La Muerte de don Danilo Eterovic - Carta abierta

Por Wilhelm Pfeistlinger, 25/03/2015



Desgraciadamente no tenía la suerte de conocer a Don Danilo Etervoic Garett personalmente; ni durante mi adhesión a la obra como miembro numerario de 1982 a 1992, ni después. Con referencia a la muerte horrible de este sacerdote, primer numerario boliviano de nacionalidad boliviana y croata, no puedo y no quiero extenderme, esto ya ha sido descrito y documentado muy convenciblemente por Agustina. Justamente dadas la cualidad y la integridad de dicha documentación ya no se puede disimular, ignorar o encubrir el suicidio de este sacerdote. Tenemos que escuchar su grito en la noche oscura del cuerpo, del alma y del espíritu que le hizo arrojarse al paso del tren porteño y tenemos que sacar las consecuencias adecuadas por varias razones:

  1. El caso de don Danilo no es un caso singular. Ya sabemos que en el Opus Dei hay suicidios y otras formas de muerte indigna. En este momento, estoy pensando en Don Juan Bautista Torelló, una persona comparable con Don Danilo que, desde 1964 hasta su muerte en 2011, enriquecía la región austriaca de una manera extraordinaria. Era el más profundo, poético y simpático intelectual que yo conocía en la obra, una persona verdaderamente auténtica y santa. También a Don Juan Bautista la obra dolía tanto! No hizo el paso tan “valiente-cobarde” de Don Danilo, perseveraba hasta la última gota. Proverbiales son, sin embargo, las “jeremiadas” de Juan Bautista: Durante sus últimos años, sus "hermanos" le habían abandonado emocionalmente. Reaccionó con “la santa rabia” sin ocultar la miseria corporal ni las heridas que causaron a su alma, entre las cuales se hallaba particularmente la decepción. Prefería –y lo advirtió varias veces a los directores- ser tratado en un hospital de orden por personal cualificado. EL Opus Dei le negó este deseo y prácticamente lo encerraron en arresto domiciliario... .“
  2. El caso de Don Danilo no me parece un caso singular, ni siquiera un caso excepcional, sino, lamentablemente, un caso de suma vehemencia, la punta del iceberg que destaca de una máxima claridad del mar de sufrimiento en la “Obra de Dios”. Aparentemente, hasta este último momento no tenía miedo de la noche oscura, tampoco, me parece, de aquella impuesta por sus directores y hasta un cierto momento quería andar adelante porque –quizás– pensaba que todo esto era la voluntad de Dios. Cuando ya no pudiera aceptar esta idea, cuando probablemente viera que un tal Dios no existiera, cuando sintiera que todo lo que hiciera y sufriera según las “enseñanzas de la Obra” no sirviera para nada, cuando realizara toda su vida hecha polvo y cuando finalmente se diera cuenta que el rechazo por el Opus Dei no le diera más espacio para amar -aceptó también esto-, haciendo realidad de la manera más triste imaginable la fraseología de Escrivá como “!El Opus Dei es el mejor sitio para vivir y para morir!”. Por supuesto, no era necesario suicidarse, no lo es y no lo será jamás. En esta situación, de grave enfermedad, de dolores terribles, puñetazo efectivo, brutal y prepotente por sus “hermanos”, ¿no es muy probable que se sintiera rechazado también por su Padre Dios? En momentos como este, instantes del desenlace total, ¿quién se atreve a reprochar y tirar la prima piedra? Los católicos, ¿no contemplamos en la segunda prefación de la Santa Misa a Nuestro Señor “… ofreciéndose libremente a la Pasión…”? ¿Quiénes somos para hacer distinciones escolásticas? ¡Un sacerdote que ya no veía la diferencia entre la muerte y el holocausto, una persona que prefería no contestar a la decepción por la re-decepción, es decir al engaño por el engaño, de entregarse a la muerte por amor en vez de violentar el mandamiento de amor, un tal sacerdote: ECCE HOMMO!
  3. Una vez más, el Opus Dei negó los hechos, suavizó la causa de su muerte fingiendo la muerte de un santo en el sentido de la prelatura, aunque se trataba del suicidio de un gran amante de Dios. Es la misma hipocresía que les hizo canonizar a Escrivá, sin mirar ni a la derecha ni a la izquierda. Es la misma hipocresía que enmascara problemas de salud psíquica, psicosomática y, por fin física de tantas personas dentro de la prelatura, soportados hasta el punto en que los afectados ya no ven otro modo de sobrevivencia que la propia extinción. Es la misma hipocresía que hace derramar a los directores de la obra raras verdades a medias y falsos peloteos, particularmente sobre la gente “de fuera”, diciendo, en nuestro caso, que “Danilo Eterovic murió a raíz de un accidente en la vía pública”, que “en la vida del Padre Danilo no estuvo ausente el sufrimiento. Dolores físicos y morales lo acompañaron a lo largo de su existencia. El Señor habrá sacado mucho bien de esos dolores, para él y para muchas almas.” ¡Cuanta frivolidad, cuanta prepotencia y cuantas omisiones que terminan en una mentira total sin haber mentido totalmente una vez! Y es, finalmente, la misma hipocresía que crea una moral doble en los corazones de los miembros de la obra como en la Prelatura misma. Mentir es –per definitionem – decir la non-verdad conscientemente. Pero: ¿No decir la verdad conscientemente – no es otra forma de mentir multiplicada por la hipocresía?
  4. Si no es un caso singular y ni siquiera excepcional, sino uno de particular vehemencia – ¿qué raíces puede tener? Tiene que ser, por lo menos, un problema de estructura, un absurdo del “sistema” que obviamente puede incrementarse por actitudes erróneas de las personas. Podríamos preguntar: ¿Por qué se adquiere una u otra actitud? La pregunta nos lleva al misterio de la persona humana y, a la vez, nos devuelve al sistema. El conjunto “sistema – persona” conduce a otra noción que yo – sin escrúpulos – denominaría como “pecado estructural”.
  5. El carácter sobrenatural de la “familia Opus Dei” aparecerá bastante natural por las siguientes razones:
    1. Cada suicidio significa una muerte trágica. No sé si pudiéramos abolirlos completamente en este mundo difícil e inseguro. Pero el número de suicidios en la Obra, la tasa de las enfermedades psíquicas y de los corazones amargados me parecen pasar por encima del resto de la sociedad civil (desgraciadamente la obra no nos dará las cifras para comprobar esta afirmación mía).
    2. En todos aspectos, me parece muy claro que una “familia sobrenatural” tenga que preocuparse mucho más de la salud mental de sus miembros que una “familia de sangre”; la solución de un problema mental que se pone en el “Opus Dei” lógicamente exige una dedicación más profunda, más inmediata, más armonizadora, más persistente y menos superficial, menos burocrática, menos terca, menos fugaz que en las familias “normales”. ¿La obra? El Opus Dei que yo conozco siempre actúa de la manera opuesta: Auto-exculpaciones, auto-justificaciones, auto-tranquilizaciones como: “Esto pasa en todas las familias…”. Si esta frase fuese verdadera, incluso en este caso: ¿No valdría todavía la palabra del Señor: “Y por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano y no te das cuenta de la viga que está en el propio ojo?” (Mt. 7.3)?
    3. Las personas afectadas de la amargura hasta la desesperación suelen ser aquellas que entraron en la obra con muchísimas expectaciones intelectuales, emocionales y espirituales. Son, tantas veces, los Don Danilos, los Don Juan Bautistas, los “más dotados”; dotados de capacidad intelectual y muchas veces de gran sensibilidad artística lo que no quiere decir que los demás valgamos menos como personas. ¡Pero qué perdida, qué daño provocados por la obra!


