La Redención en Escrivá de Balaguer/De "la cruz de palo" al "borrico de noria"

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De "la cruz de palo" al "borrico de noria"

Adentrarse en los escritos del nuevo santo es tarea harto compleja. A estas alturas no han sido publicadas todas sus obras. El gran público conoce una parte, no así los escritos internos, aquellos que guardan celosamente el espíritu de la obra. Esta pagina web ha demostrado la existencia de un doble lenguaje, uno para los de dentro y otro para los de fuera. Del mismo modo también han sido probadas las contradicciones del autor, puede decir lo mismo y lo contrario sin inmutarse (cf. E.B.E., " La formación de la identidad en el Opus Dei", "La barca del Opus Dei" y "Las redes de la 'barca' del Opus Dei"). Incluso hay quien duda de la autoría de Surco y Forja (cf. Ñamñam, 16.2). A excepción de "Camino" no existen estudios críticos, ni se han hecho públicos... - que yo sepa- los autógrafos de ninguno de los libros. La costumbre arraigada en la Iglesia de encargar la biografía y la publicación de las obras a personas de prestigio ajenas a la institución, tampoco ha sido seguida en esta ocasión.

A pesar de las dificultades merece la pena intentar analizar el concepto de Redención en Escrivá, porque ahí se encuentra, según creo, la razón última al sufrimiento causado en muchos. Confieso mis pre-juicios, al menos dos: la lectura asidua de las experiencias de dolor narradas en esta página web me llevan a constatar que la obra genera enfermedad en sus miembros y que su número, lejos de quedar reducido a algunos casos, está muy extendido. Segundo prejuicio: Los errores cometidos en el pasado por una interpretación deformada de la teología de la redención los hemos sufrido muchos sin llegar a acarrear las graves consecuencias explicadas por los ex miembros; en consecuencia, algún fallo debe haber en la teoría y en la praxis de la obra.

A continuación presentamos una aproximación o hipótesis que deberá ser profundizada y verificada.

El pensamiento de Escrivá respecto a la redención está en la órbita conceptual de su época, como no podía ser de otra manera (sólo los genios son capaces de trascenderla). Adán ofendió a Dios (Es Cristo que pasa, 183). "Debemos hacernos cargo, aun en lo humano, de que la magnitud de la ofensa se mide por la condición del ofendido, por su valor personal, por su dignidad social, por sus cualidades. Y el hombre ofende a Dios: la criatura reniega de su Creador" (Es Cristo que pasa, 95).

Cristo nos redimió por su sacrificio en la cruz. Pecado y redención en la cruz condensan el drama de la humanidad. Hasta aquí se sigue el esquema de la satisfacción vicaria, sin que aparezcan las graves desviaciones de otros autores, cólera de Dios, sustitución, pacto sacrificial, etc. Por el contrario, se afirma que la Redención es un acto de amor (Amigos de Dios, 276).

En la Cruz se "consumó" nuestra Redención, Cristo la "obtuvo" para nosotros: "Este umbral de la Semana Santa, tan próximo ya el momento en el que se consumó sobre el Calvario la Redención de la humanidad entera" (Amigos de Dios, 110); "porque la Cruz nos habla del sacrificio del Dios hecho Hombre. Lleva esta consideración a tu obediencia, sin olvidar que El se abrazó amorosamente, ¡sin dudarlo!, al Madero, y allí nos obtuvo la Redención" (Surco, 373; cf. lo mismo en "Es Cristo que pasa", 121)

En la Cruz fuimos rescatados a precio de sangre: "ha comprado cada alma, una a una, al precio- lo repito- de su Sangre." (Camino 135); "El se dio a sí mismo en rescate por todos" (Es Cristo que pasa, 121). Queda sin especificar si el pago era la condición indispensable para que Dios mostrara su benevolencia con los hombres, error habitual en la satisfacción vicaria.

