Programa de formación inicial (B-10), Roma, 1985/Apartado IV 16

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16. CREO ENLA RESURRECCIÓN DE LA CARNE Y EN LA VIDA ETERNA


La resurrección de los muertos es una verdad revelada por Dios

a) El último artículo del Credo proclama la fe en la resurrección de los muertos, que tendrá lugar al final de los tiempos. Es una verdad esencial de la fe, revelada por Cristo (cfr. Catecismo, 989,991 y 994)214.

b) Al resucitamos, Dios, en su omnipotencia, reúne nuestro cuerpo y nuestra alma, que habían sido separados en el momento de la muerte (cfr. Catecismo, 997).

c) Resucitarán todos los hombres: "los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación" (loann 5,29; cfr. Catecismo, 998). — los cuerpos de los santos serán "gloriosos" (cfr. Philip 3,21) y "espirituales" (cfr. I Cor 15,44; cfr. Catecismo, 999)215.

d) Una vez que Dios nos ha revelado esta verdad, la razón, iluminada por la fe, encuentra varios motivos de conveniencia:

  • cada criatura tiende a lo que conviene a su naturaleza, y es natural al alma humana estar unida a su propio cuerpo;
  • la resurrección de los muertos es conforme a la bondad divina, pues ya que los hombres obraron el bien o el mal en cuerpo y alma, es congruente que sean premiados o castigados también en cuerpo y alma;

214 Desde el principio, "en ningún otro punto la fe cristiana ha encontrado tanta oposición" (SAN AGUSTÍN, Enarrationes in Psalmos, 88,2,5). Ya San Pablo escribió: "¿Cómo dicen algunos entre vosotros que no hay resurrección de los muertos? Porque si no hay resurrección de los muertos entonces tampoco Cristo habría resucitado (...). Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicia de los que han muerto" (I Cor 15,12-14.20).

215 Para ilustrar esto, en Teología se suele distinguir entre "propiedades" de los cuerpos resucitados —que son las prerrogativas naturales y preternaturales (a saben inmortalidad e integridad)— y "dotes", que son los dones y gracias celestiales (impasibilidad, claridad, agilidad y sutileza). De las "propiedades" participarán también los cuerpos de los condenados; de las "dotes" sólo los cuerpos gloriosos.


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  • la resurrección de los cuerpos conviene a la gloria de Cristo resucitado, nuestra Cabeza; de este modo los miembros son conformes a su Cabeza, pues así como Cristo ha resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos en el último día;
  • por haber recibido en nuestros cuerpos la Santísima Eucaristía, que es el Cuerpo glorioso de Cristo resucitado, llevamos en nuestra carne el germen de la resurrección (cfr. Catecismo, 1000).

e) La veneración de las reliquias de los Santos es una manifestación de la fe de la Iglesia en la resurrección del propio cuerpo.

El sentido cristiano de la muerte

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  • La muerte es el final de la vida terrena. Esta realidad "da urgencia a nuestras vidas" (Catecismo, 1007). Sirve para hacernos pensar que no contamos más que con un tiempo limitado para aprovechar los dones divinos, es decir, para hacer el bien y decidir nuestro destino eterno.
  • La muerte es natural, en el sentido de que la naturaleza humana es mortal (el alma puede separarse del cuerpo); pero sabemos por la fe que es consecuencia del pecado (cfr. Catecismo, 1008; Rom 5,12)217. Cristo "asumió la muerte en un acto de sometimiento total y libre a la Voluntad del Padre" (Catecismo, 1009). Con su obediencia, venció la muerte y ganó para nosotros la resurrección y la vida eterna. Sabemos que "si morimos con Cristo, también viviremos con Él" (II Tim 2,11)218. Por eso, "gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo" (Catecismo, 1010).
  • Para un cristiano, la muerte no es el fin, sino el principio de la Vida eterna219. Esta seguridad nos ayuda a sobreponemos a la tristeza por la muerte de los nuestros. También nos empuja a obrar rectamente, sabiendo que recibiremos bienes eternos.
  • "Los cuerpos de los difuntos deben ser tratados con respeto y caridad en la fe y la esperanza de la resurrección. Enterrar a los muertos es una obra de misericordia corporal (cfr. Tb 1, 16-18), que honra a los hijos de Dios, templos del Espíritu Santo" (Catecismo, 2300). "La Iglesia aconseja vivamente que se conserve la piadosa costumbre de sepultar el cadáver de los difuntos; sin embargo no prohíbe la cremación, a no ser que haya sido elegida por razones contrarias a la doctrina cristiana" (C.I.C., can. 1176; cfr. Catecismo, 2301).
  • El juicio particular: "cada hombre, desde el momento de su muerte, recibe en su alma inmortal la retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo,

216 Al exponer este tema conviene también aclarar posibles dudas sobre la reencarnación. "Cuando ha tenido fin «el único curso de nuestra vida terrena» (CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium 48), ya no volveremos a otras vidas terrenas. «Está establecido que los hombres mueran una sola vez» (Heb 9,27). No hay reencarnación después de la muerte" (Catecismo, 1013).

