La Redención en Escrivá de Balaguer/La Redención y la soberbia

La Redención y la soberbia

Habíamos dejado al sujeto paciente pasando de la cruz de palo al borrico de noria, o lo que es lo mismo, oscilando entre la despersonalización y el sometimiento. Obsesionados por la cruz y la negación del yo, la satisfacción vicaria interpretada por Escrivá, centra sus esfuerzos en la imitación de Cristo crucificado. Es un camino individual, o mejor dicho, individualista, defecto no imputable a Escrivá, porque venía siendo habitual desde finales de la Edad Media y se instaló definitivamente en la espiritualidad del siglo XIX y principios del XX...

Con todo, no es la peor lacra de este esquema soteriológico. Centrada la redención en la reproducción de la cruz sacrificial de Cristo en la vida del individuo, poco a poco, sin apercibirse, se va entrando en una espiral solipsista. Conseguir el holocausto completo del yo exige una "lucha" constante. Escrivá recurre con frecuencia al término: "La paz es algo muy relacionado con la guerra, La paz es consecuencia de la victoria. La paz exige de mí una continua lucha. Sin lucha no podré tener paz" (Camino 308); "ser fiel a Dios exige lucha. Y lucha cuerpo a cuerpo" (Surco, 126); "La prueba, no lo niego, resulta demasiado dura" (Surco 127); "el Reino de los Cielos se arrebata con violencia, con la pelea de cada instante" (Surco, 130). La salvación no es un don gratuito de Dios al que me adhiero libremente, se ha convertido en una conquista, algo que conseguir con esfuerzo. Hay que entablar una lucha a muerte contra las pasiones, la necesidad de descanso y las caídas. El fundador no especifica si las caídas se refieren a la evasión de impuestos, las calumnias, la falta de respeto a la dignidad del adolescente en su compulsión proselitista, la utilización de la gente sencilla de los barrios para ganar adeptos, o a asuntos relacionados con el sexo. Nos tememos la última opción. Hay que cumplir múltiples normas, tener un plan de vida. No hay oportunidad para el sosiego ni para el descanso, la perfección exige una entrega total y absoluta. La imposibilidad de cumplir irreprochablemente todas las reglas y las negaciones del yo arrastra a la persona al permanente sentimiento de culpabilidad.

Algunos, bastantes por lo que sabemos, se rompen por el camino, no aguantan la presión y terminan somatizando la tensión. No pasa nada según la obra, ya sabemos "que tú no eres más que el envoltorio del regalo: un papel que se rompe y se tira" (Surco, 288). Otros, superan la prueba y se convierten en "instrumentos", "obedeced, como en manos del artista obedece un instrumento" (Camino, 617). Piezas de un engranaje al servicio de la Institución: "Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. -Un día y otro: todos iguales"; "las orejas estiradas como antenas, austero en la comida, duro en el trabajo, con el trote decidido y alegre" (Camino, 998 y Es Cristo que pasa, 181).

Mientras el seguidor de este camino espiritual se hace "violencia" para poder llegar a "decapitar el yo" (Surco, 279 y 280), el santo fundador viaja hacia la gloria a bordo de un Mercedes Benz con chofer (Hormiguita, 17-5-04). A primera vista puede parecer contradictorio y, sin embargo, encierra una lógica. Puede compaginarse el holocausto del yo con la mayor de las riquezas y la mayor de las soberbias. La razón, a mi entender, es bien simple: tanto luchar por unirme a la cruz de Cristo me deja ensimismado, absorto, incapaz de comprender la realidad que me rodea. Tanta fuerza y violencia realizada, verificada en múltiples sacrificios, disciplinas, cilicios, mortificaciones y penitencias varias, normas y planes de vida, -"se va a matar", decía la madre del joven Escrivá- (cf. Fisac, Escrivá de Balaguer - ¿Mito o Santo?), me lleva a la conclusión de haber hecho lo que debía, de haber conseguido clavar mi yo en la cruz de palo, en definitiva, de haber realizado "ahora" en mí la redención de Cristo, de haber reparado lo suficiente, de haber hecho cuantos desagravios eran necesarios (Via Crucis, V estación, 2).

En conclusión, yo me he salvado con mi esfuerzo. No me ha salvado Dios. Ya no formo parte de la "manada", ni del "rebaño", ni de la "piara" de gentes que no saben si tienen alma (Camino, 914). Nada tengo que ver con el "montón". Soy caudillo (Camino, 16).