El sacrificio de Cristo en la cruz llegó hasta el extremo de convertirse en holocausto, es decir, hasta quedar consumido, al igual que las víctimas animales sacrificadas en el Templo de Jerusalén: "Jesús se entregó a Sí mismo, hecho holocausto por amor" (Amigos de Dios 129). Si la vida del cristiano consiste en imitar a Jesucristo y la salvación nos vino dada por el sacrificio en la cruz, el creyente debe hacer lo mismo, hacerse holocausto por la negación de sí mismo: "Hay que darse del todo, hay que negarse del todo: es preciso que el sacrificio sea holocausto" (Camino, 186); "Para acompañar a Cristo en su gloria, al final de la Semana Santa, es necesario que penetremos antes en su holocausto, y que nos sintamos una sola cosa con El, muerto sobre el Calvario" (Es Cristo que pasa, 95; cf. Forja, 1022; Surco, 34; Vía Crucis, 9).

Por tanto, el holocausto se realiza por la negación de sí mismo, es decir el "agere contra" y se realiza dejándose clavar en la cruz: "¡Clavarse en la Cruz! Esta aspiración, como luz nueva, venía a la inteligencia, al corazón y a los labios de aquella alma, muchas veces. -¿Clavarse en la Cruz?: ¡cuánto cuesta!, se decía. Y eso que sabía muy bien el camino: "agere contra!" -negarse a sí mismo, Por eso suplicaba: ¡ayúdame, Señor!" (Forja, 401). Darse del todo y negarse son equivalentes para conseguir el fin de llegar a ser holocausto (Camino, 186).

Este proceso espiritual se realiza subiendo a la cruz, una Cruz de palo, sin rostro ni figura humana será el lugar adecuado para que el creyente la rellene con su propio yo: "Cuando veas una pobre Cruz de palo, sola, despreciable y sin valor... y sin Crucifijo, no olvides que esa Cruz es tu Cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo..., que está esperando el Crucifijo que le falta: y ese Crucifijo has de ser tú" (Camino, 178; 277). Una variante será meterse en las llagas del crucificado.

Lejos de ser una metáfora, el estar clavado en la cruz debe convertirse en la constante del quehacer diario, apropiándose hasta el tuétano de la vida su ser crucificado. Negarse a sí mismo hasta llegar a ser nada, holocausto. La totalidad del ser humano queda afectada por esta idea matriz; los sentidos interiores y exteriores (Camino, 181), el corazón (Camino, 163), la vista (Camino, 183), la corporeidad (Camino, 196; 226) y el mundo. Una batería de conceptos ascéticos vendrán en ayuda del recién crucificado: mortificación, penitencia, abnegación, obediencia, pobreza, pureza, lucha interior, rendir el juicio, humildad, etc. Cada uno de ellos intentará atornillar un aspecto concreto de su ser. "Ningún ideal se hace realidad sin sacrificio. -Niégate. -¡Es tan hermoso ser víctima!" (Camino, 175; 186). La exaltación del dolor como expiación alcanza cimas impresionantes, "Bendito sea el dolor. -Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!" (Camino, 208). Para más inri, este camino hacia la negación de sí mismo, el sujeto paciente lo llevará a cabo con alegría, porque "en el dolor está precisamente la felicidad" (Camino, 217; cf. 169), y la alegría "procede de abandonar todo y abandonarte en los brazos amorosos de nuestro Padre-Dios" (Camino, 659).

En ningún momento el sufrimiento expiatorio provocado por la negación del yo queda vinculado con la solidaridad o el amor al prójimo, es simple consecuencia de la negación de si mismo que el sujeto debe conseguir clavado a la cruz.

A cambio se nos promete la Vida eterna, es decir, la salvación en el otro mundo: "Bebamos hasta la última gota del cáliz del dolor en la pobre vida presente. -¿Qué importa padecer diez años, veinte, cincuenta..., si luego es el cielo para siempre, para siempre... para siempre? -Y, sobre todo -mejor que la razón apuntada "propter retributionem"-, ¿qué importa padecer si se padece por consolar, por dar gusto a Dios nuestro Señor, con espíritu de reparación, unido a El en su Cruz, en una palabra: si se padece por Amor?... (Camino,182).