217 Dios había concedido a nuestros primeros padres el poder de no morir, pero lo perdieron para ellos mismos y para nosotros por el pecado original.

218 Este "morir con Cristo" se realiza cada vez que nos apartamos del pecado viviendo cristianamente, y se consuma con la muerte física cuando morimos en gracia de Dios (cfr. Catecismo, 1010).

219 Cfr. Camino, 738.



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bien a través de una purificación220, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo221, bien para condenarse inmediatamente para siempre222 " (Catecismo, 1022; cfr. Catecismo, 1021).

La eterna felicidad en el Cielo

  • "Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven «tal cual es» (I loann 3,2), es decir «cara a cara» (I Cor 13,12)" (Catecismo, 1023). De hecho, "a causa de su trascendencia, Dios no puede ser visto tal cual es más que cuando Él mismo abre su Misterio a la contemplación inmediata del hombre y le da la capacidad para ello. Esta contemplación de Dios en su gloria celestial es llamada por la Iglesia «la visión beatífica»" (Catecismo, 1028).
  • "Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama «el cielo». El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha" (Catecismo, 1024). "Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti"223. Este gozo que sacia sin saciar sobrepasa toda comprensión y toda representación: "ni ojo vio, ni oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios ha preparado para los que le aman" (I Cor 2,9).
  • Cristo ha prometido la felicidad eterna del cielo a quienes han permanecido fieles a la Voluntad de Dios: "bien, siervo bueno y fiel, porque has sido fiel en lo poco entra en el gozo de tu Señor" (Mt 25,21; cfr. Camino, 819); a quienes han dejado todas las cosas por Él (cfr. Mt 19,29); a quienes se han hecho humildes como niños (cfr. Mt 18,3). Vale la pena ser fieles a Dios.
  • No es egoísmo pensar en el premio que Dios nos ha prometido: no es falta de generosidad224; es poner en ejercicio la virtud de la esperanza, que exige actualizar la fe y la caridad.

La eterna condenación en el infierno

  • "Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra «infierno»" (Catecismo, 1033).


220 Cfr. CONCILIO DE LYON: DS 857-858; CONCILIO DE FLORENCIA: DS 1304-1306; CONCILIO DE TRENTO: DS 1820.

221 Cfr. BENEDICTO XII: DS 1000-1001; JUAN XXII: DS 990.

222 Cfr. BENEDICTO XII: DS 1002.

223 SAN AGUSTÍN, Confessianes, 1,1.

224 Cfr. Camino, 139 y 669.


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  • "La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, «el fuego eterno»225. La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira" (Catecismo, 1035)226.
  • "Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: «Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran» (Mí 7, 13-14): como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela" (Catecismo, 1036).
  • "Dios no predestina a nadie a ir al infierno227; para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en ella hasta el final" (Catecismo, 1037).
  • La consideración de las penas del infierno hace ver la gravedad del pecado mortal, y ha de llevar al santo temor de Dios, que es un don del Espíritu Santo (el temor filial del hijo que no desea desagradar a su padre). Ha de impulsar también al apostolado, sabiendo que hemos de ser instrumentos para la salvación de las almas. Aunque la realidad del infierno no sea el primero entre los motivos para obrar rectamente, no debe silenciarse en el apostolado228.

La purificación final o Purgatorio

  • "Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo" (Catecismo, 1030). "La Iglesia llama Purgatorio a esta purificación final" (Catecismo, 1031). Se trata sobre todo de la satisfacción ofrecida por la pena temporal de sus peca­dos.
  • La purificación del Purgatorio es "completamente distinta del castigo de los condenados" (Catecismo, 1031). En el Purgatorio hay amor a Dios, deseos de verle cara a cara y alegría porque se llegará al Cielo. Al mismo tiempo hay dolor por la pena de daño (privación temporal de la visión beatífica) y por la pena de sentido.