El comportamiento del Opus Dei es un verdadero escándalo, un grito tremendo hacia el cielo. Espero, quiero que invoque toda la rabia santa de Dios, no tanto por las debilidades de la institución, sus incoherencias y ni siquiera por el problema de estructura mencionado: si no por la terquedad, la inflexibilidad, la inmovilidad hacia algún cambio fundamental de esta milicia incrustada que, creo yo, merezcan toda la vehemencia divina. Es también este grito el que me ha hecho escribir estas líneas y me las hace publicar. La fe en el Opus Dei, en sus poderes auto-curativos, la esperanza en que se libre de sus incrustaciones y pierda sus caparazones se ha reducido al mínimo posible; la fe en que un día se vuelvan honrados, auténticos, abiertos –que por lo menos comiencen a reconocer una cierta culpa estructural- acaba de parpadear. Ya no hay otra esperanza que “spes contra spem”. Según Juan Bautista Torelló, sin embargo, ésta es la única esperanza. Espero todavía que tenga razón, mientras estoy pensando en Don Danilo Eterovic, el sacerdote desconocido y a la vez tan familiar. Ya se encuentra en la Paz de su Dios. “Salí primero a la mano de la muerte para entrar”, como lo dice el gran poeta español, José Angel Valente, “en el dorado reino de las sombras”. Un día le seguiremos. Pienso en Don Danilo acordándome una última vez de Juan Bautista Torelló. Aún le oigo citar a Cesare Pavese: ”La norte verrà e avrà i tuoiocchi”. Espero y rezo que todos nosotros hagamos aquella experiencia cuando venga la muerte -aquellos que nos fuimos, aquellos que están dentro y aquellos que se irán-, todos los peregrinos en este mundo: Que la muerte tenga Sus Ojos.

Wilhelm Pfeistlinger



En la versión original en lengua alemana esta carta abierta ha sido enviada a Su Santidad, Papa Francisco (por correo postal).

Via E-Mail a varias instituciones del Vaticano, a la Arquidiócesis de Viena, a otras entidades austriacas, entre ellas a las autoridades respectivas del Opus Dei en Roma como en Austria y a algunas personas privadas).