El proceso se realiza, aquí está lo más grave, en la peor de las soledades. Dios será su único consuelo. No hay lugar para las relaciones humanas ni para las amistades, bastará con la confesión y la confidencia semanal, objeto de manoseo de la conciencia, como tantas veces ha sido denunciado en esta web. El Director te entregará y explicará unas normas y un plan de vida. La gracia de Dios, más la gracia especial del Director y nuestra obediencia llevarán a término el proceso.

En pura lógica, un holocausto del yo tan intenso y realista sólo puede llevar a la destrucción del yo, al menos, a su fragmentación o disociación (E.B.E. 4.5).

Cada uno sabe mejor que nadie sus limitaciones y pobrezas, el ser humano es muy "probecito", en eso podemos estar de acuerdo con el nuevo santo (Camino, 608). Pero llegar a decirnos: "depósito de la basura", "cacharro de los desperdicios" (Camino, 592), "polvo sucio y caído" (Camino, 599), "dentro de poco -años, días- serás un montón de carroña hedionda" (Camino, 601), nos parece excesivo. Y es que -no lo olvidemos- seguimos en el esquema de la satisfacción vicaria. Recuerdan estas expresiones a un autor de principios del XX, quien viendo a Jesús hecho pecado (error garrafal, Jesús "carga" con el pecado "no es" pecado), se atrevió a llamarlo "estercolero". A este menosprecio del yo se le denomina virtud de la humildad.

A estas alturas los seguidores de este camino buscan aire fresco a su agobio. Esta doctrina puede parecerles un martirio. No andan equivocados, el mismo fundador lo reconoce: "¡Qué bien has entendido la obediencia cuando me has escrito: "obedecer siempre es ser mártir sin morir"! (Camino, 622). La frase me parece que resume perfectamente el proceso, mártir sin llegar a morir. ¿Ofrece san Josemaría otras salidas? Según él, "podremos hacer de toda tu miseria algo grande" (Camino, 605), Jesús vendrá en nuestra ayuda y rellenará el vacío dejado por el yo viejo (Camino, 596), convirtiéndonos en una "escultura, imagen de Jesús" (Camino, 56). Sin especificar el tipo de imagen de Jesús, si muerto o resucitado, el lector se queda con ganas de mayores concreciones. Si se tratara de la imagen del Cristo pascual, transformado por la resurrección en corporeidad espiritual, pletórico de paz, renovador de la vida de unos pescadores atemorizados, dispuesto a compartir el pan y el pescado en la orilla de cualquier lago, entonces -digo- la propuesta podría en última instancia llegar a ser sanadora.

Pero no, una nueva metáfora irrumpe en el escenario para bajar al sujeto paciente de la cruz y convertirlo en borrico, un borrico de noria (Camino, 606). La imagen está bien traída, como en el mito del eterno retorno, dejando a la persona sin futuro, la virtud de la humildad nos devuelve al comienzo de la Pasión de Cristo: "¡Bendita perseverancia la del borrico de noria! -Siempre al mismo paso. Siempre las mismas vueltas. -Un día y otro: todos iguales. Sin eso, no habría madurez en los frutos, ni lozanía en el huerto, ni tendría aromas el jardín. Lleva este pensamiento a tu vida interior" (Camino, 998); "¡Ojalá adquieras -las quieres alcanzar- las virtudes del borrico!: humilde, duro para el trabajo y perseverante, ¡tozudo!, fiel, segurísimo en su paso, fuerte y -si tiene buen amo- agradecido y obediente" (Forja, 380; Amigos de Dios, 137). Podemos preguntarnos: ¿Quién lleva las riendas del borrico? ¿a quién hay que ser agradecido y obediente? ¿quién es el amo? La doctrina responde que Jesús lleva las riendas de todo (Forja, 381; Es Cristo que pasa, 181). Por lo leído en esta página web, la práctica parece desmentirlo, la obediencia ciega, la relación de filiación con el Padre-Escrivá y el peso de la Institución Opus Dei, impiden el acceso a la libertad y a la resurrección.

A mí, esta espiritualidad, que quieren que les diga, cuando menos me parece muy peligrosa, por no decir directamente enfermiza. ¿Hay alguien capaz de salvarse con semejante camino? ¿no está aquí la raíz del sufrimiento de tantos ex miembros? ¿no hay manera de salir de la satisfacción vicaria?


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