El viaje hacia la cruz de Cristo así entendida, me devuelve una imagen grotesca y enferma de mi yo, henchida de soberbia. Nadie podrá criticar mi afán de riquezas, ni mi coche con chofer, ni el gusto por los honores, porque yo soy pobre, estoy clavado en la cruz de Cristo, he mortificado mi yo hasta el fondo, vivo desprendido del todo, usando de las cosas como si no existieran: "No consiste la verdadera pobreza en no tener, sino en estar desprendido: en renunciar voluntariamente al dominio sobre las cosas" (Camino, 632).

Los humanos tienen la costumbre ancestral de convertir en iconos las ideas fundantes de sus grupos. La obra puede ocultar durante años sus Constituciones, sus Estatutos, el Vademécum de los Consejos Locales y demás vademecums, glosas, cartas... multitud de escritos internos. Puede tomar todas las precauciones necesarias para que nadie apunte nada en las charlas de formación o en los retiros. Puede prohibir sacar de las casas libros y documentos, grabar las meditaciones, etc. (cf. Vademécum). Todas las precauciones serán inútiles. Bastará entrar en las casas de la obra y escudriñar la iconografía que decora el ambiente. Las dos o tres ideas madre del fundador estarán representadas. Esas ideas se habrán convertido en iconos. Éstos cohesionarán al grupo y le recordarán visualmente las ideas de origen. En las casas de la obra no faltan ninguna de las tres: la cruz de palo, el borrico de noria y las fotografías del fundador y su familia de sangre. Y patos, porque, decía Escrivá refiriéndose al proselitismo, "los patos aprenden a nadar, nadando", o sea, que no hay que pensarse las cosas mucho -pedir la admisión, por ejemplo- sino lanzarse directamente. En fin, el resumen de la obra queda -a mi entender- así: aniquilamiento del yo (cruz de palo), sometimiento y perseverancia (borrico), imagen del Padre (mediación por filiación) y proselitismo (patos).

Además de conquistarnos el engreimiento supremo, la fijación por la imitación de la cruz de Cristo así entendida, nos conducirá a la insensibilidad social. Cristo crucificado no remite al sufrimiento del mundo ni a su resurrección. Ambos quedan encerrados en un círculo vicioso.

En junio de 1974, se refería Escrivá a un cuadro que hay en la sede central de la obra, en Roma, sobre la puerta que da a un oratorio dedicado a la Sagrada Familia: "Es de un pintor de cuarta o quinta fila -se llama Del Arco-, del tiempo de Velázquez, más o menos: representa un Cristo coronado de espinas, que está giboso, ¡giboso!... ¡giboso!... Como yo me he visto giboso muchas veces, cansado, reventado, llegando al atardecer de esa manera, me consuela mucho pensar en la imagen de Cristo Jesús, tal como viene en ese cuadro. Él era la hermosura, la fortaleza, la sabiduría..., y allí -atado a la Columna- estaba así. De modo que si alguna vez pesa, y os sentís gibosos, acordaos de Jesús. Jesús, reventado. Jesús que tiene hambre. Jesús que tiene sed. Jesús que se cansa. Jesús que llora. Jesús que sabe ser amigo de sus amigos... Y, sobre todo, Jesús con María y José: es ya el colmo. ¡Id ahí, id ahí! ¡Aprended! Y entonces andaremos bien".

Los gibosos de la realidad no cuentan, el sufrimiento del mundo tampoco, la resurrección queda postergada para el más allá. A esta actitud se le puede llamar narcisismo.

San Josemaría construye el opus tomando varios préstamos: Por una parte, una interpretación rigorista del ya de por sí deformado esquema de la satisfacción vicaria. Por otra, aprovecha los vientos totalitarios de su época para establecer una nueva mediación de acceso a Dios a través de la filiación vinculante a su persona, el Padre-Escrivá (volveremos sobre esto en otra ocasión). Por último, la organización económica se nutre gracias al modo de funcionamiento de las pequeñas empresas familiares de principios del siglo XX.

En su vuelo celeste, origen de la fundación, el nuevo santo "vio" en 1928 la obra para toda la eternidad. Olvidó el fardo ideológico que llevaba a las espaldas. Demasiado peso para tan alto vuelo.