. Y este daño —tal vez es lo peor de todo— se administra como bien por quienes de continuo usan el nombre de Dios para justificar sus desvaríos y manipular conciencias.

Imagino que mis lectores desearán conocer más detalles sobre este asunto. Yo también. Pero lo mejor es preguntar al verdadero autor de Forja. Es persona muy conocida en los ambientes vaticanos: el sacerdote Ignacio Carrasco, que fue Rector de lo que hoy es Pontificia Università della Santa Croce de Roma, cuando esa institución académica iniciaba su andadura. Mi sospecha es que, sin un requerimiento formal de la Santa Sede para obtener una declaración bajo juramento, difícilmente nos ampliarán los detalles. Y en esto digo lo mismo que con el conocido Gutiérrez. ¿No sería oportuno que la Congregación para la Doctrina de la Fe haga un requerimiento formal a Nacho Carrasco para verificar la verdad de estos hechos que ahora expongo al conocimiento público? A todos nos interesa mucho porque, aparte de hacer justicia a la verdad de la historia, este hecho es de tal magnitud que sirve para ilustrar y juzgar sobre muchas otras cosas. No se olvide que en este momento la Prelatura del Opus Dei “ha montado” un proceso canónico, que sin fisuras controla de principio a fin, para concluir sobre la santidad de Álvaro del Portillo. Y, una vez conocidos los métodos que se gastan, convendrán conmigo en que todo queda bajo sospecha.

Conclusión

5. No me alargaré hoy mucho más. Con lo dicho me parece que vamos de sobra servidos. Añadiré sólo una reflexión para intentar comprender cómo ha podido llegarse a esos extremos de frivolidad, de inmoralidad, pero además sin que la conciencia arguya demasiado por la fabricación de los embustes. En este sentido, me parece que el sólido estudio de Marcus Tank sobre El trastorno narcisista de la personalidad del fundador arroja muchas luces y ayuda a entender el fenómeno: el qué y el porqué ha sucedido y está sucediendo lo que acontece con el Opus Dei. Es como si la patología narcisista del sujeto se hubiera “institucionalizado” o se hubiera trasladado a la institución. O sea, es como si los hábitos patológicos del fundador se hubieran convertidos en hábitos institucionales con un sello de bondad intrínseca por su reconducción (“reducción”, diría von Balthasar) al comportamiento de Escrivá: él lo hacía, pues era bueno, puede hacerse o, aún más, debe hacerse si conviene. Algunos escritos de Gervasio han logrado describir con desenfado esta lógica en la que todo se justifica y todo se permite porque se hace ad maiorem no Dei gloriam, sino Operis dei gloriam. Ése es también mi diagnóstico y no insistiré en el tema.

A mi modo de ver, lo peor para una persona —y también para las instituciones— es “instalarse existencialmente en la ficción”: es decir, en la irrealidad. No otros son los caminos del fanatismo sectario o de los trastornos psíquicos. O bien, cuando no se llega a tanto, ahí se descubren la raíces de “la distancia” con el prójimo, pues al final uno acaba considerándose mejor que los demás en algún aspecto. Es así como las personas cultivan las disposiciones contrarias a las descritas en I Cor 13 y, por tanto, transitan con soltura las sendas de la ruptura de la comunión y de la caridad. La ficción postula siempre “apariencias”, mientras que todo lo que procede de Dios mira al corazón y, en él, a la verdad.

Ciertamente, Deus intuetur cor. “Dios mira al corazón” dice el Espíritu Santo, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. De mirar así la vida, las personas y las cosas, nuestra propia existencia, es de donde brota la paz interior, la serenidad y la seguridad en el caminar histórico, porque nuestro existir queda asentado en la realidad, en la verdad de lo que las cosas son, de lo que nos sucede o de lo que nos está sucediendo, dejando al margen nuestro agere (nuestro obrar) y con independencia de lo que podamos hacer o no para remediar los males que vemos. Por eso pienso que conviene, y es necesario, que los ambientes internos del Opus Dei se abran a su propia verdad ya que, de no hacerlo, seguirán regidos por la estupidez mental.

Hace unos días, un buen amigo me decía algo en lo que tal vez muchos podamos estar de acuerdo: en general, lo mejor del Opus Dei son las personas, sus gentes, uno a uno, pero hoy por hoy la institución es un peligro grave para la salud, como a veces ha escrito Agustina. No es difícil compartir estos juicios. Pero ¿no es momento ya de poner fin a tanto dislate? ¿No es hora ya de que la Santa Sede tome cartas en este asunto y haga algo para encauzar la situación con un poco más de sentido común? ¿Por qué seguir dejando que la buena voluntad de tantos padezca los desvaríos de una gnosis práctica que nunca fue confrontada con el parecer de su autoridad suprema?


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