225 Cfr. DS 76; 409; 411; 801; 858; 1002; 1351; 1575. El Señor habla con claridad de la eternidad de esos tormentos: cfr. Me 9,42.

226 Se llama "pena de daño" a la privación de la visión beatífica y de los bienes que de ella se derivan; ésta es la pena esencial del infierno. Se llama "pena de sentido" al tormento causado en el alma —y, después de la resurrección, también en el cuerpo— por el fuego eterno.

227 Cfr. DS 397; 1567. Dios "no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión" (II Petr 3,9).

228 Cfr. Camino, 749.


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  • Las penas de sentido son desiguales y pueden aliviarse por los sufragios, que son las obras satisfactorias o meritorias de los viatores. El principal de los sufragios es la Santa Misa. Se recomiendan también las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos (cfr. Catecismo, 1032).
  • La purificación en esta vida: la consideración del Purgatorio nos lleva a buscar la purificación de los pecados en esta vida, mediante las obras de penitencia y las indulgencias.

Los niños que mueren sin el Bautismo

"En cuanto a los niños muertos sin Bautismo, la Iglesia sólo puede confiarlos a la misericordia divina, como hace en el rito de las exequias por ellos. En efecto, la gran misericordia de Dios, que quiere que todos los hombres se salven (cfr. I Tim 2,4) y la ternura de Jesús con los niños, que le hizo decir: «Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis» (Mc 10,14), nos permiten confiar en que haya un camino de salvación para los niños que mueren sin Bautismo. Por esto es más apremiante aún la llamada de la Iglesia a no impedir que los niños pequeños vengan a Cristo por el don del santo Bautismo" (Catecismo, 1261). En efecto:

  • en el caso de los niños, la Iglesia no conoce otro medio que el Bautismo para borrar el pecado original; por eso, establece que sean bautizados cuanto antes, en las primeras semanas después del nacimiento229;
  • desde luego, Dios puede perdonar directamente el pecado original a los niños que mueren sin el Bautismo, pero no nos ha revelado que suceda así. Por eso, la Iglesia no puede hacer otra cosa que confiarles a la misericordia divina230.

Los nuevos cielos y la nueva tierra

  • "Al fin de los tiempos el Reino de Dios llegará a su plenitud. Después del Juicio final, los justos reinarán para siempre con Cristo, glorificados en cuerpo y alma, y el mismo universo será renovado" (Catecismo, 1042). "La Sagrada Escritura llama «cielos nuevos y tierra nueva» a esta renovación misteriosa que transformará la humanidad y el mundo (cfr. II Petr 3,13; Apoc 21,1). Esta será la realización definitiva del designio de Dios de «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra» (Ef 1,10)" (Catecismo, 1043).
  • "Hay que distinguir cuidadosamente el progreso terreno del crecimiento del Reino de Cristo"231. El segundo no es resultado del primero. "Sin embargo, el primero,

229 Cfr. C.I.C., can. 867.

230 Cfr. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instr. Pastoralis actio, (20-X-1980), 13. Los niños que muriesen sin el Bautismo y sin que Dios les haya perdonado el pecado original, no irían al Cielo; pero, por no haber ellos cometido pecados personales, su estado no sería como el de los condenados, sino que, aun privados de la visión beatífica, tendrían una cierta felicidad natural: es el estado que se ha llamado "limbo", cuya real existencia —por lo recordado en los párrafos anteriores— no consta con seguridad (no pertenece a la doctrina de la fe).

231 CONCILIO VATICANO II, Const Gaudium et spes, 39.


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en la medida en que puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa mucho al Reino de Dios"232. Por eso, la espera de la definitiva instauración del Reino de Cristo, no debe debilitar sino avivar el empeño de procurar el progreso terreno (cfr. Catecismo, 1049).


Bibliografía básica:

Catecismo de la Iglesia Católica, 988-1050.


Lecturas recomendadas:

Cuadernos 1, (Sobre nuestra fe): "La vida eterna", pp. 205-214.

Obras VIII-73, Los Novísimos I: el sentido de la muerte, pp. 5-15;

Obras X-73, Los Novísimos II: el juicio, pp. 4-17;

Obras XII-73, Los Novísimos III: el infierno, pp. 5-17;

Obras n-74, Los Novísimos IV: el purgatorio, pp. 5-15;

Obras IV-74, Los Novísimos V: el cielo, pp. 4-13.


232 Ibidem.