La imprudencia en el opus dei debida a la defección intelectual

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Por Damián, 23.11.2009


La lectura de cualquier filósofo relevante desde Kant a nuestros días le está prohibida a cualquier miembro del opus dei. El Studium generale es el único cuerpo intelectual que recibe un asociado a la obra y este se compone de una digestión de conceptos escolásticos y una información negativa de otras corrientes intelectuales, impartida por un cuerpo mediocre de docentes que nunca han tenido que batirse en el ancho mundo académico internacional de la teología dogmática. Todo miembro de la obra se encuentra enclenque frente a los nuevos paradigmas revolucionarios que se han aportado últimamente por el pensamiento científico inductivo, no saben polemizar con profundidad epistemológica...

Ante Freud, un socio de la obra considerará de forma pastoril que es un mono libidinoso. Frente a Darwin los miembros de la obra solo argumentarán “ad hominem” imaginándolo como un aristócrata despechado. De cara a Marx sin saber que dice de forma repetitiva, sin elaborar una crítica profunda psicológica y sociometafísica de esa doctrina, cualquier asociado al opus dei expresará que el autor del Capital es un demonio, que quiere confundir a todos con la justicia social. Y para cualquier otra corriente nueva del pensamiento la psicología, la lógica, la matemática, la sociología, la filosofía lingüística, la antropología o la socioeconomía los pertenecientes a la obra tienen un discurso poético, huero, contradictorio y cerrado. Una formación filosófica exclusivamente escolástica al negar a Kant concede una igualdad metafísica al pensar en una cosa con el ser de esa misma cosa, de tal manera que todo lo coherente que se piense tiene que existir, siguiendo a San Anselmo, Dios existe porque el hombre puede pensar en un ser totalmente perfecto y si no tuviera existencia ese ser supremo, carecería de esa perfección y no podría ser pensado por el hombre, “Sic Deus est” y mágicamente el pensamiento crea al ser de las cosas.

Por otro lado santo Tomás dice que Dios no es demostrable por el pensamiento sobre Él, puesto que el intelecto humano no puede dar cuenta de la totalidad de su esencia y ello no permite demostrar su existencia con argumentos ideológicos apodícticos. Pero este razonamiento equívoco hace que el pensamiento completo de la esencia de un objeto genere pasmosamente su existencia. Y es del todo falsa esta conclusión pues la no existencia de un objeto no es condición que impida pensar en ese objeto. El ser humano puede pensar de forma muy completa múltiples seres perfectos inexistentes, con la matemática se pueden definir objetos geométricos completos inexistentes, tales como la cinta de Moebius o un edificio con cuatro fachadas orientadas a mediodía, por lo que nunca se debe confundir el pensamiento sobre las cosas con el existir de las mismas. El pensar y el existir son predicados analógicos distintos, no idénticos. Sostener que el pensar las esencias completas de las cosas inevitablemente generará su existir es hacer mágica y superchera a la filosofía y además es terriblemente peligroso pues a partir de ahí el pensamiento utópico puede tiranizar a los utopizados ya que sostiene la existencia real de una quimera pensada cuya existencia es incierta.

Cabe deducir de lo anterior que en un mundo ideológico eclesiástico resbaladizo de la primera mitad del siglo XX, se podía con toda libertad identificar al buen pensamiento con la existencia de las cosas. Si el fundador pensó en el opus dei en forma utópica como algo completo era inevitable que la mayoría de los socios formados en este pensamiento neoplatónico, consideraran que la realidad de la obra existía ya en el entorno circundante, y que la obra real era igual a la obra imaginada por su fundador. Así pues si la existencia real del proyecto “opus dei” procede del pensamiento del fundador sobre ello como cosa ya finalizada, entonces la “obra de Dios” tendrá que existir de modo metafísico en algún lugar encantado de la tierra. Si el trabajo de los artífices del “opus dei” consiste en descubrir el edificio que ya existe, empleando cierta gracia divina para desenterrarlo de las arenas demoníacas que lo tapan, entonces no precisarán de ningún pensamiento previo de puesta en marcha, no hay ninguna obligación de preveer los futuros contingentes de su creación y no se precisa pronosticar su consolidación.

Este modo de pensar que tranquiliza mucho a ciertas conciencias de los integrantes de la “obra”, desvirtúa del todo el concepto de prudencia. Este tipo de actuación se llama improvisación que es un actuar de modo veloz sin tener preparación. La experiencia histórica del discurrir horroroso del siglo XX ha mostrado hasta la saciedad como todas las utopías imprudentes revolucionarias románticas del siglo XIX que prometían el paraíso terrenal se plasmaron en infiernos tiránicos. La concesión Hegeliana del alma al estado, el retorno al buen salvaje de Rousseau y la preponderancia en la lucha de clases del proletariado, todas ellas fueron propuestas filosóficas muy completas que no se han podido llevar a la realidad y que han producido el efecto opuesto a su ser pensado. Por causa de esas utopías imprudentes el mundo ha sufrido dos crueles guerras mundiales, Hitler ha realizado un cruel holocausto con los judíos, Rusia con Estalin se llenó de un Gulag asesinante, Mao Ze Dong hizo sucumbir a un tercio de la población de China, Pol Pot liquidó a la mitad de Camboya por ser capitalistas y sucedieron otros muchos casos más. Todo esto demuestra empíricamente que cualquier nuevo concepto organizativo por muy estéticamente que esté pensado no tiene por que existir y también demuestra de forma salvaje que toda la puesta en marcha improvisada de proyectos utópicos sin preveer los futuros contingentes maltrata de forma horrorosa a todos los utopizados. Así pues todo plan organizacional para ser construido con prudencia ha de tener muy en cuenta el uso de las almas que intervienen en su puesta en marcha para que no se gasten y no se desesperen.

La historia del opus dei ha mostrado palpablemente que nunca se previó el amplio abandono de sus participantes por quemazón moral, a día de hoy el 80 por ciento de sus integrantes están fuera de la asociación. Una organización que promete caridad y salvación para toda la humanidad ha debido de equivocar mucho sus métodos de puesta en marcha para excluir a tanta gente y ello es debido a su imprudencia intelectual. El Opus Dei si quisiera redimirse podría solicitar perdón por su imprudencia organizacional y por los daños que ha ocasionado a sus miembros pasados y presentes al tiranizarles utópicamente con una derrama continua de improvisaciones directivas.




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