Informe sobre el Opus Dei/Conclusión

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Conclusión

Desde el punto de vista filosófico, podría sintetizarse el derrotero emprendido institucionalmente por la Obra del siguiente modo. Los tres transcendentales humanos -verum, bonum, pulchrum- en torno a los cuales se pueden clasificar todas las actividades humanas, son cultivados muy diversamente por las diversas personas, y articulados de diferente modo entre sí. Eso origina enfoques básicos diversos sobre el sentido de la vida humana (Scheler, por ejemplo, habla del hombre filósofo, del religioso y del esteta, según cultiven preferentemente el verum, bonum o pulchrum).

Es indudable -en mi opinión- que nuestro Padre cultivó preferentemente el bonum, pero manteniendo un cierto equilibrio (también tenía un buen sentido estético, aunque ciertamente el aspecto científico-filosófico era el menos cultivado en él). En la Obra como institución, se sigue cultivando el bonum, pero, por desgracia, rompiendo excesivamente el equilibrio. Es decir, el "bien de las almas" predomina unilateralmente sobre la verdad o lo cultural estético. No quiero decir que no haya que hacer el bien, sino que se determina lo que es bueno o no, al margen de la realidad, de la verdad teórica, y sobre todo, práctica. Por eso, se argumenta diciendo que tal vez algo sea verdad, pero conviene ocultarlo, no interesa que todos lo conozcan, etc. En una palabra, se prefiere el interés a la verdad; la conveniencia, a la justicia.

Este tema de amar y someterse a la verdad, a las cosas tal cual son, sin ocultarlas, sin disimular por motivos sociales o "piadosos" es fundamental, pues la razón última de que algo sea bueno o malo no es que en ello se haya obedecido o desobedecido, sino que sea racional o no racional: "Bonum, inquantum est secundum rationem, et malum, inquantum est praeter rationem, diversificant speciem moris" (S.th., I-II, q. 18, a. 5, ad 1). Dicho de otro modo, sin verdad, sin racionalidad, sin intelección, no hay libertad ni se puede ser bueno.

Por desgracia, en la Obra no se entienden así las cosas, sino que se piensa que "la bondad de los actos humanos deriva de su debido orden al último fin, es decir, a Dios: los actos humanos se ordenan al fin, en la medida en que cumplen la voluntad divina" (Guión interno Doctrina Católica, p. 106, n. 1) (Las raíces de esa doctrina son voluntarismo, fideísmo, entender el bien como obediencia a la autoridad, etc.). Y según esa doctrina, los directores piensan que ellos son los que conocen el bien y el mal, y para ayudar a los demás de Casa han de determinar todo lo que hay que hacer y omitir e, incluso, controlar que eso se cumple así, pues -insisto- el bien se identifica con la obediencia y el mal con la desobediencia. De ahí la necesidad de un continuo consultar, de controles externos para que se cumpla lo previsto, etc. Aunque eso sí: pensando que están haciendo el bien y haciendo que los demás lo practiquen, pues se considera que los criterios generales establecidos y sus aplicaciones hechas por los directores son la voluntad de Dios, para todos en general y para cada uno en concreto (como si los directores fuesen el Espíritu Santo encarnado).

Quizá todo esto que digo puede parecer muy abstracto -aunque creo que ya he señalado actuaciones concretas de todos conocidas-, y podría concretarlo en decenas y decenas -y no exagero- de comportamientos específicos de gente de Casa. Creo, no obstante, que los ejemplos que he puesto ilustran suficientemente ese estilo que, por desgracia, se ha asumido en la Obra: heteronomía, formalismo, falta de interioridad, distancia del mundo, no ser gente corriente idénticos a los demás, no buscar la intelección de cómo son las cosas para atenerse a ellas, preferir el interés a la verdad, falta de estudio, no ser intelectuales (los que deberían serlo), predominio de lo pastoralista, etc., etc.

De hecho hay que reconocer que es sorprendente que, en una institución que se dirige primordialmente a los intelectuales -in primi quae intellectuales dicuntur (Statuta, 2, parágrafo 2)-, sean precisamente los filósofos, intelectuales, artistas, hombres de cultura los que encajan peor que la gente sencilla y ajena al mundo de la cultura; o, siendo de Casa, los primeros tienen más problemas y perseveran menos que los segundos. A algunos podrá parecer falso la causa que asigno; a otros, lógico que sea así. Pero lo que intento decir es que lo que de hecho sucede es muy grave, pues, en una institución dirigida a los intelectuales, eso significa una desviación seria de su genuino espíritu.

Insistiría en lo que ya he dicho: que sólo hay vida del espíritu y libertad y bien, en el sometimiento a la verdad. Por eso, escribí arriba que la mayor traición que puede darse es no someterse a la verdad, ocultarla, manipularla. Convertirnos en "políticos" es hacer traición esencial al espíritu, no sólo al de Casa, sino al espíritu sin más: sólo la verdad libera -verdad teórica y verdad práctica-; sólo se puede practicar el bien dentro de un respeto exquisito a la verdad; sólo hay auténtica vida del espíritu en la verdad.

Y ahora sólo añadiría una cosa: ojalá tomásemos en serio que veritas liberabit vos; amar por encima de todo la verdad y someter todo a la verdad, a su exposición con su consiguiente libertad. El criterio que dio el Vaticano II para toda la sociedad, creo que vale mucho más para nosotros que hemos sido llamados a la libertad de los hijos de Dios: "Se debe observar la regla de la entera libertad en la sociedad, según la cual debe reconocerse al hombre el máximo de libertad, y no debe restringirse sino cuando sea necesario y en la medida en que lo sea" Vaticano II, Decl. Dignitatis humanae, n. 7. ¿De qué sirve comportarse bien por límites externos? Sin libertad no hay virtud. Hay que asumir a fondo el riesgo de la libertad, que es idéntico a someterse a la verdad: "Haec est libertas nostra cum isti subdimur veritati" (Agustín, De libero arbitrio, II, 13, 37)


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