La Redención en Escrivá de Balaguer/El largo camino hacia el concilio Vaticano II

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El largo camino hacia el concilio Vaticano II

El concepto de redención es la piedra angular de todo el edificio teológico. En su concreción, la Iglesia se juega mucho, tanto en el plano teórico como en el práctico. La salvación es el tema "central" en el Antiguo y Nuevo Testamento. Atraviesa cada una de las páginas de la Biblia y de la Tradición de la Iglesia. Sin embargo, nunca ha sido definido dogmáticamente. Es decir, no existe de momento un dogma explícito sobre la redención. Tampoco las teorías de san Anselmo y de santo Tomás deben ser tomadas como normativas. Todavía menos vinculantes son para los cristianos las desviaciones y deformaciones posteriores.

Esta realidad produce un gran alivio y esperanza para muchos. Otros, por el contrario, desearían ver fijada tajantemente una fórmula dogmática. Lo intentaron y estuvieron a punto de conseguirlo en el Vaticano I. El 10 de diciembre de 1869 se distribuyó a los Padres conciliares un primer esquema que fue rechazado. A finales de febrero de 1870 estaba terminado un segundo esquema, De fide catholica. Constaba de nueve capítulos, seguido de sus correspondientes cánones condenatorios. Las circunstancias históricas impidieron su discusión y votación. Nunca fue aprobado. Sin embargo, un sector de la Iglesia quiso darle una autoridad teológica arguyendo que por motivos accidentales el concilio debió interrumpirse. De haber sido así, el catolicismo habría consagrado la teoría de la "satisfacción vicaria", teología insuficiente para los cambios que se avecinaban.

La visión deformada de la "satisfacción vicaria" pasó a los libros de texto y a la discusión teológica a comienzos del siglo XX entrecruzándose con el de "sustitución" y el de "expiación penal". Un manual de esos primeros años del XX lo explicaba de manera bien sencilla: la redención significa el rescate de un esclavo por medio de un pago. El pago tiene que hacerse al dueño del esclavo, que es Dios, y no el diablo. El diablo sólo interviene como el verdugo que inflige el castigo. El precio consiste en una satisfacción igual a la ofensa, es decir, la satisfacción de un Dios- Hombre. Dios quedará aplacado entonces y será propicio para con la humanidad.

Un grupo de teólogos alemanes y franceses comienzan a reaccionar críticamente a partir de 1940. Se redescubre la resurrección como parte esencial de la redención y no como un apéndice apologético (1950). En el aniversario del concilio de Calcedonia (1951), Karl Rahner propone una revisión general de toda la cristología. Los exegetas, sobre todo protestantes, van haciendo su trabajo de revisión desde principios de siglo. Más adelante también los católicos comenzaron a trabajar en este campo.

Al comenzar el concilio Vaticano II, un sector de la Iglesia vuelve a solicitar la definición dogmática de la Redención. Gracias a Dios, fracasaron de nuevo. Sin ser un concilio cristológico como los del primer milenio, el Vaticano II abre nuevas perspectivas. El misterio del ser humano queda definitivamente esclarecido en el misterio del Verbo encarnado. Cristo, el nuevo Adán, nos revela al Padre y su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre lo profundo de su vocación (GS 22,1). Recogiendo las intuiciones de Tertuliano e Ireneo, el concilio afirma que Cristo nos descubre el verdadero sentido del hombre y de Dios. Su naturaleza humana ha sido asumida, no absorbida, manifestándose a lo largo de toda su existencia la verdad del hombre y la verdad de Dios. Con su "encarnación se ha unido , en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado" (GS 22,2). Más aún, se hizo solidario con cada uno de nosotros y con la humanidad, "quiso participar de la vida social humana". Asistió a las bodas de Caná, comía con pecadores, a los que acogía, y curaba a los enfermos; se dejaba seguir por las mujeres, hablaba con ellas, tenía discípulas, lo que para aquel tiempo era un escándalo. Era el auténtico predicador de la igualdad entre hombre y mujer con su vida y con su conducta. Reveló el amor del Padre desde las relaciones más comunes de la vida social, enseñaba sirviéndose de las imágenes cotidianas, vivía como un trabajador de su tiempo (GS 32,2). A lo largo de toda su existencia mantuvo la comunión absoluta con Dios y con nosotros. En nombre de esta comunión hizo de su muerte y resurrección un acto de reconciliación estableciendo los vínculos de una nueva comunidad fraterna en su Cuerpo, que es la Iglesia (GS 32,4). De este modo se convierte en el centro del universo, en Señor de la historia, en el "gozo del corazón humano y plenitud total de sus aspiraciones"; y así, "caminamos como peregrinos hacia la consumación de la historia humana, la cual coincide plenamente con su amoroso designio: restaurar en Cristo todo lo que hay en el cielo y en la tierra" (GS 45,2).

La nuevas directrices del concilio estaban a años luz de los viejos esquemas. No quedaba ni rastro de la "satisfacción vicaria", ni de la "sustitución", o el "pacto sacrificial". Por el contrario, dieron alas a una renovación de la cristología. El trabajo de Jesucristo en silencio, el trato con los enfermos, las curaciones, las comidas con pecadores, su muerte y resurrección etc., todo era lugar sagrado de revelación y salvación. El sacrificio en la cruz se empezaba a entender como la consecuencia de una vida de servicio y entrega compasiva. La alegría de la resurrección y la reconciliación ofrecida sí eran motivo de salvación.

Pero en mi opinión, el concilio no hizo justicia a los damnificados por errores anteriores. En la cuneta de la historia quedaban cientos, miles de personas, generaciones enteras de hombres y mujeres que se habían alejado de la fe de la Iglesia por culpa de las viejas ideas sobre la Salvación, que habían sido, en mi opinión, una de las causas fundamentales de la deserción del cristianismo. Además de no hacer justicia a las víctimas de la represión, dejó el cadáver insepulto. No criticó los excesos ni los corrigió. Creyó que unas cuantas paladas de renovación serían suficientes para superarlo. Una leve nota de la Comisión Teológica Internacional criticando las desviaciones protestantes, no las católicas, les pareció suficiente a los padres conciliares. Craso error.

En este contexto de debate teológico debemos interpretar lo sucedido con la película de Gibson. En cuanto tal, no merece muchos comentarios, basta con decir que es nefasta (cf. Flavia 16.4). Lo importante es la utilización que se está haciendo de ella. Además de servir para el proselitismo con adolescentes, la obra identifica el concepto de redención de Escrivá con el proyectado por la película. Divulga ideas totalmente obsoletas y en desuso para la inmensa mayoría de la Iglesia, en un momento de grave crisis de la Iglesia y también de la obra. Y, lo más importante, prepara el camino al 'Doctorado' del fundador, la mejor manera de consagrar su doctrina y de legitimar la teología de la satisfacción vicaria. Sería, si Dios no lo remedia, la revancha por el fracaso de los dos concilios anteriores.


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