La manipulación de la evangélica corrección fraterna

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Por Dolcefarniente, 24.08.2015


Algunos recuerdos.

Tumbada en mi hamaca, bajo el agradable baño de sol de un feliz verano que se empieza a despedir, mis recuerdos vuelan años atrás, cuando mi vida estaba totalmente sometida a un férreo control, y mi alma recibía al dictado las órdenes de lo que tenía que pensar, sentir, desear, hablar, hacer...

Y así, un día tras otro, traicionaba mi conciencia, procurando inconscientemente, esconderla, tenerla machacada, asfixiada y sin rechistar.

En aquella época cometí muchas injusticias y graves faltas de caridad, "en nombre de Dios"...

Probablemente el fuerte olor a coco del bronceador, mezclado con el efecto del Martini que sostenía en la mano y regado por el baño de sol, han sido los culpables de haberme sumergido como en una mala nube de recuerdos lejanos, que laten todavía en mi conciencia.

En concreto, han venido a mi mente, de sopetón, algunas "correcciones fraternas" que creo me vendrá bien confesar. No pienso hacer memoria de aquellas atrocidades, sólo necesito expulsar para olvidar, y espero que también sirva para hacer pensar y prevenir.

Todo ha partido al ver salir del agua a una persona con alguna enfermedad no se sí en su columna... El resultado era una figura algo retorcida, que movía a compasión. Por similitud, recordé a aquella numeraria... Llamemos la A.

Pues A era divertida, animada, simpática, y le gustaba arreglarse bastante y vestir con colores llamativos, algo normal teniendo en cuenta la tierra de la que procedía, en contraste con la sobriedad de la norteña directora de aquel curso anual.

Su pecado era su figura enferma, algo maltrecha.

Nuestra querida A, en un gesto de naturalidad, arrancó por sevillanas animando la aburrida tertulia de la noche en la que el tema iba de guitarra.

A la mañana siguiente, la sobria directora, me preguntó mi opinión sobre el baile de nuestra divertida A. No entendí la pregunta, por lo que aprovechó para echarme la bronca y decirme que le transmitiera algo:

Lo que yo le tenía que decir, consistía en que entendiera que teniendo un físico como el que tenía, debería ser más recatada y discreta. Que su forma de arreglarse y de bailar, delataba un deseo de llamar la atención.

Cretina de mí, se lo dije. Y santa de ella, me dio las gracias. ¡No hay derecho! Qué injusta y cruel fui! Perdóname, A.

M., Era una de las numerarias "mayores" que aún vivían, y era considerada como reliquia. Tenía ya muchos años, y una dificultad en la boca por la que se veía obligada a hacer un gesto con la lengua como sí se relamiera.

M. Estaba una noche en la sacristía, como siempre, preparando puntualmente los ornamentos, y allí la pillé (la sacristía era terreno perfecto para hacer la cof. -corrección fraterna, en argot interno-).

La ataqué y, brutalmente y sin anestesia, le solté (eso sí, en nombre de Dios) lo que me había encargado la directora, pese a mi resistencia. El encargo era decirle que no era de buen espíritu comer entre horas. Y que a ella se le notaba que tomaba algo fuera de horario y por los pasillos. Y la buena de M.,, incumplió la normativa de sólo dar las gracias, y me replicó que no lo hacía nunca. ¡Bravo M., hiciste bien!

Me da igual si M. comía o no. ¿Qué más da? ¿Acaso eso le importa algo a Dios?

Te quiero pedir perdón, querida M, por haber sido asquerosamente obediente. Yo sé que, si existe el paraíso, tu estarás leyendo opuslibros, y me perdonarás.

Y mi tercer recuerdo desde la hamaca me ha quitado el amargor, y os lo cuento, porque fue "cachondillo".

Nadie sabía que dentro de un par de días yo iba a dejar definitivamente mi encierro en aquella celda a la que me empujaron en plena adolescencia.

La directora de turno era torpe y gris. Y en aquel centro vivía S., espabilada numeraria, cargada de sentido común, que "hacia de su capa un sayo".

Cumpliendo órdenes de la gris directora de turno, me dirigí a la habitación de S, y me tumbé cómoda y divertidamente en su cama. Le sorprendió mi actitud y se echó a reír. Y le espeté: pues se te va a cortar la risa cuando te diga a lo que he venido: Que me dice nuestra directora que te diga que llevas las faldas un poco cortas, y que les saques el dobladillo porque, además de ser impropio de una numeraria, es una falta de respeto ir así al oratorio y estar de esa forma ante el sacerdote. Así qué ya sabes: ¡a coser!

Y abriéndome la puerta e indicándome la salida, me dijo burlona: pues vete y dile que como me lo repita, ¡le recorto el bajo de sus vestidos! Y dile que te he dado las gracias.

Pues Pax. Pues in aeternum!

Y a los que aún estáis dentro, que os sirva para meditar un poco.

La corrección fraterna es una burda manipulación del Evangelio. Dios nos habla en nuestro interior. No te fíes de los que dicen ser sus mensajeros





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